Bron/Broen, primera serie financiada por Dinamarca y Suecia, fue estrenada en el 2011 y logró imponerse como sucesora de la formidable Forbrydelsen. Las ficciones escandinavas han llegado para quedarse.
Sábado 14 de enero de 2017
Sobre el puente de Oresund que encadena a Dinamarca con Suecia, aparece el cadáver de una mujer. El torso pertenece a una política sueca y las piernas a una mujer danesa. El meticuloso asesino ha tenido el cuidado de ensamblar ambas partes como si se tratara de un solo cuerpo, y lo ha colocado sobre la línea que subraya la frontera entre los dos países. El mensaje es claro: pretende que ambos estados se enreden en la investigación.
De aquí en más, este asesino irá amontonando muertes al mismo tiempo que desafía a los investigadores, y lo hará con tal astucia, premeditación y originalidad que el desconcierto se transformara en el aire que la policía respira.
Las historias de asesinos en serie que siguen una agenda íntima (celosamente planeada, ejecutada con la misma pulcritud con que se hilvana una jugada de ajedrez pero necesitada, como una adicción, de cuanto bípedo porte una placa para que pondere su genio) es una receta tan fritada que el espectador se crispa ni bien lo percibe. Sin embargo, El puente (Broen en danés, Bron en sueco) tiene otros recursos para redimirse. ¡Y vaya que lo logra!
En efecto, esta serie sueco-danesa, que tuvo el poco feliz destino de relevar a la fabulosa Forbrydelsen, no necesitó de mucho tiempo para demostrar que había llegado con buenos naipes. Como todo buen policial negro, lejos de tener como única vocación la resolución del crimen, Broen se zambulle en el terreno del debate socio-político, desplegando una impiadosa crítica social: las miserias de una Suecia y una Dinamarca cuyos altos niveles de vida no han podido disimular. Como una basura mal barrida, los detectives Saga Norén (Sofia Helin) y Martin Rohde (Kim Bosnia), sueca y danés respectivamente, se irán tropezando con las desigualdades económicas que engendran a los sin techo, el trabajo infantil o la deshumanización de los inmigrantes. Ambos persiguen a este obsesivo asesino que, como un ingenuo revolucionario, busca cambiar la conciencia de una sociedad apática con artilugios individuales. Y no es que sus acciones pasen desapercibidas. En absoluto. ¿Cómo no escandalizarse con el envenenamiento de indefensos sin techo?; ¿Cómo permanecer apáticos ante varios niños a punto de volar en pedazos? Pero detrás de sus motivaciones sociales, ocultos como el rezo de un cura que pervierte la inocencia de un niño, no hay más que falsedad y despecho.
Bron/Broen es un policial negro que ha sabido abrevar muy bien en esa mixtura original que propuso Forbrydelsen, sazonando la crítica social con facetas personales de la vida de los personajes: Martin deberá equilibrarse delicadamente entre las obligaciones para con su nueva familia, con hijos crecidos y otros por venir, y su trabajo policiaco en un país ajeno; Saga tratará de evitar el naufragio timoneando su destino enfermo del Síndrome de Asperger. Ella encontrará, sin embargo, el exorcismo perfecto ante el espectro que se yergue en su vida social en la sencillez y comprensión de su compañero danés. Él, por su parte, buscará corregir el desorden de su vida familiar con la honestidad impiadosa de esta mujer brillante.
Sofia Helin ha construído un personaje impecable que nada debe envidiarle a la inolvidable Superintendente Tennyson de Helen Mirren, a la Stella Gibson de Gillian Anderson o la Sarah Lund de Sofie Grabol. Y aunque comparte protagónico con Kim Bosnia, es ella quien acapara todas las luces del escenario.
The bridge, la versión norteamericana, es el pariente malvenido, la crema demasiado agria sobre el postre recién servido. A diferencia de otras remakes que guardan la dignidad respetando la trama original, en esta ocasión la delicadeza del guión es tan suave como la lija de un carpintero.
Un cadáver femenino aparece en medio del Puente de las Américas que une El Paso, Texas, con Ciudad Juárez, México. A la escena, se presentan la detective Sonya Cross (Diane Kruger) y el detective Marco Ruiz reclamando jurisdicción. Puesto que la víctima está formada por dos, una mujer norteamericana y otra mexicana, de ahora en más ambos detectives ataran sus destinos.
Hay algunas innovaciones, sin embargo, respecto de la original, que al inicio de la serie le confieren un inesperado interés. En esta versión, una viuda reciente se encuentra con que parte de la herencia de su difunto esposo es el tráfico ilegal de inmigrantes. Sin embargo, sería de esperar que una realidad tan aberrante se correspondiera con algo más que golpes de efecto y lugares comunes, pero esto es, desgraciadamente, lo que sucede en The bridge.
En la versión original, el metódico asesino exige que cinco millonarios inmolen parte de su fortuna para evitar que un hombre muera. Un hombre cualquiera. Un pobre miserable. En The bridge, el dinero que el asesino exige es conseguido por Marco Ruiz, el detective mexicano, de manos de un conocido mafioso, paisano suyo. Rara actitud para un personaje que se presenta como la contracara de la corrupción policíaca del estado de Chihuahua. Pero como toda situación en una historia exige una resolución, los jefes policiales de Texas, adalides de la honestidad y la alta moral institucional, no tienen ningún interés en cuestionar el origen de este rescate “mal habido”. Detalles.
“Dios está en los detalles”, reza un dicho. Y esto es particularmente cierto en el cine y la televisión. Realmente no alcanza con comprar los derechos de un buen guión para garantizarse el aplauso que el original supo lograr. En absoluto. La coherencia en la adaptación, los detalles pequeños que hacen creíbles los grandes giros de la trama, es lo que garantiza la belleza de una ficción. Nadie aprecia una danza sólo porque los bailarines respeten la coreografía, ni una buena pintura sólo porque es fiel imitadora de la realidad. Son las sutilezas, a veces menospreciadas, lo que conforman la gracia en las retinas o los oídos. Y en esta versión norteamericana de una buena idea “nórdica” los detalles son muy groseros.
El problema de esta serie es el desconcierto en el que quedamos sumidos. Como el lastre desproporcionado de un maltrecho bote, esta cáscara de ficción se hunde tan rápido como una moneda en el estanque de los deseos. El rumbo que toma la trama, basada en la sórdida realidad del paso entre Texas y Ciudad Juárez, es quizá el único acierto de The bridge. El problema es que no termina nunca de concretarse.
Tal vez, el motivo de este empantanamiento ficcional sea lo alto que ha puesto la vara el “nordic noir”, esta ficción venida de un norte que a los norteamericanos les queda tan, tan lejos.