Etiopía atraviesa por uno de los momentos más tensos de su historia abriendo la posibilidad de la iniciación de nuevos y viejos conflictos armados a nivel nacional, con implicancias impredecibles para el futuro.
Santiago Montag @salvadorsoler10
Miércoles 9 de diciembre de 2020 21:36
Hace poco más de un mes, el 4 de noviembre, el primer ministro de Etiopía, Abiy Ahmed, lanzó un ataque contra la región de Tigray, a partir de un supuesto asalto contra una de sus bases por el partido gobernante local, el Frente Popular por la Liberación de Tigré (FPLT). Desde entonces la región de Tigray, donde viven 6 millones de personas, sufrió un corte de internet y comunicaciones, con lo cuál se hizo muy difícil saber con exactitud la situación poblacional y el estado de los combates. Lo que es seguro, al menos 1 millón de personas abandonaron sus casas y se estima que 50,000 se instalaron en campos de refugiados cruzando la frontera con Sudán.
Recientemente el primer ministro anunció la victoria sobre el FPLT luego de la conquista de su principal bastión, la capital Mekele, aunque los combates entre las fuerzas locales y nacionales continúan por todo el territorio tigriño.
En diálogo con La Izquierda Diario, Fernando Duclós, periodista reconocido por sus viajes en África y Asia bajo el nombre de Periodistán, y conocedor de la realidad política y social de 15 países de África, entre ellos, Etiopía, señaló que "Lo que pasa en el país está más sujeto a componentes étnicos con disputas territoriales y de poder que una puja entre distintos modelos de desarrollo. El poder estuvo históricamente en manos de la etnia tigriña, hoy cambió de manos y no lo toleran". A lo que podemos agregar, que en Etiopía esto significa una pelea sobre quién llega a dominar desde lo alto la economía del país.
La crisis de Etiopía pone en peligro no solo la integridad de 110 millones de personas. Sino que las consecuencias de la fragmentación de Etiopía tendrán repercusiones sobre la débil estabilidad geopolítica y social a escala regional en el “cuerno de África”, dispando desde crisis económicas, de refugiados e incluso mayores enfrentamientos armados de grupos tribales, étnicos o religiosos.
Las raíces de un conflicto histórico
Van varios meses de tensiones latentes entre los líderes de la región de Tigray y el gobierno central en Addis Abeba -comandado por el popular Abiys Ahmed- se convirtieron en un conflicto militar abierto que amenaza llevar al país a una guerra civil total.
Para comprender las raíces de estas tensiones debemos recapitular un poco de historia reciente.
En 1974 Haile Selassie es derrocado por un golpe militar a partir de debilidad por la intensas movilizaciones impulsadas por la crisis económica y graves sequías. Este golpe conforma el Derg una especie una junta militar “socialista” vinculada a la Unión Soviética durante la Guerra Fría que mantuvo varios rasgos de opresión del gobierno de Selasie. Por otra parte, se abre una extensa guerra civil que durará hasta 1991.
La caída de la URSS dejó debilitado al Derg, y fue derrocado militarmente por una coalición de partidos armados de base étnica: el Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope (FDRPE). Esta coalición, liderada por FLPT, se convertirá en la base del gobierno posterior articulando una alianza entre las principales fuerzas étnicas y políticas del país, algunas nacidas en vísperas de la caída del emperador Haile Selassie en 1974: la Organización Democrática del Pueblo Oromo, el Movimiento Democrático Nacional Amhara y el Frente Democrático de los Pueblos del Sur de Etiopía.
De allí nació la actual República Democrática Federal de Etiopía basada en el reparto del poder entre estos partidos que concentraban las armas. El FPLT logró hegemonizar la coalición durante años sobre un sistema de federalismo étnico otorgando a todas las naciones y pueblos que forman parte de la recién fundada república, autonomía y el derecho a separarse de la federación cuando lo consideren oportuno. Algo que por supuesto jamás se respetó.
La fragmentación política y social se hizo más evidente desde esa etapa hasta la actualidad, en un país con de alrededor de 110 millones de habitantes divididos en 82 etnias y tribus, donde persisten grupos armadas autónomos y paramilitares. La estrategia política del FPLT fue la de conformar un Estado étnico federal para brindarle autonomía a cada región dividiendo el territorio en 9 estados. Esto le permitió a los gobernantes de Tigray alcanzar influencia sobre el resto del país, ya que la etnia tigriña alcanza un 6% de la población, mientras los oromo y ahmara juntas llegan al 60%.
Cada uno de los estados estaría dominado por una etnia central, y todos aquellos que no suscriban a ellas no obtendrían derechos civiles. En este marco, Fernando nos cuenta que "luego de que se dictó la constitución federal, el sentimiento regional se volvió más fuerte que el nacional, incluso mucha gente, por ser de una etnia minoritaria, se llegó a sentir extranjera en su propio país".
El lineamiento estratégico del FPLT estuvo sostenido por toda la coalición FDRPE que dominó el parlamento desde las primeras elecciones “democráticas” en 1995, siendo en los hechos un régimen de partido único que persiguió a la oposición política. Una de las primeras medidas que tomaron desde el gobierno central fue establecer relaciones con el FMI e implementar las reformas necesarias para ir ingresando lo más rápidamente al mercado mundial.
En aquellos años también se independizó Eritrea (1993), que en un principio fue un aliado comercial de Etiopía, pero hacia 1998 las potentes sequías impulsaron el sangriento conflicto militar que dejó alrededor de 100,000 muertos entre ambos países hasta la firma de la paz en 2018.
Los tigriños del FPLT jugaron un rol central en la dirección del gobierno durante muchos años y fueron vinculados al aumento de la pobreza del país, acusados de corrupción y de controlar la mayoría de los recursos del país, además de ser responsables de gran parte de la represión política, ideológica y étnica.
Juego de Tronos etíope
Hacia 2018 el primer ministro Hailemariam Desalegn en ese momento es forzado a dimitir por la presión de tres años de manifestaciones y tensiones a escala nacional. El parlamento votó a un primer ministro, de origen oromo (el primero en llegar al poder) y de los servicios de inteligencia militar: Abiy Ahmed.
Este cambio de trono en Etiopía se consideró como una oportunidad para Estados Unidos de interrumpir el avance chino en África. Ya que, el FPLT ha construido fuertes vínculos con el gigante asiático basadas en un modelo de desarrollo que contenga a Beijing como principal socio comercial. En este sentido, no sorprende que los diplomáticos estadounidenses hayan participado activamente en los acontecimientos que rodearon el nombramiento.
Abiy avanzó con reformas democráticas y políticas para consolidarse en el poder y calmar la "rebelión oromo y ahmara", ambos grupos étnicos que en conjunto representan dos tercios de la población. Estas medidas fueron desde mayores derechos para la mujer, hasta la legalización de partidos políticos y libertad de prensa. Además de liberalizar el mercado etíope e integrar al país en la OMC. Lafirma de la paz con Eritrea le valió la simpatía internacional por darle fin a uno de los conflictos más largos del siglo, siendo galardonado con el Premio Nobel de la Paz en 2019, pero criticado por Tigray como una amistad “sin principios”. Entre otros logros internacionales aportó al acercamiento entre los países del “cuerno de África”, y a los avances en la paz entre los grupos insurgentes en Sudán y Sudán del Sur. En el plano económico avanzó con un plan de privatizaciones promovido por Estados Unidos.
También logró una enorme popularidad hacia adentro del país bajo el lema “Un amor, una Etiopía”, calmó las protestas y alcanzó un alto crecimiento económico sostenido del 7,7% hasta el inicio de la pandemia. Su discurso está basado en la unidad nacional y la reconciliación entre las tribus dando muestras como la liberación de cientos presos políticos.
Sin embargo, el “pasado glorioso” al que Abiy apela constantemente no fue definido por la “unidad”, sino por componentes de “control” y la opresión hacia los pueblos desde la conformación del Estado moderno etíope. No hay momento en la historia etíope donde los pueblos estuvieran unidos plena y voluntariamente, simplemente fueron controlados por autoridades centralizadas en Addis Adeba que ignoraron las diferencias culturales y sociales. Por esto es que la oposición se basa en que está tratando de convertirse en el nuevo "emperador" de Etiopía y una vez más librar una guerra contra la “diversidad, la democracia y la libertad” bajo el nombre de la unidad nacional.
Tambores de guerra del 2020
Duclós, señala que "Lo que pasa en el país está más sujeto a componentes étnicos con disputas territoriales y de poder que una puja entre distintos modelos de desarrollo. El poder estuvo históricamente en manos de la etnia tigriña, hoy cambió de manos y no lo toleran". Y luego agregó que "Abiy Ahmed es de la etnia oromo, que ha sido muy discriminada desde que se dictó la constitución federal. Entonces ahora los tigriños se vieron desplazados de los puestos de poder... cuando uno de una etnia llega al poder pone a los suyos, y en África la correligión política está muy vinculada a las etnias".
A esto podemos agregarle el análisis de Kassahun Melesse en Foreign Policy, cuando dice que "esta guerra es una batalla por el control de la economía de Etiopía, sus recursos naturales y los miles de millones de dólares que el país recibe anualmente de donantes y prestamistas internacionales. El acceso a esas riquezas es una función de quién encabeza el gobierno federal, que el TPLF controló durante casi tres décadas antes de que Abiy llegara al poder en abril de 2018, luego de las protestas generalizadas contra el gobierno liderado por el TPLF."
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Por esto, varios analistas identifican el punto de inflexión cuando Ahmed, decidió en 2019 romper la coalición gobernante para construir un nuevo frente, el Partido de la Prosperidad, al que se le sumarían todos los partidos tradicionales de base étnica, menos el FPLT de Tigray que fue desplazado. Para este partido norteño, la estrategia de Abiy Ahmed es petardear el federalismo étnico para regresar a un sistema centralizado.
La disputa escaló a un punto crítico en septiembre de 2020, cuando Tigray desafió al gobierno central a celebrar sus propias elecciones regionales, ya que el gobierno central, que había pospuesto las elecciones nacionales debido al coronavirus, las calificó como ilegales. La brecha creció en octubre, cuando el gobierno central suspendió la financiación y cortó los lazos con Tigray. La administración de Tigray dijo que esto equivalía a una "declaración de guerra".
Las tensiones aumentaron. Luego, en lo que International Crisis Group denominó un descenso "repentino y predecible" al conflicto, Abiy dijo que Tigray había cruzado una "línea roja". Luego acusó a las fuerzas del FPLT de atacar una base del ejército para robar armas. "Por tanto, el gobierno federal se ve obligado a una confrontación militar", dijo Abiy. Desde entonces, el Premio Nobel de la Paz con el apoyo de drones de Emiratos Árabes Unidos, sostiene una ofensiva contra el estado “insurgente” de Tigray, apuntando a objetivos civiles acompañado de un estado de emergencia de 6 meses.
En pocas semanas el ejército federal avanzó rápidamente hasta capturar la capital de Tigray, Mekele. Pero no es suficiente, el conflicto se vuelve cada vez más atroz. Hay informes de masacres perpetradas contra la población civil con saldo de centenares de muertos. Se habla del asesinato de 600 civiles.
Etiopía se ha convertido en un país muy importante a nivel regional en los últimos años. Ha logrado gran influencia y establecido acuerdos económicos y geopolíticos de importancia estratégica con China, pero también con países limítrofes como Sudán y Yibuti. Además, Etiopía es frecuentemente mencionada por mantener un Estado unificado e independiente del colonialismo europeo a lo largo de su historia. Pero internamente es un complejo mundo de pueblos que disputan su autonomía al gobierno central. Esta es la base de la guerra contra Tigray que está tirando abajo nuevamente los mitos sobre un renacimiento etíope. Más bien se trata de una ofensiva represiva contra el federalismo que quieren sostener la mayoría de los estados del país.
Fernando nos comenta que Eiopía tiene características muy particulares que hacen que "todo lo que pasa en Etiopía es muy etíope" por sus diferencias con el resto de los africanos "como dicen ellos, está en África pero no es África". Sería "difícil que se expanda una guerra así" al plano internacional africano, "excepto Eritrea que son básicamente etíopes". En el caso de Yibuti "sería difícil que se expanda el conflicto por la cantidad de intereses que hay juego ahí". Y finaliza diciendo que "toda la región es muy convulsa, creería que este conflicto es muy local que viene arrastrado de una federación con muchas diferencias étnicas donde primó el orgullo nacional, pero que pareciera está empezando a resquebrajarse lamentablemente".
El sitio de análisis estratégico Stratfor dice que “Una confrontación violenta en Tigray corre el riesgo de desencadenar otros conflictos étnicos y regionales en Etiopía si Tigray tuviera éxito llevando a los líderes regionales a calcular que ellos también pueden desafiar al gobierno de Abiy y limitar sus intentos de fortalecer el control federal sobre sus regiones”.
La situación es muy inestable, ya van varios conflictos étnicos que han estallado en 2020, incluidos los disturbios tras el asesinato el 29 de junio del músico y activista oromo Hachalu Hundessa, que precipitó una represión del gobierno contra los activistas oromo. Más recientemente, han estallado enfrentamientos entre grupos rivales Afar e Issa por ciudades en disputa. Por otro lado, Etiopía ha encontrado un lugar destacado en los escenarios que se avecinan por sus recursos hídricos estratégicos como las afluentes del Nilo Azul en el lago Tana, que generan tensión hacia un enfrentamiento directo con Egipto y Sudán.
La desestabilización en Etiopía podría convertirse rápidamente en una crisis a nivel del territorio etíope más profunda que dañaría las iniciativas de estabilidad que Addis Abeba ha fomentado anteriormente, socavando o incluso revirtiendo la paz con Eritrea.
Las hipótesis de una balcanización a nivel nacional pone en riesgo no sólo los objetivos estratégicos de Abiy Ahmed. Sino también, por un lado, los de objetivos geopolíticos de China y Rusia que están penetrando fuertemente en la región; y por otro, el regreso de Occidente en toda el África Subsahariana, donde el imperialismo norteamericano encontró una ventana importante con Etiopía. La carrera por los recursos estratégicos en África en general entre los Estados están avivando las llamas de antiguas disputas inter-étnicas y religiosas, e incluso llevando a enfrentamientos bélicos entre potencias regionales (como las tensiones entre Egipto y Etiopía) en un continente hambriento y desangrado desde hace siglos.
Santiago Montag
Escribe en la sección Internacional de La Izquierda Diario.