×
×
Red Internacional
lid bot

Opinión. Claudia Sheinbaum y los militares

Los primeros días del nuevo gobierno estuvieron marcados por la relación de la presidenta con los militares, con el eco sombrío de la masacre de 6 personas migrantes a manos del Ejército el mismo día que inició el nuevo gobierno.

Sábado 5 de octubre de 2024

De Campo Marte, Ciudad de México, a Veracruz, la mandataria protagonizó distintas ceremonias protocolarias junto a los uniformados, luego de las disculpas públicas por la masacre de Tlatelolco, en las cuales solo aparece como responsable el ex presidente Díaz Ordaz y el Ejército queda implícitamente absuelto en la narrativa oficial, el mismo día que se dio a conocer el artero ataque de militares contra migrantes, que dejó un saldo de 6 personas fallecidas.

Al día siguiente, el pasado miércoles 3 de octubre tuvo lugar del emblemático Campo Marte -campo deportivo del Ejército y uno de los lugares donde el Ejército torturó y asesinó a personas detenidas durante la Guerra Sucia entre la década de 1960 y la de 1980- la “Salutación”, una ceremonia en la que los titulares del poder ejecutivo renuevan sus votos con las fuerzas armadas, para “renovar la confianza civil” en las instituciones represivas del Estado.

Sheinbaum, presidenta y comandanta suprema de las fuerzas armadas, saludó a los mandos y tropas del Ejército, de la Marina y de la Guarda Nacional, y en consonancia con su antecesor López Obrador subrayó el origen popular del Ejército y su confianza en su “tradición civilista”. “Tengan la certeza de que, por nuestro origen humanista, por el profundo respeto que tengo a las Fuerzas Armadas, nunca emitiré orden alguna que vulnere el orden constitucional o los derechos humanos del pueblo de México”, sostuvo.

La resonancia de la voz “comandanta”, una conquista del lenguaje inclusivo, trae la memoria de otra, la Comandanta Ramona (1959-2006), una figura radical de la primera etapa del levantamiento zapatista. Las casualidades no existen, tampoco en el ámbito de la política, y la recreación de la figura disruptiva de la forma de nombrar a una luchadora social sugiere una búsqueda de apropiación en el imaginario colectivo del liderazgo femenino, legítimo exclusivamente en el terreno institucional según la Cuarta Transformación.

Rasga los oídos la “tradición civilista” de las fuerzas armadas mexicanas, que no dieron golpes de Estado en los tiempos del Plan Cóndor impuesto desde Washington a toda América Latina, desde el río Bravo hasta la Patagonia, pero que en México de todas maneras buscaron silenciar la lucha contra el autoritarismo de la “revolución hecha gobierno” del PRI. Instituciones “civlistas” porque no osaron ocupar Palacio Nacional, pero expertas en desapariciones forzadas, torturas, ejecuciones y vuelos de la muerte, cuya furia de cancerberos se desata contra personas migrantes, como sucedió en la costa chiapaneca el mismo día de la asunción de Sheinbaum. Un marasmo de racismo institucional y de xenofobia funcionales a las órdenes de la Casa Blanca: impedir por todos los medios posibles que las personas migrantes lleguen a territorio estadounidense.

Masacres, tradición castrense

En Campo Marte, Sheinbaum salió al ruedo al debate público en curso con la reforma que pasó la Guardia Nacional al control de la Sedena, impulsada por el expresidente López Obrador, quien durante todo su sexenio, de manera incansable, buscó reedificar la legitimidad de las fuerzas armadas ante la sociedad.

“Para los que critican que esto es militarización, es totalmente falso. En nuestro país no hay Estado de excepción, no hay violaciones a los derechos humanos. Lo que hay es más democracia, más libertades y Estado de derecho. Además, la comandanta suprema de las Fuerzas Armadas es electa por voto popular, es una civil. Orgullosamente, las Fuerzas Armadas tienen una tradición civilista. Esto significa que honrosa y lealmente siempre han obedecido al mando civil, como lo establece la Constitución”, expresó la mandataria, mientras las imágenes de los migrantes baleados por Ejército se multiplicaron en redes sociales. Rostros surcados por el horror y la incredulidad ante una muerte violenta a manos de los uniformados. Vidas y sueños de un futuro mejor arrebatados por esa maldita costumbre de matar de los integrantes del Ejército que se saben protegidos por el gobierno de la Cuarta Transformación.

La conmemoración de la promulgación de la Constitución federal de 1824 y los 203 años de la creación de la Armada de México en Veracruz tuvo como protagonista también a la titular del poder ejecutivo, acompañada por Ricardo Trevilla Trejo, titular de la Secretaría de la Defensa Nacional, Raymundo Pedro Morales Ángeles, titular de la Secretaría de Marina, y Rosa Icela Rodríguez, titular de la Secretaría de Gobernación, entre otros funcionarios.

“Al recordar la valiosa herencia de la Constitución de 1824 renovamos nuestro compromiso como pueblo, como Gobierno, junto con sus Fuerzas Armadas civilistas, leales, disciplinadas, que no solamente representan al pueblo de México, sino que dan su vida por el pueblo y por la nación”, declaró en su discurso la presidenta.

Sin embargo, los integrantes de las Fuerzas Armadas no dan la vida por el pueblo, más bien se la arrebatan, como sucedió en la masacre de Iguala (Guerrero, 2014), la de Tlatlaya (Estado de México, 2014), en la de Acteal (Chiapas, 1997), en la de Aguas Blancas (Guerrero, 1995), y tantas otras.

Securitización del ámbito civil

Aun cuando Sheinbaum rechace el nombre “militarización”, así se llamada el proceso de securitización, de transformar problemas del ámbito económico, social o político en asuntos de seguridad, un proceso que no exclusivo de México -en Colombia, Ecuador y Perú se desarrollaron procesos similares- pero acá tiene la particularidad de la reivindicación del ethos militar que en otros países latinoamericanos es inviable.

Con Ayotzinapa se expuso la responsabilidad del Ejército-y del Estado en la masacre de Iguala y en las desapariciones forzadas de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Isidro Burgos -ante millones de personas que nos manifestamos en las calles. Se hizo evidente entonces la imbricación de las fuerzas armadas con el crimen organizado y tambaleó la “estrategia de seguridad” ordenada desde el imperialismo estadounidense de militarizar el país en nombre del “combate contra el narcotráfico” que alentó la proliferación de fenómenos terribles como los feminicidios, los desplazamientos forzados, las desapariciones.

Así fue López Obrador -quien ante la crisis de representación abierta en 2014 postuló la vía electoral para institucionalizar las aspiraciones democráticas de las mayorías- cuando llegó al gobierno, en tanto estadista inscripto en las ideas del nacionalismo burgués de Lázaro Cárdenas- se apresuró a construir el relato oficial según el cual las actuales fuerzas armadas devienen de la revolución mexicana iniciada en 1910. A eso sumó los múltiples encargos a los mandos de las fuerzas armadas para que administren megaproyectos como el Tren Maya, el corredor transoceánico, así como el control de las aduanas, puertos y aeropuertos, la ejecución de obras públicas como los Bancos del Bienestar o durante la pandemia la distribución de las vacunas son los que permitieron a la Cuarta Transformación, la revolución pacífica de las conciencias, en legitimar y fortalecer a instituciones asesinas de luchadores y luchadoras sociales cuya función es garantizar la paz social para los grandes negocios capitalistas.

Que el humo del copal que flota en el aire con la toma de protesta de Claudia Sheinbaum no vele ante nuestros ojos el nefasto papel de las fuerzas represivas. No podemos perdonar, ni olvidar los crímenes de Estado. No podemos reconciliarnos con las fuerzas armadas creadas para proteger las riquezas y privilegios de quienes explotan y oprimen a la clase trabajadora y los sectores populares.