Las relaciones humanas eventualmente tienden a la podredumbre y las palabras son ejecutoras de esta fatalidad; ésta al parecer es una de las premisas en "Caricias", obra teatral escrita por Sergi Belbel y dirigida en esta ocasión por Gabriel Figueroa Pacheco.
Lunes 30 de septiembre de 2019
Las relaciones humanas eventualmente tienden a la podredumbre, y las palabras son ejecutoras de esta fatalidad; ésta al parecer es una de las premisas en Caricias, obra teatral escrita por Sergi Belbel y dirigida en esta ocasión por Gabriel Figueroa Pacheco.
A través de once situaciones con sólo dos personajes en cada una, la obra expone la violencia entre personas emparentadas por la sangre o por la circunstancia; tales destellos de frustración, develan una condición desesperanzadora: el amor se convierte en odio a través del tiempo, y este amor gangrenado termina por extinguir la ternura.
La puesta en escena comienza con una típica escena de pareja que nada tiene que decirse. Paulatinamente, la palabra pierde sentido para dar pie a la violencia física extrema, que es la puerta a este viaje por otros purgatorios singulares.
El silencio se utiliza como un recurso para sentir un poco de consuelo ante la brutales palabras y acciones de los personajes. De ahí que cada deseo por acariciar, se interrumpa de forma sistemática. En otras escenas, las palabras que invitan al amor o a la reflexión son reducidas a mera cháchara; allí donde un personaje ama, también padece el dolor innombrable del desprecio, el olvido o la humillación.
En Caricias reflexionamos en torno al polémico argumento que asegura a toda víctima como victimaria; a cada asistente a este singular aparador de dolientes, le corresponderá sacar sus conclusiones. Aunque los argumentos de la obra buscan la provocación, su estructura se vuelve predecible.
Mientras que la escenografía sugiere una suerte de ventanas a los órganos de una bestia anómala, el vestuario en grises con destellos sanguíneos le imprime dramatismo a priori a los personajes, y sugiere una atemporalidad forzada hacia el siglo XIX (con un par de excepciones), que en varias ocasiones compite por el protagonismo de las escenas con los personajes.
Destaca en el diseño espacial la iluminación de Kay Pérez Sapien, quien genera atmósferas sobrias, que delimitan con sutileza efectiva los espacios de la acción.
En cuanto al ritmo de la obra, aunque la primera escena marca acciones coreográficas precisas que generan expectativa y parecerían marcar una progresión vertiginosa de sucesos, conforme suceden las historias, su estructura dramática se hace predecible: uno le reclama algo al otro, y esto deriva en un desenlace violento que deja emocionalmente amputado a uno de los dos. Este recurso per se no representaría un obstáculo para sumergirse en la trama a no ser por la dramaturgia, el texto se percibe anacrónico, pues rinde cuenta de una sociedad de hace treinta años, y no hay una actualización en el abordaje de sus temáticas.
Por ejemplo, la exposición de la homosexualidad permanece en la visión fatalista del siglo pasado, anclada a una moralidad conservadora a pesar de la provocación en la forma.
Cabe destacar el trabajo de dirección actoral, y sobre todo, el desempeño de los intérpretes adultos con amplia trayectoria en las tablas, quienes habitan con verosimilitud y holgura de recursos cada una de las situaciones en el trazo escénico, sin menoscabar el trabajo de los más jóvenes, que son cobijados y conducidos hábilmente por el director para estar a la altura de sus pares. Por otro lado, no omitimos que tanto el texto como la dirección (que lejos de cuestionar la tesis del autor, la reafirma), tienen una carga misógina y victimista que se evidencia conforme avanza la obra.
Las mujeres en el universo que construye Belbel, son histéricas, castradoras, irracionales, traidoras, ladronas, malignas. Dichas representaciones alcanzan niveles dignos de obviedad freudiana: el incipiente adulto homosexual atormentado por una madre castrante, el hombre casado que le reclama a su joven amante —insoportablemente neurótica, por si algún espectador asomara empatía por ella— la pestilencia de su coño y de su aliento como raíz de una ruptura conyugal. Aunque sea posible considerar esto como una forma de incorrección política, o una mirada “arriesgada e irreverente” frente a los tiempos actuales marcados por la efervescencia feminista, más bien, expone una perspectiva retrógrada de lo femenino que despide un irritante tufo machista. En el contexto mexicano actual, ¿será imperativo reforzar ese lastre desde la potencia de lo escénico?
Caricias se presenta hasta el próximo 6 de octubre con funciones los jueves, viernes 20:00 horas, sábados a las 19:00 horas, y domingos a las 18:00 horas, en el Teatro El Galeón Abraham Oceransky, dentro del Centro Cultural del Bosque (Reforma y Campo Marte s/n).
Dramaturgia: Sergi Belbel Dirección: Gabriel Figueroa Elenco: Mauro Sánchez Nvarro, Gabriela Orsen, Luis Maya, Adriana Olvera, Leticia Pedrajo, Teresa Rábago, Manuel Dominguz, Francisco Mena, Jaime Estrada, Jimena Montes de Oca y Anthon Morales.
Duración aproximada: 100 minutos Clasificación: A partir de 16 años Boletos: Entrada general $150. Descuento del 50% a estudiantes, maestros e INAPAM. Trabajadores del INBA 75%. Gente de Teatro $45. Jueves de Teatro $45.