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Red Internacional
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Entrevistas. Carla Lacorte: “En la Masacre de Avellaneda no hubo excesos, sino un plan criminal del Estado”

Carla Lacorte es integrante del Centro de Profesionales por los Derechos Humanos (CeProDH) y dirigente del PTS. Es autora de "La disciplina de las balas" (Ediciones IPS).

Viernes 24 de junio de 2022 00:00

¿Cuál es tu lectura sobre aquel 26 de Junio de 2002? ¿Por qué el Gobierno mandó a reprimir?

Sin duda, la génesis de la represión del 26 de junio está íntimamente ligada al desarrollo de la situación política de esos meses vertiginosos. Para junio de 2002 el bloque del “piquete y la cacerola” que, junto a las fábricas ocupadas, había conmovido a la Argentina en las jornadas de diciembre del año anterior, comenzaba a debilitarse. Si bien la desocupación se mantenía en un 22,5%, la subocupación alcanzaba una cifra similar y la fenomenal devaluación del peso había reducido a su tercera parte el poder adquisitivo de los salarios; un sector de las clases medias se ilusionaba con las promesas gubernamentales de devolución de los ahorros que habían sido confiscados por “el corralito” de Domingo Cavallo y comenzaban a pedir “orden”. Duhalde, que había asumido en enero por un acuerdo de la Asamblea Legislativa en un clima de enorme inestabilidad, consideró que tenía base social suficiente para acabar con los fuegos de diciembre. El posicionamiento oficial ante los sectores de trabajadores desocupados, las asambleas barriales que se mantenían y los obreros que ponían a producir sus fábricas sin patrones, que seguían movilizados, comenzó a endurecerse hasta volverse abiertamente hostil.

Una semana antes de la jornada del 26 de junio, el mismo Duhalde declaraba que los intentos de aislar la Capital no iban más y se debía imponer orden. El burócrata sindical devenido jefe de gabinete Alfredo Atanasof y el secretario general de la presidencia Aníbal Fernández, entre otros funcionarios, denunciaban ante los medios “planes insurreccionales” a partir de informes de inteligencia obtenidos en una Asamblea Nacional de Trabajadores realizada en el gimnasio municipal Gatica de Villa Domínico (Avellaneda) y aseguraban que se iban a impedir las acciones de lucha “como sea”. A la creación de una corriente de opinión favorable a la represión, le siguió un operativo represivo en el que participaron todas las fuerzas represivas federales y de la provincia de Buenos Aires, el propio 26 de junio contra los movimientos que se estaban concentrando en la base del Puente Pueyrredón. El resultado fue el asesinato de Maxi y Darío, 90 heridos y más de 200 detenidos.
Sintetizando, el gobierno consideró que había llegado el momento de imponer el orden y de avanzar en la estabilización, en términos burgueses, del país. Por eso intentó crear una corriente de opinión favorable a la represión y montó un operativo represivo inaudito. Pero no midió la correlación de fuerzas originada en diciembre. Por eso luego de la enorme movilización en reclamo de justicia del 27 de junio, Duhalde tuvo que hablar de “la cacería” (aunque cuidándose de no reconocer su responsabilidad en la misma) y tuvo que llamar a elecciones. La estabilización burguesa del país tenía que tomar otro camino… con más peso de la contención que de la represión.

Después de 20 años, Darío Santillán y Maximiliano Kosteki permanecen en la memoria popular. ¿Por qué te parece que sucede?

Creo que hay dos razones centrales para que Darío y Maxi permanezcan en la memoria popular. Por un lado, sus asesinatos generaron un nivel de indignación que, si bien no alcanzó para hacer renacer lo que fueron las jornadas de diciembre de 2001, frenó la restauración conservadora inmediata que soñaba Duhalde y condicionó el panorama político y social de los años venideros. Por otro lado, y por sobre todo, creo que su ejemplo de entrega, abnegación y solidaridad militante, que los hermanan con Mariano Ferreyra, los convierte en una fuente de inspiración, sobre todo para las nuevas generaciones. Hoy, cuando muchas pibas y pibes retoman el legado militante de aquellos jóvenes, cuando no se resignan a aceptar las miserias del capitalismo, Darío, Maxi y Mariano están más presentes que nunca. Por eso este 26 de junio desde la izquierda obrera y socialista volvemos a marchar, a cortar el Puente Pueyrredón y a gritar con toda la voz: ¡Darío y Maxi presentes!

¿Por qué crees que no aún no han sido condenados los responsables políticos?

Tras asumir en mayo de 2003 en reemplazo de Duhalde, Néstor Kirchner instruyó al Poder Judicial para que la Masacre de Avellaneda fuera dividida en varias causas. El objetivo era diluir la responsabilidad política de su antecesor, que había apadrinado la llegada al poder del santacruceño, y de varios de sus funcionarios que tuvieron continuidad en el nuevo gabinete. Aquí está la base de la impunidad de los responsables intelectuales de la Masacre. Vale recordar también que, poco después de asumir, Kirchner se había comprometido ante los familiares y compañeros de Darío y Maxi a esclarecer el caso, ofreciendo incluso la apertura de los archivos de la SIDE. Eso sí, bajo la condición de que dejaran de cortar el Puente Pueyrredón en reclamo de justicia. Como se ve, el puente se sigue cortando y los archivos nunca fueron entregados.

El juicio por la Masacre se llevó adelante en 2005. Como relato en mi libro La disciplina de las balas , terminó con la condena de algunos de los responsables materiales, como el comisario Fanchiotti, pero con la impunidad de los autores ideológicos que siguieron ocupando importantes cargos públicos y presentándose como candidatos, como es el caso del exgobernador bonaerense Felipe Solá, promovido para este puesto en 2019 por los llamados “cayetanos” y terminó siendo canciller de Alberto Fernández o Aníbal Fernández, que es en la actualidad nada más y nada menos que ministro de Seguridad. Es que como en otros momentos de nuestra historia, no hubo “errores” ni “excesos” en la Masacre de Puente Pueyrredón. Lo que existió fue un plan criminal organizado por los gobiernos de Duhalde, Solá y el conjunto del Estado para intentar apagar el fuego del 2001. En el libro decimos que Fanchiotti y los policías que lo acompañaban son asesinos sedientos de sangre, dignos continuadores del general Camps. Pero no eran locos sueltos, respondían a claras directivas políticas. Solo así puede comprenderse también la primera versión oficial de los hechos que atribuía todo a una supuesta ‘interna piquetera’. Después de la enorme movilización del 27 de junio se pudo conocer parte de la verdad.

La represión y las muertes de Dario y Maxi no caen del cielo. ¿Cómo se inserta en el proceso represivo contra los trabajadores en esa etapa del país? ¿Qué papel jugaron las fuerzas represivas antes y después del 26 de junio?

La política represiva de esa etapa estaba coronada por el “meta bala” del entonces gobernador bonaerense Carlos Ruckauf. Como hemos visto muchas veces en las últimas décadas, con el argumento de la lucha contra la “inseguridad” se le daba carta franca a las fuerzas represivas para imponer, con el terror del gatillo fácil, un férreo control social en las barriadas populares en medio de una crisis económica, social y política feroz. El primero de junio de 2001 me tocó ser una víctima directa de esta política.

A su vez este dispositivo era preventivo respecto al inevitable estallido social que se prefiguraba en múltiples luchas obreras y populares en el 2001 y que terminó expresándose con todas sus fuerzas en las jornadas de diciembre de ese año. Esas fuerzas fueron las responsables de los más de 39 muertos y 500 heridos que tuvimos a nivel nacional por esos días. Ahora bien, como consecuencia de los hechos del 19 y 20 de diciembre, y del repudio por la represión vivida, quedó establecida una relación de fuerzas entre las clases y los distintos sectores sociales que puso un límite a la represión estatal de la protesta, que Duhalde intentó romper el 26 de junio de 2002 con las consecuencias que conocemos.

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En el contexto de la crisis económica y social actual, frente al aumento de la informalidad y el fenómeno de trabajadores pobres. ¿Qué experiencias aporta la lucha de los movimientos sociales?

La irrupción de los movimientos de trabajadores desocupados fue un hito en la historia de la clase trabajadora porque ante la política de las conducciones sindicales de dejar librados al azar a los sin empleo, permitió que estos sectores pudieran dar una pelea organizada. La utilización de los cortes de rutas que frenaba el tránsito de mercancías, la persistencia de sus movilizaciones masivas, los acampes, las ollas populares y otras formas novedosas de articulación le permitieron ganar visibilidad y transformarse en uno de los actores centrales de los movimientos sociales de lucha. Ahora bien, y como hemos señalado en otras oportunidades, la limitación del reclamo a los planes sociales, que eligió un vasto sector de las conducciones de los movimientos, generó prácticas clientelares y de dependencia del Estado que, junto a la falta de democracia interna, es necesario superar.

Hoy, 20 años más tarde, la Argentina sigue atravesando una profunda crisis económica, política y social. Un sector importante de los movimientos de trabajadores desocupados, encabezado por la Unidad Piquetera, ha asumido un rol protagónico contra el ajuste del FMI, contra la inflación, haciendo evidente con sus reclamos y su lucha las condiciones de pobreza, desigualdad y la enorme precarización de la vida cotidiana. Por eso los ataca tanto el ministro Zabaleta como Cristina Kirchner. Y también la derecha.
Es necesario superar sus aspectos débiles, poder avanzar en la mayor unidad de las filas obreras contras las burocracias que la impiden, avanzar juntos para imponer con la lucha las 6 horas de trabajo con un salario, planes y jubilaciones al nivel de la canasta familiar indexado según la inflación. Por eso este 26 de junio tenemos que ser miles en el Puente Pueyrredón.

Su ejemplo de entrega, abnegación y solidaridad militante, que los hermanan con Mariano Ferreyra, los convierte en una fuente de inspiración para las nuevas generaciones. Hoy, cuando muchas pibas y pibes retoman el legado militante de aquellos jóvenes, cuando no se resignan a aceptar las miserias del capitalismo, están más presentes que nunca.

Acerca de la entrevistada

Carla Lacorte es integrante del Centro de Profesionales por los Derechos Humanos (CeProDH) y dirigente del PTS. Estudiaba Ciencias Veterinarias hasta que el 1º de Junio de 2001 fue baleada por el ex oficial de la Bonaerense José Salmo y quedó en una silla de ruedas de por vida. A partir de ese momento profundizó la lucha que venía desarrollando contra el gatillo fácil y la represión del Estado, junto a familiares de víctimas de esa práctica policial, organismos de derechos humanos, organizaciones obreras, estudiantiles y políticas. Es autora de La disciplina de las balas (Ediciones IPS).