Historia de una joven trabajadora. Cuando la precarización asalta en sueños y la mente clama venganza.
Viernes 19 de febrero de 2021 10:45
La primera vez soñó que se lo cruzaba por la calle. Caminaba por una ancha vereda con baldosas mostaza, a la sombra de unos tilos, cuando lo veía doblar la esquina y se le abalanzaba. Nicolás es muy alto, entonces ella saltaba y se le colgaba del cuello. Le pegaba trompadas. Le tiraba los pelos. Le arañaba la cara.
Este primer sueño la despertó poco después de que Nicolás cerrara el supermercado.
A la clientela del barrio le gustaba ir a comprar al sector fiambrería, porque mantenía la máquina de cortar siempre reluciente. Nada de montículos de restos de queso o fiambres acumulados. Cada vez que cortaba, limpiaba, aunque la frecuencia de la tarea le costó más de un corte en las yemas. Una mañana, limpiaba con un trapo húmedo envuelto alrededor del pulgar, haciendo presión sobre la cuchilla de la máquina que giraba puesta en cero para no lastimarse. Nicolás llegó y le comunicó que iba a cerrar. Le dijo que no se preocupara, que ella rápidamente podría conseguir otro trabajo, que era joven y algo iba a salir. Él sin embargo la tenía más difícil. Se estaba fundiendo. El negocio no vendía y tenía deudas. No sabía cómo iba a hacer para darle de comer a sus cuatro hijos. Ella no confiaba en la aflicción del jefe, pero la suya era real, así que lloró de susto delante de él, con el trapo lleno de grasa de la máquina que aún colgaba entre sus manos y le pidió que por favor le diera algo de indemnización. Le pidió que por favor no la dejara tirada.
La segunda vez soñó que entraba al nuevo negocio de Nicolás y lo atacaba a insultos. Por el escándalo que desató intervino la cuñada del patrón, encargada del local, que saltó de entre las góndolas y le impidió abalanzársele como en el sueño anterior. En ese momento inició un forcejeo entre los tres.
Nicolás trataba de hacerse el desentendido y disimulaba frente a las personas que estaban en el local. Ella se cansó de la escena y tomó del brazo a la cuñada. La sacudió y en un movimiento brusco le retorció el brazo. La cuñada cayó al piso de cabeza y se torció el cuello entre unas cajas con mercadería que había cerca.
Al despertar recordó el día que lo vio por la ventanilla del colectivo. Bajaba mercadería de la camioneta. Ella ya sabía que Nicolás había abierto un nuevo supermercado, cerca del centro. Una de las chicas que trabajó con ella de cajera y que también buscaba empleo se lo había dicho.
Días antes de la fecha del cierre, le había preguntado a Nicolás si efectivamente podía contar con la plata de la indemnización. Ya faltaba poco para que se terminara el plazo antes de que quedara de nuevo sin trabajo. Veía que Nicolás se llevaba las cosas, los muebles, la mercadería, desarmaba las góndolas, vació el depósito del subsuelo. Todo lo cargaba en la camioneta Ford blanca que tenía y nadie sabía a dónde lo llevaba.
Nicolás cerró, no la indemnizó, ni respondió su carta documento. Meses después, desde arriba del colectivo lo vio demasiado impune.
Para este segundo sueño hacía más de un año que buscaba trabajo. La tercera vez soñó que recorría el nuevo local de Nicolás.
De repente se encontró frente a Nicolás, pero a su lado estaba uno de sus hijos. Era el mayor, el de nueve. Siempre que el nene iba a visitar a su papá al súper, iba directo a la fiambrería para pedirle un sanguchito de pan flauta con jamón y queso, o alguna empanada de pollo. Ella lo trataba con dulzura, le preparaba lo que el nene le pedía con esmero y le gustaba conversar con él. Pensaba que era muy educadito, amable, aunque le parecía un poco tímido.
En el sueño, ella empezaba a hablar pero no dirigía al padre sus palabras. Le hablaba al nene mientras se encorvaba para verle mejor la cara. Agachada frente al niño revoleaba cada tanto la mirada. Nicolás la escuchaba desde arriba.
Le decía que ella estaba desde hacía mucho tiempo en una situación horrible por su culpa, que su papá no era la clase de persona que él imaginaba porque lo único que le importaba era la plata, que era capaz de explotar gente sin respetar ni el más mínimo derecho y aprovecharse de estudiantes por dos mangos.
Otra vez la situación dentro del súper se empezó a descontrolar con gritos y manoteos. Terminó yéndose antes de que la denuncien por los insultos.
Esta vez al despertar, evitó sacar la cuenta del tiempo que había pasado desde que Nicolás cerró el supermercado.