Macri tiene más de una razón para “estar caliente”. Con la economía en picada, dos recientes decisiones de la Corte Suprema contrarían los intereses del Gobierno.
Sábado 23 de marzo de 2019 00:14
“No se muy bien sobre que pierna bailo
(a veces me agarra ...)”
“La historia política de la Argentina es trágicamente pródiga en experimentos institucionales que -con menor o mayor envergadura y éxito- intentaron forzar -en algunos casos hasta hacerlos desaparecer- los principios republicanos que establece nuestra Constitución”.
Formalmente, el mensaje de la Corte Suprema estuvo dirigido al gobernador de Río Negro. Sin embargo, no podría descartarse que sus destinatarios reales hayan estado en la Casa Rosada.
La decisión oficial de impulsar el juicio político contra el juez Alejo Ramos Padilla equivale a un disparo en el propio pie. La confirmación del error llegó con fuerza el mismo lunes por la noche, cuando el periodista Carlos Pagni fustigó el pedido presentado por Garavano.
Las (pocas) credenciales republicanas que aún habitaban el mundo cambiemita se partieron al medio. El respeto por “las decisiones de la Justicia” quedó relegado al baúl donde se guarda la famosa pobreza cero.
Ubicada en el vértice superior de ese poder contramayoritario que constituye la casta judicial, la Corte Suprema actúa imponiendo premios y castigos. El martes último, el máximo tribunal decidió apoyar con recursos la investigación que lleva adelante el juez Alejo Ramos Padilla. El mensaje marcha en dirección contraria a los intereses de la Casa Rosada.
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Este viernes fueron una de cal y una de arena. En su carácter de árbitro de la nación, la Corte limitó las aspiraciones reeleccionistas de Sergio Casas y Alberto Weretilneck. Los mandatarios de La Rioja y Río Negro tuvieron que desensillar, y no precisamente hasta que aclare.
Casas se ofrecía como puntal del peronismo federal, aquel que divide sus deseos entre Roberto Lavagna y Sergio Massa. Weretilneck era un aliado de la Casa Rosada. Por estas horas, la figura del kirchnerista Martín Soria repunta en las encuestas, reeditando para el oficialismo los padecimientos que precedieron a la elección neuquina.
Si se mira el enrevesado mundo del Partido Judicial, podrán leerse otros datos que destilan ruido para Cambiemos. A horas de que iniciara el fin de semana, la Cámara Federal de Mar del Plata rechazó la recusación del fiscal Stornelli contra el juez Alejo Ramos Padilla, ratificando a éste en la investigación del espionaje ilegal.
Otra resolución, más notoria por sus firmantes, se conoció el miércoles. Los jueces Mariano Llorens y Pablo Bertuzzi confirmaron la falta de mérito para Cristina Kirchner en la causa conocida como “la ruta del dinero K”. Ambos magistrados llegaron a la Cámara Federal gracias a los buenos oficios del macrismo.
Históricamente, la casta judicial supo leer los cambios de ciclo político. Su afinidad con el poder gobernante acompañó la férrea defensa de sus privilegios, entre los cuáles hay que contar la intangibilidad de sus (abultados) ingresos y el carácter vitalicio de los cargos. Lo sabe bien el kirchnerismo, que hoy sufre la embestida de jueces y fiscales con los que convivió por más de una década.
Tan caliente como el dólar
La economía macrista semeja el nerviosismo presidencial cada vez que debe exponer o exponerse. Este viernes, la alineación de los astros jugó nuevamente en contra de variables que marcan los destinos del país. Dólar, tasa de las Leliq y Riesgo país coronaron un triple ascenso.
Guido Sandleris, como un Sturzenegger de segunda generación, ajusta el torniquete sobre la economía real. La persistente suba de tasas empuja el consumo y la actividad económica al desbarranque. Para millones de trabajadores y trabajadoras, la realidad hostil de cada día combina despidos, inflación y empobrecimiento creciente. El presidente, cínico, pide “no llorarla”.
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Lo que el oficialismo llama política económica se reduce a evitar una nueva corrida cambiaria y a garantizar el ajuste necesario para cumplir ante los grandes especuladores. Allí termina la sapiencia de los CEO gobernantes.
El generalato de Christine Lagarde impone nuevas cadenas sobre el país, haciendo crecer el endeudamiento y la subordinación al gran capital imperialista. Pretender, como lo hace el kirchnerismo, que se puede salir de esa situación a base de “buenas negociaciones” se parece demasiado a una infantil ilusión. O a una mentira electoral.
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La República en pijama
Yo voy a ahogarme en el río
y voy a ahogarme en el mar
voy a salir de este lío
mientras pueda escapar
voy a poner una bomba virtual para hundir el Titanic.
Elisa Carrió tildó de “imbécil” al ministro de Justicia. La diputada se encargó de aclarar que insultaba acorde a lo indicado por la RAE. Germán Garavano solo atinó a responder que todo se reducía a diferencia de estilos y que “en Cambiemos no pasa nada”.
A medida que transcurren los días la coalición oficialista semeja cada vez más la cubierta del Titanic en pleno hundimiento. A la ruptura en Córdoba se sumaron los cruces alrededor del affaire Stornelli. Este jueves, cuando salía del Senado de la nación, el radical Juan Carlos Marino celebró la “muy buena reunión” que acababa de tener con el juez Ramos Padilla, el mismo para el que Carrió reclama cárcel.
La diputada de la Coalición Cívica tienta la suerte. Hace alarde de impunidad, anunciando que tiene listo el pijama para dormir en la cárcel. Pero a medida que transcurren las horas, sus vínculos con D’Alessio cobran mayor textura y color.
En ese revoltijo llamado Cambiemos, asoman la cabeza los radicales. Este jueves por la noche una imagen recorrió redes sociales y redacciones. Ricardo Alfonsín, Juan Manuel Casella y Jorge Sappia posaban sonrientes junto a Roberto Lavagna. La imagen contiene un detalle. Sappia es el titular de la Convención Nacional de la UCR, la misma que debería ratificar o rechazar la continuidad de la alianza Cambiemos.
El precio de la gobernabilidad
“No podemos reducirnos a mantener relaciones más o menos cordiales con el gobierno. Debemos ser parte de él, institucionalizarnos”.
Augusto Timoteo Vandor, 1967
Hace pocas semanas, Felipe Solá volvió a definir a los dirigentes sindicales de la CGT como “sabios y prudentes”. El elogio se comprende en el marco de los llamados a la unidad que surcan el peronismo.
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La “sabiduría” de los caciques sindicales se parece (bastante) a la “viveza criolla”. Este viernes, a horas de que se anunciara un nuevo aumento en la desocupación, la conducción cegestista volvía a garantizar la gobernabilidad hacia las elecciones. ¿El precio? Unos $ 32.000 millones que el Ejecutivo adeudaba a las obras sociales.
El chantaje estatal no debería ocultar la complicidad de los chantajeados. La CGT huye de cualquier medida de lucha como la sombra al cuerpo. En el margen izquierdo, los dirigentes opositores proclaman a viva voz que la salida “está en las urnas”.
Esta dirigencia sindical, celebrada por peronistas federales y kirchneristas, sigue siendo la mejor garantía del ajuste macrista. Si algo abunda en el país por estas horas, eso es descontento y bronca. Pero la "prudencia" se impone por sobre el hambre o la pérdida de puestos de trabajo.
Jaime no es solo un mayordomo
A medida que transcurren las horas, la red de espionaje ilegal que develaron los allanamientos a Marcelo D’Alessio se extiende como mancha de aceite. Esa expansión puede darse no solo en el espacio, sino también en el tiempo. Vayamos un poco hacia atrás.
Vale la pena recordar a Antonio Stiuso, emblema del espionaje y agente de esa oscura labor durante más de 40 años. Gracias al secretismo amparado legalmente por el Estado, “Jaime” colaboró y sobrevivió a la dictadura, a Alfonsín, a Menem, a Néstor y a Cristina Kirchner.
El espionaje ilegal no es un invento duranbarbista. Los llamados sótanos de la democracia, donde anidan multiplicidad de D’Alessio, se mantienen intactos. Eso obliga a rechazar el ataque del gobierno contra el juez Ramos Padilla.
Este domingo 24 de marzo, cuando nuevamente tomemos las calles del país, la denuncia a ese escandaloso sistema será una de las banderas por las que el Encuentro Memoria, Verdad y Justicia y el Frente de Izquierda se movilizarán.
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Eduardo Castilla
Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.