La gestión oficial de la TV pública, con elenco y dirección de ex Pol-kas, se propone una ficción con una nueva (no tan nueva) mirada sobre la década del 70 y la última dictadura militar argentina. ¿Momento de producción ideológica o ensalada de viejos relatos posibles?
Jueves 21 de septiembre de 2017 13:08
Transcurre la década del 70. La precisa elección de los espacios de la vía pública, la vestimenta, los peinados, la música, el material de archivo y las noticias de la televisión nos ubican rápidamente, sin problemas. Una voz en off, la de Carlitos (en boca de Martin Seefeld) nos invita a recorrer recovecos de una infancia de la que es testigo casual. Allí están los Martinez, la familia clase media protagonista de “Cuéntame como pasó”, la nueva serie de la TV pública que se propone (otra vez, pero ahora desde la nueva gestión) volver a mirar en clave ficcional la década del 70 y la última dictadura militar argentina.
Un desfile de reconocidos y destacados actores y un director nacido y criado bajo el riñón de Adrián Suar (Jorge Bechara) nos ofrecen (en esta adaptación de una serie española sobre el franquismo) una mirada particular sobre la historia política de nuestro país (lo cual es necesariamente, una posición sobre el presente desde donde se la mira).
En la introducción de “Insurgencia Obrera en la Argentina 1969-1976”, Ruth Werner y Facundo Aguirre plantean que aquel período en la historia de nuestro país puede caracterizarse como pre-revolucionario, violentamente interrumpido por la dictadura cívico militar. A partir de esa definición, desarrollan lo que configurarían los cuatro relatos existentes sobre este período histórico:
Un primer relato (el de la propia dictadura) que pretendía hacer tabula rasa sobre el pasado, lo cual resultó insostenible ya en los primeros años de recuperación democrática. Un segundo relato, el de la famosa “teoría de los dos demonios”, doctrina oficial y discurso público estatal desde el alfonsinismo hasta el año 2003 (con aquellas líneas del prólogo del “Nunca más” que rezaban: “Durante la década del ’70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto de la extrema derecha como de la extrema izquierda”). Un tercer relato, en el que los autores ven un “momento de producción ideológica burguesa” luego de la crisis del 2001, que ve a la década del 70 como “(…) el momento en el que la voluntad de una generación utópica libró un combate armado sin esperanzas (…)” (Werner, Aguirre, 2007). Es el relato progresista tomado por el kirchnerismo, el cual considera como único actor político a la guerrilla urbana (con una estrategia de sustitución de la clase obrera como sujeto) y cargó de todo un halo de romanticismo a aquella “juventud maravillosa” (“el setentismo de izquierda”), caracterizado como “infantil” en sus posiciones políticas pero con “ideales genuinos”. El balance realizado por este tercer relato indica que aquellos ideales solo pueden alcanzarse profundizando “(…) la democracia burguesa y la utilización del Estado burgués como instrumento activo en la vida económica y social (…)” (Werner, Aguirre, 2007), relato que se resquebraja con “el cambio de época” de los últimos años. (Dejamos el cuarto relato en suspenso, para el cierre de este artículo).
La pregunta a responder sería ¿Con cuál de estos relatos se identifica “Cuéntame cómo pasó”? Responder a esta pregunta nos permitiría vislumbrar si efectivamente hay un momento de producción ideológica vinculada a un naciente “relato macrista” (con algo de novedad) en su mirada sobre el último proceso pre revolucionario en nuestro país, o al menos ver en cuál o en cuales relatos se permite anclarse (en tanto posición en un terreno discursivo en disputa).
En el primer relato la serie no puede posicionarse. Hay una pretensión de recordar, de restitución histórica con posiciones explícitas. Los fachos son malos (el patrón, los militares, el novio golpeador, el burgués nazi papa de Martita, etc.), los adolescentes que militan son buenos, así como el tipo bonachón del bar, el cura peronista y la abuela española, católica y conservadora, pero comprensiva. Los padres, preocupados por lo que hacen sus hijos a escondidas, son muy buenos y muy responsables: Ellos son “la gente”, “los que no se meten en nada”, las más genuinas víctimas de esa locura irracional que pasa afuera y lejos de sus dramas mundanos. Los personajes, estereotipos planos y chatos, son demasiado buenos o demasiado malos: No hay grises ni matices. Si bien, en ese sentido, la serie toma posición (en favor de los que llama “militantes sociales”), esta construcción estereotipada de los personajes pone como sujeto del drama, no a las clases sociales, no a los sujetos históricos y colectivos con las contradicciones de su época, sino a sujetos individuales demasiado buenos, pobres víctimas humanitarias de un mundo absurdamente cruel. Sujetos individuales, lejanos: como de otro tiempo.
Antonio (Nicolas Cabré) y Mercedes (Malena Solda), los protagonistas de la tira, son los que estructuran la mirada de esa voz en off que cuenta desde un difuso presente. Como un claro alegato en defensa de “la gente”, Antonio y Mercedes no se meten en problemas: Antonio va de la casa al trabajo y del trabajo a la casa (“Como buen peronista”, dice su patrón de la gráfica) y Mercedes hace las tareas domésticas mientras intenta cuidar a los chicos. Si son montoneros, ellos no saben nada. Es que son ellos, los chicos, los jóvenes, los que se meten en problemas. un poco “metidos en política”, de militancia (suponemos) de izquierda, a escondidas de los padres. Mientras tanto, los espectadores somos niños (Carlitos) en off mirando a adultos preocupados: somos “la gente”, desclasados neutrales víctimas de esa violencia irracional.
De este modo, el terreno de la militancia política es vista desde la “mirada adulta de los padres” (mirada adulta narrada, casualmente, por la mirada de un niño adulto). Las representaciones partidarias, las discusiones estratégicas, las organizaciones políticas quedan generalmente fuera de escena, son secundarias. Los acontecimientos históricos se hablan (en un tono demasiado acartonado) en charlas de café y en la peluquería, o se cuelan en efemérides, imágenes de archivo, paneos del televisor o la radio de fondo. Las frases más recurrentes, en boca de los personajes son “este país es un quilombo”, “esto se va todo a la mierda”. Cada tanto se nombran espacios de militancia un poco difusos que nunca podemos conocer demasiado: no sabemos bien que están discutiendo, que se proponen (“un mundo mejor”, suponemos). La discusión política, estratégica, entra en el terreno de lo no dicho, queda siempre fuera de escena.
¿Pero es entonces el relato de la “teoría de los dos demonios” el que sostiene la novela? A toda una línea del progresismo de proclamada centroizquierda, que vio rápidamente (luego de las PASO 2017) en el macrismo el surgimiento efectivo de "una nueva hegemonía", le sería útil esta caracterización.
Pero no… La serie también construye aquella romántica “juventud maravillosa” del tercer relato post-2003 kirchnerista: Quizás en clave teenager, “crismorenizados” y pasados por la licuadora de la estética Suar, pero esos jóvenes son también valorados como idealistas, soñadores, un poco con ternura, otro poco con preocupación. No por nada la canción de apertura de (¿quién sino?) Alejandro Lerner entona: “Y ahora estoy tratando de aprender, y ahora estoy buscándote otra vez, Lo único en la vida que jamás olvidaré, lo que viven dentro mío son los sueños del ayer”.
“Sueños del ayer”: como los de aquel tercer relato, que tuvo como progresivo cierta instalación del discurso de los organismos de derechos humanos, el juicio a las cúpulas genocidas, pero despertando de ese sueño encontró los límites de no juzgar responsabilidades civiles, al poder económico, no abrir los archivos de la dictadura, dejar intacto y fortalecer al aparato represivo del estado. Era el precio de despertar a la restauración de la institucionalidad burguesa después de la crisis del 2001. “Sueños del ayer”: institucionalidad que gradualmente se tornará pesadilla.
¿Pero qué tiene que ver todo esto con la nueva tira de canal 7? En principio, aún en la libertad de criterio de los creadores de una tira, los relatos en los que eligen posicionarse son necesariamente el resultado de conflictos materiales concretos: si no se puede hoy reinstalar la teoría de los dos demonios, si aún quedan resquicios de reivindicación de los luchadores (despolitizada, nostálgica, sin ningún atisbo de perspectiva histórica, de clase, pero reivindicación al fin) es por el resultado de disputas ideológicas no resueltas en el terreno político material.
“Cuéntame cómo pasó” remite, ya desde su título, a una pretensión de neutralidad, de limpieza en la narración de un acontecimiento concreto que “ya pasó” y parece demasiado lejano a nuestro presente. Como siempre, la mirada sobre el pasado es un estado de situación sobre el presente. Entretanto, en su urgencia cotidiana, los medios masivos de comunicación, desde sus trincheras ideológicas con sus operadores televisivos, intentan reinstalar, en el mejor de los casos, aquella teoría de los dos demonios (latente y viva en cierto sentido común clase media), también desde una supuesta neutralidad, desde una aparente limpieza ideológica.
Dejamos para el final el cuarto relato, ese que Ruth Werner y Facundo Aguirre se plantean como un desafío, el relato que recupera el rol de la clase obrera argentina durante este proceso (rol desplazado de los tres relatos anteriores). Un relato “(…) en el que la intervención directa de grandes fuerzas sociales ocupe el lugar central (…)” (Werner, Aguirre, 2007).
La serie recién arranca. Hasta la semana pasada, todavía andaba por el lopezreguismo. La ambientación, las actuaciones y un drama muy bien contado la vuelven atractiva. Lerner seguirá entonando sus “Sueños del ayer”, suponemos, por unos meses más. Mientras tanto, si el tiempo nos permite cruzarnos con ella alguna noche, hagamos el ejercicio de tratar de verla (bien despiertos y con nuestros “sueños del hoy”) con un ojo puesto en esos relatos.