Hacemos un trabajo que a diario coexiste con la inseguridad, el hacinamiento, los feminicidios, la pobreza y la explotación, mientras los políticos del régimen presumen de los servicios que con nuestro trabajo garantizamos.
Miércoles 12 de septiembre de 2018
Las trabajadoras y trabajadores del DIF somos quienes en condiciones de precarización, hacemos un trabajo que a diario coexiste con la inseguridad, el hacinamiento, los feminicidios, la pobreza y la explotación. Miientras que los políticos del régimen - que han garantizado estas condiciones sociales- son los que se quieren lavar la cara con los servicios que con nuestro trabajo garantizamos.
Existe una relación muy próxima entre el pueblo pobre, los sectores más vulnerados, y las trabajadoras y trabajadores del Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF). La pobreza se siente, se ve, se vive en todo el territorio nacional.
Las estadísticas están de más cuando escuchas por doquier exigencias puntuales en torno al salario que es insuficiente para el cierre de la quincena o para atender las necesidades más básicas, como pagar algún servicio médico frente a una enfermedad.
Hay quienes se encargan de desviar la atención de la pobreza. Por un lado están los medios de comunicación y los políticos que replican frases como: “Eres pobre porque quieres, porque no te esfuerzas”, y por otro lado somos millones quienes madrugamos, sudamos, nos estresamos y vendemos nuestra fuerza de trabajo por migajas.
Hasta podríamos presumir de ser uno de los países a nivel mundial con mayores índices de productividad y más horas de trabajo, Dejamos nuestras vidas ahí, sin que nos quede tiempo para la familia, para recrearnos o para descansar.
En este contexto de exigencias y frases vacías, los políticos que gobiernan al servicio de los empresarios tiene el descaro de pavonearse con la implementación de programas sociales que intentan "subsanar" las crisis que ellos han abierto a la vez que implementan y aplican las reformas que garantizan la mayor explotación y la precarización de las condiciones de vida y se enriquecen con sus salarios millonarios desdeñando la realidad de los millones de trabajadores y los sectores más vulnerables.
Como si con ello no fuera suficiente, desvían grandes cantidades de los recursos públicos que van directo a sus bolsillos, apropiándose del dinero que a los trabajadores les quitan de su salario cada mes a través de los impuestos.
Las trabajadoras y trabajadores del DIF somos quienes caminan durante horas a fin de acercar esos programas y servicios a la población; somos quienes coexistimos con la inseguridad, el hacinamiento, con los feminicidios, con las personas más vulneradas por este sistema económico, el capitalismo, que es rapaz por naturaleza.
En la mayoría de los casos hacemos este trabajo en las peores condiciones de precarización, sin contar con seguridad social, seguro de vida, viáticos, vehículos institucionales y con total desamparo de la institución que nos hace firmar un contrato que ni siquiera reconoce nuestra relación laboral con el gobierno.
No es de extrañarse entonces que sepamos que los programas sociales allegados al pueblo pobre no son suficientes para frenar la pobreza cuando ésta aumenta de forma desmedida desde hace más de dos décadas y la violencia es garantizada por las estructuras del Estado mismo.
Somos el pueblo pobre y los trabajadores los únicos que podemos detener esta situación, no podemos confiar en que las soluciones vengan de los programas sociales que solo quieren lavar la cara del régimen político. Solo la organización y la lucha de quienes movemos el mundo y padecemos sus peores condiciones puede garantizar la conquista de mejores condiciones de vida.
Confiar en el trabajo y los vínculos cotidianos que tejemos entre los trabajadores y el pueblo pobre es primordial, organizarnos y hermanarnos en la lucha contra estas condiciones implica plantearnos una salida al capitalismo que la realidad misma nos pide.