La crisis desatada por el Covid-19 en Argentina pone en primer plano la precariedad extendida y la pobreza estructural arrastrada por décadas. ¿Qué consecuencias graves produce la cuarentena en los barrios más pobres?
Jueves 2 de abril de 2020 13:18
Foto I Dos vecinos bajan las escaleras en la villa 31, uno de los barrios màs pobre de la Ciudad de Buenos Aires, Argentina. AFP
Nacho Levy, referente de la organización de barrios populares La Poderosa, publicó por estas horas un informe especial titulado "Las villas, el otro grupo de riesgo", en el que relata pormenorizadamente las penurias (no solo de la nueva cepa del virus Corona) que produce vivir en asentamientos y villas a lo largo y ancho del país.
Allí relata la falta de agua corriente, lo que imposibilita poder lavarse las manos o higienizarse, la baja expectativa de vida en la población de esos barrios y la persecución brutal de la Policía, práctica que siempre fue igual pero que ahora muchas voces de la progresía defiende o hace la vista gorda porque “están para cuidarnos”.
Mientras tanto, los medios televisivos “descubrían” la extrema precariedad de la fuerza laboral que se traduce en cinco millones de personas que viven el día a día lejos de la canasta básica de $ 64.000 calculada por las trabajadoras y los trabajadores del Indec. Muchos de ellos son los que habitan las villas que muy bien describe Levy.
En ese universo de la informalidad, aproximadamente (no se puede ser certeros justamente por no estar registrados) alrededor de 5,6 millones de trabajadoras, trabajadores y cuentapropistas cobran menos de $ 20.000 por mes.
Pero la precariedad no sólo se puede medir en términos de ingreso. La precariedad del trabajo es la precariedad de la vida. Como se marcaba en esta nota, “sólo en la Ciudad de Buenos Aires, existen 365.000 hogares con déficit habitacional (construcción incompleta, con materiales precarios o con hacinamiento, es decir más de tres personas por habitación), en donde habitan 1,17 de las poco más de tres millones de personas que viven en la Ciudad. Son 7.900 las que viven en situación de calle y se estiman 20.000 más en riesgo de quedar en la calle”.
El hacinamiento, que hace imposible el “distanciamiento social obligatorio”, convierte el QuedateEntuCasa no solo en algo intolerable, sino peligroso. Al problema habitacional se agrega el drama de la infraestructura. Obras que nunca se hicieron, cloacas (donde hay) tapadas desde hace años que cuando llueve descargan todos los deshechos y la putrefacción en las puertas donde viven las familias. ¿Se recomienda quedarse así en casa?
Allí anida el novel coronavirus, pero también hoy azota el dengue, el mal de Chagas, el sarampión y las infecciones que las inundaciones empeoran.
Es ahí donde no llegan las ambulancias ni hay hospitales, donde se sostiene la salud con postas sanitarias que montan los propios vecinos, casi sin ayuda. Y cuando esto no es suficiente se ingresa al sistema de salud público, el mismo que también ha sufrido el desfinanciamiento constante, donde los trabajadores sanitarios lo sostienen a pulmón sin los recursos necesarios ni los insumos suficientes para dar un servicio de calidad, mucho menos soportar una pandemia.
Contrariamente al discurso que suele decir que hay un "Estado ausente", es ahí donde se ve claramente que el Estado está siempre presente, pero con las fuerzas represivas que hostigan a jóvenes, reprimen y matan. Donde la Policía tiene la potestad de detenerte y disponer de tu cuerpo cómo y por el tiempo que quieran.
Esta realidad no cayó del cielo ni es responsabilidad de un solo gobierno. Fueron décadas de gobiernos peronistas, radicales y demás coaliciones patronales que mientras les rebajaban impuestos a los ricos y honraban la impagable deuda externa (ese viejo mecanismo de los países imperialistas utilizado para arruinar pueblos enteros y mantener su status de “potencias”) descargaban la crisis sobre los trabajadores.
En Argentina, los diez hombres más ricos del país suman una fortuna de U$S 34.000 millones, según la revista Forbes del año pasado. Encabeza el ranking Paolo Rocca (ese que quiere despedir 1.400 trabajadores de Techint) y le siguen empresarios de los laboratorios (que lucran con la pandemia), empresarios del petróleo y las finanzas.
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Estos personajes, a lo que hay que sumarles los agroexportadores que se hacen llamar “el campo”, son los ganadores de siempre. Son los que garantizan que haya diputados y senadores con sueldos de gerente para que gobiernen para ellos. Estos favores se traducen en la realidad que vemos: pobreza que crece, sistema de salud destruido y empresarios multimillonarios que además fugan sus fortunas al exterior (con la inestimable ayuda de los bancos, claro) para no pagar impuestos, como si les cobraran mucho.
Para no cuestionar (ni mucho menos tocar) las ganancias del gran empresariado argentino, los sucesivos gobiernos (del cual Alberto Fernández no es excepción) se llenan la boca hablando de “ayuda” y presentan planes que a duras penas sirven para paliar un poco la pobreza.
Para esto cuenta con la invaluable ayuda de la Iglesia católica (y de las evangélicas en ascenso) que mientras embellece la pobreza, organiza su “ayuda humanitaria” (mientras no larga un peso del suntuoso Vaticano) pero jamás se propone erradicarla.
El Gobierno decretó algunas medidas sociales que desde ya pueden ser una ayuda muy cristiana pero que de ninguna manera resuelve el problema. Ahora, ante los hechos consumados y la crisis sanitaria por el coronavirus en proceso, “lo urgente no deja lugar a lo importante”, como decía Mafalda.
Y muchos salen con excusas de que “se hace lo que se puede”, “todo junto no”, “venimos de cuatro años de crisis”. Nuevas versiones de “la pesada herencia”. Es cierto, esto no pasó todo de golpe, fueron (como dijimos) años de atacar la salud pública.
Pero mientras el esquema siga siendo socializar la miseria sin tocar los intereses de los grandes empresarios ni dejar de pagar la deuda externa, entonces simplemente no vamos a poder hacer frente a las necesidades extremas y urgentes del 40 % del pueblo trabajador que vive en la pobreza.
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