Gran expectación generó el fallo del caso de la joven de 29 años, quien recibió el apoyo masivo y sincero de gran parte de la población del país, en una jornada marcada por el cinismo y oportunismo de las autoridades.
Viernes 21 de abril de 2017
Mauricio Ortega, responsable del brutal ataque contra la joven Nábila Rifo, fue declarado culpable por el Tribunal de Coyhaique, en un fallo dividido, el día martes 18 de abril. La Fiscalía exige por lo menos 26 años de condena por los delitos de femicidio frustrado y lesiones graves gravísimas.
El fallo del “emblemático” caso, generó gran expectación en la población y un masivo apoyo y solidaridad hacia la joven, expresado en manifestaciones, protestas, mensajes a favor de Nábila vía redes sociales, entre otros. Un respaldo totalmente sincero, tras uno de los casos más crudos y salvajes de violencia hacia una mujer, en el último tiempo.
Sin embargo, y pese al honesto apoyo por parte de sectores amplios de la sociedad, el proceso judicial no estuvo exento de profundas polémicas y machismo contra la joven. Desde el misógino interrogatorio de la defensa, preguntando por la vida íntima y sexual de Nábila y buscando responsabilizarla del ataque; pasando por el tratamiento de medios de comunicación, como Canal 13 y su matinal Bienvenidos donde descriteriadamente difundieron el informe ginecológico de Rifo; hasta las cínicas muestras de “apoyo” por parte de autoridades, que se vieron obligadas a tomar posición tras el gran impacto producido por el caso.
A diferencia de lo anterior, durante todo este largo proceso, diversas organizaciones feministas y de mujeres jugaron un rol muy importante en la denuncia y difusión del caso, y de otros tantos que expresan que la violencia hacia las mujeres es una realidad totalmente estructural de esta sociedad patriarcal, y ajena a las prioridades de las autoridades y gobiernos de turno. Sin duda, la enorme valentía y entereza de Nábila fue el pilar fundamental.
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Tras el fallo del Tribunal que declaró culpable a Ortega, las muestras de apoyo y conformidad con los años de cárcel que arriesga, no se dejaron esperar. Y es que el caso de Nábila generó tanta indignación y repudio que es totalmente comprensible que exista una legítima rabia y “ansia de justicia” que busca ser canalizada por medio de una condena carcelaria.
Por su parte, el gobierno, por medio de la presidenta Bachelet, salió rápidamente a poner la cuña de “condena ejemplar” tras el fallo, con un tono de “se hizo justicia”. Pero, ¿realmente habrá justicia para Nábila y para todas las mujeres que siguen siendo profundamente violentadas?
El gobierno dice que este caso es “emblemático” y que las problemáticas que sufren las mujeres deben ser “prioridad nacional”; pero ¿de qué prioridad hablan cuando en lo que va del año han sido asesinadas más de 14 mujeres y por lo menos 25 corrieron la “suerte” de no estar muertas, tras salvajes femicidios frustrados? El combate real contra la opresión y violencia de género no es propaganda barata destinada al desenlace de una “terrible historia”, sino una práctica diaria y de vida que obliga a luchar por cambiar la sociedad.
De qué sirve el discurso de “prioridad nacional” cuando en concreto las autoridades no han impulsado ningún proyecto ni tomado ninguna medida para hacer cambios estructurales que de verdad puedan ayudar a combatir la violencia y prevenir los femicidios. Al contrario, políticos del régimen, empresarios, personeros de la Iglesia, autoridades varias, avalan y profundizan el machismo en la sociedad, la desigualdad social y objetiva entre mujeres y hombres, que las mujeres ganemos menos y no tengamos poder de decisión sobre nuestros cuerpos. En el fondo, son quienes defienden la sociedad capitalista y patriarcal.
Si la vida de las mujeres fuera prioritaria para la clase que dirige esta sociedad, no se explicarían los sueldos más bajos por el mismo trabajo, ni la furibunda prohibición al aborto; tampoco el aumento de la precarización laboral y de vida cuando se trata de trabajadoras, las pensiones aún más miserables, ni menos el constante aumento de los femicidios y la violencia de género.
Los discursos rimbombantes, pero vacíos, no son necesarios para comprender que nos matan y discriminan por estar ubicadas en esta sociedad patriarcal como personas de “segunda categoría”.
La propia Nábila Rifo afirmaba correctamente que su denuncia buscaba que las mujeres no tuvieran miedo ni se quedaran calladas si sufrían violencia de género, porque, en el fondo, como bien ella planteó, el profundo daño generado ya está hecho y nada lo borrará. En ese sentido, cualquier condena, por dura que sea, no cumplirá hasta el final el rol de “justicia”; no mientras siga en pie un actual modelo de sociedad, basado en la explotación de trabajadores y opresión hacia las mujeres.
Es difícil poder imaginar el dolor e impotencia que se siente tras vivir una situación así; pero, a la vez, se vuelve tan fundamental cuestionar más allá y extraer lecciones que sirvan para combatir esta terrible realidad.
Nábila volvió a poner en el tapete la salvaje violencia que existe en Chile y el mundo hacia las mujeres por el solo hecho de serlo. La crudeza de lo ocurrido mostró lo estructural del problema, y las mujeres en las calles demostraron que la lucha y organización son vitales en la batalla contra el machismo y el patriarcado.
El caso de Nábila hace aún más urgente el fortalecimiento de un masivo y potente movimiento de mujeres, en el país y a nivel internacional, que movilice y convoque a millones en la lucha contra la violencia hacia las mujeres; con el objetivo claro de que esta realidad no cambiará hasta el final mientras siga en pie el sistema capitalista, y que para transformar esto de verdad, es crucial la unión en la lucha con otros otros movimientos sociales, con las y los trabajadores, estudiantes, y otros sectores oprimidos de la sociedad.