La evidencia científica demuestra que el capitalismo contemporáneo ha llevado a la interrupción de un complejo ciclo natural que tardó millones de años en estabilizarse y evolucionar. La naturaleza de los cambios que se producen simultáneamente, sus magnitudes y las tasas de cambio no tienen precedentes y son insostenibles.
El capitalismo ha llevado a la interrupción de un complejo ciclo natural que tardó millones de años en estabilizarse y evolucionar. Miles de científicos en el mundo han declarado a nuestro planeta en emergencia climática, una situación crítica de peligro evidente para la vida en él, mientras que millones de jóvenes en el mundo se han movilizado en el último año para denunciar a las grandes corporaciones y exigirles a los gobiernos medidas urgentes y radicales para evitar la catástrofe ecológica que se avecina.
El año 2019 marcó un punto de inflexión en la lucha contra la crisis climática con la aparición de un nuevo fenómeno juvenil a nivel internacional, cuatro huelgas mundiales (las “climate strike”), nuevos movimientos como Fridays for Future o Extinction Rebellion, que se expandieron rápidamente por todo el mundo, y la formidable movilización de más de siete millones de personas a finales de septiembre durante la Semana de Acción Climática (la más grande movilización coordinada desde las protestas contra la Guerra de Irak) de la que participaron unos 70 grandes sindicatos.
La irrupción de los trabajadores irlandeses del astillero Harland and Wolff, que ocuparon las instalaciones exigiendo su nacionalización ante la quiebra de la empresa y reclamando su reconversión tecnológica para combatir la crisis climática, plantea la perspectiva de la unión entre la clase trabajadora, con sus históricos métodos de lucha, y el movimiento estudiantil, que ya viene impulsando el paro internacional con movilización frente a la causa climática. Todo esto sumado a la aparición de fenómenos aberrantes, por un lado, con Trump, Bolsonaro y los nacionalismos xenófobos en Europa y, por otro lado, la emergencia del “socialismo millennial”, el “fenómeno Greta” como un movimiento centennial que refleja una crisis generacional y una crisis de las instituciones clásicas de la política y gestión ambiental, las luchas contra el ajuste y por los derechos de los refugiados. Esto obliga a los revolucionarios socialistas a actualizar el marco teórico-estratégico, cuyo telón de fondo es la tendencia a la descomposición de las condiciones naturales de producción.
En el marco de la crisis climática y ecológica global, es vital sentar las bases para una política socialista que se proponga abiertamente enfrentar la crisis climática. En vísperas de la Semana de Acción Climática de 2019, nuestra corriente internacional Fracción Trotskista - Cuarta Internacional (FT-CI) emitió una declaración de apoyo a la huelga climática en español, inglés, portugués, alemán, catalán, italiano y francés, titulada “El capitalismo destruye el planeta, destruyamos el capitalismo”. En ella dimos cuenta de “la necesidad de combatir el cambio climático con medidas drásticas”, explicando la gravedad de la crisis en el plano social; denunciamos los intentos fraudulentos de sectores del imperialismo de pretender dar una salida racional a la crisis a través del capitalismo verde (o variantes neokeynesianas como el Green New Deal); dimos cuenta de la relevancia del movimiento juvenil, sus límites y potencialidades, y ofrecimos un “programa transicional anticapitalista para evitar la catástrofe” invocando el llamado de la revolucionaria socialista polaca Rosa Luxemburg, “socialismo o barbarie”.
El objetivo de este artículo es contribuir en el desarrollo de dicha discusión aportando con la evidencia científica de la crisis, para sobre esta base avanzar en una política mucho más sofisticada. Inicialmente, se explicará el origen y desarrollo de la segunda revolución copernicana que posibilitó el acceso al conocimiento necesario hoy para diagnosticar el estado del planeta, la necesidad de comprender el funcionamiento del sistema Tierra y el rol del Programa Internacional Biosfera-Geosfera en todo esto. Luego, se describirá la capacidad de la sociedad capitalista contemporánea de intervenir negativamente en los procesos biogeoquímicos planetarios, haciendo eje en la definición del Antropoceno como nueva época geológica y punto de inflexión en la crisis del sistema Tierra. Posteriormente, exploraremos en la definición de los límites planetarios como concepto que permita a la humanidad mantenerse dentro de un “marco operativo seguro” del sistema Tierra, lo que posibilitaría el desarrollo social en el nuevo contexto geo-ecológico. Finalmente, se reflexionará sobre la crisis del sistema Tierra como un problema estructural del capitalismo contemporáneo, lo que explica la incapacidad de la sociedad capitalista de responder a este problema de manera efectiva, y que solo revolucionando la sociedad, su relación con la naturaleza y las relaciones de producción (que regulan aquella relación), podrá la humanidad restablecer su metabolismo de manera de preservar las condiciones naturales específicas e históricas que posibilitan la producción humana en pos de su prosperidad.
Para el desarrollo de este artículo se han tomado como referencia los aportes hechos por los científicos del Programa Internacional Biosfera Geosfera y de la ciencia del Antropoceno y los Límites planetarios: el físico teórico Hans Schellnhuber, los químicos atmosféricos Wil Steffen y Paul Crutzen, el geógrafo físico Frank Oldfield, la oceanógrafa Katherine Richardson, el historiador ambiental John McNeill, los geólogos Jan Zalasiewicz y Mark Williams, el climatólogo James Hansen y el científico ambiental Johan Rockström, entre otros, así como también los aportes y el desarrollo hecho por los sociólogos marxistas Ian Angus (Facing the Anthropocene: Fossil Capitalism and the Earth System Crisis) y John Bellamy Foster, Brett Clark y Richard York (The Ecological Rift: Capitalism´s War in the Earth).
La segunda revolución copernicana y el sistema Tierra
En los últimos treinta años la comprensión científica de nuestro planeta ha cambiado radicalmente. Hemos presenciado lo que algunos −como el físico teórico y fundador del Instituto Potsdam para la Investigación del Impacto Climático Hans Schellnhuber− han denominado “una segunda revolución copernicana”. El objetivo de esta nueva revolución científica es la comprensión del funcionamiento del planeta en su conjunto, específicamente lo que ha sido definido como sistema Tierra, para desarrollar sobre esta base cognitiva nuevos conceptos para la gestión ambiental global.
“Los instrumentos de aumento óptico provocaron una vez la revolución científica que puso a la Tierra en su contexto astrofísico correcto”, señaló Schellnhuber en la prestigiosa revista Nature en 1999. Quinientos años después de Copérnico, Cusano y Galileo,
las sofisticadas técnicas de compresión de la información, incluido el modelado de simulación, ahora están marcando el comienzo de una segunda revolución copernicana […] Esta nueva revolución será en cierto modo una inversión de la primera: nos permitirá mirar hacia atrás en nuestro planeta para percibir una sola entidad compleja, disipativa, dinámica, lejos del equilibrio termodinámico: el sistema Tierra [1].
Si bien esto ha sido posible porque −tal como indica Schellnhuber− en las últimas tres décadas nuevos instrumentos tecnológicos han estado disponibles (satélites diseñados para recopilar información acerca del estado del planeta, sistemas informáticos capaces de transmitir y analizar vastas cantidades de datos, sondas marinas que envían información en vivo y en directo sobre la composición del agua, etc.), también esto se volvió necesario porque la comunidad científica comenzó a darse cuenta de que las armas nucleares, los químicos que destruyen el ozono y los gases de efecto invernadero podrían perturbar radicalmente el estado general del planeta con consecuencias potencialmente catastróficas para toda la humanidad [2].
Estas discusiones alcanzaron gran notoriedad en las reuniones del Consejo Internacional de Ciencias (ICSU), institución que agrupa a más de 31 uniones científicas del mundo (como la Unión Internacional de Química Pura y Aplicada, la Unión Internacional de Física Pura y Aplicada y la Unión Geográfica Internacional, entre otras), y 120 sociedades científicas nacionales, como el Conicet de Argentina, la Academia Brasileña de Ciencias y la Academia Mexicana de Ciencias, así como también FLACSO y CLACSO. Tras una serie de simposios e informes en los encuentros del ICSU en Varsovia, Polonia (1983) y Ottawa, Canadá (1985), se recomendó la creación de un programa internacional de investigación. Así, en 1986 el Consejo Internacional de Ciencias lanzó el Programa Internacional Biosfera-Geosfera (IGBP), “el programa de cooperación científica internacional más grande, complejo y ambicioso jamás organizado”, según indicó en ese momento Juan G. Roederer, miembro de la Unión Geográfica Norteamericana.
Su objetivo consistía, por una parte, en a) desarrollar “una ciencia sustantiva de integración, uniendo las piezas de manera innovadora e incisiva hacia el objeto de comprender la dinámica del sistema de soporte vital planetario en su conjunto”; y, por otra parte, b) “describir y comprender los procesos interactivos físicos, químicos y biológicos que regulan todo el sistema Tierra, el ambiente único que proporciona para la vida, los cambios que están ocurriendo en ese sistema y la forma en que estos cambios están influenciados por las actividades humanas” [3].
Un resultado fundamental del IGBP ha sido la definición del sistema Tierra. Tal como señalan el químico atmosférico Will Steffen y el geógrafo físico Frank Oldfield, se trata del “conjunto de ciclos interactivos físicos, químicos y biológicos de escala global (a menudo llamados ciclos biogeoquímicos) y flujos de energía que proveen las condiciones necesarias para la vida en el planeta”.
El sistema Tierra tiene las siguientes características:
a) “Se trata de un sistema materialmente cerrado que tiene una fuente única primaria de energía externa, el Sol”;
b) “Los principales componentes dinámicos del sistema Tierra son un conjunto de procesos físicos, químicos y biológicos interconectados que circulan (transportan y transforman) materiales y energía en formas complejas y dinámicas dentro del sistema. Los forzamientos y retroalimentaciones dentro del sistema son, al menos, tan importantes para su funcionamiento como los conductores externos”;
c) “Los procesos biológicos/ecológicos son una parte integral del funcionamiento del sistema Tierra, y no solo los receptores de cambios en la dinámica de un sistema fisicoquímico. Los organismos vivos son participantes activos, no simplemente receptores pasivos”;
d) “Los seres humanos, sus sociedades y sus actividades son un componente integral del sistema Tierra, y no son una fuerza externa que perturba un sistema natural. Hay muchos modos de variabilidad natural e inestabilidades dentro del sistema, así como cambios impulsados antropogénicamente. Por definición, ambos tipos de variabilidad son parte de la dinámica del sistema Tierra. A menudo son imposibles de separar por completo e interactúan de formas complejas y, a veces, de refuerzo mutuo”;
e) “Las escalas de tiempo consideradas en la ciencia del sistema Tierra varían según las preguntas que se hacen. Muchos problemas de cambio ambiental global consideran escalas de tiempo de décadas a un siglo o dos. Sin embargo, una comprensión básica de la dinámica del sistema Tierra exige la consideración de escalas de tiempo mucho más largas para capturar la variabilidad a largo plazo del sistema, comprender la dinámica fundamental del sistema y poner en contexto el conjunto actual de los rápidos cambios a escala global que ocurren dentro del sistema. Por lo tanto, los enfoques de modelado paleoambiental y pronóstico son fundamentales para la ciencia del sistema Tierra” [4].
Conocer el pasado para conocer el futuro
El proceso de síntesis de las investigaciones del IGBP comenzó a tener lugar en la medida que se acercaba el nuevo milenio y sus diversos proyectos preparaban informes exhaustivos sobre lo que se había aprendido en diez años. Sus nueve proyectos centrados en aspectos amplios del sistema Tierra, incluidos los ecosistemas terrestres, la química atmosférica y los ecosistemas oceánicos, contribuyeron al objetivo del IGBP de producir una imagen integrada de la naturaleza y dirección de las transformaciones planetarias.
Sin embargo, el proyecto más importante de todos, en sus objetivos como en sus resultados, fue el proyecto Past Global Changes (PAGES), encargado de proporcionar una comprensión cuantitativa del clima y del medioambiente pasado de la Tierra. “Hay muchas maneras de mirar hacia adelante en el tiempo. Una de las más divertidas (y en ocasiones también de las más aterradoras) es la del ‘Forward View Mirror’, es decir, la contemplación del futuro mediante la reflexión sobre el pasado”, había señalado Schellnhuber en Earth System Analysis and the Second Copernican Revolution. “Si estimamos que los médicos hayan desentrañado los misterios del cuerpo humano por más de tres milenios, más estimaremos desentrañar los misterios de la física de la Tierra o ‘cuerpo de Gaia’”.
La destacada importancia del proyecto PAGES reside en que no podemos comprender la dinámica y dirección de la Tierra cambiante actual a menos que sepamos cómo las condiciones actuales difieren de las del pasado:
Independientemente de cualquier evaluación de los efectos reales y potenciales del forzamiento antropogénico a través de gases de efecto invernadero y aerosoles atmosféricos, comprender la expresión, las causas y las consecuencias de la variabilidad natural pasada es de vital importancia para desarrollar escenarios realistas del futuro. Además, las complejas interacciones entre los forzamientos externos y la dinámica del sistema interno en todas las escalas de tiempo implican que, en cualquier momento, el estado del sistema Tierra refleja no solo características que son una indicación de procesos contemporáneos, sino también otras que se heredan de influencias pasadas, todas actuando en diferentes escalas de tiempo. Es fundamental lograr una comprensión del funcionamiento del sistema Tierra que esté firmemente arraigada en el conocimiento del pasado [5].
Durante la década de los 90 los científicos asociados al programa PAGES realizaron estudios sin precedentes sobre los registros físicos de las transformaciones planetarias: entre los registros fósiles, los anillos de los árboles, los arrecifes de coral, los sedimentos de los océanos y lagos y, en particular, los glaciares en los que el hielo se ha acumulado en capas durante milenios. Los nuevos métodos de extracción y análisis de núcleos de hielo profundo de los glaciares, como el núcleo de Vostok en la Antártida de 3.623 metros de longitud y 420.000 años de antigüedad, proporcionaron una gran cantidad de datos nuevos sobre la historia de la temperatura, la composición atmosférica y los niveles oceánicos, entre otros componentes del sistema Tierra.
Dos ejemplos de los resultados sorprendentes de esta nueva ciencia integrada del sistema Tierra son, por un lado, el descubrimiento de la relación estrecha que existe entre los ciclos de Milankovitch (nombrados así en homenaje al ingeniero serbio que los calculó minuciosamente en la década de 1920) y el ciclo del carbono terrestre: las pequeñas cantidades de enfriamiento o calentamiento causadas por el balanceo del globo en el espacio actúan como desencadenantes que hacen que los océanos absorban o liberen dióxido de carbono, con lo cual se producen “cambios abruptos y desproporcionados con respecto a los cambios de la radiación solar entrante”. Por otro lado, hoy se sabe que la última vez que la concentración atmosférica de CO2 había alcanzado las 410 partes por millón (ppm), como ocurrió hace unos meses, fue durante el Plioceno, un periodo geológico del Cuaternario previo al Pleistoceno y el Holoceno, ubicado hace cinco millones de años, cuando el nivel del mar alcanzaba los 20 metros por sobre el nivel actual y la biosfera tendía a ser más tropical.
“Ningún registro es más intrigante que la ‘respiración’ rítmica del planeta tal como se revela en los registros del núcleo de hielo de Vostok”, señaló en el Newsletter del IGBP Will Steffen, vicepresidente ejecutivo [6]. El “patrón metabólico planetario notablemente regular demostrado por el núcleo de hielo de Vostok” proporcionó “un panorama fascinante del metabolismo de la Tierra durante cientos de miles de años”. Los mecanismos exactos de este “sistema de control estricto” aún no se comprenden en forma íntegra, pero no hay duda de que el CO2 atmosférico es la perilla de control del termostato de la Tierra [7].
Geología de la humanidad
Si bien es necesario destacar, como se señaló anteriormente, que “los seres humanos, sus sociedades y sus actividades son un componente integral del sistema Tierra, y no son una fuerza externa que perturba un sistema natural”, uno de los principales descubrimientos del Programa Internacional Biosfera-Geosfera es que
las actividades humanas ahora son tan penetrantes y profundas en sus consecuencias que afectan a la Tierra a escala global de formas complejas, interactivas y aparentemente aceleradas. Los humanos ahora tienen la capacidad de alterar el sistema Tierra de maneras que amenazan los procesos y componentes, tanto bióticos como abióticos, de los que depende la especie humana [8].
“La rápida expansión de la humanidad en número y la explotación per cápita de los recursos de la Tierra ha continuado rápidamente”, señaló en el año 2002 el químico atmosférico neerlandés y premio Nobel de química Paul Crutzen en Geology of Mankind.
Durante los últimos tres siglos, la población humana se ha multiplicado por diez a más de seis mil millones y se espera que alcance los diez mil millones en este siglo. La población de ganado que produce metano ha aumentado a 1.400 millones. Alrededor del 30–50 % de la superficie terrestre del planeta es explotada por humanos. Las selvas tropicales desaparecen a un ritmo acelerado, liberando dióxido de carbono y aumentando la extinción de las especies. La construcción de presas y la desviación de ríos se han convertido en un lugar común. Más de la mitad de toda el agua dulce accesible es utilizada por la humanidad. Las pesquerías eliminan más del 25 % de la producción primaria en las regiones oceánicas de surgencia y el 35 % en la plataforma continental templada. El uso de energía se ha multiplicado por 16 durante el siglo XX, causando 160 millones de toneladas de emisiones de dióxido de azufre atmosférico por año, más del doble de la suma de sus emisiones naturales. Se aplica más fertilizante nitrogenado en la agricultura que el que se fija de forma natural en todos los ecosistemas terrestres. La producción de óxido nítrico por la quema de combustibles fósiles y biomasa también anula las emisiones naturales. La quema de combustibles fósiles y la agricultura han provocado aumentos sustanciales en las concentraciones de gases de efecto invernadero: dióxido de carbono en un 30 % y metano en más del 100 %, alcanzando sus niveles más altos que en los pasados cuatrocientos milenios, con más por seguir. Hasta ahora, estos efectos han sido causados en gran medida por solo el 25 % de la población mundial. Las consecuencias son, entre otras, la precipitación ácida, el smog fotoquímico y el calentamiento climático. Por lo tanto, según las últimas estimaciones del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), la Tierra se calentará entre 1,4° y 5,8° C durante este siglo [9].
Como indican Schellnhuber, Steffen, la oceanógrafa Katherine Richardson y una decena de científicos del IGBP en Global Change and the Earth System (A Planet Under Pressure), una síntesis de una década de investigaciones multidisciplinares:
El planeta ahora está dominado por actividades humanas. Los cambios humanos en el sistema Tierra son múltiples, complejos, interactivos, a menudo exponenciales en velocidad y globalmente significativos en magnitud. Afectan a todos los componentes del sistema Tierra: suelos, costas, atmósfera y océanos. Las fuerzas impulsoras humanas para estos cambios, tanto próximos como últimos, son igualmente complejas, interactivas y con frecuencia conectadas en todo el mundo. La magnitud, la escala espacial y el ritmo del cambio inducido por el hombre no tienen precedentes. Hoy, la humanidad ha comenzado a igualar e, incluso, superar algunas de las grandes fuerzas de la naturaleza para cambiar la biosfera e impactar otras facetas del funcionamiento del sistema Tierra. En términos de ciclos de elementos fundamentales y algunos parámetros climáticos, los cambios impulsados por el hombre están empujando al sistema Tierra fuera de su rango operativo normal. Además, las estructuras de las biosferas terrestres y marinas han sido significativamente alteradas directamente por las actividades humanas. No hay evidencia de que el sistema Tierra haya experimentado previamente estos tipos, escalas y tasas de cambio. El sistema Tierra se encuentra ahora en una situación no análoga, mejor conocida como una nueva era en la historia geológica de la Tierra, el Antropoceno.
Como admite el marxista canadiense Ian Angus, no se trata de una exageración o una suposición, sino de la conclusión central de uno de los proyectos científicos más grandes jamás emprendidos, lo que requiere que pensemos en nuestro planeta de una manera completamente nueva [10].
El Antropoceno, un punto de inflexión en la crisis del sistema Tierra
La creciente influencia de la humanidad en el medioambiente fue reconocida ya en 1873, cuando el geólogo italiano Antonio Stoppani habló sobre una “nueva fuerza telúrica que en poder y universalidad puede compararse con las mayores fuerzas de la Tierra”, refiriéndose a la “era antropozoica”. Posteriormente, el científico soviético Vladimir Vernadsky, fundador de la geoquímica y autor de La Biósfera (1926), hizo referencia en un sentido similar al definir la “noosfera” (el mundo del pensamiento) para marcar el creciente papel del poder del cerebro humano en la configuración de su propio futuro y entorno. Pero quien acuñó el concepto antropoceno, o antropogeno, por primera vez fue el geólogo soviético Aleksei Petrovich Pavlov en 1922 para designar la época a partir de la cual los primeros humanos evolucionaron hace cerca de 160.000 años. Ambas palabras fueron usadas por los geólogos soviéticos durante cierto tiempo, pero nunca fueron aceptadas en el resto del mundo. En los años 80, el biólogo marino Eugene Stoermer usó la palabra antropoceno en algunos artículos, pero nadie parece haber seguido su ejemplo. No fue hasta febrero del año 2000, en una conferencia de síntesis del IGBP, en Cuernavaca, México, cuando el concepto irrumpe una vez más, esta vez, en boca de Paul Crutzen [11].
Will Steffen recuerda: “Los científicos del proyecto de paleoambiente del IGBP estaban informando sobre su última investigación, refiriéndose a menudo al Holoceno, la época geológica más reciente de la historia terrestre, para establecer el contexto de su trabajo. Paul, vicepresidente del IGBP, se estaba volviendo visiblemente agitado con este uso y después de que el término Holoceno fuera mencionado nuevamente, los interrumpió: “Dejen de usar la palabra Holoceno. No estamos más en el Holoceno. Estamos en el… el… (buscando la palabra correcta) ¡el Antropoceno!” [12].
Para entonces Crutzen era un científico superestrella, siendo −según el Instituto de Formación Científica− el más citado en los últimos diez años en el mundo de las geociencias. En 1995 había ganado el Nobel por haber ayudado a demostrar que los productos químicos ampliamente utilizados estaban destruyendo la capa de ozono en la atmósfera superior, con efectos potencialmente catastróficos para la humanidad. En su discurso de aceptación dijo que su investigación lo había convencido de que el balance de fuerzas en la Tierra había cambiado dramáticamente: “las actividades humanas habían crecido tanto que podían competir e interferir con los procesos naturales”.
“El término Antropoceno”, explicaron posteriormente en 2007 Crutzen, Steffen y el historiador ambiental John McNeill,
sugiere que la Tierra ha abandonado ahora su época geológica natural, el estado interglacial actual llamado Holoceno. Las actividades humanas se han vuelto tan penetrantes y profundas que rivalizan con las grandes fuerzas de la naturaleza y están empujando a la Tierra hacia una terra incognita planetaria. La Tierra se está moviendo rápidamente hacia un estado biológicamente menos diverso, menos boscoso, mucho más cálido y probablemente más húmedo y tormentoso. El fenómeno del cambio global representa una alteración enorme en la relación entre los humanos y el resto de la naturaleza [13].
Los geólogos británicos Jan Zalasiewicz y Mark Williams, junto a McNeill, Crutzen, Steffen y otros, periodizaron en 2014 el tránsito entre el Holoceno y el Antropoceno. En When did the Anthropocene begin? A mid-twentieth century boundary level is stratigraphically optimal indicaron:
1. “Existe una creciente conciencia de los primeros impactos humanos en el paisaje, en términos de modificación del hábitat, cambio biótico terrestre, cambio microbiótico marino como consecuencia de los cambios en el uso de la tierra ya en 3.700 BP (before present; antes del presente) y, en parte relacionado con esto, una hipótesis de que la agricultura temprana alteró los niveles de dióxido de carbono lo suficiente (elevándolos de 260 a 280 ppm sobre varios miles de años) para mantener el calor estable del Holoceno y evitar o retrasar la transición a la siguiente fase glacial. Esto ha llevado a apoyar un concepto de “Antropoceno temprano”.
2. “Las primeras propuestas del Antropoceno vincularon claramente el inicio del Antropoceno con la Revolución industrial, a principios del siglo XIX, tras la invención de la máquina de vapor por James Watt. Esto marca el cambio de un largo período de crecimiento lento, aunque desigual, de la población humana, expansión de la modificación agrícola del paisaje y uso de energía, principalmente de una combinación de leña y potencia muscular, a un intervalo de rápido crecimiento de la población, crecimiento urbano e industrialización impulsada por el uso creciente de combustibles fósiles”.
3. Sin embargo, “el examen de la historia ambiental más reciente ha identificado una fase de mayor crecimiento de la población, crecimiento económico global y el cambio ambiental asociado a partir de mediados del siglo XX, después del final de la Segunda Guerra Mundial. Esto se ha denominado la ‘Gran Aceleración’. Incluye, por ejemplo, la mayor parte del aumento en los niveles de dióxido de carbono desde tiempos preindustriales, el aumento del automóvil privado, una intensificación muy grande en la agricultura, hecha posible por el mayor uso de energía y por el mayor uso de fertilizantes, y el fenómeno que llamamos ‘globalización’. Representa un umbral pronunciado y relativamente agudo en la modificación humana del medioambiente global, y la gran extensión de los efectos discernibles en áreas muy distantes de los centros urbanos ya ha llevado a sugerir que se puede colocar un límite de Holoceno/Antropoceno alrededor de este nivel” [14].
Incluso, Zalasiewicz y compañía van más allá y han propuesto “un nivel límite apropiado aquí por ser el momento de la primera explosión de bomba nuclear del mundo, el 16 de julio de 1945 en Alamogordo, Nuevo México. Se detonaron bombas adicionales a una tasa promedio de una cada 9,6 días hasta 1988, y las consecuencias mundiales correspondientes se identificaron fácilmente en el registro quimiostratigráfico. Por lo tanto, los depósitos de Antropoceno serían aquellos que pueden incluir la señal de radionúclidos artificiales primarios distribuidos globalmente, mientras que también se reconocen utilizando una amplia gama de otros criterios estratigráficos. Esta sugerencia para el límite entre el Holoceno y el Antropoceno puede, en última instancia, ser reemplazada, ya que el Antropoceno se encuentra solo en sus primeras fases, pero debe seguir siendo práctico y efectivo para ser utilizado por, al menos, la generación actual de científicos”.
Como un cambio radical en la actividad humana en la Tierra, la “Gran Aceleración” (este periodo que se corresponde con el inicio del boom de posguerra y continúa con el periodo de contrarreformas neoliberales o “globalización”), parece reflejarse también −según la evidencia actual−, en otros marcadores estratigráficos. Éstos incluyen:
a) “La propagación global de radionucleidos artificiales de las explosiones de la bomba A”;
b) “Duplicación del reservorio de nitrógeno reactivo en la superficie (resultado de la fabricación de fertilizantes a través del proceso Habere-Bosch), reflejado en cambios de isótopos de nitrógeno en depósitos pantanosos de campo lejano”;
c) “La creación y la amplia dispersión (global) de nuevos materiales hechos por el hombre y artefactos que pueden considerarse tecnofósiles en el medioambiente (casi todos los desechos de plástico y aluminio desechados en los sedimentos superficiales datan de mediados del siglo XX, por ejemplo)”;
d) “Rápida expansión en la distribución de depósitos artificiales en tierra, asociados con la urbanización, y de sedimentos reelaborados en plataformas y pendientes continentales, asociados con la pesca de arrastre en aguas profundas”;
e) “Dispersión global de contaminantes asociados con la expansión de actividades industriales, incluidos nuevos contaminantes orgánicos que incluyen contaminantes orgánicos persistentes (COP) y mayores concentraciones de metales pesados que son de naturaleza relativamente rara”;
f) Un “paso significativo en la tasa de aumento del cambio biótico antropogénico, incluidas las invasiones aceleradas de especies en tierra y mar que alteran las composiciones de especies en un amplio espectro de comunidades terrestres y marinas, de manera que dejarán una clara señal paleontológica a medida que avanzamos en el futuro”.
g) “Una señal significativa en el hielo polar marcada por indicadores como el plomo de la gasolina de características isotópicas diferentes que el plomo romano de la fundición que forma una señal anterior”.
h) “Aceleración en la quema de hidrocarburos que ha producido gran parte del aumento de 120 ppm en los niveles de dióxido de carbono atmosférico desde mediados del siglo XX y, por lo tanto, gran parte de la señal de isótopos de carbono asociada”.
i) “La mayoría de los restos fósiles creados por el hombre se derivan de la perforación de sedimentos y rocas. La perforación de petróleo es a menudo particularmente profunda […] Estos restos fósiles antropogénicos durarán decenas de millones de años”.
j) “Un aumento masivo en el tráfico de petroleros marinos que ha llevado a numerosos derrames accidentales de petróleo en las costas a nivel mundial (especialmente a lo largo de las rutas de los petroleros)”.
k) “Un número creciente de grandes represas (por ejemplo, Asuán) que han reducido radicalmente la escorrentía y el suministro de arena y limo a los mares costeros a nivel mundial, lo que lleva a la retirada de los grandes deltas” [15].
Aunque ha venido teniendo un creciente uso desde hace dos décadas, el concepto Antropoceno como nueva época o periodo geológico aún no ha sido definido oficialmente por la Comisión Estratigráfica Internacional. No es algo extraño en geología. Conceptos como Hádico o Terciario tienen también uso extendido, aunque ya no sean oficialmente reconocidos como épocas geológicas. En la perspectiva de su reconocimiento oficial, Zalasiewicz y el Grupo de Trabajo del Antropoceno (AWG) presentaron en 2019 su libro The Anthropocene as a Geological Time Unit: A Guide to the Scientific Evidence and Current Debate, que
presenta la evidencia geológica que sustenta la definición del Antropoceno como una época geológica, escrito por un equipo internacional de alto perfil encargado de analizar su posible adición a la escala de tiempo geológico. Discute la estratigrafía antropocena y los cambios en curso en el sistema Tierra, incluyendo el clima, los océanos y la biosfera.
De todas formas, es necesario destacar que la importancia de la discusión sobre el Antropoceno
no radica tanto en ver dentro de él las ‘primeras huellas de nuestra especie’, sino en la escala, importancia y longevidad del cambio en el sistema Tierra. Los humanos comenzaron a desarrollar una influencia creciente en el sistema Tierra hace miles de años, pero generalmente regional y altamente diacrónica. Con el inicio de la Revolución industrial, la humanidad se convirtió en un factor geológico más pronunciado, pero desde nuestro punto de vista actual, fue a partir de mediados del siglo XX que el impacto mundial de la Revolución industrial acelerada se volvió global y casi sincrónico” [16].
Más que la aparición de una nueva época geológica estable, el tránsito al Antropoceno marca el comienzo del fin del Holoceno, o más ominosamente, el comienzo del fin del Cuaternario. Es decir, se trata de un evento terminal, una forma de referirse a las extinciones en masa que a menudo separan las eras geológicas.
Los límites planetarios y la búsqueda de un “marco operativo seguro”
Sin embargo, como indican los científicos del IGBP, “enumerar el amplio conjunto de cambios biofísicos y socioeconómicos que se está produciendo no captura la complejidad y la conectividad del cambio global, ya que no se incluyen los numerosos vínculos e interacciones entre los cambios individuales”. En 2007, una investigación comenzó “a identificar cuáles de los procesos de la Tierra son más importantes para mantener la estabilidad del planeta tal como lo conocemos”, y a determinar qué se debe hacer “para mantener condiciones similares a las del Holoceno”. Esto llevó al concepto clave de “límites planetarios”.
El proyecto fue iniciado por el Centro de Resiliencia de Estocolmo y dirigido por el científico ambiental Johan Rockström. Entre sus colaboradores se encuentran Paul Crutzen, Will Steffen, el exdirector del Instituto Goddard de la NASA James Hansen, la oceanógrafa Katherine Richardson, y una veintena más de científicos. Hicieron una primera presentación de sus conclusiones en 2009, titulada “A safe operating space for humanity” [17], en vísperas de la Conferencia de Copenhague, y una reactualización en 2015, titulada “Planetary boundaries: Guiding human development on a changing planet”, en vísperas de la Cumbre de París.
Los límites planetarios son
niveles de perturbación humana del sistema Tierra, más allá de los cuales el funcionamiento de este puede verse sustancialmente alterado. La transgresión de los límites planetarios crea así un riesgo sustancial de desestabilizar el estado del Holoceno del sistema Tierra en el que las sociedades modernas han evolucionado [18].
Es importante señalar que un límite planetario no es equivalente a un punto de inflexión. Mientras el primero pone fin al espacio operativo seguro, el traspaso del segundo vaticina un cambio abrupto, creándose así una zona de amortiguamiento o incertidumbre entre ambos puntos, que no solo resalta el área de riesgo creciente, sino que le da tiempo a la sociedad para reaccionar a las primeras señales de advertencia. Es decir, transgredir un límite no significa que esto conducirá instantáneamente a un resultado no deseado, sino que cuanto más se transgreda el límite, mayor será el riesgo de cambios de régimen, de desestabilizar los sistemas climáticos, terrestres o marinos, o de erosionar la resiliencia del sistema Tierra y, por lo tanto, menos oportunidades para prepararse para tales cambios.
En 2015, Rockström, Steffen y compañía, justificaban así su trabajo:
La relativamente estable época del Holoceno, de 11.700 años de duración, es el único estado del sistema Tierra que sabemos con certeza puede sostener a las sociedades humanas contemporáneas. Hay creciente evidencia de que las actividades humanas están afectando el funcionamiento del sistema Tierra a un grado que amenaza su resiliencia: su capacidad de persistir en un estado similar al Holoceno ante el aumento de presiones humanas y shocks. El marco de los límites planetarios se basa en procesos críticos que regulan el funcionamiento del sistema Tierra. Al combinar una mejor comprensión científica del funcionamiento del sistema Tierra con el principio de precaución, el marco de los límites planetarios identifica los niveles de perturbaciones antropogénicas por debajo de los cuales el riesgo de desestabilización del sistema Tierra probablemente seguirá siendo bajo, un “espacio operativo seguro” para el desarrollo social global [19].
Es decir, una trayectoria continua lejos del Holoceno podría conducir,
con una probabilidad incómodamente alta, a un estado muy diferente del sistema Tierra, uno que probablemente sea mucho menos hospitalario para el desarrollo de las sociedades humanas. El marco de los límites planetarios tiene como objetivo ayudar a guiar a las sociedades humanas lejos de esa trayectoria al definir un “espacio operativo seguro” en el que podamos seguir desarrollándonos y prosperar. Lo hace al proponer límites para la perturbación antropogénica de procesos críticos del sistema Tierra. Respetar estos límites reduciría en gran medida el riesgo de que las actividades antropogénicas pudieran llevar inadvertidamente al sistema Tierra a un estado mucho menos hospitalario.
El estudio de los límites planetarios identificó nueve procesos, estrechamente vinculados entre sí:
1. Cambio climático. La concentración de dióxido de carbono (CO2) atmosférico es la más alta desde el Plioceno (cuando surgió el Austrolopitecus), alcanzando las 407,8 partes por millón en 2018. Aquí el límite planetario está puesto en las “350 partes por millón (ppm) y un aumento en el forzamiento radiativo en la parte superior de la atmósfera de +1.0 W m-2 con respecto a los niveles preindustriales”. Mientras, “se ha acumulado evidencia que sugiere que la zona de incertidumbre para la variable de control del CO2 debe reducirse desde 350-550 ppm a 350-450 ppm”.
2. Cambios en la integridad de la biosfera (antes “tasa de pérdida de biodiversidad”). “La diversidad genética proporciona la capacidad a largo plazo de la biosfera de persistir y adaptarse al cambio abiótico abrupto y gradual”. Sin embargo, “la tasa de extinción conocida de organismos bien estudiados en los últimos millones de años” es de “aproximadamente uno por millón de especies-años”, con una gran incertidumbre de “diez por millón de especies-años”. Las especies se están extinguiendo a un ritmo aproximadamente mil veces mayor que en tiempos preindustriales y ya se está hablando de que hemos ingresado en una sexta extinción masiva de especies (como la que puso fin a los dinosaurios en el Cretácico-Terciario, o la extinción del Pérmico-Triásico, conocida como “la Gran mortandad”, hace 270 millones de años).
3. Flujos biogeoquímicos (antes “ciclos del nitrógeno y el fósforo”). Aunque, “el límite original fue formulado solo para fósforo (P) y nitrógeno (N)”, el grupo de Rockström ahora propone “un límite planetario más genérico para abarcar la influencia humana en los flujos biogeoquímicos en general”. El ciclo del carbono está cubierto en el límite de cambio climático, pero aún no ha sido establecido un límite para el silicio. Los fertilizantes que contienen nitrógeno y fósforo se usan ampliamente en la agricultura moderna. El 50 % del nitrógeno termina en lagos, ríos y océanos, donde puede provocar cambios abruptos en el ecosistema, como la tristemente conocida “zona muerta” en el Golfo de México. Para el fósforo, basado en la prevención de un evento anóxico oceánico (oxígeno agotado) a gran escala, se establece el límite global en un flujo sostenido de 11 Tg P año-1 desde los sistemas de agua dulce hacia el océano; y a nivel regional, para evitar la eutrofización generalizada, a un flujo de 6,2 Tg P año-1. El límite regional se aplica principalmente a las tierras de cultivo. En el caso del nitrógeno, el límite global para prevenir la eutrofización de ecosistemas acuáticos es de 62 Tg N año-1 a partir de la fijación biológica industrial.
4. Agotamiento del ozono estratosférico. Productos químicos basados en los CFC ampliamente utilizados destruyen el ozono que bloquea la radiación ultravioleta. La variable de control es la concentración de ozono (O3) en unidades Dobson (DU) y el límite ha sido establecido en 275 DU. “Este límite solo se transgrede sobre la Antártida en la primavera austral, cuando la concentración de O3 cae a 200 DU. Sin embargo, la concentración mínima de se ha mantenido estable durante 15 años y se espera que aumente en las próximas décadas a medida que el agujero de ozono sea reparado. Este es un ejemplo en el cual, después de que un límite haya sido transgredido regionalmente, la humanidad ha tomado medidas efectivas para retornar el proceso dentro del límite”.
5. Acidificación oceánica. Está íntimamente relacionada con la variable de control del cambio climático, el CO2. Este gas se disuelve en el mar, por lo que su agua se vuelve mucho más ácida. Esto afecta la supervivencia de corales, moluscos y plancton, lo que lleva al colapso de las redes alimenticias y una reducción drástica de la fauna. “La concentración de iones H+ libres en la superficie del océano ha aumentado aproximadamente un 30 % en los últimos 200 años debido al aumento del CO2 atmosférico”, señala Rockström. “Esto a su vez influye en la química del carbonato en las aguas oceánicas superficiales. Específicamente, reduce el estado de saturación de omega aragonita (Ωarag), una forma de carbonato de calcio constituida por muchos organismos marinos. En Ωarag < 1, la aragonita se disolverá. El límite propuesto es de ≥ 80 % del promedio global anual. En la actualidad, Ωarag es aproximadamente igual al 84 % del valor preindustrial. Este límite no se transgrediría si se respetara el límite de cambio climático de 350 ppm de CO2”.
6. Uso de agua dulce. Las extracciones significativas para usos agrícolas e industriales están agotando los principales acuíferos, mientras que el derretimiento de los glaciares está eliminando la fuente de agua de muchos ríos. El uso mundial actual de agua asciende a unos 2.600 kilómetros cúbicos al año, un nivel menor al límite global de 4.000 km3/año, pero en muchas zonas las extracciones son superiores a los límites regionales. La variable de control a nivel global es el uso consultivo de agua azul (ríos, lagos, embalses y reservas renovables de agua subterránea). Para la variable de control el grupo de Rockström se basó en “el concepto de Flujos de Aguas Ambientales (EWF), que define el nivel de los flujos de los ríos para diferentes características hidrológicas de las cuencas fluviales adecuadas para mantener un estado del ecosistema de regular a bueno”.
7. Cambio del sistema de tierras (antes “cambio del uso del suelo”). Alrededor del 42 % de la tierra sin hielo se usa para agricultura: esa tierra sostenía el 70 % de las praderas del mundo, el 50 % de las sabanas y el 45 % de los bosques templados caducifolios. La pérdida de esta tierra reduce la biodiversidad y tiene efectos negativos en el clima y en los sistemas de agua. El límite se enfoca “en una restricción específica: los procesos biogeofísicos en los sistemas de tierras que regulan directamente el clima: intercambio de energía, agua e impulso entre la superficie terrestre y la atmósfera. La variable de control es la cantidad de cobertura forestal restante, ya que los tres biomas forestales principales (tropical, templado y boreal) desempeñan un papel más importante en el acoplamiento de la superficie terrestre y el clima que otros biomas”. El límite a nivel de bioma para bosques tropicales y boreales se ha establecido en 85 %, y el límite para bosques templados se ha propuesto en 50 %. Es casi seguro que estos límites se alcanzarían si se respetara el límite propuesto de 90 % del Índice de Integridad de la Biosfera (BII).
8. Carga de aerosoles atmosféricos. La mayor parte de la “contaminación del aire” consiste en partículas microscópicas y gotas llamadas aerosoles. “Tienen efectos graves y conocidos en la salud humana, lo que lleva a alrededor de 7,2 millones de muertes por año. También afectan el funcionamiento del sistema Tierra de muchas maneras”. Sin embargo, “no se ha podido cuantificar un límite global”. Rockström tomó el monzón del sur de Asia como un estudio de caso regional y adoptó como variable de control la Profundidad Óptica de Aerosol (AOD).
9. Introducción de entidades novedosas (antes “contaminación química”). Hoy se utilizan comercialmente más de 100.000 productos químicos, nanomateriales y polímeros plásticos. Se sabe muy poco sobre los efectos individuales o combinados de estos productos en la salud humana o del ecosistema. Se modificó el nombre para permitir la inclusión de organismos genéticamente modificados (OGM) y materiales radiactivos. No existe un análisis global acumulado de la contaminación química en el cuál basar una variable de control o un valor límite, pero se han propuesto tres condiciones para que un químico represente una amenaza al sistema Tierra: (i) el químico tiene un efecto disruptivo desconocido en un proceso vital del sistema Tierra; (ii) el efecto disruptivo no se descubre hasta que sea un problema a escala global; y (iii) el efecto no es fácilmente reversible.
Hay dos conclusiones fundamentales en el estudio de los límites planetarios:
a) “Dos de los límites planetarios –el cambio climático y la integridad de la biosfera– se reconocen como límites planetarios “centrales”, en función de su importancia fundamental para el sistema Tierra. El sistema climático es una manifestación de la cantidad, distribución y equilibrio neto de energía en la superficie de la Tierra. La biosfera regula los flujos materiales y energéticos en el sistema Tierra, y aumenta su resiliencia ante el cambio abrupto y gradual”;
b) “Los niveles de perturbación antropogénica de cuatro de los procesos del sistema Tierra (cambio climático, integridad de la biosfera, flujos biogeoquímicos y cambio del sistema de tierras) exceden los límites planetarios propuestos”.
La fractura ecológica global y el “socialismo climático”
“Revolución industrial”, “crecimiento económico global”, “cambios biofísicos y socioeconómicos”, “cambio ambiental después del final de la Segunda Guerra Mundial”, “Gran aceleración”, “globalización”. Contrario a lo señalado por quienes escinden las relaciones económicas actuales con las relaciones socioecológicas, la evidencia científica demuestra que el capitalismo contemporáneo ha llevado a la interrupción de un complejo ciclo natural que tardó millones de años en estabilizarse y evolucionar, alejando al sistema Tierra del rango de variabilidad natural exhibido durante al menos el último medio millón de años. La naturaleza de los cambios que se producen simultáneamente, sus magnitudes y las tasas de cambio, no tienen precedentes y son insostenibles. El capital, convertido en una fuerza social de alcance geológico, con sus cientos y cientos de millones de esclavos modernos encadenados a las palancas de la maquinaria productiva y bajo el látigo de un puñado de parásitos millonarios, empuja hacia la descomposición de las condiciones naturales específicas e históricas que han posibilitado la propia producción humana.
La razón fundamental por la cual nuestra sociedad es incapaz de responder de manera efectiva a esta crisis planetaria pasa por el hecho de que se trata de un problema estructural del sistema capitalista. Es característica interna de la economía capitalista ser esencialmente ilimitada en su expansión. El “impulso para acumular capital” no reconoce límites físicos. Todos los obstáculos son tratados como simples barreras a ser superadas en una secuencia infinita.
Karl Marx, en los Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse), considerados los borradores de su obra cumbre El capital y solo publicados póstumamente en 1939, explica que
el capital, empero, como representante de la forma universal de la riqueza -el dinero- constituye el impulso desenfrenado y desmesurado de pasar por encima de sus propias barreras. Para él, cada límite es y debe ser una barrera. En caso contrario dejaría de ser capital, dinero que se produce a sí mismo. Apenas dejara de sentir a determinado límite como una barrera, apenas se sintiera a gusto dentro de él, descendería él mismo de valor de cambio a valor de uso, de forma universal de la riqueza a determinada existencia sustancial de aquélla. El capital como tal crea una plusvalía determinada porque no puede poner en el acto una ilimitada; pero el capital es la tendencia permanente a crear más plusvalía. El límite cuantitativo de la plusvalía se le presenta tan solo como barrera natural, como necesidad, a la que constantemente procura derribar, a la que permanentemente procura rebasar”. Y prosigue este razonamiento directamente en una nota al pie: “La barrera se presenta como contingencia que debe ser superada. Ello se pone de relieve incluso en la contemplación más superficial. Si el capital aumenta de 100 a 1000, ahora es 1000 el punto de partida del que debe arrancar el aumento; la decuplicación de 1000 % no cuenta para nada” [20].
Y así el proceso continúa, simplemente estableciendo un nuevo punto de partida para su expansión a una escala cada vez mayor.
Según lo señalado por los sociólogos marxistas John Bellamy Foster, Brett Clark y Richard York en The Ecological Rift (Capitalism’s War in the Earth):
No debería sorprender, entonces, que los economistas ortodoxos o neoclásicos, que se preocupan principalmente por articular las necesidades del sistema capitalista, se hayan resistido rotundamente (o minimizado) a la noción de que existen límites físicos insuperables para el crecimiento económico más allá de los cuales la viabilidad ecológica del planeta está comprometida.
A esto deberemos sumar que “la noción de “desarrollo sostenible”, aunque es un concepto esencial en el contexto de la creciente crisis ecológica en la medida en que enfatiza la necesidad de la sostenibilidad ecológica, a menudo se ha utilizado como una categoría para reforzar la necesidad de mantener el crecimiento económico”. Sin embargo, “la noción de que la producción económica, en general, bajo el sistema actual puede expandirse continuamente sin desperdicio ecológico y degradación (la hipótesis de la desmaterialización) va en contra de las leyes básicas de la física”.
El capitalismo socava las dos fuentes de donde manan los elementos que permiten la satisfacción de las necesidades materiales y espirituales de la humanidad: la naturaleza y el trabajador. Respecto a la explotación de la naturaleza y su capacidad de absorción ambiental, el capital desplaza los costos de esta explotación sobre la propia Tierra, incurriendo así en una enorme deuda ecológica que se va acumulando progresivamente mientras se expande el capital. Cuando el capitalismo es relativamente pequeño puede seguir expandiéndose hacia el exterior (como en los inicios de la Revolución industrial), desplazando de esta forma la deuda ecológica, a menudo sin ningún reconocimiento de los costos. Una vez que el capitalismo comienza a acercarse no solo a sus límites regionales, sino también a los limites planetarios, la creciente deuda ecológica se volverá cada vez más precaria, amenazando con un colapso ecológico. Esto es, en esencia, la crisis del sistema Tierra, lo que dinamita las fantasías decadentes de un “capitalismo verde”.
Cada una de las nueve grietas ecológicas del planeta constituye en sí misma una crisis ecológica global, revelando que los límites del sistema Tierra no están determinados por la escala física pura de la economía, sino por divisiones particulares en los procesos naturales que se generan. Algunas grietas, que han superado los límites planetarios, proyectan la desestabilización del sistema Tierra tal como lo hemos conocido en nuestra historia, es un “alerta roja” en donde la humanidad se encamina hacia grandes cambios abruptos e irreversibles, los puntos de inflexión. Otras brechas emergentes son apenas menos amenazantes, lo que se refuerza si consideramos que el sistema Tierra es un sistema integrado e interactivo.
En el siglo XIX, en el contexto del robo de nutrientes del suelo por parte de la gran industria británica (los ciclos del nitrógeno y el fósforo) y su envío a las ciudades en forma de alimento y ropa, contribuyendo a la contaminación de los barrios obreros y el Támesis, Marx introdujo al pensamiento revolucionario la noción de “fractura metabólica”, una fractura “irreparable bajo el capitalismo” en el intercambio de recursos materiales y energéticos entre la humanidad y la naturaleza [21]. Argumentó en favor de la restauración de ese metabolismo para garantizar la sostenibilidad ambiental en pos de las futuras generaciones, lo que implicaba una transformación revolucionaria del régimen social y político, de las fuerzas productivas forjadas en el capitalismo y de las relaciones de producción en las que se basan no solo las relaciones sociales sin que también la relación con la naturaleza. Es decir, en la proyección de una sociedad de productores libres que regulen racionalmente su metabolismo con la naturaleza, viviendo en armonía con ella. Esta última puede verse como un tejido formado por innumerables procesos, relaciones e interacciones, cuyo desgarro finalmente resulta en un colapso del sistema ecológico. En este sentido, el análisis metabólico sirve como un medio para estudiar estas complejas relaciones de degradación ecológica y sostenibilidad, mientras que el concepto-guía de “fractura metabólica” es fundamental para pensar desde el marxismo clásico una política socialista acorde a los desafíos planteados por la crisis del sistema Tierra en general y la crisis climática en particular, un “socialismo climático”, es decir, un socialismo que apunte a restablecer, por ejemplo, el ciclo del carbono dentro de los límites planetarios, un socialismo que surja como un movimiento real en respuesta a las actuales contradicciones del capitalismo, una revolución destinada a alinear las relaciones sociales de producción con las condiciones de sostenibilidad ecológica.
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