“¿Qué Luciano?, ¿qué me importa?, cómo chapean con Luciano Arruga...”, fueron las palabras emitidas por un efectivo de la policía bonaerense el pasado lunes 15, en el barrio 12 de Octubre de Lomas del Mirador, partido de La Matanza. Esa noche, como trascendió en varios medios de comunicación, tres pibes fueron detenidos y golpeados por agentes policiales.
Miércoles 24 de septiembre de 2014
Dos de los detenidos son testigos en la causa de Luciano Arruga, desaparecido el 31 de enero de 2009. Una de las víctimas de la golpiza feroz, fue acusado de Resistencia a la Autoridad por negarse a ponerse contra la pared cuando los uniformados arribaron a la vereda de su casa, utilizando a un pseudo testigo del hecho.
En gran parte de la juventud esta noticia ayudó a entender el lugar que ocupamos en la sociedad, la estigmatización de la pobreza, la impunidad de las fuerzas represivas del Estado al momento de golpearnos y ejercer violencia física, psicológica y verbal, en los lugares habituales donde nos desarrollamos. Esto también implica la necesidad de una acción concreta: salir a las calles a luchar por nuestros derechos, para que estas situaciones no vuelvan a ocurrir y que desde los grupos multimedia sí se difundan, pero que no nos traten como “un caso perdido”. No somos menos, ni tampoco más que nadie, por eso mismo queremos ser respetados de igual modo, pertenezcamos a la clase media o baja; seamos estudiantes o trabajadores, hasta quizás ambas; seamos padres adolescentes o militantes de un partido político de izquierda.
¿Quién le permite a un policía pararnos en la calle a cualquier hora sólo por nuestro color de piel?, ¿quién es esa persona para agredirnos como lo hacen en nuestras manifestaciones?, ¿cuánto más tendremos que soportar para que se den cuenta de que no por ser jóvenes somos incapaces de comprender que acá hay algo que está fallando? A veces no sólo queremos ser reivindicados como aquellos que hacen algo para reformar lo que sucede, tampoco ser tildados de utópicos por exigir un verdadero cambio cuando vemos que a chicos de nuestra edad, que quizás jamás conozcamos ni sepamos cómo crecieron, cuántos hermanos tienen, a qué colegio van, son desaparecidos y asesinados con una gran complicidad de parte del Estado. No estoy cansada, estoy harta, y es momento de responderles: NO.