Frente a la enorme crisis actual es urgente que la docencia se ponga de pie junto a las familias y el conjunto de las y los trabajadores. Los sindicatos tienen un rol, que es ponerse a la cabeza para organizar una salida.
Viernes 20 de marzo de 2020 20:48
El Ministerio de Educación resolvió la suspensión de las clases. Las escuelas vacías, si bien ayudan a evitar la propagación del virus, no conducen a una verdadera salida a la altura de los acontecimientos. Sabemos que la realidad de las y los estudiantes es compleja y que no se resuelve con clases virtuales a las que pocos y pocas pueden acceder.
Hoy más de la mitad de las niñas y los niños del país son pobres y 1 de cada 10 viven en la indigencia. Está claro que las condiciones laborales y económicas de las madres y padres de nuestros estudiantes no son las mejores, que muchos están desempleados y que el PAICOR es quizás la única forma que tienen para que puedan comer sus hijos e hijas.
A la fecha, el Gobierno no asegura que las raciones de comida sean suficientes y de calidad para quienes las necesitan. Con la mayoría de las escuelas cerradas, el sándwich se ha convertido en la comida predilecta por los gobiernos. No se está haciendo entrega de módulos alimentarios para todos, ni se implementó un reparto domiciliario de viandas completas y adecuadas.
“A las 11:30 ingresamos al comedor y nos dan el sándwich para llevarnos a nuestras casas, lástima que el sándwich no llena mucho que digamos”, expresa una estudiante del nivel medio. Otra estudiante nos cuenta: “No puedo ir al PAICOR porque vivo lejos de la escuela, mi mamá es asmática y tiene EPOC, por eso no puedo salir”.
A estas realidades hay que sumarle que el Boleto Educativo Gratuito no se puede utilizar hasta el 31 de marzo, bloqueándose en caso de hacerlo. ¿Cómo llegan nuestras y nuestros estudiantes a las escuelas para poder comer?
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Solidaridad entre docentes y familias
Las “autoridades” tuvieron que tomar medidas, está claro que le tienen más miedo a la respuesta de un sistema de salud quebrado y desfinanciado, que al propio virus. Por eso mandaron a las pibas y los pibes a quedarse en sus casas para protegerse y estar seguros, pero ¿tendrán nuestras niñas, niños y jóvenes un techo para protegerse? ¿Con cuántos familiares estarán compartiendo el mismo espacio? ¿La realidad familiar será igual al de las escuelas donde no tienen jabón, toallas descartables, alcohol en gel y repelente? ¿Tendrán quiénes los y las cuiden mientras sus padres y madres tienen que ir a su trabajo precarizado, al que no pueden faltar por ser monotributistas? ¿O si salen a vender bolsas o pan casero o hacer alguna changa que llene el plato del día?
¿Qué estará sucediendo en el encierro con los pibes del Complejo? ¿Cómo estará actuando la prevención en esos espacios en los cuáles priman el hacinamiento, la mala alimentación y problemas de infecciones graves como dengue, sífilis, VIH, entre otras? ¿Se les garantizan a todas y todos nuestros estudiantes los kits de higiene indispensables? ¿Tienen acceso al agua potable?
La realidad de muchas y muchos estudiantes es de un abandono absoluto, barrios enteros despojados de condiciones dignas de vida.
“Los pibes llegan a los dispensarios de los barrios periféricos de la ciudad de Córdoba con gastroenteritis”, manifiesta una docente, “El problema que tienen es la gastroenteritis por las cloacas”. ¿Qué medidas se están tomando con poblaciones ya enfermas por las desidias gubernamentales?
Está claro que estos problemas no comenzaron con la pandemia. Cuando el coronavirus era todavía desconocido para las mayorías populares, la pobreza ya era algo familiar. Y aún hoy los señores de los bancos, de las mineras y petroleras siguen engordando sus bolsillos con la miseria ajena mientras los gobiernos se disponen a proteger sus cuentas.
El porvenir es incierto, pero sabemos que el aislamiento no podrá solucionar los problemas estructurales. Más temprano que tarde tendremos que volver a las escuelas. Y nos preguntamos, ¿en qué condiciones vamos a volver? ¿Con los mismos baños apestosos y sin artículos de higiene? ¿En las mismas aulas cerradas sin ventilación? ¿Sin refrigeración en los días calurosos y con vidrios rotos, y sin calefacción en invierno? ¿Con techos y paredes llenas de humedad, descascarándose y cayéndose? ¿En condiciones de superpoblación? ¿Con los mismos salarios docentes de miseria? ¿Con sobrecarga de tareas que nos enferman?
A pesar del cierre de escuelas, la asistencia alimentaria, los cuidados preventivos y la educación se sostienen gracias al esfuerzo docente. Está claro que la espera pasiva no resuelve nada, y que son las y los trabajadores quienes deben plantear una salida distinta al autoaislamiento como salida individual, y al control social, policial y de las Fuerzas Armadas. Para eso es importante poner en pie Comisiones de Seguridad e Higiene en cada escuela, que promuevan y controlen las medidas de prevención, que aseguren la realización de test masivos y entrega de kits sanitarios, junto a familias y trabajadores auxiliares de limpieza y personal de cocina.
Es necesario que tomen esta iniciativa quienes saben hacerlo con solidaridad y sin fines de lucro. Y es ahí donde los sindicatos tienen que cumplir un rol importante en lograr una salida propia para reemplazar las medidas de control policial. Una salida de solidaridad en a la crisis actual. Necesitamos que UEPC y CTERA no se guarden en cuarentena y se pongan al frente de organizar a las y los docentes y familias.