Fue el primer gobierno de la historia del país electo por el sufragio universal en ser derrocado por la irrupción popular en las calles. La Plaza de Mayo y sus alrededores fueron el campo de batalla contra las fuerzas de represión.

Gabriela Liszt @gaby_liszt
Martes 13 de diciembre de 2016 12:25
El descontento contra las políticas económicas del gobierno ya se había expresado en la huelga general del 13 de diciembre, llamada por las dos centrales sindicales existentes: la CGT oficial (Daer) y la disidente (Moyano).
El 19 comenzaron y se extendieron los saqueos a los supermercados y comercios, protagonizados por los desocupados y las barriadas pobres de once provincias, incluido el Gran Buenos Aires. Fueron las primeras acciones del levantamiento popular en una situación marcada por cuatro años de recesión, división interburguesa y un gran desgaste del gobierno y todo el régimen político.
A los saqueos, los gobernadores como Ruckauf en Buenos Aires, Binner en Rosario o Reutemann en Santa Fe, respondieron con represión policial y parapolicial, mientras entregaban alimentos para descomprimir la situación. Los trabajadores y la clase media se solidarizaron con los saqueos. De la Rúa decretó el estado de sitio pero un extendido e inesperado “cacerolazo” –que ganó los barrios de la ciudad de Buenos Aires y se dirigió a la Casa Rosada– lo desafió abiertamente. Esa misma noche, el ministro de Hacienda Domingo Cavallo (execonomista de la dictadura militar) presenta su renuncia a De la Rúa.
De la Rúa y Cavallo
Por primera vez se sintió en las calles la consigna emblemática del movimiento, con que la población expresaba su repudio a la casta política: “¡que se vayan todos!”. El movimiento de diciembre constituyó un amplio frente social que incluía a los desocupados, los pobres urbanos, la juventud plebeya y las clases medias pobres y las que vieron confiscados sus ahorros con el llamado “corralito”. La alianza del “piquete y las cacerolas” hizo intransitable la gobernabilidad burguesa.
El 20 de diciembre
Al día siguiente se produce la llamada “batalla de Plaza de Mayo”. A la mañana las Madres de Plaza de Mayo y jóvenes que estaban con ellas fueron reprimidas con la caballería. Al mediodía ya la batalla era campal desde Plaza de Mayo hasta Congreso. Jóvenes, trabajadores, estudiantes y desocupados, junto a centenares de militantes de los partidos de izquierda se enfrentaron con piedras a la policía. Ese día tanto la CTA como las dos CGT que habían llamado a una nueva huelga general rápidamente la levantaron. En medio de los gases, las balas de goma y los enfrentamientos es conocida la renuncia de De la Rúa y su escapada en helicóptero. Pero lejos de parar la represión, ésta siguió para amedrentar el triunfo de las masas. En ese lapso fueron asesinados en Buenos Aires y el interior del país más de 30 personas. Las centrales en vez de ratificar la medida contra la represión y para plantear una salida a favor de los trabajadores retrocedieron dejándole libre el camino para que la burguesía resuelva su crisis de gobierno.
Lo que siguió
La clase obrera participó pero no con sus propios métodos de lucha. Sí lo hizo en las fábricas abandonadas por sus dueños como Zanon y Brukman las que fueron ocupadas y recuperadas por sus trabajadores, proceso que se extenderá a otras fabricas.
Indudablemente, aquellas jornadas inauguraron un nuevo ciclo político y de la lucha de clases. Las asambleas populares que habían surgido en el proceso continuaron funcionando y tomaron mayor notoriedad los movimientos de desocupados combativos y tomaron impulso las fábricas ocupadas. La experiencia de la democracia directa y autoorganización era inédita en el país luego de las coordinadoras interfabriles del los 70, aunque sin la participación hegemónica de los trabajadores.
Levantamiento popular y complot capitalista
La intervención casi espontánea de un gran sector del movimiento de masas ponía a la luz la profunda crisis institucional del Estado capitalista semicolonial argentino. Pero al no intervenir los trabajadores con sus métodos, desarrollar las asambleas para que se conviertan en organismos con representantes electos que coordinen las fábricas, los bancos, los servicios, los precarizados, los desocupados, los inmigrantes y todos los sectores oprimidos y explotados para organizar por ejemplo el abastecimiento de alimento a la población y la falta de una alternativa clasista y revolucionaria fue aprovechada por los partidos políticos patronales. El antipartidismo en las asambleas y los movimientos piqueteros (que no diferenciaba los partidos patronales y los de izquierda) también fue una debilidad del movimiento que hizo más difícil la lucha política en las asambleas contra los que querían desviar la lucha.
El diario Clarín del 21 de diciembre de 2001 titulaba: “El peronismo debate cómo salir del 1 a 1 sin que haya costo social. El nuevo plan económico implicaría ir hacia una devaluación”. Y sostenía que “Por ello, deberá contar con el consenso de los principales referentes del PJ”. El peronismo asumió la tarea de contener al movimiento de masas, expropiando la victoria popular obtenida en las calles e impuso el golpe devaluacionista contra el bolsillo de las masas implementado bajo la presidencia de Duhalde. La burguesía debió cambiar cinco presidentes en menos de un mes y Duhalde se vio obligado a abandonar anticipadamente el poder y convocar a elecciones luego de que las fuerzas de represión asesinaran a Darío y Maxi en el Puente Pueyrredón el 26 de junio de 2002.
Duhalde asume el 1 de enero de 2002
Aníbal Fernández, jefe de Gabinete de Duhalde
Felipe Solá asume como gobernador de la pcia de Bs. As.
Asesinato de Kosteki y Santillán
El desvío del movimiento
Néstor Kirchner llegó al poder en el 2003 tomando reivindicaciones de los Derechos Humanos y con un discurso más centroizquierdista (a pesar de su carrera política bajo el gobierno menemista). Su objetivo era canalizar las demandas de las masas a la vez que reiteraba que no se debían volver a repetir acciones como en el 2001 que cuestionen y “rompan” la institucionalidad burguesa. Con el reparto de planes sociales, el peronismo comenzó a cumplir su rol de “partido de contención”. Su objetivo (como el de toda la burguesía) era terminar de desarticular la rebelión popular. Entre quienes buscaron restarle legitimidad y potencia revolucionaria al movimiento del 2001 el sector desplazado del poder planteó que las jornadas de diciembre fueron un complot orquestado por el PJ bonaerense para derrocar a De la Rúa y entregarle el poder a Duhalde.
Confundir al movimiento de diciembre con el complot de estas camarillas es funcional a defender al gobierno de la Alianza como la víctima de un golpe de Estado y predicar como una fatalidad la ruptura de la continuidad institucional. Otros, principalmente desde la centroizquierda, dijeron que aunque fue legítima la movilización popular, criticaron la consigna “que se vayan todos” en su aspecto más progresivo: el odio a las instituciones como la justicia, los partidos patronales, el Congreso, la figura presidencial y a los banqueros estafadores. No era extraño ver los esfuerzos denodados de los militantes de la CTA para que las asambleas populares se subordinaran a los Centros de Gestión y Participación del Gobierno de la Ciudad, en manos entonces de Aníbal Ibarra. Luego CFK, al asumir su período presidencial continuó con la política de "partido de la contención" pero tratando de fortalecer el poder de las instituciones patronales, incluso sus fuerzas represivas (como se vio en represiones dirigidas por Berni como a los trabajadores de Lear).
¿Qué quedó del 2001?
A 16 años, muchos de los que incluía el “que se vayan todos” siguieron quedándose y reprimiendo duramente las luchas sociales y sus dirigentes como Gerardo Morales (actual gobernador radical de Jujuy, en ese momento ministro de Desarrollo Social). Patricia Bullrich, primero ministra de Trabajo donde una de sus primeras medidas fue el recorte del 13% a los salarios de los trabajadores estatales y de los jubilados y también fue ministra de Seguridad Social, por nombrar alguno/as.
En estos días, con la ofensiva del gobierno de Macri a través de las contrarreformas previsional, laboral y tributaria, muchos han comparados los acontecimientos con los del 2001. "El macrismo, a diferencia del decadente gobierno de De la Rúa, goza aun de los beneficios del endeudamiento internacional. Que éste ha empezado a acotarse no es un secreto, pero mensurarlo debe servir para evitar el catastrofismo analítico. En segundo lugar, el gobierno de la Alianza cayó luego de dos años de profunda recesión y crisis social. El marco de una desocupación cercana al 25 % y una pobreza que alcanzaba a la mitad de la población, no puede ser ignorado. El reciente gradualismo electoral de Cambiemos atempera las consecuencias sociales de una política de ajuste" (Cambiemos y el nacimiento de la nueva "grieta").
Desde el 2001, los vallados se extendieron por muchos años (como el que divide la Plaza de Mayo en la actualidad). En pequeños acontecimientos como las protestas callejeras frente a los cortes de servicios, la existencia de un sector de izquierda dentro de los organismos de DDHH (a pesar de que la mayoría fueron coptados por los K) o cierto espontaneísmo en la lucha por el Ni una menos, la desconfianza en la justicia y los organismos represivos se pudieron observar elementos de estas jornadas. Pero este 14 y 18D puede dar a los trabajadores nuevamente confianza de lo que significan sus fuerzas en las calles, recordarle que en unidad con los sectores populares lograron derribar un gobierno. El kirchnerismo logró adormecer este sentimiento, despertando expectativas en las dádivas que podía ofrecer el Estado patronal. El gobierno macrista intentó cambiar esas expectativas a las que con "esfuerzo y alegría", en algún momento llegarían. Pero ni siquiera la mayoría de sus votantes pensaron que el "esfuerzo" tocaría a tantos sectores y tan sensible como es el salario de los jubilados. Esta desilusión es la que expresó el cacerolazo nocturno del 18D. Los trabajadores fueron los primeros en defender las jubilaciones de sus padres, las suyas y las de sus hijos. Pero nuevamente los sindicatos hicieron todo lo posible para hacer retroceder la contundencia de la medida, con un paro tímido y levantado lo antes posible. Sin ningún plan de lucha, sin asambleas, sin perspectiva para derrotar la ahora ley votada.
Necesitamos profundizar sobre las fortalezas y debilidades de las jornadas del 2001, así como aprender de experiencias superiores como las coordinadoras de los 70 para organizarnos para que la clase obrera y sus aliados puedan superar los obstáculos como la burocracia sindical y partidos patronales que se interponen para lograr una vida digna, lo que nunca obtendremos bajo el sistema capitalista.

Gabriela Liszt
Nació en Buenos Aires. Militó en el PST desde 1981, en el MAS hasta 1988. Una de las fundadoras de PTS y del CEIP "León Trotsky". Investigó, compiló y prologó varias de las publicaciones de Ediciones IPS-CEIP, entre ellas La Segunda Guerra Mundial y la revolución, Mi vida, Lenin, El Programa de Transición y la IV Internacional.