Dentro de las enormes desigualdades que desnuda la pandemia, las dificultades que atraviesan los países más pobres para proveerse de vacunas mientras los ricos acumulan en exceso, son uno de los últimos signos de miserabilidad en la administración global de la crisis. En este contexto, el antropólogo Juan Francisco Olsen, pone en relieve otra de las dimensiones de la distribución desigual de recursos sanitarios: ¿Qué pasa cuando las vacunas llegan pero no hay cómo aplicarlas? ¿Estamos dispuestos a ver cómo se vencen vacunas sin que puedan llegar a la población que la necesita?
Lunes 24 de mayo de 2021 11:46
Foto: Autor, Regional Africana de la OMS
La siguiente no es una nota sobre la deslucida gestión de Alfredo Rubinstein al frente de la entonces Secretaría de Salud. Sino un relato, más menos pormenorizado, de la situación que atraviesan algunos países en torno a la vacunación y por qué, a pesar haber recibido, cientos de miles de ampollas a través del sistema COVAX, no les queda otra que verlas vencer sin que su población pueda acceder a ellas. En este sentido, muchos de los ejemplos citados provienen del continente africano y sobre ello hay que hacer una advertencia que nunca está de más los medios occidentales: ÁFRICA NO ES UN PAÍS. No es exactamente igual la situación en Rwanda, que en Kenya, en Sudáfrica o en Niger. Por más imágenes de extrema indigencia y cruenta realidad de países atravesados por la guerra, África es un continente plagado de texturas, de historias, de gente, de clivajes étnicos y culturales, de paisajes, de vidas. Hacer foco en algunas de las violentas desigualdades que atraviesan sus habitantes no debiera ser excusa para perpetuar estereotipos, sino puerta de entrada entender y combatir un sistema mundial colonial, racista y parasitario.
En abril del 2020, poco después de declarar al COVID-19 pandemia, la OMS, la Comisión Europea y el Gobierno de Francia crearon el Fondo de Acceso Global para Vacunas, más conocido como COVAX. Esta iniciativa se propuso muy tempranamente firmar acuerdos con decenas de laboratorios públicos y privados para garantizar que las vacunas en desarrollo pudieran ser distribuidos equitativamente en todo el planeta, procurando reducir las disparidades entre los países ricos y los más pobres. Así, en febrero del 2021, Ghana se convirtió en el primer país del mundo en recibir vacunas por este medio y poco después, en marzo, Costa de Marfil el primero en inmunizar a su personal de salud gracias, en parte, al mecanismo COVAX.
Es importante resaltar que fue “en parte”, ya que luego de la distribución comienza el problema. O, mejor dicho, garantizar una porción de la distribución a través del sistema COVAX sólo atiende a una parte del problema.
Según reveló la agencia de prensa internacional Reuters, la Alianza Mundial para las Vacunas y la Inmunización (GAVI), una de las organizaciones encargadas de dirigir la iniciativa COVAX, expresó en una serie de documentos internos fuertes preocupaciones por el posible fracaso del mecanismo. De allí se desprende que los ejes centrales de conflicto serían la falta de fondos, el riesgo de suministros y los complejos arreglos contractuales con algunas farmacéuticas y laboratorios.
Estas fuentes indican que, de no mermar la criminal voracidad de los países centrales y de las grandes corporaciones de medicamentos, más de la mitad de la población del planeta no podría acceder a la vacunación hasta el año 2024. Sin embargo, este no es el único problema. El sistema COVAX tiene un límite estructural, que en ninguna de sus instancias está previsto resolver.
COVAX sólo reparte vacunas. Esto, en un contexto mediático donde todo el tiempo se repone el tema de la falta de las mismas, no parece un problema. Pero lo es.
El pasado 17 de mayo Malawi se convirtió en el primer país de África en destruir casi 20 mil dosis de la vacuna de AstraZeneca que recibió por COVAX. Sudán del Sur informó que antes de junio deberá hacer lo mismo con casi 60 mil vacunas de este tipo, mientras que Congo y Nigeria se encuentran ante el mismo dilema con algo más de 1,7 millones de vacunas.
La verdad es que estos países se encuentran en una carrera mortal igual a la del resto del planeta. Intentando inmunizar a la mayor parte de su población antes de que nuevas olas de COVID hagan estragos es sus sistemas sanitarios. Sin embargo, la experiencia reciente nos muestra que no alcanza con tener las vacunas. Muchos Gobiernos no cuentan con las estructuras necesarias para desplegar planes de vacunación con la velocidad que demanda ésta crisis.
La mayoría de las vacunas en curso contra el COVID necesitan enormes depósitos de refrigeración. Algo que ya presenta una gran restricción para países con problemas de acceso a la energía eléctrica, además de la falta de hospitales de alta complejidad y personal de salud suficiente para atender al mismo tiempo a decenas de millones de habitantes.
En algunos casos, estas restricciones han promovido la cooperación regional. Así la República de Democrática de Congo está enviando esas vacunas que no va a llegar a utilizar a Kenya y Rwanda, mientras Nigeria hace lo propio con Togo y Ghana, incluso enviaron un contingente llegó hasta Jamaica. Pero la perspectiva es catastrófica.
Congo y Nigeria tienen una población de 90 y de 200 millones de habitantes respectivamente, ambas mayormente concentradas en muy poco territorio. Es decir, que la libre circulación del virus en cualquiera de estos dos países es una bomba de tiempo debido a la posible emergencia de nuevas variantes. Sin embargo, esta situación se repite en países mucho más chicos, como Haití, Burundi, Chad y Eritrea.
La administración de la pandemia hasta acá ha demostrado más miserias que grandezas en el plano de la política internacional. En su mayoría los países centrales del mundo, particularmente las potencias de occidente, poco han hecho por mitigar las desigualdades estructurales. Ni siquiera conscientes de que la enfermedad si no es atacada en todos sus rincones tarde o temprano volverá a golpear, quizás con más dureza. Pero aún estamos a tiempo de revertir esa historia. Liberar las patentes y democratizar su acceso, será al menos un comienzo.