Estos últimos días nos hemos visto golpeados por noticias estremecedoras: desde aludes que arrasan con pueblos casi por completo, hasta trabajadoras de nuestro país sometidas a situaciones de esclavitud. Hoy es cuando, debemos cuestionarnos la mala planificación de las ciudades y pueblos.
Lunes 6 de abril de 2015
Debemos cuestionarnos su crecimiento, su ubicación y a la calificación del “espacio o entorno habitable”, el cual debiese adaptarse como mínimo al habitante, reconociendo las exigencias de las actividades de su diario vivir, las capacidades, tanto físicas como psicológicas de las personas, sus derechos básicos como seres humanos, con la finalidad de otorgar a todos un entorno físico y social que nos brinde una mayor calidad de vida.
Condiciones laborales paupérrimas, son las que hemos podido apreciar a través de los medios de comunicación estos últimos días, como es el caso de la empresa Frutícola Atacama, propiedad de los hermanos Gabriel y Sergio Ruiz-Tagle, quienes a pesar de contar con 212 juicios laborales en su contra desde el 2008 a la fecha, hoy se ven enfrentados al asedio del pueblo chileno, por la falta de información respecto a las condiciones en las que mantenía a sus trabajadoras, las cuales habrían sido encerradas, privadas de su libertad y de poder tener acceso a esparcimiento previo al término de su jornada laboral. Esta situación produjo que muchas de estas trabajadoras aún se encuentren desaparecidas, ya que los 2 aludes que impactaron a esa localidad, arrasaron con los conteiner o espacios donde pernoctaban encerradas, sin tener la posibilidad muchas de ellas de poder escapar.
Estos nos hace concluir que en Chile, quizás de manera escondida o no revelada por la falta de estudios aplicados, aún existen condiciones laborales inhumanas en masas de trabajadores tan grandes como es la del rubro agrícola, en la cual trabajan más 800 mil personas. De este total, 524 mil son asalariados y el resto, es considerado independiente. Las mujeres son las que predominan la economía informal rural con más de 350 mil trabajadoras, la pobreza es persistente, las desigualdades de género limitantes y el trabajo se realiza en condiciones precarias y exponiendo a las personas a constantes daños tanto físicos, cognitivos como psicosociales irreparables.
En un Chile donde existe una falta de compromiso de las instituciones fiscalizadoras con los trabajadores y trabajadoras, somos nosotros quienes debiésemos empoderarnos y exigir que el trabajo que realizamos diariamente se adapte a nuestras capacidades y quienes no debiésemos aceptar de parte de nuestro empleador este tipo de condiciones.
Debemos apoyarnos en evidencia científica y académica para validar las condiciones laborales, como la que nos brinda la Ergonomía, la cual se debiese incorporar como disciplina científica para el análisis sistémico de cualquier actividad laboral, ya que nos brinda la evidencia suficiente para poder determinar cualitativa y cuantitativamente si una actividad posee factores de riesgo tanto físicos, psicológicos, ambientales y organizacionales que ponen en peligro la salud (definida por la OMS como el bienestar físico, social y psicológico), otorgando recomendaciones que nos permitan corregir y concebir desde el inicio actividades ó puestos de trabajo que brinden confort y bienestar.
Frente a esta realidad, este artículo quiere convertirse en un incentivo para que todos nos sintamos responsables éticamente por este tipo situaciones y nos propongamos luchar, denunciar y evidenciarlas, con el fin de contribuir al diseño de puestos de trabajos y de “entornos habitables” que nos permitan como trabajadores y trabajadoras, tener una mayor calidad de vida.