El cine mexicano ha retomado el tema fronterizo como una fuente de inspiración para retratar los problemas existentes en la interrelación de ambos pueblos a lo largo de la frontera.
Martes 21 de febrero de 2017
Primera de tres partes
México y Estados Unidos comparten más de tres mil kilómetros de frontera, por eso el tema fronterizo permeó en el séptimo arte, el drama de los mexicanos que viajaban al norte para trabajar, especialmente los que llegaron entre 1942 y 1964 con anuencia de los gobiernos de las dos naciones.
El cine mexicano cuando nació casi nunca miró al norte de la frontera, en la Época de Oro (1936-1949), se estaba enfocado en exaltar el nacionalismo y los valores nacionales, pasando el tiempo tuvieron que retomar temáticas más urbanas, los cabarets, pero era tanta la producción que se logró colar el “cine fronterizo”.
Los primeros ejemplos del tema de la frontera se abordan en los dramas, La china Hilaria (1938) de Roberto Curwood, y Adiós mi chaparrita (1939) de René Cardona, donde se toca el tema de la migración de los hombres a los Estados Unidos mientras las mujeres se quedaban. Aún de manera sesgada el tema es tocado, en Cruel destino (1943) de Juan Orol.
En Espaldas mojadas (1953) de Alejandro Galindo el tema de la migración se retoma con toda su crudeza: relata el viaje que tiene que hacer un mexicano para trabajar en los campos agrícolas de los Estados Unidos, sufriendo abusos y vejaciones. Frontera norte (1953) de Fernando Fernández describirá el ambiente de los cabarets de Tijuana y Rosarito, se muestra la frontera como fuente de corrupción y declive moral.
Desde este momento se plantean dos temas fronterizos: las historias de los inmigrantes mexicanos que sufren explotación y xenofobia; y por otro lado la frontera como un lugar fuera de la ley, donde los estadounidenses van a divertirse.