El 4 de agosto de 1914, la socialdemocracia alemana, contra todas las resoluciones anteriores y traicionando sus propias posturas, aprobaba los créditos militaristas en el Reichstag. Con ello daría inicio la Primera Guerra Mundial.
Óscar Fernández @OscarFdz94
Martes 4 de agosto de 2020
En 1914, las tensiones belicistas en Europa finalmente habían llegado a su punto de quiebre luego del asesinato del archiduque Francisco Fernando de Habsburgo-Lorena, heredero al trono del Imperio Austrohúngaro, muerto en un atentado por el nacionalista Gravilo Princip el 28 de junio de 1914 en Sarajevo. Austria-Hungría exigió un ultimatum a Serbia que ésta no estaba dispuesta a aceptar y le declararon la guerra, pero el sistema de alianzas instigado por Bismarck tuvo consecuencias inmediatas: al ser Serbia una nación eslava, pidió auxilio a Rusia para protegerla, pero ante el ataque ruso, Alemania salió en auxilio de su aliado Austria-Hungría; la Gran Guerra había comenzado.
Pero este estallido no cayó del cielo, sino que vino precedido por distintos factores. El primero y principal fue el boom económico posterior al aplastamiento de la Comuna de París, mismo que se incrementó exponencialmente poco antes de la muerte de Friedrich Engels en 1893. Fue la consecuencia directa de la metamorfosis del capitalismo en su fase imperialista.
Con ello, como explicamos en un artículo anterior, vino una gran migración del campo a la ciudad y una gran proletarización, la cual incrementó el surgimiento de sindicatos, así como de partidos obreros, creando las condiciones para forjar una nueva Internacional Obrera.
Pero ese crecimiento económico trajo consigo la competencia entre las potencias imperialistas, encabezada por Inglaterra y en menor medida Francia, las cuales intentaban hacer frente al Segundo Reich encabezado por Guillermo II. En 1905 estalló una crisis en Marruecos donde las potencias estuvieron a punto de entrar en guerra, pero las negociaciones pudieron frenar ese desenlace, permitiendo que las compañías alemanas pudieran explotar los recursos marroquíes junto con las compañías francesas, a la vez que el país galo mantenía el control político de la colonia norafricana.
Al unificarse Alemania en el siglo XIX, su reparto colonial fue muy limitado, teniendo territorios que no le daban la misma cantidad de recursos que sus competidores, como el caso de Namibia, de clima mayoritariamente desértico. Eso la ponía en desventaja con respecto a los demás países de Europa occidental y la orillaba cada vez más a tener ambiciones expansionistas para resolver su falta de mercado con respecto a la alta producción.
Por ello, como describía Lenin, la etapa de territorios vírgenes por explorar se había terminado. La única forma en que un país pudiera incrementar su mercado era haciéndolo en detrimento de otro; la crisis de Marruecos ponía de relieve esta realidad. Lo mismo ilustraban, en menor medida, el desenlace de la guerra ruso-japonesa un año antes.
Pero el imperialismo trajo consigo un cambio en la estructura social que generó el surgimiento de un fenómeno que el marxismo no contempló inicialmente y que Lenin describiría más tarde: la aristocracia obrera, un fenómeno de corrupción en las altas esferas del movimiento obrero, donde los dirigentes obtenían prebendas que no podían compararse con el de un trabajador promedio. Dicho fenómeno se tradujo en la burocratización de los sindicatos y el surgimiento de una burocracia política.
Ya Rosa Luxemburgo y León Trotsky alertaban de estos elementos profundamente conservadores en el seno del movimiento obrero. Frente a una huelga minera desencadenada en 1905, la burocracia sindical del SPD levantó la huelga sin ligarla a las demandas políticas que exigían derechos de voto para los trabajadores; esto permitió la contraofensiva de la patronal con lock-outs en 1906.
Por su parte, la burocracia política que encabezaba Friedrich Ebert —el futuro verdugo de la revolución alemana y de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht— disciplinaba al partido adaptándolo a la burocracia sindical. Al mismo tiempo, estos dos sectores actuaban en conjunción para adoptar las tesis que presentara Eduard Bernstein sobre "revisar" la teoría marxista proponiendo que el camino al socialismo era por medio de reformas paulatinas.
Los congresos de la Segunda Internacional reflejaban esta disputa entre el ala izquierda consecuente e internacionalista y la burocracia que actuaba como ala derecha del movimiento obrero, tendiente incluso a tener posturas racistas, nacionalistas y machistas (como por ejemplo el caso del Partido Obrero Belga, que renunció al voto femenino para ceder a una "alianza" con los liberales). Si bien Lenin, Kautsky, Trotsky y Rosa Luxemburgo derrotaron teóricamente al revisionismo, la presión de la burocracia continuó actuando en el SPD (así como en el resto de los partidos socialdemócratas).
Si bien en los subsecuentes congresos de la Segunda Internacional los marxistas veían con claridad que la burguesía se preparaba para una contienda, incrementando la producción bélica y generando crisis en los Balcanes por el dominio de recursos una vez que se retiraba el Imperio Otomano de la península, la cuestión es que la estrategia de Kautsky, de actuar de mediador entre la burocracia sindical y política, así como rehusarse a utilizar los métodos de los trabajadores como la huelga de masas para obtener conquistas, prefiriendo las alianzas electorales, la clase obrera fue "emboscada" y llevada a una carnicería, la matanza más grande hasta ese momento que la reacción había logrado planificar.
El 4 de agosto de 1914, la bancada del SPD del Reichstag votaba a favor de que el gobierno del káiser exigiera créditos extra a los capitalistas para financiar el aparato militar y movilizar tropas contra el imperio "salvaje" del zar. Abundan los videos y fotografías de los grandes desfiles militares de la época en Inglaterra, Francia y Alemania, con soldados sonrientes listos para partir al frente, pero como señala Oskar Hippe, esos soldados eran los oficiales y jefes. Los soldados rasos, provenientes del campesinado y la clase obrera, marchaban con expresiones lúgubres, pues sabían que esa no era su guerra.
Finalmente, meses después de que empezara la contienda, Karl Liebknecht, hijo de Wilhelm (fundador del SPD), y miembro de la bancada del SPD, rompió la disciplina partidaria y se rehusó a votar por más créditos de guerra y por campañas de reclutamiento (pues cientos morían cada día en el frente de batalla), valiéndole la cárcel y trabajos forzados. Desde su reclusión, Liebknecht escribió que "¡el enemigo principal está en el propio país!", volviéndose una figura de la Liga Espartaco, predecesora del Partido Comunista Alemán.
La socialdemocracia, por sus posiciones políticas, siempre capitula ante las variantes del capitalismo, prefiriendo aliarse con aquellos sectores que considera "progresivos". Sin ir muy lejos, hoy, quienes levantan el legado de Kautsky dentro de los Democratic Socialists of America (DSA) en Estados Unidos, y su dirección ligada a la revista Jacobin y Bhaskar Sunkara, llamaron en su momento a votar por un candidato del partido Demócrata, Bernie Sanders, y hoy, ante el fracaso de éste, llaman a votar al mal menor encarnado en el exvicepresidente de Obama, Joe Biden. Por ello es importante recordar los hechos políticos de hace un siglo, pues tienen más vigencia de lo que uno se imagina.
Óscar Fernández
Politólogo - Universidad Iberoamericana