La historia de la sexualidad es simultáneamente la historia de su represión y de la lucha contra las normas que intentan sofocarla.
Rosa D’Alesio @rosaquiara
Jueves 17 de mayo de 2018
Hacia fines del siglo XVIII comenzó a conceptualizarse la sexualidad. Es un concepto esencialmente burgués y surge para definir a la aristocracia decadente y la ‘inmoralidad’ de las clases desposeídas en el transcurso de los siglos XVIII y XIX.
Mientras que el término homosexual fue empleado por primera vez en 1869, aunque recién en 1886 fue el libro Psychopathia Sexualis de Richard Freiherr von Krafft-Ebing el que popularizó el concepto. Es decir que en el siglo XIX surge el homosexual como un sujeto particular, condenado a la patologización y criminalización. Aunque la persecución a los sodomitas se remonta a una larga historia sangrienta.
La Unión Soviética eliminó del Código Penal la sodomía en 1922. Retirándola de este modo de la órbita de la justicia y la medicina forense. En el resto de Europa, las leyes que penalizaban la homosexualidad, o aspectos de ellas, fueron abolidas recién en 1968 en Alemania Oriental, en 1971 en Holanda, en 1978 en España, en 1982 en Francia. La Unión Soviética se había adelantado en más de 40 años.
Capitalismo
Jhon D’Emilio dice que “la expansión del capital y la difusión del trabajo asalariado han producido una enorme transformación en la estructura y funciones de la familia nuclear, la ideología de la vida familiar, y el significado de las relaciones heterosexuales. Son estos cambios en la familia los que están más directamente relacionados con el surgimiento de una vida colectiva gay”. No obstante, es dentro del capitalismo que el patriarcado ha sido reforzado por la explotación y la opresión propia del sistema.
Controlar los cuerpos y la vida anímica de esa mano de obra es particularmente necesario para las clases dominantes. La sexualidad reprimida sirvió para domesticar y reproducir un sujeto dócil de la nueva sociedad fordista. Durante toda su etapa de desarrollo el capitalismo ‘encausó’ la sexualidad sometiéndola a la reproducción de la fuerza de trabajo, encerrándola en la familia conyugal, heterosexual, monogámica y patriarcal. Sigmund Freud explica en “El malestar en la cultura” que la cultura, la sociedad, se establece sobre la base de las represiones de las pulsiones sexuales.
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A esto podemos agregar que la familia participó (y continúa haciéndolo) en el orden burgués, al ser ella misma la que castiga a los ‘desviados’, propiciando un orden social conservador que ayuda a perpetuar, de una generación a otra, una moral capaz de reprimir el deseo sexual. El amor heterosexual será el ideal social que intentarán imponer, edificando un sistema de represión que condene la sexualidad no reproductiva.
Acompañando esta necesidad del capitalismo, se imponen leyes punitivas contra las diversidades sexuales, así como se reprime la sexualidad femenina no reproductiva, criminalizando hasta el derecho a decidir sobre el propio cuerpo. Por la ilegalidad del derecho al aborto, mueren 68 mil mujeres anualmente en el mundo.
Ahora bien, ¿cómo lograron transformar en norma social el sexo reproductivo y las relaciones afectivas entre personas de distinto sexo? Rosa Luxemburgo decía que “ninguna ley obliga al proletariado a someterse al yugo del capitalismo. La pobreza, la carencia de medios de producción, obliga al proletariado a someterse al capital”. Son estas mismas relaciones sociales de producción capitalistas, que condenan a la mayoría al reino de la necesidad, las que condicionan la vida anímica y atraviesan, de un modo u otro, los cuerpos pulsionales.
Entrecruzamiento de los social y lo sexual
La sexualidad es producida por esas normas sociales, pero también es producida en oposición a éstas. Por un lado es atravesada por las condiciones sociales y la cultura que producen y reproducen la privación del cuerpo. Si bien no es ‘atrapada’ absoluta y definitivamente por esas normas sociales, logran injuriar la sexualidad disidente, por lo tanto, las personas que ejercen su elección quedan impugnadas.
Al tiempo que la clase dominante refuerza la heteronorma, la moral burguesa no hace más que producir hipocresías. Es el propio sistema capitalista que promueve sexualidades al margen de las normas puritanas y organiza el comercio sexual que les otorga fabulosas ganancias. Solo la trata de personas genera ganancias de más de treinta y dos mil millones de dólares anuales, con la explotación sexual de cuatro millones de mujeres y niñas que cada año son secuestradas a tal fin.
Por otro lado en la actualidad, en occidente, la sexualidad está expuesta más que nunca en la vida cotidiana, creando la ficción de una sociedad que permite la libertad sexual. La hipersexualización se ha convertido en un negocio que no solo vende cuerpos, sino también fantasías y numerosos servicios para una sexualidad ‘productiva’.
Mientras el capitalismo alienta la mercantilización de la sexualidad, donde algunos pueden acceder a esos placeres, para otros, en el marco de la explotación y la alienación capitalista, la sexualidad se ve reducida a un esporádico ejercicio rutinario.
Sexualidad y medicalización
El capitalismo se vale de sofisticados mecanismos de coerción que, a través de instituciones milenarias como la familia patriarcal, la Iglesia y la ‘ciencia’, reproducen y sostienen ancestrales prejuicios misóginos, sexistas y homofóbicos. La Iglesia es la encargada de dar soporte moral a la familia, descargando las ideologías más infames sobre éstas.
También la ciencia ha contribuido a reforzar ideas oscurantistas. Médicos, psiquiatras y psicoanalistas han promovido la heterosexualidad estable y reproductiva. Sigmund Freud ha sido uno de los artífices de prescribir de qué modo debía gozar el cuerpo. Sobre el cuerpo femenino sostuvo que el clítoris era un órgano inacabado, como un vestigio del pene, y que las mujeres debían aprender a obtener el placer sexual a través del coito vaginal, ya que el placer mediante el clítoris lo consideraba como expresión de inmadurez.
Freud aseguraba que la mujer debía realizar un trasvase erótico del clítoris a la vagina para conseguir dicha madurez sexual. Pero además Freud y el psicoanálisis aportaron un arma fuerte a la ideología capitalista. El complejo de Edipo, al que han erigido como constitutivo de la novela familiar, por lo tanto todo lo que no circule dentro del ordenamiento edípico se patologiza. Los psicoanalistas, que reproducen estas teorías, se han convertido en buenos guardianes del orden heterosexual.
Por lo tanto las definiciones sobre la sexualidad no han hecho más que injuriarla, con el objetivo de establecer normas y patologizar todo lo que se sale de ellas. Se clasifica para disciplinar.
Asimismo las definiciones sobre la sexualidad persiguen la ilusión de poder establecer pautas para explicar por dónde circula el erotismo o cómo se construye la sexualidad y la elección sexual. Pero la sexualidad no se puede explicar porque es anómala, polimorfa, no tiene norma. Lo único que la encausa son las normas sociales, la cultura.
Pero también la sexualidad existe a partir de las relaciones sociales de producción y de las estructuras fálicas de la opresión que intenta reducirla a lo estrictamente genital. Con las normas morales represivas no sólo se moldean ideologías, también se moldean los cuerpos.
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La sexualidad también encarna la lucha contra la opresión social
La lucha contra la opresión no es nueva, la humanidad siempre se rebeló contra las clases dominantes, que a través de las instituciones del Estado, reprimieron la vida sexual, mientras se reservaban para si el privilegio de poder gozar de los placeres que estaban prohibidos para el pueblo oprimido. Cada vez que las masas pusieron en jaque al poder de las clases dominantes y su Estado, también cuestionaron la vida cotidiana, incluyendo las imposiciones moralizadoras de la sexualidad.
La Revolución Rusa de 1917, cuando la clase obrera tomó el poder por primera vez en la historia, estableció el derecho al aborto libre y gratuito, despenalizó la homosexualidad y dejó de perseguir a las personas en situación de prostitución.
Muchos años después, finales de la década del 60, los movimientos de mujeres y por la liberación sexual se desarrollaban en gran parte del planeta. El amplio movimiento por la liberación sexual alcanzó visibilidad con la conocida revuelta de Stonewall. Esto se dio en el marco de un extendido proceso de radicalización de masas, que atravesó los continentes, desde mediados de los 60 hasta inicios de los 80.
Con la lucha y la movilización, el movimiento por la liberación sexual consiguió que la homosexualidad fuera despenalizada en casi todos los países occidentales y que se eliminara la homosexualidad de los manuales de enfermedades mentales. La vida de millones de seres humanos se modificó sustancialmente con este movimiento, pudiendo abandonar una vida de ocultamientos obligados por la feroz discriminación en el mundo laboral y social.
En Argentina, las personas transexuales desafiaron mucho más que el orden biológico, a partir de su lucha contra el artículo 71 del Código Contravencional del gobierno de la Alianza a fines de los 90. Exigieron sus derechos al acceso al trabajo, educación, salud. Años más tarde conquistaría el matrimonio igualitario y la Ley de Identidad de Género.
La igualdad ante la ley no es la igualdad ante la vida
Aun teniendo leyes que amplían los derechos de las personas LGTB, como en Argentina, la homolesbotranfobia continua enraizada en el orden social Capitalista. Porque la clase dominante, se beneficia de la división que crea entre los oprimidos y explotados a partir de los prejuicios que surgen de este milenario proceso de ‘normalización’: el machismo, la misoginia, el sexismo, la homofobia, o el racismo.
Vladímir Lenin, el revolucionarios ruso, sostenía en su libro ¿Qué Hacer? que un marxista debe ser “...arbitrariedad de opresión, dondequiera que se produzca y cualquiera que sea el sector o la clase social que afecte; que sabe sintetizar todas estas manifestaciones en un cuadro único de la brutalidad policíaca y de la explotación capitalista; que sabe aprovechar el hecho más pequeño para exponer ante todos sus convicciones socialistas y sus reivindicaciones democráticas, para explicar a todos y cada uno la importancia histórica universal de la lucha emancipadora del proletariado”.
Porque no tendremos posibilidades de ejercer nuestro derecho a una libertad sexual, si dejamos intacto las estructuras sociales de dominación capitalista. La fuerza de los explotados y oprimidos debe unirse también para luchar contra las injurias sexuales, para enfrentar y debilitar a las clases dominantes y socavar los cimientos de este sistema de explotación. Entre tanto seguiremos peleando por ejercer nuestro derecho a disfrutar de la sexualidad liberada de ignominia.
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Rosa D’Alesio
Militante del PTS, columnista de la sección Libertades Democráticas de La Izquierda Diario; se especializa en temas de narcotráfico y Fuerzas Armadas.