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Red Internacional
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Contra la Universidad Machista ¡Comisiones de Mujeres independientes!

Publicamos un artículo de Judith, de la Comisión de Igualdad de su facultad y militante de Pan y Rosas, denunciando la burocratización de este organismo y señalando la necesidad de organizarse en comisiones independientes.

Lunes 15 de mayo de 2017

No es novedad escuchar noticias sobre el acoso machista en las aulas, sobre todo el perpetrado de profesores a alumnas. Son pocos los casos que acaban saliendo a la luz, pero cuando lo hacen, causan un gran revuelo entre la comunidad universitaria.

Hay varios casos conocidos de profesores denunciados por acoso, siendo el más conocido el que trascurrió entre el 2007 y 2008 en la Universidad de Barcelona, cuando un alumno denunció a su profesor, catedrático de Sociología, por acoso sexual.

A raíz de estos hechos se produjo una avalancha de denuncias hacia el mismo profesor. Esto obligó a la decana de la misma Facultad de Economía a pronunciarse. Finalmente se llevó a cabo la apertura de un expediente disciplinario al catedrático sin ninguna represalia, alegando que los delitos ya habían prescrito en el momento de la acusación.

Antes de la creación de esta Comisión, ya existía un Plan de Igualdad en la Universidad de Barcelona, que contemplaba el bienio 2008-2009 y se ve reforzado con un segundo plan entre los años 2011 y 2013. Este Plan de Igualdad debía llevarse a cabo, según los informes, por las distintas Comisiones de Igualdad.

Los objetivos que se proponen desde este Plan son, entre otros, la “conciliación de la vida laboral, familiar y personal” y el “fomento de la perspectiva de género en la docencia”. Sin embargo, estos objetivos están lejos de cumplirse. Podría decirse que es la misma Universidad la que sienta las bases para impedir que se cumplan sus propios objetivos.

La subida de precio de las matrículas, que hoy roza los dos mil euros en las universidades públicas, los ajustes en los horarios con el aumento de la obligatoriedad de la asistencia a clase, la imposición de exámenes parciales o la eliminación de los exámenes de “recuperación”, son claros ejemplos de cómo se ataca la posibilidad de conciliar la vida familiar y laboral con la vida universitaria para la mayoría de las mujeres, debido a las cargas de cuidados y los trabajos precarios a los que están abocadas gran parte de ellas.

Es decir, si la Universidad pone dificultades a las mujeres en general, quienes soportan este peso sobre sus espaldas, son principalmente las estudiantes de clase trabajadora con menos recursos.

Está claro que enfrentar la violencia machista y las dobles y triples dificultades que sufren las mujeres universitarias no es una prioridad para el Rectorado. De hecho, si analizamos las Comisiones de Igualdad de la Universidad de Barcelona, vemos que no disponen de reglamento de funcionamiento fijo, dependiendo éste de cada facultad.

Las Comisiones están formadas por miembros de PDI, PAS y estudiantes, superando en número los primeros a los últimos por un margen importante (los estudiantes suelen representar únicamente entre un 15-20% de la comisión).
Los y las estudiantes integrantes de la Comisión de Igualdad únicamente pueden acceder al puesto mediante la obtención de representación en la Junta de Facultad, de la cual la presencia estudiantil ronda el 30%.

Por si con todos estos requisitos la Universidad no había dejado clara su posición, cabe recalcar que estas comisiones tampoco disponen de presupuesto fijo ni de periodicidad de las reuniones, a las cuales tampoco es obligatoria la asistencia ni colaboración. No existen en todas las facultades, y cuando existen, la mayoría de estudiantes y profesoras o no lo saben o no tienen claro para qué sirven ni para qué deberían servir.

De todo esto se deriva que las comisiones de igualdad sean en realidad espacios vacíos en los que las demandas de los y las estudiantes apenas tienen voto y donde las cuestiones relevantes se pierden entre entramados burocráticos que no llevan a ningún sitio.

En la práctica, este tipo de comisiones son algo más similiar a un “lavado de cara” para la Universidad, que a una medida realmente efectiva para enfrentar el machismo y la desigualdad.

Estos protocolos han sido puestos en marcha en tan escasas ocasiones que ni siquiera se cuenta con un número consistente para realizar estadísticas sobre los casos. Ni los conocen la mayoría de estudiantes y profesoras, ni han participado durante su elaboración.

La problemática de la violencia machista, dentro y fuera de las aulas, es una preocupación cada día más latente en las universidades. Ya son más de 30 feminicidios en lo que va del año, mientras que el 2016 se cerró con más de un centenar de mujeres asesinadas.

Cada vez son más las que tratan de organizarse para enfrentar la violencia patriarcal que las oprime en todos los ámbitos de sus vidas. En toda la Universidad de Barcelona hay más de 62.000 estudiantes, una gran parte de ellas son acosadas o violentadas dentro y fuera de las Universidades, sin embargo no ven en estas comisiones un espacio para organizarse y enfrentar esta violencia. Muchas de ellas, ni siquiera denuncian las agresiones sufridas en la propia universidad.

Ante esto cabe preguntarnos ¿se debe al mal planteamiento de protocolos? ¿o al desinterés y los obstáculos por parte de la universidad?

La Universidad “no es una isla aislada del resto de la sociedad”, y por eso mismo también está profundamente atravesada por la violencia machista y se erige sobre una estructura profundamente patriarcal.

Por todo esto, desde Pan y Rosas apostamos por comisiones de mujeres independientes de la casta universitaria, totalmente alejada de las principales problemáticas que afectan a la mayoría de las mujeres estudiantes y trabajadoras en la Universidad.

Es decir, comisiones que no dependan de la burocracia universitaria, que estén integradas por estudiantes y trabajadoras, tanto docentes como no docentes, y se propongan ser una verdadera herramienta para enfrentar la violencia machista en las facultades y despachos universitarios.

Es necesario que estas comisiones se pongan el objetivo de organizar a su alrededor a la mayoría de las mujeres y dejen de ser organismos aislados, desconocidos y burocráticos, para convertirse en espacios abiertos, accesibles y realmente democráticos.

Que sean el altavoz de las mujeres y expresen las exigencias y las demandas de la mayoría de ellas, como el reconocimiento y la visibilización del papel de las mujeres en la historia y sus aportaciones en todas las ramas de la ciencia y el conocimiento, algo que va en la dirección contraria a la eliminación de asignaturas y becas para las investigaciones de género; o la necesidad de implementar guarderías gratuitas para estudiantes y trabajadoras financiadas con los fondos de la propia universidad.

Por ello, es vital emprender una pelea para acabar con la larga lista de requisitos para acceder a dichas comisiones, sin abandonar las oportunidades para conquistar estos espacios para denunciar y exponer públicamente el machismo de la universidad, que queda reflejado el hecho de convertir organismos con funciones tan vitales como tienen las Comisiones de Igualdad, en espacios vacíos y totalmente burocratizados.