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Red Internacional
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DOCUMENTAL. Cómo el arte “desnudó la vida” de Nina Simone

“El nuevo arte no sólo desnudará la vida, sino que le arrancará la piel.”, fue la frase, dicha cierta vez por León Trotsky, que me vino a la cabeza al reflexionar sobre el documental “ What Happened, Miss Simone?”

Jueves 16 de julio de 2015

Negra y pobre en pleno período de agitación de la lucha por los derechos civiles de la población negra norteamericana en las décadas del ’50 y ’60, Eunice Kathleen Waymon dijo cierta vez: “No podíamos mencionar nada racial en nuestra casa. Yo no lidiaba conscientemente con la raza.” Así y todo, la cuestión racial pesaba sobre su espalda y la de su familia en cada acontecimiento, aunque mínimo: fue en la tradicional iglesia negra norteamericana que comenzó a estudiar piano; a partir de la bondad de una señora blanca comenzó a tomar clases de piano clásico; a los 17 años, aún con un conocimiento técnico raro, no fue admitida en el Instituto de Música Curtis.

Tal vez el germen de su conciencia racial se haya presentado en el episodio de su primer concierto, a los 12 años, cuando se rehusó a tocar hasta que sus padres retornaran a los lugares al frente de la platea que habían cedido a dos blancos.
Terminó estudiando en la escuela de Julliard y para pagar sus estudios empezó a tocar piano en el Midtown Bar & Grill, en la Avenida Pacific de Atlantic City, donde su patrón exigió que cantara también. A partir de ahí pasó a ser Nina Simone para que su familia no supiera que tocaba y cantaba la “música del diablo” para sustentarlos (como tantas mujeres negras lo hacían, aún sometidas a las crueles adversidades). Pero fue un punto fuera de la curva de la realidad de las mujeres negras, aún hoy, y pasó a ocupar un espacio cada vez mayor en el escenario de la música.

Lejos de ser un “don natural”, una especie de aptitud innata justificada por los blancos para eximirnos del papel activo en la construcción de nuestros saberes y de quienes somos, su talento y su genialidad requirieron entrega en muchos sentidos: una vida dedicada a los estudios y una piel negra emocionalmente entregada a los años ´60.

Una mujer que, al principio, deseaba ser la primer pianista clásica negra, encontró en el jazz y en el blues, expresiones artísticas máximas de raza negra estadounidense, el canal para identificarse y expresar las contradicciones raciales de su vida, su época y de millones de personas a su alrededor, dando lugar a una Nina intensa, visceral. Por medio de las letras y las melodías, del cabello y de las nuevas actitudes en el palco, de una especie de danza frenética que puede “hablar” de aquello que pasó a tener sentido, sobre la lucha negra. El asesinato de cuatro niños negros en la explosión de una iglesia en Birmingham fue la mecha. Y a través de la proximidad con Marthin Luther King, Malcom X y su esposa, Lorraine Hansberry, Panteras Negras, de las lecturas de Karl Marx y Lenin, buscó formación intelectual del movimiento por los derechos civiles y dio voz al sufrimiento y anhelo de los negros de tomar las riendas de su propia historia. Pero, al contrario del primero, decía: “¡No soy no violenta!”.

Resistencia: única respuesta admisible a la brutal violencia proporcionada por la elite blanca racista de su época. Resistir proporcionalmente al modo como atacaban era la salida. Obviamente, las elites blancas llevaban gran ventaja con las leyes, la policía y la ideología vigente a su favor. Pero Nina defendió la necesidad de mentes hechas y cuerpos listos, de invocar la ira de todos los dioses africanos demonizados por la cultura eurocéntrica, armándose y matando, si fuera necesario, para arrebatar un Estado separado para los negros.

“Toda mi vida deseé expresar mi sentimiento de prisionera, ese silencio atroz que transforma a todos los negros en encarcelados", que los hacen desconocer su ancestralidad, no enorgullecerse de sus trazos de identidad ni saber su origen. No da para escuchar Ain’t Got No – I Got Life de la misma forma. Sentimos orgullo de nuestro cabello, nuestra nariz, nuestra boca. Y esta concientización nos aproxima a la revuelta necesaria, nos aproxima a los esclavos insurrectos, ofuscados por la historia de los opresores.

Tal vez la relación que más mostró las contradicciones de la época en que vivía y la desgastó subjetivamente haya sido su casamiento con Andrew, un policía que abandonó la carrera para transformarse en empresario. La relación abusiva y el entendimiento inconciliable sobre la carrera y posicionamiento político de Nina evidencian el abismo entre ambos. El sentimiento de posesión y cosificación de su esposa se revelaba por los celos, estupro y maltrato físico – una realidad infelizmente común a tantas mujeres -, y también en la tentativa de coaccionarla a no posicionarse, en el monopolio administrativo y financiero de su carrera, en la tentativa de volverla comerciable en detrimento de la dura realidad que se imponía sobre su arte. En la práctica, hacerla desaparecer en cuanto sujeto social, mantener la invisibilidad de un ser humano cuya imagen no se encuadra en el perfil eurocéntrico, cuya historia se intenta borrar. El encantamiento inicial se encerró en el esfuerzo para mantener las apariencias, por el bien de los negocios y de la hija pequeña. La expresión máxima de su explotación (en cuanto ser humano, esposa y artista) fue el episodio en que Andrew literalmente la cargó hasta el piano (porque el show tenía que continuar y el negocio, facturar) cuando estaba en el límite del agotamiento emocional debido a una enfermedad más tarde diagnosticada como bipolaridad y depresión. Dos personas negras sumergidas en las contradicciones y efervescencias sociales de su época. Y con sentimientos y respuestas opuestas.

…y podrá “arrancar nuestra piel”?

“ ¿Cómo ser artista y no reflexionar su época?” También me cuestiono.

Convivir con Nina era, muchas veces, doloroso. La presión no venía apenas del miedo que sentía de su marido, sino también de las 19 personas que sustentaba mientras tantos caían a su alrededor, perdiendo la sanidad, asesinados uno a uno.
Cambios drásticos de humor la volvían violenta de un momento a otro, odiando todo y a todos. Las palizas destruían todo dentro de sí y el suicidio, así como la necesidad incontrolable de sexo, parecían una salida.

Tal vez en una esperanza desesperada de fuga para la sensación de paz y libertad la hayan conducido a Liberia, donde se refugió dejando atrás a su marido, a su hija y su carrera. Era el refugio para todo lo que dolía: casamiento, opresión racial, cantar y piano. Su talento se volvió su fardo. Toda la sensibilidad le arrancaba pedazos; es comprensible que haya encontrado en África un lugar familiar, confortable y que la eximiera de toda injusticia vivida en la piel y en la de tantos hermanos que hasta le parecían extensión de ella misma. Pero su conflicto interno no encontró paz, revelándose en la relación agresiva con su hija. Y el dinero en un momento se acabó, obligándola a retomar la carrera.

Se encontró perdida cantando en bares por 300 dólares la noche, viviendo en un departamento sucio en París. Los amigos la ayudaron, buscando comprender el porqué de los accesos de rabia repentinos, llegando al diagnóstico maníaco depresivo y bipolar.

Se sometió al tratamiento con remedios fuertísimos que comprometían las habilidades con el piano y anestesiaban sus emociones frente a la vida. Al menos permitió cumplir los acuerdos empresariales y encarrilar la carrera nuevamente.
Nina no murió debido al cáncer de mama en 2003; antes, murió en vida. Y la sociedad que forjó la artista brillante fue, en parte, la misma que la mató, día a día, lentamente, a través del racismo y capitulación de sus sueños para algo inofensivo.

En los momentos más agitados de lucha, esto era más claro. Cuando no hubo más movimiento por derechos civiles ni personas luchando, todos se fueron junto con la razón para cantar determinadas músicas. Solo le quedó la soledad que, por diferentes caminos, se hace tan familiar a la mujer negra.

¿Qué sería de Eunice Kathleen Waymon sin la revuelta de sus tiempos? Seguramente no sería Nina Simone. Sucede que el dolor resuelve la experiencia estética y se materializa en obras como las músicas de Nina. Nos sentimos un poco ella, sentimos un poco de ella y del movimiento por los derechos civiles de los negros cada vez que la escuchamos. ¿Cómo algo puede ser doloroso y bello al punto de arrancarnos suspiros y sonrisas? ¿Cómo puede ser tan lindo al punto de doler, de tocarnos como pinchazos? No sé. Y creo que la experiencia común con lo sensible no pueda ser verbalizado o directamente vuelto a formas de comunicaciones racionalizadas. En este sentido, la frase de Trotsky asume un papel muy importante para pensar el arte de hoy vislumbrando el futuro. Lo que Nina y tantos artistas célebres hicieron fue desnudar la vida, mostrar a pesar del peso, a pesar del dolor, a pesar de todo, el mundo en que vivimos. La conciencia es un escalón esencial de la escalera que podemos construir rumbo a lo nuevo. Y es en un nuevo mundo que el arte tendrá el poder de arrancarnos la piel, una metáfora hasta simple delante de la emoción que una obra podrá hacernos sentir, algo que hoy, tal vez, se manifieste en una forma ni tan común cuanto deseada a nuestras condiciones materiales y subjetivas: el estremecimiento. Lo que me motiva hacer del arte de Nina el arte común, de la militancia política la transformación para un mundo con nuevas relaciones, es la esperanza de no ser el dolor, pero sí, la libertad, nuestra fuerza motriz. La fuerza capaz de producir obras de arte pensadas a partir de otros paradigmas, elevándolas a un nuevo nivel.