Domingo 20 de noviembre de 2022 22:49
El 26 de junio del 2003, al cumplirse el primer aniversario del asesinato de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán por parte de la criminalidad policial, se realizó un acto sobre el Puente Pueyrredón con la presencia de la mayoría de las organizaciones sociales combativas y los partidos de izquierda.
Hebe Bonafini fue entonces la oradora principal, apoyada por todos; y, en un encendido discurso revolucionario, llamó a la juventud a enfrentar al régimen mediante la acción directa.
Hacía un mes que Néstor Kirchner había asumido el gobierno y nadie hubiera podido imaginar en ese momento el giro dramático que adoptarían las posiciones de la presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo que, de la líder vanguardistas de la revolución, pasaría a convertirse en el apéndice contestatario y progresista de un gobierno burgués.
Fue un episodio bisagra. Un antes y un después.
Muchos la abandonaron entonces y se decepcionaron. Pero otros muchos que no habían compartido sus altivas posturas anteriores de confrontación y sus burlones desplantes a la oligarquía y el imperialismo, comenzaron ahora a seguirla en su nuevo rumbo. Un rumbo que terminó en la claudicación ante el asesino Milani y la neutralizacion y apaciguamiento de la histórica organización de Madres.
Tuve el alto honor de compartir con ella treinta años de lucha como periodista y docente.
Pero, cuando la situación llegó a un punto insostenible para un hombre formado con una identidad de izquierda, y lo que yo decía en el programa de Madres de Radio Nacional en solidaridad con los piqueteros y trabajadores en conflicto había empezado a resultar anacrónico en un ámbito oficialista, me echó.
Cómo también echó a un grande como Osvaldo Bayer, sólo por decir que no habría verdadera democracia en nuestro país mientras hubiera villas miseria. Algo que ella suponía que podía herir los oídos sensibles del gobierno nacional y popular.
Abrazas era un dios de la antigüedad que unía simbólicamente lo divino con lo infernal, lo bueno con lo malo y la vida con la muerte. O, para decirlo con lenguaje coloquial de hoy, las tenía todas.
Muchos pensadores y literatos, como el novelista y poeta germano-suizo Hermann Hesse (1877-1962) en su obra "Demián", mencionan a este dios como ejemplo de alguien que lleva en sí mismo lo positivo y lo negativo al mismo tiempo.
Hebe, como el dios Abraxas, tuvo muchas luces y, también, sombras.
Hebe fue el símbolo de la resistencia y la revolución durante años. Enfrentó a la dictadura militar cuando la mayoría estaba escondida e incluso se diferenció de la histeria colectiva que engendraron el Mundial ’78 y la guerra de Malvinas. Y, sobre todo, reivindicó cada segundo y cada centímetro del accionar revolucionario de sus hijos detenidos- desaparecidos.
Pero, en el último tiempo, también se convirtió en espejo de agachadas y concesiones.
No soy la persona más adecuada para formularle críticas, porque he sido a lo largo de mi vida una máquina de cometer errores de todo tipo, pero en este momento de luto y dolor para muchos, no puedo dejar de resaltar sus años de grandeza y heroísmo para enfrentar a los poderosos; y, también, sus etapas de pequeñez y decadencia.
El pueblo, especialmente los trabajadores jóvenes, tienen que recordarla por el hermoso ejemplo de lucha que fue gran parte de su existencia desde el primer día que comenzó a marchar en la plaza para desafiar a los genocidas.
Lo demás es, en este momento, digamos, secundario y olvidable. Aunque a mí me resulte difícil olvidar.