Es difícil decir que sucedería si eventualmente Trump es derrotado en las elecciones, pero lo cierto es que su aislamiento internacional sería inaudito desde que asumió la presidencia en 2019, dejándolo más vulnerable en el plano interno.
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André Barbieri @AcierAndy
Martes 3 de noviembre de 2020 23:46
Este martes 3 de noviembre en el que se realizan las elecciones en Estados Unidos, podemos decir que la suerte está lanzada para la extrema derecha bolsonarista. El promedio de encuestas electorales nacionales en Estados Unidos según datos de la BBC, del instituto FiveThirtyEight, de la Quinnipiac University entre otros, le da un margen de entre 8 y 9 % de ventaja a Joe Biden, candidato del imperialista Partido Demócrata, contra el xenófobo amigo de Bolsonaro Donald Trump.
Una eventual derrota de Trump, cuyas botas fueron lamidas una y otra vez por Bolsonaro, Mourão y los militares desde enero de 2019, sería el más duro revés internacional para la extrema derecha brasileña, que viene sufriendo severos contratiempos en el escenario latinoamericano. El 18 de octubre la extrema derecha boliviana, encabezada por Luis Camacho y Jeanine Áñez, que orquestaron con la ayuda de Washington y del Itamaraty el golpe de Estado de 2019, fue humillada en las elecciones presidenciales. Trabajadores, campesinos e indígenas bolivianos repudiaron el legado corrupto del golpe, que habían combatido físicamente en las calles de El Alto, Cochabamba y distintas ciudades de Bolivia, y que incluyó el intento de Áñez de perpetuar el mandato golpista en agosto. La lucha de clases fue frenada por la burocracia del MAS (partido de Evo Morales) y de la COB, partido que terminó beneficiándose de la rabia popular y ganando la contienda presidencial en el primer turno, con el 55 % de los votos. Luis Arce, elegido por el MAS, deberá vérselas con la relación de fuerzas impuesta por los combates, aunque desviados, que llevaron a su partido de conciliación de clases a la presidencia. Ya Bolsonaro, que había participado activamente de la arquitectura del golpe, sintió en la piel el rechazo de masas a su política, cortesía de Bolivia.
El 25 de octubre, Bolsonaro tuvo que sentir el gusto amargo del repudio de las masas de la población chilena a la herencia constitucional del ex dictador Augusto Pinochet, a quien homenajeó presencialmente en Chile. La aplastante mayoría de la población votó por la sustitución de la Constitución de Pinochet, instalada en la década de 1980. A pesar de la expresa voluntad de las masas a cambiar todo, el régimen político chileno, cuestionado por completo desde la rebelión de octubre de 2019, está organizado para preservar lo esencial: armaron una convención constituyente totalmente controlada por la derecha tradicional y la ex Concertación, con poder de veto ante cualquier cambio sustancial. Para los trabajadores y jóvenes chilenos que sacudieron el país el año pasado, queda confiar exclusivamente en su organización y movilización extra parlamentaria, en el terreno de la lucha de clases, para poder enterrar de hecho la constituyente pinochetista, y al gobierno de Piñera (amigo de Bolsonaro) e instalar una verdadera Asamblea Constituyente Libre y Soberana, revolucionaria, sobre las ruinas de este régimen.
En este panorama, que incluye la huelga general y las movilizaciones contra la violencia policial en Colombia, las manifestaciones en Costa Rica contra el FMI, y las protestas contra los ajustes neoliberales en Ecuador, una derrota de Trump terminaría de asentar el annus horribilis de 2020 para Bolsonaro, que todavía tienen que vérselas con los 160.000 muertos por Covid-19 en Brasil, ayudada por la catástrofe sanitaria organizada durante décadas por los capitalistas.
Bolsonaro siempre se sometió a las orientaciones de Trump. No pudo llevar hasta las últimas consecuencias la agresividad contra China, por la enorme dependencia económica brasileña frente al autoritarismo chino, no dejó de atacar al “virus chino” y dijo que no va a comprar la vacuna desarrollada por la farmacéutica china Sinovac.
En lo demás fue bastante obsecuente en prácticamente todos los temas. De las críticas al Acuerdo de París al negacionismo ante la pandemia de Covid-19, del pacto antimigratorio a los ataques a Cuba, Venezuela y Nicaragua. Bolsonaro se arrastró como nadie ante el trumpismo. Apoya la campaña de Trump y ya tuvo altercados con Biden, cuando el candidato demócrata criticó la política ambiental del Gobierno brasileño. Según la entrevista del sitio G1, la campaña de Biden no aceptó hacer contacto con Bolsonaro frente al intento del Gobierno brasileño de establecer relaciones con el Demócrata. El imperialista Biden, al fin de cuentas, sabe hacer política.
Es muy probable que Bolsonaro tenga que realinearse en alguna medida en las principales cuestiones internacionales donde hasta ahora, estuvo serenamente atado a las cadenas de Trump.
Yendo al nudo de la cuestión: ¿cuáles son las chances de que Bolsonaro pierda su mayor aliado, y tenga que lamerle las botas a otro amo?
Un paseo por los números
Joe Biden posee la mayor ventaja de un candidato presidencial en la víspera de las elecciones desde 1996, cuando el demócrata Bill Clinton tenía más de 13 % de intención de voto sobre el republicano Bob Dole -detalle: el margen real fue de 5 puntos menos. A esa altura, en los años 2000 y 2004, George W. Bush aventajaba a su oponente en las encuestas por 3,6 % y 2,3 %, respectivamente. En 2008 y 2012, Barack Obama aparecía al frente de sus adversarios por una diferencia de 6,7 % y 0,3 % respectivamente. En 2016, Hillary Clinton derrotaba a Trump en las encuestas por 3,9 %. A esta altura de la contienda en 2016 Trump tenía 35 % de chance de victoria; con la actual ventaja de Biden, tiene solo 10 %.
Otro punto favorable a Biden es que en 2020 hay menos chances de que los resultados finales diverjan demasiado del retrato de las encuestas. Según analiza Nate Silver, director de FiveThirtyEight, agencia especializada en encuestas electorales (es la que más cerca estuvo en la previsión del triunfo de Trump en 2016), las encuestas hasta ahora estuvieron estables en larga medida, y la cantidad récord de votación anticipada -más de 100 millones de personas- prácticamente anula un factor sustancialmente importante en toda la elección: la incógnita de un vuelco de último momento no prevista en las encuestas. Además, la polarización política y social en Estados Unidos redujo considerablemente el peso de los votos indecisos, que son muy pocos, a las puertas del 3 de noviembre. Trump se valió de estos dos últimos factores combinados para garantizar el triunfo en el Colegio Electoral en 2016.
Otro factor no menos importante, es que la ventaja actual de Biden en los distintos Estados le confiere un colchón de sostén ante un error en las encuestas de la magnitud del 2016. Según una proyección del diario The New York Times, aunque las encuestas actuales estuvieran equivocadas en la misma proporción que las de 2016, Biden igual conquistaría 335 delegados en el Colegio Electoral y saldría elegido con facilidad.
Tomemos como ejemplo a cinco estados clave en las elecciones, donde la disputa puede ir a un lado o a otro, como Arizona, Georgia, Carolina del Norte, Florida y Pensilvania. Como vemos en el cuadro abajo, con datos extraídos de FiveThirtyEight, un error de la magnitud al del 2016 en las proyecciones de voto en Arizona (-1,2 %), que llevó a que Hillary perdiese por 3,5 % y no de 2,3 %, hoy haría que Biden ganara por 1,9 % en lugar de 3,1 %. Un margen menor pero suficiente para establecer el terreno conquistado. Estando al frente por 2,1 % y 1,6% en Florida y en Georgia respectivamente, un error en las proyecciones similar a 2006 en las proyecciones le daría el triunfo a Biden en los dos estados por márgenes chicos, de 0,4 % y 0,5 %. En Pensilvania, que les costó carísimo a los demócratas en 2016, es hoy probablemente el más importante swing state en estas elecciones. Allí Biden ganaría por 0,7 %.
Es decir, una victoria de Trump todavía es plausible, pero un margen de error como el de 2006 no sería suficiente para garantizar su triunfo sobre Biden.
La baja cantidad de votos indecisos hace las cosas difíciles, como dijimos, para el republicano. Las proyecciones para Biden están por encima del 50 % en todos los estados donde Clinton ganó en 2016, y ganando Michigan, Wisconsin y Pensilvania (donde tiene solo el 50,1 % de las proyecciones), además del Segundo Distrito de Nebraska, Biden alcanzaría los 271 votos del Colegio Electoral necesario para ganar las elecciones (la mitad más uno de los 538 que hay en total).
Biden actualmente gana los swing states de Arizona, Michigan, Minnesota, Nevada, New Hampshire, Pensilvania y Wisconsin, y dentro del margen de error está al frente en Florida, Georgia y Carolina del Norte. Trump está al frente dentro del margen de error solo en Iowa, Ohio y Texas. Para asegurarse la contienda, Trump necesitaría ganar cinco swing states que penden para Biden: Pensilvania, Florida, Georgia, Carolina del Norte y Arizona.
Pero no todo son rosas para los demócratas. El carácter absolutamente antidemocrático de las elecciones en Estados Unidos -donde, entre otras aberraciones, el ganador en el voto popular puede no ser el ganador en la contienda presidencial- puede ayudar las plegarias del neandertal ocupante del Palacio del Planalto. El estado de Pensilvania, que alberga un enorme contingente de trabajadores industriales castigados por el desempleo y la pandemia, es una incógnita y puede decir mucho sobre los resultados en otros swing states.
La catástrofe económica causada por los efectos de la pandemia, agrandados por la precariedad del sistema de salud en Estados Unidos, y el alza del desempleo de 3,5% a más de 10 % le quitó a Trump buena parte de los votantes obreros que había conquistado en 2016 en el antiguo Rust Belt (cinturón industrial que abarca a Pensilvania, Michigan, Ohio, Wisconsin, Minnesota y Iowa), tradicionalmente demócrata. Pero Biden lidera por solo 4,7 % en Pensilvania, una diferencia que puede ser cubierta por Trump. Pensilvania expresa los humores de ese sector de la clase obrera blanca que se extiende por el centro-oeste estadounidense.
La posición de Biden estaría más segura si las proyecciones de Pensilvania fueran similares a las de Wisconsin y Michigan, o si, perdiendo ese estado, el demócrata se hubiese asegurado Florida, por ejemplo, que otorga una gran cantidad de votos en el Colegio Electoral. Ninguna de las dos cosas es verdadera. Hay una disputa ajustada en Florida, y el margen diferencial entre Pensilvania y los demás estados del Rust Belt subió en los últimos días. Carolina del Norte, Arizona y Georgia todavía no parecen suplir la eventual pérdida de Pensilvania, que expresaría cambios en los humores de los demás estados, como muestra la siguiente previsión.
Así, una votación de menor volumen que el esperado entre los blancos sin diploma universitario, así como de la comunidad negra del Rust Belt -o una apuesta mayor de la clase obrera blanca en la falacia de la recuperación económica orquestada por Trump- podría traer los márgenes de Biden a territorios peligrosos. No podemos descartar el eventual accionar de las bandas armadas de extrema derecha, como los Proud Boys, que obtuvieron la anuencia de Trump para “vigilar las urnas” e intimidar a los votantes, no solo este 3 de noviembre sino también las semanas previas. Esto significaría buenas noticias para Bolsonaro, que ya está acostumbrado a arrodillarse ante el altar de Trump.
Nate Silver, en su artículo “Estoy aquí para recordarles que Trump todavía puede ganar”, enumera algunas razones para un eventual triunfo del republicano. En primer lugar, Trump puede volver a beneficiarse del Colegio Electoral, aun cuando pierda en el voto popular. El alineamiento de los swing states adecuados, como los cinco mencionados más arriba (Pensilvania, Florida, Georgia, Carolina del Norte y Arizona) puede darle la victoria. Otra razón es la indecisión de Pensilvania, también mencionada más arriba. Sin ese estado, hay ciertos caminos a la victoria de Biden, pero ninguno de ellos es seguro. Las maniobras de Trump, como el anuncio de una victoria anticipada y todas las medidas posibles para darle a la Corte Suprema la decisión final del pleito, podrían jugar un rol de comodines del republicano.
Hay mucha indefinición hasta el conteo real, por eso se trata de establecer parámetros condicionales para tener una visión sobria sobre las consecuencias políticas de cada desenlace.
Un Bolsonaro aislado y más rodeado por el centro parlamentario
El ejercicio de arriba es un verdadero mapeo de lo imponderable. Nada está dado y los números no pueden garantizar un desenlace inevitable. Es imposible clavar resultados en una elección tan polarizada y con incontables factores involucrados en la contienda: a pandemia del coronavirus y el negacionismo de Trump, la retracción de la economía estadounidense y mundial, la reaparición de la lucha de clases -con las enormes movilizaciones contra el racismo y la brutalidad policial, la mayor de la historia de Estados Unidos.
Lo que se puede decir es que una derrota de Trump significaría un aislamiento inaudito para Bolsonaro desde su ascenso en 2019 y el más duro golpe a su Gobierno. Sería un cortocircuito en la corriente de la extrema derecha internacional, que tiene a uno de sus bastiones, Polonia, desafiado por la movilización de decenas de miles de mujeres en defensa del derecho al aborto. Un revés de magnitud que haría más complejo el oficio de la política para la extrema derecha brasileña instalada en el Planalto, y que ya no viene logrando poner a sus candidatos en las capitales en medio de las elecciones municipales brasileñas: en solo 3 de las 26 ciudades, llevan la delantera candidatos a alcaldes alineados con el presidente Jair Bolsonaro.
Además, es plausible que Bolsonaro, que después de su ruptura con la proimperialista operación judicial Lava Jato, sea aun más cercado por el centro parlamentario. Con un debilitamiento mayor de la corriente de extrema derecha a nivel internacional, Bolsonaro estaría forzado a aparecer más ligado al régimen de intercambio de favores del régimen político golpista, y en ese caso del centro parlamentario, de cuyos bajos escalones proviene. El actual líder del gobierno en la Cámara, Ricardo Barros (PP) es una de las “sumas” del centro parlamentario que dijo abierta e impunemente que el acercamiento de Bolsonaro era el movimiento lógico si este quisiera gobernar. Las dificultades de 2021, con el agravamiento de la crisis económica -que prevé una caída en el PBI de Brasil de por lo menos 4,4 % este año- es el fin de la ayuda de emergencia, que según la Fundación Getulio Vargas, pondría a un tercio de la población nuevamente bajo la línea de pobreza, fomentando escenarios de lucha de clases: todo esto en un mundo sin Trump y con deslucidas victorias en las elecciones municipales, podría dejar a Bolsonaro todavía más atado a la voluntad de un centro parlamentario hambriento que va a exigir su pago con intereses.
Si gana Trump, la inyección moral en la extrema derecha internacional también tendrá gran influencia sobre los destinos de Bolsonaro, y lo favorecerá políticamente en el próximo período.
Naturalmente, estas son hipótesis que no descartan otros desenlaces. Movimientos bruscos en la situación mundial pueden exigir salidas desesperadas de un gobierno de extrema derecha que no vea ningún puente de oro para retirarse. Una eventual derrota de Trump no implica la desaparición de Bolsonaro, mucho menos del bolsonarismo, que intentará dar sus batallas defensivas. Bolsonaro no está -nunca estuvo- ajeno a aventuras, y puede recurrir a ellas en casos extremos.
Pero tendrá que hacerlo sin su tutor y estrella guía, en caso que Trump pierda el sillón de la Casa Blanca. En otras palabras, independientemente de sus acciones, Bolsonaro estaría más vulnerable en el plano interno, en una etapa de giros bruscos en la relación de fuerzas en toda Latinoamérica, que con flujos y reflujos desde 2019 vive una vuelta de las graves oscilaciones políticas y de la lucha de clases.
Demás está decir que Trump es un producto detestable de la crisis orgánica a nivel mundial, que se alimenta de los efectos no resueltos de la Gran Recesión de 2008 y de la crisis capitalista; su política racista y xenófoba tiene que ser derrotada con la fuerza de la lucha de clases.
Biden no es ninguna alternativa para “derrotar a Trump”. Representa la posta del establishment bipartidista imperialista para relegitimar las instituciones estadounidenses. Biden tiene un largo currículum de políticas segregacionistas en el Senado desde la década de 1970, y es autor de la Crime Bill de 1994, que incrementó la política de encarcelamiento en masa de negros desde la administración Clinton. Fue parte directa de las intervenciones imperialistas de Barack Obama en Medio Oriente, siendo el vice del presidente conocido como “señor de los drones”, responsable por guerras e intervenciones en Irak, en Siria, en Libia, en Yemen, en Afganistán, recordado también en América Latina por la legalización de los golpes en Honduras y Paraguay. En la posición de vicepresidente, trae a Kamala Harris, actual senadora por California, y que en ese estado es reconocida por la “mano dura” junto con la policía y por aumentar exponencialmente la persecución y encarcelamiento de negros. “Progresistas” not so much (pero no tanto). Las organizaciones brasileñascomo el MES/PSOL, se comprometen con el partido imperialista más antiguo del mundo llamando a votar a Biden.
Enfrentar a la extrema derecha trumpista exige delimitarse del Partido Demócrata, y batallar por una política de independencia de clase que prepare los combates futuros, sea bajo una administración republicana o demócrata. Esa preparación consciente abre la posibilidad de que una nueva organización socialista revolucionaria pueda surgir en Estados Unidos, construida desde la vanguardia anti racista, de la vanguardia de trabajadores que enfrentaron directamente a la pandemia y de nuevos sectores que se radicalicen al calor de la crisis. Esa es la apuesta de Left Voice , parte de la Red Internacional La Izquierda Diario en Estados Unidos. Si hubiere lucha de clases en la forma de resistencia a los planes de austeridad o un nuevo despertar del movimiento anti racista, los socialistas revolucionarios tendrán la posibilidad de enraizar un programa revolucionario y proponer una alternativa política independiente que galvanice las fuerzas de los trabajadores, aliados a los negros, a los latinos, a las mujeres y a la juventud..
En cuanto a Brasil, nuestro combate debe ser preparado y organizado con una política independiente, desde ya, no solo contra Bolsonaro y Mourão, sino contra todo el régimen político golpista, la Corte Suprema, los gobernadores y el Congreso.
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André Barbieri
Nacido en 1988. Licenciado en Ciencia Política (Unicamp), actualmente cursa una maestría en Ciencias Sociales en la Universidad Federal de Río Grande el Norte. Integrante del Movimiento de Trabajadores Revolucionario de Brasil, escribe sobre problemas de política internacional y teoría marxista.