Enfrentada a los límites reales del poder global de Estados Unidos, la derecha está desarrollando nuevas ideas para revitalizar el imperialismo estadounidense. La presidencia de Trump pondrá a prueba esta política exterior en una realidad volátil.
Martes 3 de diciembre de 2024 20:13
No faltan especulaciones sobre cómo será el imperialismo estadounidense bajo la nueva administración Trump. El magnate todavía es recordado por lo caótico de sus decisiones y su falta de interés por las alianzas tradicionales del imperialismo estadounidense, como la OTAN. Pero la política exterior de Trump es mucho más compleja que el mero aislacionismo del America First. De hecho, trae consigo varias ideas que aún se debaten en el seno de la derecha. Como explica Alec Russell en el Financial Times:
Aunque esclavizado por Trump, el partido [republicano] tiene tres facciones de seguridad nacional que compiten por la atención del presidente, según el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores: los «moderados», esencialmente los «America Firsters»; los «prioritarios», que quieren centrarse en China; y los «primacistas», creyentes de la vieja escuela en proyectar el poder estadounidense en todo el mundo y que cuentan con una banca fuerte en el Senado. Los dos primeros están de acuerdo en dejar Ucrania en manos de Europa.
Estos puntos de vista contrapuestos explican cómo Trump se posiciona como candidato antibelicista, arremetiendo contra los arquitectos de la Guerra contra el Terrorismo, al tiempo que promete que bajo su administración el mundo dejará de ver a Estados Unidos como débil.
Las diferentes ideas que se desarrollan en la derecha contienen algunos puntos de convergencia, pero hay tantos o más desacuerdos entre las principales figuras e intelectuales del movimiento MAGA. Este artículo intentará dar sentido a la política exterior trumpista examinando las ideas contrapuestas en la derecha. Trump encarna un intento de aunar diferentes ideas, poniéndolas a prueba en un panorama internacional volátil.
Paz a través de la fuerza
En su campaña de 2016, Trump percibió un creciente rechazo a las guerras eternas entre la clase trabajadora estadounidense, del mismo modo que veía que el poder de Estados Unidos se agotaba en sus innumerables compromisos internacionales. Se dirigió a las comunidades maltratadas por la globalización que traslada los empleos manufactureros al extranjero, y popularizó elementos del aislacionismo y populismo económico. Como escribió Sou Mi para Left Voice en octubre
Durante su primer mandato, con la promesa de Make America Great Again (Hacer América grande otra vez), Trump se embarcó en una campaña proteccionista que marcó un alejamiento de las décadas en las que la diplomacia estadounidense, organizada en la lucha por la “democracia”, ayudó a organizar un orden mundial capitalista detrás de Estados Unidos. Declarando que era hora de que el mundo pagara su “parte justa”, Trump retiró al país de acuerdos internacionales clave, como el Acuerdo Climático de París e importantes organismos de la ONU como el Consejo de Derechos Humanos, e incluso amenazó con retirarse de la OTAN, todos los cuales han sido tratados estratégicos e instituciones de maniobra para el imperialismo estadounidense. Contra los adversarios de Estados Unidos como China, Trump desató una guerra comercial. Ahora en campaña, desde defender la retirada de Estados Unidos de la guerra en Ucrania, hasta la competencia con China, Trump propone más o menos lo mismo.
Pero no pudo resolver todos los límites del imperialismo estadounidense simplemente mirando hacia dentro. En los casos en los que el poder de Estados Unidos se vio más seriamente desafiado por potencias regionales o adversarios, Trump recurrió a la agresión económica e incluso militar. Forzar a aliados y adversarios por igual será un sello distintivo de la política exterior durante su segundo mandato.
Esta estrategia se desarrolla en un ensayo de la revista Foreign Affairs de Robert C. O’Brien, ex asesor de seguridad nacional de Trump, titulado “El retorno de la paz a través de la fuerza”:
Estados Unidos primero no significa Estados Unidos solo es un mantra que repiten a menudo los funcionarios de la administración Trump, y con razón: Trump reconoce que una política exterior exitosa requiere unir fuerzas con gobiernos y personas amigas en otros lugares. El hecho de que revisara qué países y grupos eran más pertinentes no lo convierte en puramente transaccional o en un aislacionista hostil a las alianzas, como afirman sus críticos. La OTAN y la cooperación de Estados Unidos con Japón, Israel y los Estados árabes del Golfo se reforzaron militarmente cuando Trump era presidente.
La política exterior y la política comercial de Trump pueden entenderse con precisión como una reacción a los defectos del internacionalismo neoliberal, o globalismo, tal como se practicó desde principios de la década de 1990 hasta 2017. Al igual que muchos votantes estadounidenses, Trump comprendió que el “libre comercio” no ha sido nada de eso en la práctica y que, en muchos casos, implicaba que gobiernos extranjeros utilizaran aranceles elevados, barreras al comercio y el robo de propiedad intelectual para perjudicar los intereses económicos y de seguridad de Estados Unidos.
O’Brien va más allá, con propuestas concretas para reorganizar los recursos de Estados Unidos y conseguir que tanto aliados como adversarios se pongan de acuerdo. La lista de propuestas que hace es demasiado larga para citarla completa, pero la idea es reorganizar los recursos militares estadounidenses para centrarlos más directamente en la región Asia-Pacífico, intensificar la guerra económica contra adversarios como Irán y China, y amenazar con retirar el apoyo militar a aliados como Taiwán y los países de la OTAN a menos que gasten más en sus ejércitos. (Hay más ideas sobre exigencias a los aliados de Estados Unidos, como que la OTAN rote fuerzas a Polonia y Taiwán aumente el servicio militar obligatorio). O’Brien también propone una agenda para reponer los activos militares, incluyendo portaaviones, submarinos, bombarderos y misiles, que argumenta requerirá inversiones masivas en tecnología crítica y una revisión del proceso de adquisición. Sin embargo, más que la influencia militar, es probable que Trump utilice el poder económico de EE.UU. para obtener concesiones. Lo vemos en su apuesta por los aranceles, prometiendo un 60% a las importaciones procedentes de China para presionar a las empresas hacia la desvinculación, y del 20% a las importaciones de los demás países para que las empresas se trasladen a Estados Unidos. Además, los aranceles desempeñarán un papel importante en las negociaciones sobre el acuerdo entre Estados Unidos, México y Canadá en 2026. El ala neoconservadora más tradicional del movimiento MAGA tiene serias preocupaciones sobre la preferencia de Trump por los aranceles, incluso mientras abrazan su enfoque geopolítico de paz a través de la fuerza.
No es sólo la política exterior lo que preocupa a O’Brien. Lo que Estados Unidos pueda hacer en el extranjero depende de la reconstrucción de su capacidad manufacturera:
Para mantener su ventaja competitiva frente a esta embestida, Estados Unidos debe seguir siendo el mejor lugar del mundo para invertir, innovar y hacer negocios. Pero la creciente autoridad del Estado regulador estadounidense, incluida la aplicación excesivamente agresiva de la legislación antimonopolio, amenaza con destruir el sistema estadounidense de libre empresa. Mientras las empresas chinas reciben un apoyo desleal de Pekín para dejar fuera de juego a las empresas estadounidenses, los gobiernos de Estados Unidos y sus aliados europeos dificultan la competencia a esas mismas empresas estadounidenses. Esta es una receta para el declive nacional; los gobiernos occidentales deberían abandonar estas regulaciones innecesarias.
O’Brien no lo dirá tan claramente, pero para que quede claro, su política consiste en reindustrializar Estados Unidos eliminando derechos laborales, declarando la guerra a los sindicatos y permitiendo que las grandes empresas hiperexploten a los trabajadores estadounidenses del mismo modo que han cosechado enormes beneficios de la hiperexplotación de los trabajadores chinos.
Aunque en el Partido Republicano existe cierto consenso sobre la idea de que Estados Unidos puede y debe volver a dominar, sigue habiendo importantes divisiones. La más notable es el pequeño pero significativo sector de los «moderadores», quizá mejor representado por la figura del vicepresidente electo JD Vance. Este sector tiene su propio plan para restablecer el poder de Estados Unidos.
Estados Unidos no puede hacerlo todo
Elija cualquier think tank de política exterior o publicación burguesa, y probablemente encontrará un ensayo argumentando que Estados Unidos no está preparado para luchar en una guerra de tres frentes. Esta es una crisis para el imperialismo estadounidense de la que los capitalistas son muy conscientes, ya que el país se está topando con límites reales en su objetivo de ser económica y militarmente dominante en todas partes a la vez. Como escribe Juan Chingo
Las bases profundas de la fatiga imperial norteamericana vienen del propio ejercicio de su supremacía imperialista, llevada al límite durante la ofensiva neoliberal y el avance “armonioso” de la globalización. Se suponía que la unipolaridad posterior a la Guerra Fría conduciría al mundo hacia un mayor alineamiento con los Estados Unidos a través del mercado, la democracia y el poderío militar. En lugar de ello, en treinta años se han producido derrotas militares, graves desigualdades económicas en casa y pesadas cargas internacionales. Especialmente, el “intento de redefinir la hegemonía imperialista” a comienzo de los 2000 impulsado por los neocon se transformó en su contrario con las derrotas en Irak y Afganistán, al mismo tiempo que su creciente intervencionismo (tomando en cuenta las invasiones y otras participaciones militares, de todos los Estados solo Andorra, Bután y Liechtenstein no han experimentado la presencia de fuerzas armadas estadounidenses en su territorio) junto a la desindustrialización relativa que generó la “globalización” en su territorio llevaron al surgimiento de un nuevo sentimiento aislacionista: la sensación de que Estados Unidos está haciendo demasiadas cosas en el extranjero en lugar de afrontar los retos económicos y sociales en casa. Desde Trump y seguido por Biden crece la idea de que la prioridad es reconstruir Estados Unidos. En otras palabras, el intento de “americanizar el mundo” ha terminado en una gran desilusión, debilitando internamente a los Estados Unidos.
Los ciudadanos estadounidenses son cada vez más reacios a soportar costos indefinidos para defender la hegemonía, impugnan el uso de la fuerza en el extranjero, están menos dispuestos a servir bajo armas, exigen límites al gasto en apoyo de los aliados, etc. Esta negativa a bancar sacrificios por el rol imperial de los Estados Unidos está ligada al aumento del sufrimiento social: tiroteos diarios, disminución de la esperanza de vida, depresión juvenil generalizada, caída en picada de la calidad de la educación, la epidemia de opioides, entre las principales causas de muerte entre los adultos menores de 50 años. La anteriormente fuerte aristocracia obrera (o mal llamada clase media) esta degradada en sus condiciones de vida, como mostró la huelga de las automotrices.
Si la paz a través de la fuerza postula que el principal problema que impide a Estados Unidos reafirmarse es la falta de voluntad para emprender arriesgadas acciones unilaterales, los moderadores del movimiento MAGA ven los límites que Chingo expone más arriba como el mayor obstáculo para la reconstrucción del poder estadounidense.
Antes de ser nombrado vicepresidente de Trump, el senador de Ohio JD Vance habló en un foro organizado por el think tank realista The Quincy Institute y la publicación derechista The American Conservative. Sus reflexiones son importantes, no sólo porque pronto será vicepresidente, sino porque es un destacado intelectual de la Nueva Derecha. Lo dice sin rodeos: “Estados Unidos no puede hacerlo todo”. Esto habla sobre cómo cree que Estados Unidos debe comprometerse con sus aliados, especialmente en Ucrania y Oriente Medio.
Aunque Vance expone en profundidad sus puntos de vista sobre Ucrania e Irán, se esfuerza en subrayar que la confrontación más importante es la que mantiene con China:
Lo más importante de la política exterior estadounidense es, en realidad, la fortaleza de nuestra economía y la fuerza de nuestra población nacional. Y si hay algo que debería preocuparnos a todos... es que China... es ahora posiblemente la economía industrial más poderosa del mundo. Si vamos a perder una guerra, será porque hemos permitido que nuestro principal rival se convierta en nuestro competidor industrial más poderoso.
Vance representa al todavía marginal sector moderador de la derecha. Esto no significa que esté en contra de la guerra. Lo que significa es que creen que la primera tarea en una estrategia para restaurar la fuerza de Estados Unidos es centrarse en la capacidad industrial y evitar compromisos exteriores que distraigan de la inversión en las necesidades nacionales. El declive de la industria manufacturera estadounidense motiva al sector del movimiento MAGA que más ha cuestionado la continuación de la guerra en Ucrania. En otro discurso en la Conferencia de Seguridad de Múnich en febrero, Vance argumentó:
Número uno, el problema en Ucrania desde la perspectiva de los Estados Unidos de América, y yo represento, creo, a la mayoría de la opinión pública estadounidense, aunque no represente a la mayoría de la opinión de los senadores que vienen a Múnich, es que no hay un punto final claro, y fundamentalmente los factores que limitan el apoyo estadounidense a Ucrania, no es el dinero, son las municiones. Estados Unidos, y esto es cierto, por cierto, también en Europa, no fabricamos municiones suficientes para apoyar una guerra en Europa del Este, una guerra en Oriente Medio y, potencialmente, una contingencia en Asia Oriental. Así que Estados Unidos está fundamentalmente limitado.
Ahora, permítanme dar detalles muy específicos. El PAC-3, que es un interceptor Patriot, Ucrania utiliza en un mes lo que Estados Unidos fabrica en un año. El sistema de misiles Patriot tiene un atraso de fabricación de cinco años, los proyectiles de artillería de 155 milímetros de más de cinco años, en Estados Unidos estamos hablando de aumentar nuestra producción de artillería a 100.000 unidades al mes para finales de 2025. Los rusos fabrican cerca de 500.000 al mes ahora mismo. Así que el problema aquí con respecto a Ucrania es que Estados Unidos no fabrica suficientes armas, Europa no fabrica suficientes armas, y esa realidad es mucho más importante que la voluntad política estadounidense o cuánto dinero imprimimos y luego enviamos a Europa.
Las preocupaciones de Vance sobre la continuación de la guerra en Ucrania no son necesariamente incompatibles con un enfoque intervencionista de paz a través de la fuerza. Trump puede intentar poner fin a la guerra en Ucrania amenazando económica y militarmente a Zelensky y Putin para que lleguen a un acuerdo que congele el conflicto y permita a Estados Unidos reponer su arsenal. Lo más probable es que Trump se encuentre con que Putin no está dispuesto a aceptar un acuerdo que favorezca los intereses de Estados Unidos, dejando a Trump sin otra opción que obligar a las potencias europeas a aumentar sus propios compromisos militares (algo que muchas de ellas ya están haciendo).
Que la continuación de la guerra en Ucrania cuente o no con el apoyo del sector moderador dependerá de la eficacia con la que Trump sea capaz de compensar el agotamiento del arsenal estadounidense, así como la falta de capacidad productiva de Estados Unidos. Pero no hay que descartar la posibilidad de que este sector desempeñe un papel importante en la política exterior estadounidense. Después de todo, fue este sector, organizado en el Freedom Caucus de la Cámara de Representantes, el que impuso un cierre del gobierno y destituyó al presidente republicano de la Cámara de Representantes, Kevin McCarthy, en gran medida por la cuestión de Ucrania. Con Vance representando ahora a los moderadores como vicepresidente, pueden desempeñar un papel en cómo se desarrolle la guerra de Ucrania.
Conservadurismo pro-obrero
Si los moderadores ven la falta de capacidad productiva como la base de lo que Estados Unidos puede y no puede hacer internacionalmente, se deduce que tendrían ideas para la reindustrialización. Pero aquí también vemos diferencias dentro de la derecha. En una entrevista con Ezra Klein, del New York Times, Vivek Ramaswamy desarrolla algunas de las diferencias en la nueva derecha, contraponiendo su pensamiento al de Vance:
En términos generales, lo que hoy se considera en círculos populares como el movimiento América First, pero que yo llamo el ala proteccionista del movimiento América First, es un objetivo económico, un proyecto económico... La vertiente proteccionista de esto dice: De acuerdo, si el gran gobierno está aquí para quedarse, no sólo queremos frenarlo, sino que queremos utilizarlo para avanzar en nuestros propios objetivos sustantivos. La vertiente con la que estoy más identificado... dice que en realidad todo el proyecto, tenemos que mantener realmente el ojo en la pelota, es desmantelar la existencia de ese estado niñera en toda su forma.
Ramaswamy está de acuerdo con la propuesta de O’Brien de reindustrializar Estados Unidos atacando a los sindicatos y destripando las regulaciones. Tendrá muchas oportunidades de hacerlo como copresidente del Departamento de Eficiencia Gubernamental. Pero, ¿cuáles son exactamente los objetivos de lo que él llama el ala proteccionista del movimiento America First?
Vance está a la vanguardia de un movimiento dentro de la derecha que pretende abrazar a los trabajadores. Aunque este movimiento apenas es hegemónico en el Partido Republicano, la invitación al presidente de los Teamsters (camioneros), Sean O’Brien, a hablar en la Convención Nacional Republicana demuestra que debe tomarse en serio. El senador por Missouri Josh Hawley elogió el discurso como una muestra de la promesa del conservadurismo pro-obrero:
Como sugirió la aparición de O’Brien el lunes por la noche, este es un momento decisivo. Gracias a Donald Trump, hay mucho en lo que los republicanos y los trabajadores ya pueden estar de acuerdo. China nos está estafando, y deben mantenerse y ampliarse los aranceles aduaneros. Debemos apoyar a nuestros trabajadores de la industria automotriz con una política energética que dé prioridad a Estados Unidos, en lugar de amordazar a esa industria tan ilustre con estúpidos mandatos sobre vehículos eléctricos. Deberíamos renegociar los acuerdos comerciales, proteger la Seguridad Social e iniciar demandas antimonopolio contra los abusos empresariales más atroces.
O’Brien nos da la hoja de ruta para llegar aún más lejos en 2025. Y deberíamos hacerlo. He estado los piquetes con el sindicato automotriz UAW y los Teamsters; todos los republicanos deberían hacerlo. He votado para poner fin a la explotación laboral de Amazon, para dar más días de baja por enfermedad a los trabajadores ferroviarios y he trabajado para limitar la remuneración de los ejecutivos bancarios. Los republicanos pueden empezar por ahí. Pero si nos dan el poder, deberíamos hacer aún más. Limitemos las tasas de interés de las tarjetas de crédito, luchemos contra las grandes farmacéuticas, acabemos con la explotación del trabajo forzado y liberemos a la política del dinero de las empresas de una vez por todas.
Al igual que Hawley, Vance visitó el piquete de la UAW. Además, ha apoyado a Lina Khan, la combativa presidenta de la Comisión Federal de Comercio que ha perseguido agresivamente a los monopolios.
El sector de la derecha que aboga por un conservadurismo pro-obrero no está a favor de los trabajadores. Como el resto del movimiento MAGA, son viciosamente antiinmigrantes. Como he escrito extensamente, los ataques contra los trabajadores indocumentados son una de las principales formas en que los capitalistas son capaces de debilitar a todos los trabajadores en los Estados Unidos dividiendo nuestras filas. La guerra contra los inmigrantes crea condiciones de precariedad que presionan a la baja también las condiciones de los trabajadores nacidos en Estados Unidos.
Además, Hawley, Vance y los suyos no tienen ningún interés en apoyar a los sindicatos del sector público. Estarán encantados de secundar la próxima guerra de Ramaswamy y Musk contra los trabajadores del estado. Pero una guerra mayor contra los trabajadores podría enfrentarse a los desafíos de este sector de la derecha que se centra en establecer una alianza con algunos sindicatos para reconstruir la producción estadounidense y acercar a sectores de la clase trabajadora al Partido Republicano.
Puntos de acuerdo
Si bien cuestiones como los aranceles, Ucrania y el mundo del trabajo generan debate e incluso conflicto en el seno de la derecha, sigue habiendo importantes puntos de acuerdo que mantienen unida a esta coalición. Destacan tres.
1) China es el principal adversario al que Estados Unidos debe enfrentarse.
2) Un enfoque antiinmigración extremo es clave para la reindustrialización.
3) Estados Unidos puede salir de Oriente Medio dando poder a Israel para que se enfrente más agresivamente a Irán.
Aunque ya se han citado extensamente ejemplos del primer punto, los dos últimos deberían entenderse mejor.
Es fácil descartar la guerra contra la inmigración como forma de unir a la base de la derecha. Pero, como escribí con Sou Mi, la militarización de la frontera tiene un valor estratégico. América Latina, y México en particular, tiene un importante papel que desempeñar en la reindustrialización de Estados Unidos. La región es rica en minerales esenciales que son vitales para las nuevas tecnologías. Las amenazas a la seguridad que generan la migración masiva y el narcotráfico permiten la continua militarización de América Latina, que Estados Unidos utiliza para imponer acuerdos comerciales a favor de sus propios capitalistas. Además, la política de paz a través de la fuerza de la reindustrialización puede desvincularse más eficazmente de China mediante la deslocalización de la producción barata a México, que es ahora el mayor socio comercial de Estados Unidos. A nivel nacional, los capitalistas estadounidenses pueden recrear las precarias condiciones laborales de China aumentando la explotación de los trabajadores inmigrantes bajo amenaza de deportación o mediante programas de trabajadores invitados realmente esclavistas como el H-2A, utilizado desde hace tiempo por la industria agrícola.
En Oriente Medio, la fantasía es que será fácil derrotar militarmente al Eje de Resistencia alineado con Irán. Esto, junto con una vuelta a las sanciones de máxima presión para aplastar la economía de Irán, se presentan como una estrategia para sacar efectivamente al país de la política regional e internacional. En cierto modo, esta opinión ha demostrado ser correcta, ya que Israel ha asesinado a altos dirigentes de Hamás y Hezbolá, en algunos casos en suelo iraní, con escasas represalias por parte del régimen iraní. Como han argumentado tanto Vance como O’Brien, una vez que se haya tratado con Irán, Estados Unidos puede simplemente permitir que Israel y los Estados del Golfo tomen la iniciativa en la reestabilización de la región de forma que beneficie a los intereses estadounidenses. Como he argumentado, en realidad vemos lo contrario: El apoyo incondicional de Biden al genocidio de Israel en Palestina y su intento de crear un Gran Israel ha atrapado aún más a Estados Unidos en Oriente Medio.
Así, incluso los puntos de acuerdo dentro de la derecha están limitados por las realidades de un complejo panorama geopolítico. Los planes de Trump para las deportaciones masivas probablemente se enfrentarán a una seria oposición por parte de los capitalistas que dependen de la mano de obra indocumentada. Como muestra el debate sobre los aranceles, incluso cuando los capitalistas están de acuerdo en que Estados Unidos necesita dar prioridad a enfrentarse a China, no hay acuerdo sobre qué es exactamente eso y qué riesgos requerirá.
Pruebas por delante
Como dice Andrew Michta en un análisis de la política exterior de Trump realizado por el Atlantic Council:
La gran estrategia rara vez sale a relucir en la campaña electoral, pero las pistas que Trump ofreció sobre cómo la enfocaría palidecen en comparación con esta realidad: Las vacaciones de la historia posteriores a la Guerra Fría han terminado, y el mundo ha entrado en un periodo de inestabilidad sistémica prolongada, con equilibrios de poder regionales cada vez más frágiles y un riesgo de conflicto entre grandes potencias que crece exponencialmente. Esta dinámica obligará al próximo gobierno a reconocer, a la hora de elaborar la estrategia de seguridad nacional, que la geopolítica ha vuelto con fuerza. Será necesario articular los intereses nacionales irreductibles del país, al tiempo que se identifican los teatros clave que Estados Unidos necesita moldear y los recursos que debe aportar para alcanzar sus objetivos estratégicos. Las prioridades urgentes incluirán la reevaluación de los inestables equilibrios regionales y la reconsideración genuina de la organización de las relaciones de Estados Unidos con adversarios, aliados y socios. La estrategia estadounidense también tendrá que abordar las continuas turbulencias económicas, especialmente en lo que afecta a la fiabilidad de las cadenas de suministro.
Es imposible comprender cómo abordará Trump estos retos sin entender primero los debates sobre política exterior en la derecha. Trump ha sido capaz de aglutinar a distintas facciones con ideas opuestas sobre el imperialismo estadounidense. Su próximo mandato será una prueba de sus diferentes ideas, empezando primero por centrarse en la estrategia de paz a través de la fuerza.
Sin embargo, a pesar de toda la fe que la derecha tiene en las tácticas de mano dura, el riesgo de una escalada grave es mayor que cuando Trump dejó el cargo, y los errores de cálculo podrían llevar a Estados Unidos a verse aún más envuelto en enfrentamientos mayores con Irán, Rusia y China. La agitación económica que el enfoque de Trump arriesga también podría crear una mayor división dentro de la derecha y entre los capitalistas.
Lo más importante es que la lucha de clases también ha comenzado a resurgir en Estados Unidos junto con un nuevo movimiento estudiantil antiimperialista. Esto podría conducir a una mayor oposición a la agenda de extrema derecha de Trump. Mientras que la campaña presidencial de Trump fue capaz de consolidar una base entre los sectores de la clase obrera estadounidense, en realidad mantener esa base de apoyo es mucho más difícil, especialmente una vez que estos trabajadores se encuentran en el extremo receptor de las medidas de austeridad que gente como O’Brien, Ramaswamy y Elon Musk están ansiosos por imponer.
El fracaso de la administración Biden para resolver las múltiples crisis del imperialismo estadounidense a través de su enfoque multilateral permitió a la extrema derecha vender su política exterior a sectores más amplios de las masas y los capitalistas. La lucha de clases pondrá a prueba el éxito de la visión imperialista de la Extrema Derecha. Cualquiera que esté genuinamente interesado en acabar con las guerras capitalistas necesita luchar por una visión socialista.
Samuel Karlin
Escribe en Left Voice, Estados Unidos.