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No somos una hermandad. Cómo me hice monja

Algo de pasado barroco para la vida contemporánea. Transgresiones de convento, de Benedetta a la Monja Alférez en la ficción y en la vida real. Palestina, Islandia y Coronel Pringles o el lenguaje, la huelga y el libro.

Celeste Murillo

Celeste Murillo @rompe_teclas

Sábado 4 de noviembre de 2023 08:00

La Feria Internacional del Libro de Frankfurt es uno de los eventos editoriales más importantes del mundo. Una de las estrellas fue un proyecto llamado Sabiduría de convento: cómo las monjas del siglo XVI pueden salvar tu vida del siglo XXI. Si le hubieran dicho a Juana Inés de la Cruz que casi dos docenas de editoriales pelearían por conseguir los derechos de un libro sobre monjas en el siglo XXI pensaría en una burla o un milagro.

Las autoras del milagro son Ana Garriga y Carmen Urbita, dos especialistas españolas en literatura barroca que comenzaron a hacer un podcast casero durante su exilio académico en Estados Unidos, Las hijas de Felipe. El lema “todo lo que te está pasando a ti ya le pasaba a alguien en el XVII” resume algo de su mirada del pasado en búsqueda de reflexiones que pueden servir para pensar la vida actual, especialmente de las mujeres pero también sobre economía, arquitectura y bienestar, con incursiones en TikTok, reality shows y otros desbordes contemporáneos.

“Si echas la mirada a los siglos XVI y XVII para reivindicar unas genealogías del saber distintas y una indiscutible sociabilidad femenina, comprobarás que solo existían en los conventos”. Esto lo dice Ana Garriga en la revista Pikara y explica que no esconden las contradicciones con el catolicismo y con la institución religiosa que regía la vida entonces, “las monjas creaban unos ejemplos de sociabilidad femenina como los que se reclaman en el presente, una retórica de los cuidados y unas prácticas desgajadas de la hegemonía masculina (...) Y además dejaron una gran cantidad de material escrito, que es la única vía de acceso a la subjetividad femenina de ese tiempo”. Tampoco se hacen las distraídas con la tentación de abrazar la nostalgia de un “pasado mejor” frente a un presente precario: “puede ser muy peligroso, porque podemos empezar a reivindicar el papel de nuestra abuela obviando que, en realidad, aquello era un infierno diario”.

Sin solemnidad religiosa ni académica, en Las hijas de Felipe se asoma la heterogeneidad en los conventos: además de las devotas, no eran pocas las mujeres que llegaban buscando mejores condiciones de vida, casi la única oportunidad de estudiar, escapar del matrimonio por conveniencia o necesidad, algunas lesbianas, algunas rebeldes, algunas reaccionarias, algunas poderosas y muchas sin nada. Tampoco eran una hermandad.

Transgresiones de convento

En el episodio “¿Qué hace una lesbiana como tú en un convento como este?” aparece Benedetta Carlini, una monja italiana del siglo XVII. Las controversias ocupan una gran parte del expediente en los Archivos Estatales de Florencia que ilustran las investigaciones de la Iglesia católica sobre sus visiones de la Virgen María y Jesús. Pero lo que llamó la atención de la historiadora Judith C. Brown fueron las descripciones detalladas de las relaciones sexuales de Benedetta con la hermana Bartolomea, una novicia que confesó “corromperse” con ella mientras practicaban “actos impúdicos”.

El libro de Brown, Immodest Acts: The Life of a Lesbian Nun in Renaissance Italy (Actos impúdicos: la vida de una monja lesbiana en la Italia renacentista), inspiró la película Benedetta de Paul Verhoeven. Brown cree que la investigación oficial se convirtió “en un documento único para la Europa premoderna e inestimable por su análisis de áreas nunca exploradas hasta entonces de la vida sexual de las mujeres, así como de la mirada renacentista sobre la sexualidad femenina”. Europa castigaba de forma severa la homosexualidad masculina, detallada en códigos y manuales, pero aun cuando se consideraba a las mujeres más propensas a ceder sus “instintos sexuales” la homosexualidad femenina era casi inconcebible. Quizás más escandaloso que los actos impúdicos o el dildo (en la versión de Verhoeven para nada chequeada) fue que Benedetta pronunciara sermones cuando las mujeres no tenían derecho al discurso público, cuestionó las jerarquías que tutelaban la vida de las monjas (y de todas las mujeres) y se convirtió en una figura poderosa y popular en su ciudad, Pescia.

El episodio “La Monja Alférez” está dedicado a Catalina/Antonio de Erauso que nació en 1592 y de cuya vida existen varios registros, incluida una autobiografía. La nueva novela de Gabriela Cabezón Cámara, Las niñas del naranjel (Penguin Random House), recupera algunos hechos de la vida de Erauso y recrea otros entre la selva y las cartas a su tía, priora del primer convento donde fue internada a los 4 años (más tarde sería trasladada a uno más estricto, del cual huyó a los 15). Cabezón Cámara saca a Antonio de las filas del genocidio colonial y propone otro punto de partida iluminado por dos nenas guaraníes, Mitãkuña y Michi, la perrita Roja, dos monitos y dos caballos. Abrazado a una promesa a la virgen del naranjel, Antonio encarna otra relación del hombre y la selva, opuesta a la de explotación y destrucción.

En las conversaciones con Michi y Mitãkuña, en las canciones y las imágenes, el lenguaje se metamorfosea para contar el mundo nuevo, el de esa ¿familia o tribu? multiespecie fundada en el amor y el cuidado mutuos. Algo que me gustó mucho es el idioma propio de la novela que a veces suena barroco y a veces mágico, a veces se huele, se puede tocar o sentir como el río. A ese universo lo atraviesan reflexiones posibles acerca del desastre ambiental, la mirada única (colonial) sobre nuestra historia y todas las historias, sobre la vida y todas las vidas y el desafío a las formas estáticas, a la imposibilidad del cambio o la fluidez.

Gabriela Cabezón Cámara dijo en una entrevista o algo así que otras miradas y otras formas de pensar pueden ayudar “a no resignarnos al apocalipsis, a pelear y a encontrar el amor como red que sostiene la vida en la tierra de la que somos parte”. Siempre me interesan las lecturas que asocian el amor a la pelea por cambiar la forma en la que vivimos, como una forma de “repolitizar” el amor, un poco parafraseando a bell hooks que creía que era necesario devolverle al amor un lugar relevante en los debates de los movimientos contra la opresión (para no darle espacio a las religiones y el mercado pero sobre todo para construir algo nuevo).

El lenguaje, la huelga y el libro

Hablando de la Feria de Frankfurt, los organizadores suspendieron entrega del Premio LiBeraturpreis a la escritora palestina Adania Shibili por su novela Un detalle menor, que cuenta un episodio de violencia sexual de soldados israelíes contra una niña palestina en 1949 (un año después de la fundación del Estado de Israel), basada en hechos reales. Se adujo “solidaridad con Israel” pero fue censura. Adania Shabili recibió el apoyo de muchas escritoras, escritores y otras personas del ámbito editorial que rechazaron la decisión de la feria. En una entrevista de 2021 subrayaba la importancia del lenguaje, una batalla que crece a la vera de los ataques contra la población de la Franja de Gaza, cuando señala que es necesario “corregir la idea de que hay un conflicto entre Israel y Palestina. No hay un conflicto. Es un claro acto de poder, de colonización y de ocupación. Ese matiz es una cuestión de lenguaje”.

El martes 24 de octubre, las islandesas homenajearon la jornada histórica de 1975, cuando el 90 % de las mujeres no fue a trabajar para visibilizar su papel en la sociedad, especialmente el trabajo doméstico no remunerado, y para exigir mayor representación política (ocupaban el 5 % de las bancas parlamentarias). No salieron los diarios porque no había tipógrafas, el servicio telefónico no tenía operadoras, se cancelaron los vuelos porque las azafatas no fueron, las escuelas estuvieron cerradas igual que las factorías de pescado porque su mano de obra era casi exclusivamente femenina. Una protesta inundó la capital Reykjavik con 25.000 personas (más de un 10 % de la población, entonces de 213 mil habitantes). En 2023, la movilización puso en el centro la brecha salarial, que persiste a pesar de las leyes que la impugnan porque la desigualdad sigue siendo oxígeno para que el capitalismo respire.

“Mi historia, la historia de ‘cómo me hice monja’, comenzó muy temprano en mi vida; yo acababa de cumplir seis años” es la primera línea de Cómo me hice monja (Beatriz Viterbo, 1993) de César Aira. Una novela extraña que narra el recuerdo de un niño llamado César Aira, desdoblado en un yo masculino y femenino, acerca del incidente relacionado con un helado de frutilla que culmina con una muerte, un arresto y un secuestro. “Antes de eso no hay nada; después, todo siguió haciendo un solo recuerdo vívido, continuo e ininterrumpido, incluidos los lapsos de sueño, hasta que tomé los hábitos”. Si nunca leíste a Aira, esta alucinación literaria puede ser una buena excusa para empezar.

Este texto fue publicado en el newsletter No somos una hermandad. Podés suscribirte a este y otros newsletters de La Izquierda Diario y El Círculo Rojo.


Celeste Murillo

Columnista de cultura y géneros en el programa de radio El Círculo Rojo.

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