Cortázar vivía en un triángulo, entre las calles Tinogasta, Zamudio y San Martín.
Jueves 19 de noviembre de 2020 17:24
Podría ser esta frase el comienzo de un cuento, y en parte lo es, porque quiero contar acerca de ese triángulo, que es real, y también sobre mi paso por allí.
Siempre me llamaron la atención los portales, creo que existen esos pasajes a otros mundos y que no necesariamente deben tener un aspecto fantástico.
A veces tan sólo una enredadera, un jardín, una calle angosta que se nos cruza en la noche, puede ser el umbral hacia un mundo mágico. La magia reside en lo desconocido, lo no habitual, lo que nos hace latir el corazón después de un letargo.
Entramos al barrio por la curiosidad de ver una plaza que se llama Cortázar. Un barrio en forma de triángulo, uno de sus lados es el límite con los campos de la Agronomía. El perfume de los tilos nos guiaba. Noviembre, de noche. Luces encendidas en las entradas de unas casas de estilo inglés, veredas angostas, árboles frondosos, altísimos.
Me detuve a oler el perfume de una madreselva. En el pasillo de la casa donde viví de chica había una enredadera de madreselva, así que la niña, la madre, las muñecas, eso es la madreselva. Los pies iban solos, buscando vaya a saber qué, además de la plaza central del triángulo.
Una rayuela pintada en el medio del asfalto. Cielo y tierra, madreselvas y tilos. Un bar llamado Cortázar, la calle surcada en lo alto por una guirnalda de lamparitas. Un carnaval silencioso, un poema dentro del poema mismo. La literatura no es sólo lo que está escrito, pensé, la literatura es esta calle, la curva que no se sabe a dónde te va a llevar, qué jardín vas a oler, un “jazmín del país” en un patio. La literatura es La Maga paseando por los puentes de París, y La Maga yo, que ahora tengo olfato y camino por este barrio impensado, perdido en tiempo y espacio.
El barrio impensado tiene un nombre, se llama Barrio Rawson y a principios del siglo pasado formó parte de un proyecto impulsado por un diputado cordobés: Juan Félix Cafferata, por el cual se creó una ley nacional, de la cual surgió una Comisión Nacional de Casas Baratas. El proyecto del diputado tenía más que ver con fortalecer el patrimonio de las familias trabajadoras en un estrecho vínculo con la Iglesia Católica antes que una visión más socialista, como era la del proyecto en su forma inicial.
Pero finalmente la Comisión dio curso a un programa de construcción de viviendas económicas para las familias obreras que vivían hacinadas en conventillos.
El barrio se divide en una zona de edificios de departamentos, amplios, cómodos, de tres pisos de alto, en el medio de un parque con muchos árboles y otra de casa bajas, muy pìntorescas. Las manzanas son angostas, se denominan “tallarín”. Hay barrios similares que se construyeron a la par del barrio Rawson, que son el Barrio Emilio Mitre y la Casa Colectiva América.
Son esos lugares que te hacen pensar que traspasaste un portal, sobre todo sin pensamos el origen. Fueron construidos para paliar las necesidades de familias que no tenían donde vivir, con la falta que haría en estos tiempos la construcción de barrios de casas baratas, en el corazón de la ciudad donde somos privilegiados los que podemos vivir en ella, pagar un alquiler, impuestos, disfrutar de sus espacios verdes, que cada vez más intentan sabotear. Un umbral desde el reino de la necesidad al reino de la libertad, parafraseando a León Trotsky.
Frente a la Plaza Cortázar, una pequeña rotonda semi iluminada, uno de los edificios cercados por un muro de enredaderas, tenía la luz encendida en la entrada y una placa en la pared llamó mi atención. Dije: “¿Será una escuela?”. Me acerqué despacio, porque mis pasos eran lentos desde que empecé a transitar esas calles. Mi ritmo lo marcó el lugar. Ahora leo que el barrio tiene un microclima, que baja la temperatura y hay menos ruido, a metros de la avenida San Martín.
Al ver la placa me expliqué todo: “En este edificio vivió Julio Cortázar (1914- 1984)”
“El Clima del barrio Rawson y Agronomía está presente en varios de sus cuentos.”
No podía creerlo, lo descubrí de casualidad, la noche de noviembre me llevó hasta ahí, después de un largo invierno de tristeza y soledad.
Se me caían las lágrimas, sentí que en cualquiera de esas ventanas con las luces encendidas y los postigos abiertos podían estar sus ojos de gato, observando el barrio, después, sentándose frente a la máquina de escribir, recitando en voz alta los párrafos de “Ómnibus”, uno de los cuentos que conforman el volumen de “Bestiario”, por ejemplo: “A las dos, cuando la ola de los empleados termina de romper en los umbrales de tanta casa, Villa del Parque se pone desierta y luminosa. Por Tinogasta y Zamudio bajó Clara taconeando distintamente, saboreando un sol de noviembre roto por islas de sombras que le tiraban a su paso los árboles de Agronomía”
El Barrio Rawson es el lugar propicio donde esas situaciones tan desconcertantes en escenarios tan sencillos de los cuentos de Cortázar, suceden. Donde las casas son tomadas por quién sabe qué fuerzas, donde los tipos se enredan en pulloveres imposibles y se tiran por la ventana, o como en este cuento citado, “Ómnibus” donde el 168 no se sabe si es un colectivo real o fantasma, en plena avenida San Martín, donde después de caminar en círculo por un largo rato, yo misma fui a tomar el colectivo para volver a mi casa.
Quiero volver, de noche, otra vez de noche, porque en la rayuela del asfalto tal vez la Maga, en los juegos para niños en los parques de los edificios, tal vez Rocamadour, “caballito de juguete”, tal vez Horacio, o Julio, dando la vuelta por avenida San Martín, entrando al barrio, tal vez llegue a ver de refilón un cachito de su sobretodo, la luz de su cigarrillo encendido y el perfume de los tilos.
Quiero volver, como se vuelve a todo. Volver al portal, a leer literatura en lo tangible, en lo que está escrito en la noche.