El 5 de febrero de 1981 la gerencia local de la fábrica de jeans Lee informó a sus trabajadoras que cerrarían la planta escocesa de Greenock. Ese día empezó una huelga histórica.
Celeste Murillo @rompe_teclas
Lunes 5 de febrero de 2024 15:47
Imagen: triunfo de la huelga en la planta de Greenock
En 1981, el neoliberalismo daba sus primeros pasos de la mano de Margaret Thatcher en el Reino Unido. Greenock (Escocia) había sido conocida como la ciudad del “azúcar y los barcos”, por la refinería Walker y sus astilleros. La desindustrialización la transformó en zona de desempleo y recesión. El gobierno ofrecía beneficios a las empresas que se instalaran en la ciudad.
La compañía Vanity Fair llegó para producir su joya más preciada: los jeans Lee representaban dos tercios de sus ganancias de casi trescientos millones de dólares. No les iba nada mal. En febrero de 1981, la empresa anunció el cierre sin previo aviso. Ofrecieron una indemnización pero las trabajadoras la rechazaron, votaron la huelga y ocuparon la planta.
La mayoría eran mujeres jóvenes y la mitad llevaba el único ingreso a su casa. Sabían que había 18 personas desempleadas por cada puesto de trabajo que se abría y que el desempleo femenino (13,3 %) superaba la media nacional de 9,6 %. No iban a aceptar el cierre sin dar pelea.
Una barricada de máquinas de coser
Las chicas de Lee hicieron una barricada de máquinas de coser para bloquear el acceso a los gerentes. Margaret Robertson no era oficialmente la delegada pero se dispuso a resolver la primera necesidad: comer. Con un compañero salieron por un tragaluz, fueron hasta un bar que servía pescado y papas (una comida muy popular) y volvieron con 240 platos para que cada huelguista comiera. En el camino, pasó por su casa, le dijo a su mamá que estaban ocupando la fábrica y le pidió que avise a la televisión.
Las huelguistas no tenían un plan pero organizaron rápidamente un comité y dos turnos para ocupar la fábrica las 24 horas. La gerencia llamó a Margaret para que nadie entrara a la sala de producción, aduciendo el cuidado de las máquinas. Ella les pidió que les dieran acceso a la cocina. “Eso fue lo peor que podrían haber hecho, porque ahora podíamos organizarnos”, ahí instalaron su centro de operaciones. La esposa de un trabajador de mantenimiento, que pudo acceder a las oficinas, consiguió la llave maestra y así obtuvieron el control de la planta. Ahora ellas mandaban en Lee.
Sostuvieron la ocupación con la solidaridad de la ciudad. Los colectivos las llevaban gratis desde y hacia la fábrica, los comercios de la zona donaban la comida. Los portuarios británicos e irlandeses se negaron a transportar cualquier producto de la empresa. Cada trabajadora recibía dinero del fondo de huelga según sus necesidades (si tenían hijos e hijas, si eran madres solteras o jefas de hogar). Una porción abandonó la toma, pero nadie lo hizo por no poder sostener a su familia.
En esta historia fueron clave los obreros de los astilleros. Un delegado del astillero Scott Lithgow recuerda que llegó a una reunión sindical y nadie preguntaba por el tema del día, todos querían saber qué pasaba en Lee. No era una casualidad, en medio de una ola de derrotas como la huelga del acero o el cierre de la automotriz Chrysler, estas obreras textiles estaban decididas a resistir. Votaron aportar una parte de su sueldo mientras durara la ocupación y así lo hicieron. Se sumaron otros astilleros y fábricas de autos.
¿Quiénes se mantuvieron lo más lejos posible? Los dirigentes del sindicato. El sindicato de trabajadoras y trabajadores del vestido (National Union of Tailor and Garment Workers) apoyó formalmente la ocupación recién seis semanas después. Durante todo ese tiempo dejaron desprotegidas a sus afiliadas. Uso el femenino porque el 92 % eran mujeres (aunque solo ocupaban el 8 % de los cargos sindicales).
Al secretario general Alec Smith le gustaba golpear la mesa y levantar la voz en las reuniones, pero nunca apoyó a las obreras de Lee (adujeron consecuencias legales, unos valientes). El sindicato propuso abandonar la toma y protestar en una casa rodante frente a la fábrica. Cuando las trabajadoras rechazaron la oferta, les retiraron el apoyo. La medida continuó sin respaldo oficial.
El 24 de agosto de 1981 hubo festejos en la ciudad. Contra todos los pronósticos y contra su sindicato, las obreras le torcieron el brazo a la empresa y garantizaron los puestos de trabajo. El final feliz duró solo algunos años, en 1983 los nuevos dueños cerraron la planta. Pero aunque su historia estuvo escondida prolijamente varios años, nada logró borrar la memoria de las chicas de Lee. En 2016, 35 años después de la toma, le preguntaron a una de las trabajadoras si volvería a hacerlo y respondió: “claro que sí”.
Las chicas de Lee
El historiador Andy Clark dice que “los registros populares y académicos de la movilización obrera contra los cierres industriales en Gran Bretaña están dominados por la imagen de un trabajador”. Gran parte de su investigación está dedicada a las ocupaciones de Lee, Lovable Brasserie y Plessey Capacitors. El elemento que une a estas tres experiencias es la participación de mujeres jóvenes y la hostilidad de los dirigentes sindicales hacia la militancia de trabajadoras de base. “La movilización de Lee se formó sobre todo a través de procesos de solidaridad obrera alrededor del sentimiento de injusticia que despertaban los cierres”, explica Clark.
Que las luchas de la clase trabajadora tengan cara de varón tiene que ver con estereotipos que no inventó el capitalismo pero siempre aprovechó (el lugar de las mujeres es el hogar, trabajan menos porque su tarea es la crianza, sus sueldos son más bajos porque “trabajan menos”, así hasta el infinito). Que las luchas de trabajadoras se consideren menos importantes o se destaque más su rol de apoyo a huelgas de ramas masculinas tiene que ver con esos mismos estereotipos. Que los pocos ejemplos exitosos de la resistencia a las políticas neoliberales queden a la sombra no es un “problema” de género o una “queja” feminista. Los prejuicios machistas encajan y son utilizados para legitimar derrotas y herencias que afectan a todas las trabajadoras y a todos los trabajadores. Lo saben las trabajadoras y trabajadores en el Reino Unido que hoy, como hicieron las chicas de Lee, deciden dar pelea.
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Celeste Murillo
Columnista de cultura y géneros en el programa de radio El Círculo Rojo.