La importancia de la Revolución rusa hoy es que nos informa que la clase trabajadora puede conquistar el poder, que esto no supone, por lo tanto, una quimera, un bello sueño, sino algo que ya se realizó en la Historia.
Martes 25 de abril de 2017
Esta evidencia la convierte en una escuela política de inmedible valor para la clase trabajadora, para sus cuadros jóvenes, y de ahí que la prolífica historiografía burguesa, en sus diversas manifestaciones, intente mancillarla. Los intelectuales de la burguesía son cualquier cosa menos estúpidos razón por lo que juegan todas las bazas posibles para denigrar a la Revolución de Octubre sin tener para nada en cuenta la evidencia histórica, desde afirmar que Lenin era un dictador a que Stalin fue su discípulo y continuador para hacer lógica la amalgama entre el comunismo y el estalinismo con el objetivo político de obstaculizar la marcha de la subjetividad del ideario emancipador con los crímenes bien conocidos del estalinismo.
Las etapas de la revolución y la contrarrevolución en Rusia y en la URSS serían tres: Revolución rusa (1905-1917), Revolución bolchevique (1917-1924) y Contrarrevolución stalinista (1924-1991). La primera tuvo dos etapas, la democrática (Febrero) y la soviética (Octubre). La segunda va a ser exclusivamente bolchevique porque los demás “socialistas” (eseristas y mencheviques) no quisieron nunca darle el poder a la clase trabajadora. La tercera vino porque el fracaso de la revolución en Alemania y el cerco político que sufrió la Rusia soviética y la URSS por las “democracias” occidentales trajo el nacimiento de un fenómeno histórico nuevo: el estalinismo, que al consolidarse llevó, primero, a la deformación del socialismo y, después, al derrumbe de la Unión Soviética y de todos los regímenes de “socialismo real” que esta había construido.
Veamos en una breve pincelada historiográfica por qué al bolchevismo le sucedió el estalinismo. Apuntamos después el final conocido.
I
Para Lenin y Trotski, para los miembros del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, para los bolcheviques, había sido ley política escrita que la revolución socialista no podía darse en un solo país. Esto era muy lógico deducirlo para un marxista ya que el socialismo nace en el seno del capitalismo y es su alternativa por lo cual no puede quedarse aislado o perecerá. Esto no sólo lo sabían Lenin y Trotski y sus camaradas sino que lo teorizaron por extenso. Esto explica que cuando Lenin llegue a la estación Finlandia de Petrogrado el 3 de abril de 1917 lo primero que haga sea saludar en la Revolución rusa el comienzo de la Revolución mundial.
Tal como esperaban los bolcheviques, la revolución estalló en la Alemania Guillermina, pero su fracaso se debió, entre otros factores, a la traición asesina de los socialdemócratas y a que la Rusia soviética no estaba en condiciones de asistirla materialmente, con armas y municiones. No sólo no triunfó la esperada y deseada revolución alemana sino que la Rusia soviética se vio abocada a una Guerra Civil impuesta por los países “democráticos” que incrementó la ruina económica y social producida por la I Guerra Mundial en todo el territorio de la Rusia soviética. Estos dos factores, el fracaso de la revolución en Alemania, el país más desarrollado económicamente de Europa, y la Guerra Civil rusa, sumergieron a la Rusia soviética en una negra realidad económica y política. La ruina y el aislamiento se convirtieron en la realidad cotidiana a la que los bolcheviques tuvieron que hacerle frente.
Para enfrentar la durísima y novedosa coyuntura los bolcheviques se vieron obligados a tomar una serie de medidas que no estaban previstas, conocidas como la Nueva Política Económica (NEP). Esto se lo impuso la realidad porque el «comunismo de guerra», la requisa de los excedentes de los campesinos para alimentar a las ciudades y al Ejército Rojo durante la Guerra Civil, ya no servía como lo dijo con toda su crudeza el levantamiento de Kronstadt. Pero estas medidas no sólo se tomaban en una durísima realidad económica y social sino también en desfavorables condiciones políticas interiores. En primerísimo lugar, la clase trabajadora estaba diezmada. Esto era así por dos razones, porque sus mejores cuadros, los que habían liderado a la clase trabajadora en la conquista del poder político en Octubre y en la victoria en la Guerra Civil o habían perecido en combate o estaban como cuadros en el Estado soviético. La otra razón es que la ruina económica despobló las ciudades lo que no sólo impidió que la clase trabajadora se recuperase demográficamente sino que aún por encima vio reducidas sus filas. Así, justo cuando la clase trabajadora era más necesaria que nunca se encontraba en un estado lastimoso a nivel demográfico y político.
En segundo lugar, los bolcheviques se vieron obligados a gobernar en solitario porque ni tan siquiera los mencheviques de izquierda y los eseristas de izquierda acreditaban en la revolución socialista. Esto llevó a la muerte política de los Soviets, lo que hizo que toda la vida política se concentrase en el Partido Bolchevique. Esto potencialmente era un gran peligro político para el Partido porque como era el que gobernaba sería objeto de asedio por los arribistas además de generar una práctica política reducida en exclusiva al ámbito del Partido. Lenin era muy consciente de esto y por eso quería salvaguardar a toda costa el carácter revolucionario del Partido Bolchevique por lo que lideró una purga política en su seno. Esta purga tenía como objeto desembarazarse de los militantes que no fuesen comunistas, es decir, de aquellos miembros que habían ingresado al PB con la intención de arrimarse al poder y no con la intención exclusiva de luchar por la conquista del socialismo en aquella paupérrima realidad económica pero, así y todo, esperanzadora realidad política ya que se podía empezar a construir un mundo nuevo.
Es en esta realidad histórica concreta, absolutamente novedosa, donde va a darse el nacimiento de una casta dirigente que sin ser poseedora de los medios de producción, ya que estos pertenecían jurídicamente al Estado, usufructuaban su riqueza. Una parte menor de la vieja guardia empezará a disfrutar conscientemente de una serie de privilegios como acceder a una casa y a comida cotidiana en aquella realidad de ruina y hambre. A esta dura realidad vendrán a sumarse dos factores negativos más: la enfermedad de Lenin y el nuevo fracaso de la revolución alemana. Estos dos factores consolidaron las formas burocráticas, autoritarias, de ejercer el poder porque introdujo este proceder en la cúspide del poder, en el Politburó del PB. Empezó con la “troika” formada por Zinóviev, Kaménev y Stalin. Por primera vez en la historia del PB el sectarismo político imperaba en la máxima instancia política. La “troika” hacía reuniones antes de la celebración de las juntas del Politburó para acordar su propia política. Empezaba la mecánica viciada de la lucha por el poder del aparato y no la lucha por transformar el mundo.
En aquella durísima realidad económica y social era imprescindible mantener al PB con una vida política sana. Era la única manera de poder enfrentar la realidad con la perspectiva socialista para poder aprovechar en el futuro un cambio en la coyuntura internacional que permitiera a la Rusia soviética salir del aislamiento político, cambio que traería el propio proceso histórico. Había, pues, que perseverar en la lucha por la buena salud de la herramienta política y por el desarrollo económico socialista. No fue así, la “troika” deformó al Partido y demoró la industrialización y la colectivización.
La muerte de Lenin en enero de 1924 supuso el disparadero del quehacer fraccionario del triunvirato. Entonces comenzó una lucha descarnada del aparato contra el Partido. La “troika” quiso someter al conjunto del Partido a sus designios usurpando el manto de Lenin. Hablaban en nombre de él como si ellos fueran sus infalibles discípulos cuando en la realidad histórica Lenin había luchado políticamente contra ellos. Contra Kámenev y Stalin cuando estos apoyaban el carácter democrático-burgués de la revolución rusa, que Lenin aniquiló políticamente con las Tesis de Abril. Contra Zinóviev y Kámenev cuando estos se oponían a la insurrección de Octubre, que dirigió Trotski desde el Comité Militar Revolucionario del Soviet de Petrogrado. Contra Stalin, Lenin en su Testamento -secreto entonces para el conjunto del Partido- había indicado la imprescindible necesidad de sacarlo de la secretaría general.
Al poco de morir el líder de la revolución, la “troika”, para afianzar su poder fraccional, ejecutó el denominado “Alistamiento Lenin”, que no era otra cosa que traer al Partido a miles de afiliados nuevos que le debiesen su puesto al aparato para así tener una masa dócil para oponerla a los viejos cuadros bolcheviques que empezaran a reaccionar contra el proceder sectario del triunviro. Efectivamente, ya el 15 de octubre de 1923 cuarenta y seis cuadros bolcheviques le habían dirigido una carta al Politburó. En ella exigían lo que será la esencia de las reivindicaciones de los bolcheviques: restaurar la democracia en el seno del PB y enfrentar la crisis económica de la URSS.
Esta carta, conocida como el Programa de los 46, era el inicio de la Oposición de Izquierdas en el seno del PB. La Oposición hacía llamadas reiteradas en contra del fraccionalismo, por la restauración de la democracia en el seno del Partido y por poner en marcha la industrialización y la colectivización. Pero aunque la “troika” no atendía a razones políticas socialistas las contradicciones en la realidad social, con la consolidación de los nepistas y kulaks traída por la NEP, se manifestaron en el seno del triunviro a través de la lucha entre los aparatos del Partido en Leningrado y Moscú. En esquema, Leningrado representaba a la ciudad proletaria y Moscú al campo nepista. Se estaba comenzando a dilucidar el camino que iba a tomar el Estado soviético, con sus correspondientes implicaciones universales, el «socialismo en un solo país» o la «revolución permanente». Triunfó el aparato stalinista y esto llevó a Zinóviev, líder del aparato de Leningrado, y a Kámenev al lado de la Oposición de Izquierdas que pasaba a denominarse Oposición Unificada. Esta “unificación” no era querida por todos los oposicionistas de izquierdas, liderados por Trotski, porque, entre otras razones, el aparato de Leningrado se había caracterizado también por su falta de democracia.
La derrota del aparato de Leningrado sólo la pudo conseguir Stalin apoyándose en la fracción de derechas, liderada por Bujarin. Este pretendía que el socialismo se desarrollase a paso de tortuga, a través de los excedentes del campesinado enriquecido. Así quedó conformada la nueva fracción dominante, la de Stalin-Bujarin. Con esta fracción en el poder del aparato se dio la Revolución china, era el año 1927. Stalin-Bujarin apoyaron la “revolución democrática-burguesa” de Chang Kai-chek que llevó a la masacre de los trabajadores chinos y a la ilegalización del Partido Comunista chino. El fracaso de la revolución china aceleró el enfrentamiento entre la fracción Stalin-Bujarin, el «centro» y la «derecha» del Partido, como decían entonces, y la Oposición Unificada, liderada por Trotski.
Pero a pesar del dominio del aparato por la fracción Stalin-Bujarin, que seguía cercenando la libertad de discusión y actuación, las contradicciones sociales se manifestaban en el Partido. Había que decidir lo que hacer en el terreno económico, continuar la NEP, lo que llevaría a la restauración del capitalismo, o empezar la industrialización y la colectivización, la única forma de poder marchar hacia el socialismo. Para empezar la industrialización y la colectivización racionalmente había que reinstaurar la democracia en el Partido porque sin la discusión sana sobre los tiempos de la industrialización y la colectivización, y sin la participación directa de la clase trabajadora y el campesinado pobre, los directamente interesados en la construcción de una economía socialista, era imposible avanzar adecuadamente.
Pues bien, Stalin, que ya tenía el control de gran parte del aparato, continuó con su proyecto: mantenerse en el poder como fuera. Para esto tenía que desembarazarse de Bujarin, que ya no era útil porque este se apoyaba objetivamente en los nepistas y no en la clase trabajadora, y apartar a la fracción que se apoyaba exclusivamente en la diezmada clase trabajadora, la Oposición Unificada. Es decir, Stalin tenía que librarse de su derecha y de su izquierda. Lo hizo a la perfección en el seno del Partido, primero se desembarazó de la izquierda apoyándose en la fracción de Bujarin y, acto seguido, se libro de la propia derecha. Pero para librarse de la izquierda a nivel social sólo tenía un camino, la represión masiva ya que los cuadros políticos más importantes del bolchevismo estaban allí y hacia allí basculaban los cuadros políticos de las nuevas generaciones, los komsomoles. Esta opción suponía darle una importancia capital dentro del Estado soviético a la policía política, la GPU. A raíz de aquí los dos brazos de Stalin van a ser el aparato del Partido y la GPU, incrementándose cada vez más la importancia de la policía política hasta llegar a ser el brazo dominante de Stalin, la herramienta con la sometió a toda la Oposición.
En enero de 1928 Stalin ordena el destierro a Almá-Atá de Trotski, el líder de la Oposición. Zinóviev y Kámenev van a claudicar ante Stalin lo que traerá la tercera y definitiva etapa de la Oposición, la que desde ahora será la Oposición bolchevique-leninista. El nombre bolchevique-leninista viene porque así se autodenominaban los opositores a Stalin, mientras que el aparato los calificaba de trotskistas en un intento de hacerlos aparecer como díscolos de Lenin cuando eran en la realidad histórica sus continuadores políticos. Claro, no era suficiente mandar al destierro a Trotsky, había que represaliar al conjunto de la Oposición bolchevique-leninista. Para posibilitarlo también se mandó al destierro al grueso de los cuadros bolcheviques. Pero esto seguía siendo insuficiente para derrotarlos porque seguían combatiendo políticamente en el destierro y aún allí representaban a la Revolución de Octubre por lo que eran un referente político inequívoco para la avanzadilla de las nuevas generaciones, que querían construir y extender el socialismo. Había, pues, que dar un paso más y Stalin lo dio. En febrero de 1929 se expulsó a Trotski de la URSS, no sin la oposición de Bujarin en lo que fue su canto de cisne político, y se construyeron campos para confinar a los disidentes a Stalin, que cada vez eran más, como nos indica la continuada repoblación de los campos de prisioneros, pronto convertidos en campos de exterminio.
Una vez Trotski en el exilio turco y con los bolcheviques-leninistas en campos de prisioneros, Stalin se desembarazó de Bujarin y giró mecánicamente a la izquierda imponiendo la industrialización y la colectivización forzosas. Este giro trajo desavenencias en el seno de la Oposición bolchevique-leninista porque en un principio algunos de sus integrantes pensaban que era un verdadero giro a la izquierda. Stalin pronto se encargó de quitarles esas ilusiones a la mayoría de la Oposición, que tenía cada vez más jóvenes en sus filas, porque la industrialización y la colectivización se impusieron por decreto, por la fuerza, sobre la clase trabajadora y el campesinado lo que llevó a la distorsión del proceso industrializador y colectivizador, al hambre y a la explotación. Los bolcheviques-leninistas se oponían a este despótico proceder, y lo hacían en nombre del socialismo, con un programa socialista, con lo que se constituían en una alternativa de poder, la única alternativa política en la Rusia de Stalin. Por lo tanto, si Stalin quería continuar detentando el poder debía eliminarlos. Para esto Stalin creó en 1930 el GULAG y juicios-farsas. Con los campos los masacraría, con los Procesos de Moscú justificaría una parte de las matanzas.
Los Procesos de Moscú (tres: 1936, 1937 y 1938) sólo fueron la punta del iceberg, la gran matanza sobre los bolcheviques-leninistas se dio en los campos de exterminio de Vorkuta y Kolima, ambos en el círculo polar ártico, y en otros como Magadán, Verkhneuralsk o en Solovki, llamado “La Guayana Ártica”. En ellos Stalin, a través de la GPU, el brazo ejecutor, asesinó en masa no sólo a la vieja guardia bolchevique sino también a la generación de Octubre, a aquellos que estaban llamados a consolidar el socialismo en la Unión Soviética y a prestar asistencia material y política a las revoluciones que traería el proceso histórico, como demostró la Revolución española a partir de 1931. Pero todavía no era suficiente, también tenía que asesinar a todos los que tuvieran un conocimiento directo de la Revolución de Octubre para que nadie pudiese cuestionar su omnímodo poder y su “sabio” liderazgo, así asesinó también al mayor especialista del mundo en Marx, David Riazánov, y a los nuevos historiadores que había parido la dinámica de la Revolución de Octubre.
Pero seguía sin ser suficiente, también tuvo que asesinar al director y cerebro del Estado Mayor del Ejército Rojo, Mijaíl Tujachevski, a su plana mayor y a sus cuadros intermedios, todos ellos curtidos en la Guerra Civil y que tenían una técnica bélica mucho más avanzada que sus colegas europeos ya que mientras estos todavía andaban por la guerra de posiciones los militares rojos habían diseñado la guerra de movimientos con el empleo masivo de carros de combate, antes de que lo hicieran los nazis. Esta capacidad operativa, con la producción socializada y con la moral revolucionaria hubiera hecho del Ejército Rojo un ejército invencible, que jamás hubiera permitido que las asesinas tropas nazis hollasen el suelo soviético. Hay más, inclusive se hubiese podido evitar la II Guerra Mundial en la forma y tiempo que la desencadenó Hitler si el Ejército Rojo hubiese apoyado la revolución social española asistiendo a sus milicias en la Guerra Civil de 1936-39 instruyéndolas en el manejo del material bélico más puntero y en las técnicas más avanzadas de combate en vez de dinamitar la revolución desde dentro como hizo el estalinismo.
Stalin hizo asesinar a lo más granado que había dado la Revolución de Octubre, y todo ello con el exclusivo fin de perpetuarse en el poder: asesinó al creador del Ejército Rojo, a la vieja guardia bolchevique, a la Generación de Octubre, al Estado Mayor y a la columna vertebral del Ejército Rojo, a los historiadores, al mayor especialista en Marx… Asesinó y asesinó, y esta orgía criminal posibilitó que la II Guerra Mundial fuese tan tremendamente dolorosa para la Unión Soviética. La bestia nazi pudo invadir la URSS por culpa de la parasitaria y asesina casta burocrática y los pueblos de la Unión Soviética tuvieron que derrotar al ejército nazi a costa de la mayor cuota de sangre de toda la Segunda Guerra Mundial. No obstante, el triunfo del Ejército Soviético sobre los nazis le posibilitó al estalinismo salir reforzado tanto ante los “aliados” (EEUU, Inglaterra, Francia) como ante la clase trabajadora. Ante los “aliados” porque era un enemigo militar obvio, al que sería imposible abatir sin una guerra termonuclear. Ante la clase trabajadora planetaria porque para ella la derrota del nazismo bajo la bandera roja era un triunfo del socialismo. Concluida la II Guerra Mundial, los “aliados” rápidamente construyeron el Telón de Acero (1946) y la respuesta del estalinismo fue organizar su propio espacio con métodos autoritarios, traicionar a la clase trabajadora en Francia, Italia y Grecia, aceptar las revoluciones cuando venían porque no quedaba más remedio (China, Cuba) para después cortarles el vuelo a través de su apoyo, aislarse de la dinámica revolucionaria con la “coexistencia pacífica” (la nueva versión del “socialismo en un solo país”), represaliar la revolución socialista en su propio seno (Hungría), deformar las reformas (Checoslovaquia, Polonia). En fin. Y toda esta dinámica de avestruz burocrático para conservar los privilegios de la casta burocrática que terminó llevando al derrumbe de la URSS y de sus Estados satélites, a la restauración del capitalismo con un saqueo del patrimonio estatal nunca visto en la Historia y a una caída brutal de la subjetividad revolucionaria en el seno de la clase trabajadora planetaria.
Madrid, 24, abril, 2017