¿Alguna vez te preguntaste que te pasaría por la cabeza si te cruzaras a la directora del FMI? Una crónica de mi paso por la cumbre política más importante del mundo, el G-20. Es ella o nosotras
Martes 31 de julio de 2018
Ese sábado, sin esperarlo, la vi por primera vez. Ella conversaba con Jim Yong Kim, presidente del Banco Mundial. Nuestra tarea era ofrecerles bebidas en el salón y bocados dulces y salados en las tres mesas que había repartidas mientras tomaban sus “descansos” entre reunión y reunión.
Tuve que ofrecerle bebida porque se encontraba en el sector que me asignaron: “Would you like something to drink?” (¿Quisiera tomar algo?), pregunté. “No, thanks” (No, gracias), respondió sin mirarme. Masticando su indiferencia, le pregunté a un mozo si la conocía y me contestó: “Sí, la que nos va a ajustar”.
Durante cuatro días me tocó vivir de cerca las anunciadas jornadas del G-20 en el Centro de Convenciones y Exposiciones. Fui la moza, al igual que otro medio centenar de jóvenes, de la mismísima Christine Lagarde, directora del Fondo Monetario Internacional. Desde que me convocaron al evento no pude dejar de pensar qué me pasaría por la cabeza si tuviera la posibilidad de tenerla frente a frente. Imaginaba que tenía la oportunidad de interrogarla incisivamente: ¿Sabés por qué las paredes gritan “fuera FMI de América Latina”? ¿Sabés porqué la palabra FMI anuncia el re-estreno de una película de terror?
Es que mientras mozas y mozos caminábamos entre ministros de finanzas, directores de bancos importantes y de organismos internacionales, afuera cientos de personas se manifestaban contra el aterrizaje del FMI en la Argentina. Deseé que los cantos de protesta y repudio atravesaran los vidrios blindados y se escuchara algo, por lo menos un eco de esas voces. Pero ese pequeño grupo con el poder de decidir sobre el futuro de millones se escondía cuatro pisos bajo tierra -4°to subsuelo-, con un enorme despliegue de seguridad.
Ese día, mientras veíamos a Lagarde entrar y salir de las reuniones, una de las mozas comentó compasiva: “Esta gente no tiene vida, se la pasa trabajando acá encerrada”. Algunas le respondimos que eso lo hacen algunos días al año y que ganan 5000 veces más que nosotras. Su compasión no duró demasiado.
Christine Lagarde es la octava mujer más poderosa del mundo. Su “salario” por presidir ese organismo es de casi medio millón de dólares anuales y no paga impuestos. "¿Qué tengo que ver yo con Lagarde? Mis brazos ya no dan más de tanto hacer malabares para pagar los tarifazos y llegar a fin de mes" pensaba. Otro se preguntaba por qué Eat Catering nos pagaba $86 la hora si trabajamos en el mejor catering de la Ciudad de Buenos Aires. Insólito teniendo los datos duros sobre la mesa: el Gobierno destinó un presupuesto de $3000 millones para las reuniones del G20 durante el año 2018.
Inmersa en estos pensamientos me encontré inmóvil, observándola a tan solo unos metros. La insultaba en mis adentros, asqueada. No todos los días una se cruza a alguien que puede saquear la vida de millones. Mientras la escudriñaba con la mirada y la fulminaba por dentro sentí que una de sus guardaespaldas, con cara de actriz de Hollywood, me observaba desconfiada. Claro, cualquier impulso desmedido hubiera sido un fracaso…
Al volver a la cocina, ubicada en el primer piso, resultaba gráfico el contraste social entre el lujoso salón y el detrás de escena: de aquel lado, señores y señoras avejentados, con las espaldas curvas y los rostros arrugados producían alimentos para saciar exigentes paladares; y del otro, posturas imponentes, rígidas; inversiones extranjeras corporizadas en señores trajeados.
El domingo, Lagarde me saludó en inglés muy amablemente y me pidió unos bocaditos dulces. Masticando la bronca le devolví el saludo y le serví lo que deseaba. "Es ella o nosotras" pensé, porque ese mismo día se estaba llevando adelante una asamblea con cientos de trabajadoras en la cooperativa Madygraf bajo gestión obrera, recuperada luego de que unos colegas de Lagarde, de la multinacional Donelley, abandonaran la fábrica. Yo quería estar ahí.
¿Se preguntará Lagarde por qué existen mujeres y hombres que se organizan para luchar contra el ajuste? ¿Por qué alzan sus voces por el no pago de la deuda? ¿Le habrá picado la nariz por haber sido tan repudiada por las trabajadoras? ¿Se habrá enterado de que no olvidan que las que más sufren las consecuencias de los planes del FMI fueron las mujeres?
En ese mismo momento, mientras debía mostrarle cordialidad, me obligué a evocar a quién tenía en frente y recordé que ella había criticado a la comitiva argentina por no tener mujeres que la integren. ¿Significará algo para ella la vida de mis compañeras, las mozas inmigrantes provenientes de países de Latinoamérica sacudidos por las crisis, saqueados y golpeados por el imperialismo que ella representa en carne y hueso?
Detrás de su falso interés y preocupación por el género, se esconde su pertenencia de clase: le importa que prosperen algunas mujeres, las que pueden llegar a los altos mandos de organismos internacionales, ministerios del Estado, jefaturas de fuerzas armadas, directorios de las empresas. Mujeres que oprimen, explotan a otras mujeres.
Por un momento deseé que estuviéramos tan organizadas como ellas y, en medio de la cumbre más importante del mundo, hacer una huelga. Que se sirvan ellas, como se vio obligada a hacerlo la Liga Patriótica en la escena de La Patagonia Rebelde. Porque no les importan las mozas, las cocineras precarizadas, las trabajadoras de Madygraf, las enfermeras despedidas del Hospital Posadas.
Las condiciones impuestas por sus políticas nos afectan al resto de los trabajadores, a la gran mayoría de la población. Son sus ganancias, sus intereses o son los nuestros, que queremos que la riqueza que producimos día a día quede en nuestras manos y no sea apropiada por aquellos y aquellas que nos explotan. Nosotras también somos mujeres, pero no somos Lagarde.
La frase de la serie “El cuento de la criada”, retumbaba en mi mente: “No dejés que los bastardos te hagan polvo”. Tuve la posibilidad de hacerles llegar el mensaje que en las calles se vociferaba. Los tuve frente a frente. Como las criadas al principio de la historia, solo tenía derecho a mantener silencio. Pero esto es solo el comienzo… Afuera, hay un movimiento enorme de mujeres que tiene mucho para dar. Tal vez no falte mucho para que la marea verde también grite: Fuera FMI de América Latina. No paguemos la deuda con nuestras vidas.