El 19 y 20 de abril se llevó adelante el Encuentro Feminista Internacional organizado por la Fundación Rosa Luxemburgo (FRL), con sede en la Facultad de Ciencias Sociales - UBA. El evento llamado “Radicalizar la democracia: estrategias feministas ante la nueva derecha” constó de más de veinte paneles sobre diversos temas, donde debatieron referentes de distintas organizaciones feministas, con militancia política, sindical, social en diversos ámbitos.
Reproducimos a continuación la participación de Andrea D’Atri de Pan y Rosas en la mesa ¿Cómo llegamos hasta acá?, que integró junto a las legisladoras porteñas Celeste Fierro (MST, FITU) y Victoria Freire (Patria Grande, UxP), la concejala de Rosario Caren Tepp (Ciudad Futura), Aldana Bollati (La Cámpora, UxP).
¿En qué situación estamos?
Desde el triunfo de Milei, el neoliberalismo más voraz y descarnado gobierna la Argentina. Sin embargo, lejos de la fortaleza de la que presume la oficina presidencial, no consigue afianzar su hegemonía. Por arriba, los conflictos evidentes con los gobernadores, incluso de sectores aliados políticamente y distintos sectores capitalistas y las recurrentes crisis internas de su propia fuerza política. Por abajo, la emergencia de una todavía minoritaria expresión de autoorganización en asambleas vecinales, masivas manifestaciones políticas como la del 8M y 24M, un paro general el 24E, movilizaciones de los movimientos sociales y más recientemente un paro contundente de transporte en el AMBA, próximamente la marcha en defensa de la universidad pública y el anuncio de un próximo paro general el 9 de mayo.
En este interregno, algunos sectores de la oposición se prestan a colaborar explícitamente y otros, mayoritarios como Unión por la Patria, conservan su rol opositor pero con cierta mesura, intentando no transformarse abiertamente en un obstáculo para la gobernabilidad. En esta situación, el gobierno se esmera enloquecidamente en una batalla cultural que apunta, entre otras cosas, contra "lo estatal" y los feminismos.
Desde el punto de vista libertariano, las moderadas, episódicas o precarias políticas de los gobiernos kirchneristas anteriores, destinadas a paliar los efectos de la desigualdad sistémica de las mujeres o la diversidad sexual, son causantes de la verdadera desigualdad. Porque en su concepción "el Estado cobra impuestos a los ciudadanos de bien" para beneficiar a otro sector social que es vago o una casta privilegiada (los políticos, los "planeros", las feministas).
Esos ataques desmesurados al feminismo no son inocentes: se trata de estigmatizar como élite/casta privilegiada y antipopular al único movimiento político que ocupó las calles, persistentemente y masivamente entre 2015 y 2019; que estableció una agenda y que, finalmente, con su movilización conquistó un derecho largamente postergado por todos los gobiernos anteriores desde la caída de la última dictadura militar.
Por eso, hoy se reabren los debates sobre el devenir de este potente movimiento. Y esto, necesariamente implica revisar (cómo se pregunta en el nombre de esta mesa) cómo llegamos hasta acá. Especialmente, porque la estrepitosa derrota política de Unión por la Patria, abre interrogantes y cuestionamientos a la hegemonía de esa visión populista/estatalista en el movimiento feminista. Es difícil en tan escaso tiempo escapar a los esquematismos y simplificaciones. Así que pido disculpas por anticipado. Pero voy a tratar de desarrollar esto.
La "mímica de Estado" del kirchnerismo
El triunfo de Milei obedece a múltiples razones nacionales e internacionales, pero uno de los elementos que podemos destacar es que, entre otras cosas, también fue una reacción a un sobrecargado discurso estatal sobre "derechos" del gobierno anterior, combinado con un ajuste económico ortodoxo, dictado por el FMI y que hizo que el período finalizara con la legalización del aborto pero también con un 45% de la población empobrecida y una inflación descomunal. Por un lado, problemas estructurales nunca resueltos para grandes sectores de masas (vivienda, precarización laboral, dependencia de los magros planes asistenciales para la supervivencia, etc.), por otro lado, derechos democráticos que la derecha libertaria supo presentar como antagónicos con los derechos económicos, como también lo hicieron otras y otros.
Las políticas estatistas, redistribucionistas, de ampliación de derechos o radicalización de la democracia terminan convirtiéndose en una mímica cuando se despotrica contra el empresario Galperín, pero hasta los sectores más progresistas del entonces oficialismo, votan en el Congreso otorgar beneficios impositivos a sus empresas. O cuando se denuncia permanentemente la estafa de la deuda ilegítima que asumió el gobierno de Macri, pero se elige pagar religiosamente, aprobando los presupuestos de ajuste que dictan los acreedores.
Frente a la situación actual, donde esos derechos están permanentemente amenazados y los problemas estructurales no resueltos anteriormente se profundizan a un ritmo acelerado, ¿cuál es la alternativa? Si el movimiento feminista no se esfuerza y autocritica permanentemente para preservar su carácter de movimiento de lucha, independiente de los partidos políticos que gobiernan, está condenado a oscilar entre la institucionalización de los gobiernos progresistas o populistas que lo convierten en el "rostro humano" de la gestión del ajuste, o ser demonizado por la derecha que lo mostrará como algo indistinguible de esa gestión.
Actualmente, vuelve a debatirse la opción de esperar con mayor o menor pasividad a que pase lo peor y prepararse para retomar, en unas lejanísimas elecciones, las riendas del Estado capitalista argentino (el mismo que es vehículo del ajuste neoliberal). Y, desde allí, tener algunas políticas tibiamente redistribucionistas, regatear un poco más el ajuste fiscal mientras se sigue sometiendo al país a los dictados del FMI, pagando la deuda con una actividad económica cada vez más brutalmente extractivista. Todo esto, partiendo además desde una degradación aún mayor de las condiciones de vida de las masas que nos dejará este gobierno si no logramos derrotar su política hambreadora y criminal ya, y de la premisa de que nunca hay más opciones que elegir entre dos males: uno mayor y otro que, frente a éste, aparece como menor.
El Estado capitalista no puede ser vehículo de nuestra emancipación
El Estado capitalista puede redistribuir la riqueza en términos más o menos favorables para las clases mayoritarias en función de las relaciones de fuerza establecidas por la lucha de clases. También puede avanzar en medidas parciales que alivianen o reduzcan el trabajo gratuito de cuidados, como por ejemplo, lo hizo en condiciones excepcionales, en la segunda posguerra (que no son precisamente las actuales para el capitalismo mundial). En función de la radicalidad de la lucha de clases o la amenaza de procesos revolucionarios que intentará frenar o desviar, las clases dominantes pueden conceder una mayor participación de la clase trabajadora en la renta nacional, avanzar en la legislación de más derechos democráticos, etc.
Lo que no puede hacer el Estado capitalista sin atentar contra su propio carácter de institución de dominio de una clase sobre otra, es liquidar la propiedad privada de los medios de producción que se basa en la explotación del trabajo asalariado y eliminar radicalmente la privacidad del trabajo gratuito de reproducción de la fuerza de trabajo que realizan las mujeres en el ámbito doméstico.
Ninguna "ampliación de derechos" o Estado ampliado puede resolver de manera íntegra y duradera los problemas estructurales que afectan a las masas trabajadoras, pero de manera redoblada a las mujeres y la diversidad sexual. Es decir, en los estrechos marcos del capitalismo (más impensadamente aún en su fase neoliberal, en un país dependiente sometido a la sangría permanente de los organismos financieros internacionales, etc.), es imposible "radicalizar la democracia", lo que significaría extender la igualdad política también a la igualdad social, económica, etc.
En primer lugar porque esa es la misma quintaesencia de las democracias capitalistas: que la igualdad ante la ley de los ciudadanos que concurren libremente en el mercado, revista de misticismo la relación no igualitaria entre propietarios (del capital) y quienes deben vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario, que apenas garantiza su propia reproducción como tal. En segundo lugar, porque el "pacto democrático" se apoya en (al tiempo que lo oculta) la división entre lo público y lo privado, donde las mujeres nunca terminan de ser ciudadanas de la misma categoría que los ciudadanos ni alcanzan una igualdad económica respecto de los miembros masculinos de su propia clase, porque cargan con la reproducción social de la fuerza de trabajo, lo que limita -históricamente como grupo social aún mayoritario- su participación en los ámbitos públicos de la producción y el mercado, como también su acceso a los derechos del Estado ampliado y el ejercicio de la política en su sentido más amplio.
Conclusiones
Sin duda, el movimiento feminista no tiene la fuerza, por sí solo, para derrotar a los capitalistas y su Estado, ni siquiera a este episódico gobierno de Milei. Pero mientras se limite la perspectiva de los feminismos a pelear solo por la ampliación de derechos democráticos y a la clase trabajadora a pelear solo por reivindicaciones económicas y corporativas, SIN DUDA no hay ninguna posibilidad siquiera de imaginarlo.
La democracia capitalista es la contracara necesaria de la propiedad privada de los medios de producción, el despotismo patronal en las unidades de producción y la división entre lo público y lo privado que reserva para las mujeres, la obligación de la reproducción social gratuita. Solo una política socialista tiene la potencialidad de extender o radicalizar la democracia a los ámbitos de la producción y reproducción social; de hacer que la decisión democrática no se limite a la única opción de elegir -cada 4 años- a los gestores políticos de un ajuste criminal y sanguinario o de un ajuste morigerado con algo de redistribucionismo; a elegir entre quienes van a hundir al 60% de la población en la pobreza o quienes solo van a hundir al 45%. Es decir, una democracia que también permita decidir a las grandes mayorías qué, cuánto, cómo y para qué se produce.
Socializar los medios de producción y el trabajo de reproducción, desplegar aquella creatividad infinita de las masas aprisionada hoy por el capital, politizar las moradas invisibles y mistificadas de la producción y la reproducción social son las premisas y no el punto de llegada, si aspiramos a democratizar radicalmente la vida.
Para quienes no suscribimos la Teoría de la Resignación Permanente y su programa malmenorista, está planteada una pregunta: ¿las mujeres no expresan ya, molecularmente, que serán vanguardia en esta nueva crisis en ciernes, para resistir no solo al embate de las derechas contra sus conquistas democráticas, sino también a las plagas que el FMI, los capitalistas y sus gestores políticos descargan sobre el pueblo trabajador una y otra vez, incluso ahora, en una versión recargada?
Verificar la hipótesis requiere, en primer lugar, luchar porque esa perspectiva se despliegue en toda su potencialidad y que no quede encorsetada en otro episódico proyecto electoral que termine encumbrando en el poder al "menos malo", decepcionando a las amplias mayorías e imponiendo el silencio y la pasividad al movimiento feminista para no "hacerle el juego a la derecha".
Esa es la perspectiva política con la que militamos cotidianamente en las escuelas, las universidades, los hospitales, las fábricas y los barrios, les y las compañeras de Pan y Rosas. La resistencia, los combates y las renacidas formas de autoorganización de hoy son el germen de un futuro que apostamos a desplegar desde la actualidad de este presente.
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