×
×
Red Internacional
lid bot

EDITORIAL DE EDITORIALES DOMINGO. Des-Carrió la oposición y la “desazón” kirchnerista

La implosión de FAUNEN. La crisis del sistema de partidos argentino. La izquierda kirchnerista y la nueva hegemonía sciolista. Oposición por derecha y por izquierda.

Domingo 23 de noviembre de 2014 12:22

La semana que termina hubiera pasado casi desapercibida de no ser por el histrionismo explosivo de la diputada Elisa Carrió que, tras el cónclave radical, pegó un portazo y prendió su clásico ventilador: corruptos, narcotraficantes, socios de Scioli y Cristina, pseudo progres y otros tantos epítetos para sus (¿ex?) socios. Pero, como suele decirse en la jerga popular, “candidato que ladra, no muerde”.

Esto volvió a poner en escena las limitaciones opositoras para armar un discurso con mínima coherencia política o programática, y la consecuente fragilidad de sus armados. Las castas políticas argentinas parecen reducidas al show televisivo.

Como señala Edgardo Mocca: “Lo importante no es la evidente impostura de la acción [de Carrió, NdR] (…) sino el hecho de que esa acción solamente es posible en una representación de la democracia sin partidos políticos (…) La vigencia o no de los partidos políticos como centros de la vida democrática es un tema que lleva ya algunas décadas de debate a escala mundial. La cosmovisión neoliberal impuso, como parte de su dogmática, la idea de la caducidad irreversible de los partidos, no como ruta necesaria a formas de representación más amplias y participativas, sino como forma del agotamiento de la propia idea de representación.

Como no hay conflictos centrales, dice el dictamen neoliberal, no hay a quién representar; la política queda en manos de tecnocracias ilustradas y al partido político se le reserva (…) la propiedad sobre la boleta electoral que estará a disposición en el cuarto oscuro. Claro que el dogma no surgió de la nada; lo hicieron posible las transformaciones culturales de las últimas décadas (…) el debilitamiento de los trabajadores como fuente de identidad política, la erosión de las soberanías nacionales que depreció el valor real de las alternativas políticas, el desarrollo de un ethos ultraindividualista y consumista y el nuevo rol de los medios de comunicación en la conformación de la agenda política.

Lo cierto es que se llegó a definir nuestra época política como la de los “partidos personales”, es decir la reducción del partido a la condición de séquito personal del líder con mejor desempeño mediático y con mayor capacidad para generar expectativas favorables que serán registradas en esa otra marca de la época que son las encuestas de opinión.”

Paradójicamente, Mocca pareciera excluir de esta crisis al propio kirchnerismo que adolece de debilidades similares: hiperpersonificación, construcción de “conflictos centrales” mediante “el relato”, apuesta a figuras mediáticas como lo demuestra el papel de Insaurralde, etc.

Resalta aquí uno de los grandes límites del proyecto de restauración kirchnerista: ese ansiado “país normal” donde los binomios peronismo/radicalismo -o su efímero sueño transversal centroizquierda/centro derecha-, sigue profundamente dañado desde la emergencia popular de 2001.

Aquel significante vacío llamado kirchnerismo

Mario Wainfeld afirma hoy que: “Si Ernesto Laclau no hubiera dado un sentido agudo a la expresión `significante vacío´ podría enunciarse que Scioli lo es. Ajeno a las pasiones y los arrebatos, tampoco los suscita. Su intención de voto es, históricamente, mayor que la aprobación a su gestión de gobierno”.

Si algo ocupó el lugar de un “significante vacío” en la Argentina de la última década, fue el kirchnerismo. El concepto apunta, en la teoría política de Laclau, a aquello que puede ser llenado por cualquier contenido y, al mismo tiempo, hegemonizar al conjunto de los diversos “particularismos” que actúan en la realidad. Desde el poder central, caja en mano y discurso progresista, el kirchnerismo logró amalgamar a los Gioja, Urtubey y los Insfrán con los intelectuales de Carta Abierta que, ahora, se lamentan del “giro a la derecha”.

Pero incluso si tomáramos el concepto en el sentido que lo propone Wainfield deberíamos concluir que no hay “vacuidad” alguna. Ese significante, lejos de estar vacío, está bastante lleno: lleno de Milani, Berni, acuerdos con Chevrón, “pagadores seriales”, “bergoglianismo” y relaciones con mafias sindicales/empresarias ligadas a la dictadura entre muchas otras cosas. Esos contenidos, por sólo nombrar algunos, son comunes al sciolismo y al kirchnerismo “puro”.

Se evidencia en, cada días más, la imposibilidad separar la paja del trigo. Horacio Verbitsky lo confiesa. Si la entrevista que circuló por redes sociales a un joven Daniel Scioli –y que mencionamos la semana pasada- asustaron a algún progresista, para el columnista de Página12 “estas definiciones juveniles no deberían espantar a un gobierno que mantiene como jefe del Ejército al general César Milani, reconoce como principal interlocutor en el sindicalismo a Gerardo Martínez y colma de atenciones a Jorge Bergoglio, pero distinto es el efecto entre sus adherentes. Como corresponde a la jubilosa diversidad del movimiento nacional, esta cohabitación provoca desde indignación hasta indiferencia. O risa, según la revista Barcelona, que rebautizó a Scioli como El Saponauta o El Batracio de Todos”.

Con el paso cambiado

En otra de sus notas de este domingo Verbitsky ratifica las denuncias contra Bergoglio por su rol en la dictadura. Citando a La Izquierda Diario en la entrevista que realizáramos el pasado 19 de septiembre a Estela de la Cuadra, el periodista vuelve a evidenciar su soledad. En el arco kirchnerista, todos, CFK incluida, han corrido a hincar sus rodillas para besar el anillo papal ocultando la complicidad de Francisco (que no dejó de ser Bergogio) con la dictadura militar.

Es este el sinsabor que corroe incluso a los intelectuales kirchneristas de Carta Abierta que, en boca de uno de sus mayores referentes, Horacio González, sostenía ayer que "Algún sector del Gobierno giró a la derecha, pero yo no". Claro, él solo lo justificó y lo justifica. Nada más. Nada menos.

González ensaya una justificación del giro derechista del gobierno con una cuota de “gorilismo”. Ante la pregunta: “¿No será que la sociedad giró un poco a la derecha?”, González responde eufórico: “¡Claro que giró a la derecha! ¿Y qué hace un gobierno de extracción popular? Ese gobierno es lector de la sociedad. Lee pulsiones.” Entre esto y “la gente tiene el gobierno que se merece” hay tan solo cuadras de distancia. Pocas.

Pero olvida González, que “la sociedad civil” tiene su “anatomía” y, entre las clases sociales, no todos los intereses se expresan igual. Las manifestaciones sociales de derecha se encuentran en franca merma, tal como se ufanó el kirchnerismo ante el fallido cacerolazo del 13N. A su vez, el empresariado espera ansioso un acuerdo con los fondos buitres en enero como pronostican oficialistas y opositores. Y más allá de que la pirotecnia verbal se mantenga, la casta judicial se mantiene incólume y pelea su propia cuota de poder mediante las investigaciones sobre la corrupción oficial (solo la oficial) en la transición ya abierta.

Lo que ha crecido, lenta pero sostenidamente, son las resistencias por izquierda, aunque parciales y divididas por las treguas sindicales oficialistas y opositoras, que parecen haber adoptado la estrategia del “agarrame que lo mato” y amenazan con paros generales que no llegan o se contentan con actos reducidos con más vocación de instalar sus propios candidatos que el de desarrollar y coordinar el descontento obrero.

Sin embargo, en el año que ya se va, lograron expresarse miles de trabajadores que aprovecharon cuanta grieta encontraron, incluyendo los paros aislados de la primera mitad del año. Pero tampoco se redujeron a los llamados oficiales que dejaron de llegar. Por decenas y decenas se expresaron en las batallas reales contra “las corporaciones”, “los buitres”, “los destructores del empleo”, etc. Ahí están en Lear, Donnelley, Kromberg, Shell, Liliana en Rosario, en Volkswagen o en Valeo de Córdoba, los docentes de Buenos Aires y Salta, los municipales jujeños, etc. Pero también en las batallas democráticas como las miles de mujeres que poblaron el Encuentros Nacionales, las denuncias contra el avance represivo del gobierno, la desaparición y asesinato de Franco Casco en Rosario, o la enorme movilización de más de 10.000 jóvenes en la reciente Marcha de la Gorra en Córdoba.

El etcétera sería enorme, y es lo que explica la presencia y crecimiento del Frente de Izquierda y de los Trabajadores. Desde el PTS apostamos al fortalecimiento de esta coalición anticapitalista que no se tienta entre bandos patronales y la banalización mediática, para que sea una izquierda de los trabajadores la que exprese la fuerza de los trabajadores, el movimiento de mujeres y la juventud. En el acto que realizaremos el 6 de diciembre en el Estadio Cubierto de Argentino Juniors mostraremos que ya la estamos construyendo.


Eduardo Castilla

Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.

X