Terminé la secundaria regularmente, concurría al turno tarde, así como hice toda la primaria. Mis viejos hacían grandes sacrificios para que yo pudiera estudiar. Mi papá, era carpintero y mi mamá limpiaba por horas.
Jueves 27 de diciembre de 2018 15:30
Ph: Osiris Martí
Recuerdo que las hojas de dibujo Nº 6 jamás las comprábamos en block, sino de a una. Era la época en que te mandaban a comprar algo y te decían: “andá y preguntá cuánto cuesta” y allá iba yo a la librería, dos veces, en la segunda, iba con el cambio justo, para 5 o 6 hojas rayadas y una para dibujo, los martes. “¿Cuánto vas a escribir? Con eso te tiene que alcanzar”, me decía mi vieja.
Hasta a Bariloche fui. Un tío muy bueno, que ya no está, terminó de pagar mi viaje, porque mi viejo estaba enfermo en esa época y no podía laburar.
Terminé 5to año y por esas cosas de la vida, empecé a trabajar antes de comenzar una carrera, contra todo pronóstico. Laburaba en una fábrica de envases plásticos, me quemaba las manos sacándoles la rebarba y después me las llenaba de tinta negra, al imprimirlos. Eran pomos de témpera.
Comencé la carrera de Letras, en Puán, a los casi 20 años, demoré en terminar el CBC. Salía de la fábrica y me iba de San Martín a Caballito, leía los apuntes en el colectivo. Así conocí a Valle Inclán, a Cortázar, Teoría y análisis, y los apuntes de Gramática, la cátedra de Kovacci. Una vez una compañera me dijo: “uh… tenés las manos negras… es la tinta de la máquina de escribir, ¿no?” Yo había estado todo el día imprimiendo pomos de témpera negra, y en la fábrica teníamos un cuartito en el que nos lavábamos las manos en un balde, con agua fría. Se me vino la imagen del balde y del jabón blanco a la cabeza, la miré y le dije: “sí, es la máquina de escribir”.
En esa época no entendía mucho. Después dejé. Años más tarde, volví, estudié un año más, dos cuatrimestres, ya no podía leer en los colectivos, llegaba a las 15 a Puán, corriendo, ahí ya trabajaba en Once, en una fábrica de té, las manos ásperas, la espalda reventada. Me sentaba contra la pared, me daba el sol de la ventana y me dormía. Literatura francesa. No pude disfrutarla, recuerdo “Rojo y Negro”, flor de novela. Salía a las 21, llegaba a mi casa a las 23, esa era la vida.
Pasaron casi 23 años, siempre digo que me encantaría volver, con otra perspectiva, porque ya no diría que la máquina de escribir me enchastró los dedos, ahora diría que soy una obrera, que no pude seguir estudiando en su momento, pero que mis viejos se rompieron bien el alma para que terminara la secundaria sin tener que laburar.
Ahora es otra la situación, cada vez precarizan más a les pibes, lo veo en mis compañeros de la fábrica, en sus hijos.
Los hijos de los obreros van a la nocturna, los obreros mismos van a la nocturna, las chicas después se reciben de técnicas en cardiología, en radiología, enfermeras, contaduría, a otras les gusta la psicología, la gastronomía y un largo etc etc.
¿Cómo hacés para terminar una carrera mientras estás laburando, si te cierran la nocturna? Una mujer grande, un hombre grande que después de criar a sus hijos encontró el tiempo para ponerse a estudiar, ¿Cómo hace si no puede terminar la secundaria? Siempre tienen que pagar los que menos tienen, los que dejan el alma para salir de la zanja. Siempre se la agarran con el que le cuesta todo mucho más.
El gobierno de Larreta quiere cerrar las escuelas nocturnas de la Ciudad, si esto pasa acá, es algo que puede avanzar indefectiblemente en la pcia de Buenos Aires y a nivel nacional.
Es brutal que todos los ajustes vayan a dar de lleno en el bolsillo del pueblo trabajador. Tenés que tener la mente muy chiquitita para tanta mezquindad.
Yo quiero que todos los pibes y las pibas de las fábricas que ahora están estudiando en la nocturna, cuando terminen, puedan caminar los pasillos de la facultad, puedan luchar contra el sueño que te cierra los ojos mirando las flores de los árboles de la calle por los ventanales.
Caminar por la avenida Pedro Goyena, toda arbolada, viendo los balcones de los edificios repletos de flores y enredaderas, cargada de sueños para un futuro en el que iba a ser escritora, fue la época más feliz de mi vida, sin dudas. La etapa de descubrir, de desafiar. Eso quiero para los pibes, para los obreros y para los hijos de los obreros. Que no nos nieguen el derecho de soñar, de crecer, de ambicionar una carrera, o de aprender por el solo hecho de saber, de conocer más.
La vida no es volver reventado en el bondi hacia tu casa, no es agachar la cabeza y darle al botón verde y no parar.
Hoy estoy orgullosa de ser una obrera, como lo fue mi mamá, de encender el botón verde y que mi cabeza sueñe con otro mundo posible, porque la vida es otra cosa.
No al cierre de las escuelas nocturnas, que no se salgan con la suya!!!