×
×
Red Internacional
lid bot

DELINCUENCIA POLICIAL. Crónica de dos robos (policiales) en la Baralt

El nivel de descaro y criminalidad con que operan hoy los cuerpos policiales es enorme. Aquí apenas una muestra, un episodio, entre múltiples escenas cotidianas similares.

Ángel Arias

Ángel Arias Sociólogo y trabajador del MinTrabajo @angelariaslts

Miércoles 30 de agosto de 2017

La parada de las camionetas que suben a La Pastora, a mitad de la avenida Baralt, casi exactamente frente a Plaza Caracas, sí, cerca de las sedes de los ministerios del Trabajo, de Salud y de Cultura, y no tan lejos del Consejo Nacional Electoral. Cinco de la tarde. El movimiento acostumbrado de gente en el centro, las colas largas para las camionetas porque cada vez hay menos unidades disponibles, y la proliferación cada vez mayor en las aceras de personas que venden lo que sea para medio sobrevivir.

Lo “normal” eran el que plastifica las cédulas y documentos (“Se lo plastificamos, se lo acomodamos, si la tiene rota, deteriorada, vuelta nada”), el que vende café y cigarrillos, la inmigrante haitiana de los mangos verdes con sal, adobo, vinagre y demás –y la jalea–, los de las frutas muy baratas que uno sabe que los pesos casi siempre están “arreglados”, la señora con los bollitos y las hallacas con ensalada y pan, por supuesto los “alquilaítos” para llamar, etcétera. Pero con la terrible crisis económica que se le descarga al pueblo, la franja de proletarios y semiproletarios arrojados al desempleo estructural, a la precariedad y miseria ha crecido velozmente, y se han multiplicados los y las que en las aceras de la Baralt y Capitolio venden cualquier cosa, con indumentarias unas más precarias que otras.

En un mismo mantel –es decir, un pedazo de tela o de bolsa plástica– se pueden conseguir una muñeca vieja, uno par de cepillos dentales nuevos, un aguacate y unas afeitadoras, en otro una correa y unos zapatos usados, junto a cajas de fósforos, unas ramitas de cilantro y algunas prendas de vestir, nuevas o usadas, la variedad y combinación es amplia. Así, mientras para unos es la hora de regresar a casa después de la jornada de trabajo, para estos hermanos de clase, para estas franjas del pueblo trabajador sin perspectiva, son las horas de ver si alguien compra algo de lo que, algunas veces no muy atractivo a la vista, está allí a la venta para conseguir el dinero del día a día.

La situación se veía venir. Unos “PNB” ¬–con sus recién estrenados uniformes camuflados– vienen recorriendo la acera hacia abajo por el canal contrario a la parada, mi compañera de espera en la cola me dice: “Mira esos carajos, andan buscando a quien joder, ahorita le hicieron abrir todo el bolso a los dos señores mayores esos, a la señora y al señor, no les da pena que son unos señores mayores”.

Primer robo

Pasan los minutos. En una de las constantes echadas de ojo hacia abajo a ver si aparece en el horizonte la camioneta, se ve cierto tumulto a lo lejos, en la cuadra de abajo, en toda la esquina de una de las zapaterías, son varios de la Policía Nacional Bolivariana (PNB) levantando a la fuerza a los vendedores ambulantes y, por supuesto, quitándole la mercancía. A pesar de la distancia se logra distinguir que uno de los vendedores no quiso levantarse, no discutió, sencillamente se quedó sentado frente a su mantel, la policía le quitó el mantel con todas sus cosas, no intentó defender su mercancía ni recuperar sus cosas, siguió sentado en el piso frente al espacio vacío, esa fue su resistencia, los policías lo jalaron de los pies, de los brazos, lo arrastraron, cuando estuvo de pie queriendo volver a ir a sentarse en “su puesto”, uno de los “guardianes del orden” le hace una llave en el cuello, atenazándolo con los brazos y lanzándolo contra el piso.

A estas alturas los otros vendedores y la gente que pasa se quejan, le protestan a los policías. No pasó un minuto en que llegaran refuerzos, más motos y más policías, incluso una patrulla.

Frente a nosotros vimos pasar en moto la pareja de policías que, mientras sus compañeros garantizaban que la queja de la gente se apaciguara –es decir, se intimidara–, se dio a la fuga llevándose toda la mercancía que acababan de robarle al señor y a los demás. En efecto, allá abajo no pasó de allí la cosa. La agresión y el robo se consumaron.

El segundo

Los que esperamos en la parada hace rato que tenemos frente a nosotros a una pareja joven, con su hijo de unos dos o tres años, arreglando cosas y “mercancías”, junto a uno o dos más que los ayudan. Su “pinta” es bastante precaria, ropas viejas y/o algo sucias, desaliñados, igual el niño. Todo indicaba que las verduras que ofrecían eran producto de haberlas recogido de los desechos que dejan en las ventas de verduras, de esos que la gente recoge, le quita lo malo y los usa. Tenían rato en eso, abriendo bolsas, sacando pedazos de auyamas, de papas, etc., y quitándole lo malo, algunas las guardaban para ellos, otras las iban poniendo en el mantel. Junto a esas verduras también había en el mantel varios paquetes de papitas fritas para perro caliente.

Llegó la policía con sus motos de alta cilindrada. Dos motos y cuatro policías. Para este momento ya están solos el chamo, la chama y su niño. Ningún diálogo ni trato tipo “Ciudadano…”. De una la agresión: “Te me vas de esta mierda, ¡dale!, ¡muévete!”. No dio chance de que “se rebotara” el chamo, cuando intentó explicar o protestar le cayeron encima, los tres recibieron empujones, sí los tres, el niño también llevó su empujón de un policía tumbándolo al piso. No solo le quitan todo lo que habían estado arreglando, todo lo que esperaban vender, también le quitan su morral, de esos que distribuye el gobierno en las escuelas públicas, el de la banderita nacional: “¡Quítate el bolso!, ¡quítate el bolso!”. El chamo no quiere quitarse su bolso, lo intiman de nuevo, “¡Que te quites esa mierda te estoy diciendo!”. Se lo quitan.

Su compañera intenta mediar, pero dos “femeninas” la mantienen a raya. Uno de los esbirros, bastante corpulento, agarra al chamo –un flaco no muy alto¬– por el cuello y lo pega bruscamente contra una de las columnas, lo golpea. No ha pasado ni un minuto pero ya en el lugar llegaron más policías, unos en motos y otros a pie: unos diez policías –con sus pistolas al cinto, por supuesto¬– y cuatro motos.

Inevitable ir a intervenir, intentar hacer algo. Ya se sabe que hace minutos la queja devarias personas en la cuadra de abajo resultó en la llegada inmediata de refuerzos policiales, pero es difícil quedarse quieto, aunque nadie más de la cola de la parada se acerca a intervenir. “Mira vale, por qué hacen eso, le están quitando su bolso y hasta su comida, esa es su comida, le están quitando su comida”. “Yo le dije que se llevara el niño, que alejara el niño”, es la respuesta que da una policía mujer. “Pero su comida, les están quitando su comida”. “¡No sé vale, no sé!”, es lo que espeta la policía. La escena fue rápida y violenta. Uno con el tiempo tiene que aprender a reconocer –con impotencia y arrechera– la relación de fuerzas. No había opción sensata de evitar nada ni de subir el tono de la protesta solitaria.

Los policías se fueron con todo, con la comida que la pareja había arreglado, con el bolso personal del muchacho y sus pertenencias. Como en el primer robo, no hubo acta, no hubo información de a dónde se llevaban las cosas. Ahí se quedaron el chamo, su compañera y el niño, sin nada. “Imagínate, dígame si eso era lo que iban a comer esta noche esos muchachos y el niño, ¿qué irán a hacer ahora?”, dice mi compañera de cola.

“Y lo peor –dice otra chama de la parada¬–, es que hace rato pasó un policía por aquí y yo vi que el chamo le había dado plata para que lo dejaran estar ahí”.

“El hampa anda suelta”…

Hace un mes La Izquierda Diario reseño una protesta de pequeños comerciantes en Capitolio denunciando que les robaron mercancías durante un operativo policial.

Ayer trascendió la noticia de una señora asesinada en Catia por un polinacional porque protestó contra el matraqueo que le estaban haciendo a alguien de la comunidad que se gana la vida vendiendo café y dulces. La policía quería quitarle la plata y la señora protestó desde su casa, un policía hizo disparos al aire para amedrentar, uno de los disparos mató a la señora: la llevaron al Periférico de Catia donde no la pudieron atender por falta de insumos, de allí al Pérez Carreño donde ingresó sin signos vitales. Una de las hijas contó que luego del disparo a su madre increpó a los policías y “una femenina” le apuntó con el arma y le dijo: “Si quieres que te matemos como a la vieja esa, sigue con la peleadera”.

Comentando esta noticia y los robos de la Baralt en un grupo de whatsapp, responde un compañero de luchas: “Tengo varios testimonios directos de ‘retenciones’ (la policía apresa a una persona) y llaman a un familiar pa’ que traiga la plata en efectivo y cuidado con ponerse payasos”. Continúa: “Ese nivel de impunidad suspende el derecho a la vida y no hay salidas pa’ romperla. A menos que tengas ‘relaciones’. Los pobres no tenemos relaciones”.

Definitivamente el hampa anda suelta, uniformada y con cobertura institucional.


Ángel Arias

Sociólogo venezolano, nacido en 1983, ex dirigente estudiantil de la UCV, militante de la Liga de Trabajadores por el Socialismo (LTS) y columnista de La Izquierda Diario Venezuela.

X