El ciclón tropical Yaku, que desde hace una semana viene ocasionando lluvias, vientos y desbordes de ríos en la costa del Perú y Ecuador, vuelve a poner en discusión la solidez del progreso capitalista en el norte del país. No es para menos.
Jueves 16 de marzo de 2023 09:20
Foto: Aldair Mejia
Las imágenes de huaicos que destruyen carreteras y viviendas, quebradas que se activan frente a miles de peruanos que observan cómo, en segundos, lo pierden todo, nos trae un déjà vu sobre similares desastres ocurridos en las últimas décadas.
La “reconstrucción con cambios”, política del régimen para restituir la infraestructura física dañada y destruida por el fenómeno de El Niño Costero, suena a chiste cruel cuando vemos las primeras consecuencias del ciclón Yaku: cerca de 60 fallecidos y más de 15.000 damnificados, y millonarias pérdidas que, según estimaciones, podrían superar los 4 mil millones de dólares.
El norte del país ha sido la “niña de los ojos” del espejismo del progreso capitalista en el Perú. El desarrollo económico de ciudades como Chiclayo, Trujillo, Piura y Tumbes, debido principalmente a la agroexportación, ha obnubilado las consecuencias de este crecimiento: millones de trabajadores del sector agroindustrial pauperizados que sobreviven con sueldos miserables, viviendas auto construidas cerca de la ribera o en quebradas de los ríos, proyectos de infraestructura inconclusos, crecimiento de la violencia y el sicariato.
¿Cómo responde el Estado que dirige Dina Boluarte al desastre ocasionado por el ciclón Yaku? Pues, lavándose las manos. En Tumbes, en medio de la desgracia, Boluarte reconoció que, hace varias semanas, el Servicio Nacional de Meteorología e Hidrología del Perú (Senamhi) había advertido que el fenómeno natural Yaku iba a afectar el norte del país, pero “no tenían cómo afrontar de manera inmediata” esta situación.
El mundo al revés, sí tuvo la capacidad de disponer dinero para compras de “emergencia” de gases lacrimógenos para la represión sanguinaria a hombres, mujeres y niños que protestan en las calles; pero no pudo hacer lo mismo para traer alivio para los afectados: el uso de motobombas para desaguar las viviendas y calles, brindar refugios, garantizar la reconstrucción de las casas, otorgar subsidios económicos para quienes lo perdieron todo. Mientras los congresistas gastan millones de soles en gollerías y viajes, lo “sólido” se desvanece entre lluvias y huaicos, y son los peruanos más pauperizados quienes cargan en sus hombros la crisis irresuelta.
La crisis del régimen de 1993 se refleja en las protestas de miles de peruanos contra el gobierno autoritario de Boluarte, pero también en la incompetencia del Estado para comprar motobombas y aliviar a los afectados por las inundaciones. El Estado actual representa los intereses de las clases capitalistas y no de la clase trabajadora, por eso se cruza de brazos frente a la desgracia. Por eso decimos que la crisis no se ha resuelto ni se resolverá en las urnas. No se ha resuelto ni se resolverá votando por el “mal menor”, como proponen algunos sectores que hoy plantean las elecciones como salida al antidemocrático régimen actual". No se ha resuelto ni se resolverá con medidas reformistas para “fortalecer” a un Estado construido para enriquecer a las élites depredadoras.
Frente a la incapacidad del gobierno solo queda la autoorganización de las poblaciones afectadas por los desastres naturales, como ya lo vimos, hace un mes, durante el huaico que enlutó a la población de Secocha (Arequipa), donde fueron los propios trabajadores quienes ayudaron a rescatar a los heridos y fallecidos. Este régimen no merece ningún voto de confianza.
Hoy, más que nunca, es necesario que los trabajadores, mujeres, campesinos y estudiantes tomen en sus manos la posibilidad de construir una perspectiva democrática y científica sobre los riesgos y desastres provocados por el desarrollo irracional del capitalismo sobre la naturaleza.