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Red Internacional
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Homenaje. Carta a Eduardo: despidiendo a papá

A continuación publicamos una carta de Valeria, hija de Eduardo Molina, en homenaje a nuestro compañero.

Domingo 29 de septiembre de 2019 09:09

Papá, fuiste un hombre lleno de amor, nos amaste tanto, a nosotros tus hijos y a mamá, de una forma incondicional y generosa. Tus manos me recibieron al nacer, esas a las que me aferré la última vez que te vi en el hospital.

Tus manos papá, que arreglaban todos los desperfectos en la casa, con las que pintaste mi habitación de rosa mexicano, las que también sabían cocinar tan rico. Esas que volaban en tus apasionadas charlas políticas.

Nos llegan saludos de todas partes, tus compañeros de lucha cuentan anécdotas, comparten los momentos que vivieron contigo, tus charlas, tus artículos, pequeños momentos en cafés, o en grandes acontecimientos como en las columnas en Diagonal Norte en el 2001. Tantos afectos, tanto cariño, camaradería y solidaridad nos emocionan, nos alivia esta pena enorme de no tenerte.

Con su sensibilidad enorme, amó la naturaleza, de chico tuvo palomas mensajeras, teros y una gallinita, la Co-co. Mi abuela Sarita, me contaba que sabia los nombres científicos de los insectos y ella sacaba de la caja, de Papá, dibujos de peces, picaflores y caballos. Él empezaba sus dibujos de caballos por las patas traseras.

Papá ilustró unos panfletos de educación popular al final de los ochenta, hace poco descubrí que fueron digitalizados por Princeton. Sabia tanto, tanto, y su curiosidad por el mundo era contagiosa.

Una vez me dio un dibujo hecho con pasteles y le dije que, me gustaba la flor, a lo que me respondió: “no, no es una flor, es una idea flotando, volando”. En su vida había poesía.

En La Paz, de chica me llevaba al rio de Irpavi a caminar, juntábamos musgos, buscábamos fósiles, me dejaba traer unos sapos horribles a casa. Yo odiaba la escuela y no quería hacer los deberes, pero él me sentaba en una mesita junto a su tablero de dibujo y ponía música para incentivarme a trabajar. Me decía que la escuela era como una enfermedad de la infancia, que había que pasarla.

La vida es hermosa y hay que vivirla sin miedo, nos repetía. Papá, el que trazó un camino en el Altiplano en Potosí. Los comunarios le sirvieron la cabeza de un corderito con papas en una batea de plástico, para despedirlo y agradecerle. Él hizo de diseñador gráfico, de arquitecto, y contador, pero fue sobre todo un revolucionario.

Te imagino muy joven, escuchando con desconfianza a militantes del partido comunista que, jugaban ajedrez en el bar de la estación de Lomas. En tu aula de primer año de arquitectura de la Universidad Nacional de La Plata, proponiendo la vivienda social. Agitando arriba de una mesa, en el comedor universitario, cuando ya eras parte del PST, te veo en ese momento desde los ojos de mi madre, que te amó desde ese instante y para siempre.

Estuviste junto a tu amigo peruano, dormidos después de una peña sin llegar a casa, lo que te salvó la vida cuando te allanaron el departamento, en el año 1977. Te veo llamando a la abuela para que quemara todo. Veo a mi hermano con mamá, asustados, en su viaje a Bolivia, escapando de la dictadura y pregunto: ¿Donde están la fotos de la infancia de mi hermano que se llevaron los milicos?

Yo veía como papá trataba a la gente que tenía alrededor suyo, en especial, el respeto que mostraba a todos, en nuestros países profundamente racistas. El viajó a Bolivia muy joven, para encontrarse con mamá y se esforzó por comprender el país. En su libro, capturó lo mejor de Bolivia, una clase obrera valiente, dispuesta a pelear, protagonista de una de las revoluciones menos conocidas a nivel mundial, la de 1952, pero de la que los revolucionarios tienen muchas lecciones que aprender.

Me sorprende que ante un golpe tan terrible como su pérdida, siento viejas heridas cerrar y ahora, con nuestras propias experiencias como hijos adultos, encontramos respuestas a preguntas que nunca le hicimos, a reproches que se desvanecen en el aire. Aunque nunca hubo muchos.

Como dice mi hermano Iván que, tuvimos mucha suerte de tenerte, de haber recibido tu amor incondicional, nos diste cariño con generosidad absoluta, eras el puerto seguro al que siempre podíamos volver, el interlocutor que aportaba para ayudarnos a pensar. Siempre nos respetaste como personas y nos dejaste desplegar nuestras alas, seguir nuestro propio camino. No nos criaste para el mundo en el que vivimos, sino para el que soñaste, y eso no es siempre fácil.

Porque tuvimos mucha suerte en tenerte y nos dejaste tanto, nos sentimos un poco avergonzados, porque como vos decías al final de tu enfermedad, que había muchos, en situaciones mucho más jodidas y nos toca como familia aceptar que, no eras solo nuestro, sino de tus compañeros de lucha, de tus amistades y que también nos toca consolarlos, porque muchos sienten tu pérdida. Sus lágrimas y sus palabras nos abrazan.

Pero siendo tus compañeros, no podría ser de otra manera, ellos no solo sienten la pena, sino que saben la urgencia que hay para trasmitirle a la juventud, a las filas de la FT tu ejemplo y el de tu generación.

Cuando era una adolescente querías que vea ese mundo lleno de solidaridad, de hermandad, con gente dispuesta a entregar sus vidas a la revolución, militantes de altísimo nivel, a los que respetabas mucho y me presentabas a cada uno de ellos, transmitiéndome esa admiración: Raúl Godoy, Emilio Albamonte, Freddy, Claudia Cinatti, Chingo, José Montes y Mario Caballero, al que quisiste tanto como amigo. Te entusiasmabas hablando de Alejandro Vilca, de Nico del Caño y Myriam Bregman, de Pan y Rosas Bolivia, y la juventud del partido, en la pelea por el derecho al aborto.

Conseguiste que Caro de Neuquén, me adoptara como amiga cuando yo tenia 15 años y así encontré mujeres increíbles, como Gloria, Flor, Hidra y Mariela.

Compañeros cuentan tu rol en el PTS, en la FT, les agradezco, por que siempre fuiste muy humilde para hablar sobre vos mismo y ofrecías un balance sobre tu labor, siendo lo más objetivo posible.

Tanto cariño desparramado por el mundo papá, tu muerte es sentida por la familia dispersa, desde Londres donde la flaca y Seb te van a extrañar muchísimo, en Bolivia donde mi hermano y tus nietos te disfrutaron tanto. Alfo, tus hermanas, hermano y sobrines. Acá, en el corazón del imperio donde tus ideas y las de la revolución estallaran un día, porque como lo viste cuando nos visitaste, la clase obrera norteamericana es un gigante, esperando despertar para hacer la bella tarea de cambiar el mundo.

Tus convicciones las llevabas hasta en los huesos y con hilos invisibles de amor revolucionario, se unen las coordenadas desde las que llegan saludos por tu muerte, creando la imagen completa de tu internacionalismo.

Cómo voy a extrañar tus pasos largos, apurados, tu silbido alegre en las calles que recorrimos juntos, en La Paz, y en Buenos Aires.

Como familia queremos agradecer a todos los que nos acompañaron desde que papá enfermó, hubo muchos, y lamento no poder nombrar a todos, pero quiero que sepan cuanto nos conmueve su dedicación, como amigos y como camaradas. Gracias Oscar, Lia, Juan Manuel, Gloria, Claudia, Mariela, Diego. Gracias al compañero médico de La Plata, Horacio, por traducir un lenguaje ajeno a nosotros. Gracias mamá por haber estado con papá durante los momentos más duros, y ser tan fuerte. Gracias a mi compañero que te quiso como un padre.

Gracias papá, nos dejaste mucho, vives en nosotros, en tus escritos y en los momentos en que tocaste tantas vidas, con tu voz cálida, con tu entusiasmo para discutir política, arquitectura y arte. Tus “granitos de arena” como llamabas a tus aportes políticos, son parte de la gran experiencia política que es la FT y el PTS, tus compañeros sabrán cómo transmitir lo mejor de tu militancia a los nuevos militantes, a la juventud. Nosotros tus hijos, te prometemos vivir una vida plena, a fondo. Tus nietos, sabrán quién eras y cuanto los quisiste.