Separándose rápidamente en lo simbólico de la presidencia de su antecesor, Emanuel Macron se apoya y busca reforzar los aspectos más bonapartistas de la V República.
Lunes 24 de julio de 2017
Su intención de pasar una reforma laboral más ambiciosa que la ley El Khomri, adoptada en julio de 2016, a la vez que la nueva ley antiterrorista que busca introducir en el derecho común disposiciones del estado de emergencia, son dos muestras. Así con ésta última ley, las autoridades podrían vigilar a cualquier persona si existen "motivos serios" para pensar que su comportamiento representa una amenaza "particularmente grave" para la seguridad. También podrían impedir la circulación de personas más allá de un "perímetro geográfico determinado" y realizar allanamientos día y noche, dos medidas que hasta ahora solo podían llevarse a cabo bajo el estado de emergencia y de las que las autoridades francesas han abusado desde los atentados terroristas de 13 de noviembre de 2015 para frenar las protestas sociales. De un modo caricaturesco, las ínfulas de salvador supremo de Macron lo han llevado a considerarse a sí mismo como por encima de los simples mortales, como “un presidente jupiteriano”, como dijo en octubre de 2016 en una entrevista con la revista Challenges. Pero detrás de esta imagen, la realidad es más terrenal.
Una base social estrecha
Gracias al hundimiento del PS, el macronismo ha permitido unificar políticamente a la gran burguesía anteriormente separada por la división derecha/izquierda y a importantes sectores de las clases medias superiores alrededor del proyecto neoliberal. Pero más allá de la apariencia de una amplia mayoría parlamentaria de la que goza la formación política del presidente (La Republica en Marcha), su base social es frágil, aprovechándose por el momento de una oposición debilitada y fragmentada a la vez que una parte de la derecha apoya su programa económico, de seguridad y represivo. Es que, como hemos dicho en anteriores artículos, éste naciente bloque burgués es socialmente minoritario en el país. Es que, contrario a toda la demagogia de la llamada entrada de la “sociedad civil” a la Asamblea Nacional, el macronismo fortalece aún más la exclusión del campo político no solo de los sectores populares sino incluso de sectores de las clases medias, base clientelista del viejo bipartidismo. Pero como dice Stefano Palombarini, autor junto con Bruno Amable del libro que hemos citado en otra ocasión “L’illusion du bloc bourgeois”: “La estrechez de la base social de Macron no es un obstáculo a la altura de su ambición de ’reformista’. Más bien, es la conciencia de la fragilidad del nuevo bloque social que obliga a Macron a actuar rápido y duro. Uno puede predecir fácilmente que después del Código de Trabajo, el gobierno atacara a las instituciones que organizan los sistemas de protección social y de pensiones, o también el alcance de los servicios públicos y el status de la función pública: porque el objetivo es una transición muy rápida y completa del capitalismo al modelo neoliberal”.
La pata izquierda del bonapartismo macronista: el apoyo de las direcciones sindicales
Pero si el macronismo se apoya por derecha en todos los mecanismos antidemocráticos de la V República y que fueron reforzados durante el último quinquenato para avanzar rápido, su “magia” en sus dos primeros meses no podría ser tan eficaz sin una pieza central del régimen (a la vez que actor de la “sociedad civil” o de los llamados cuerpos intermedios) por izquierda: las direcciones de las grandes confederaciones sindicales. Como explica el editorialista de Le Monde, Michel Noblecourt, con respecto a la anunciada reforma del código de trabajo: “El gobierno encontró la martingala para hacer pasar la píldora. Se rehabilitó el rol de la [negociación colectiva por] rama de actividad, satisfaciendo de un solo golpe a FO, CFDT, CFTC, CFE-CGC y UNSA, reforzando su ‘función de regulación económica y social’”. Y agrega sobre el cambio de método del ejecutivo con respecto a sus anuncios pre electorales: “Consciente de la fragilidad de su omnipotencia -la tasa de abstención en las presidenciales, más aún en las legislativas, y los resultados de Marine Le Pen y de Jean-Luc Mélenchon confirmando la ira de una sociedad que tiene los nervios de punta-, el jefe de Estado prometió que los decretos sobre la reforma de la legislación laboral estarían precedidos de una genuina concertación”. Agreguemos solamente que la CGT a pesar que ha comenzado a denunciar como una fachada esta mesa de negociación y llama a una jornada de acción en las calles el 12 de septiembre próximo, no se ha retirado en lo más mínimo de la misma.
Las dudas del pasaje a la acción del macronismo
Durante la campaña electoral, Macron había desplegado su agenda neoliberal prometiendo a los empresarios de reducir el gasto público de forma audaz, “al mismo tiempo que” reducir los impuestos, empezando por los sectores más afortunados como la reforma del Impuesto sobre la Fortuna (ISF) o la reducción impositiva para las empresas, a la vez que reestructuraba en profundidad el mercado de trabajo. Pero en el momento de dar el puntapié inicial de las reformas, su mano tembló. Este es el significado de los diez días de zigzagueo fiscal del Ejecutivo a fines de junio y comienzos de julio, que le condujeron, en un primer momento, a retrasar el calendario de reformas tributarias, antes de regresar a los compromisos iniciales por la presión de los apoyos más neoliberales del presidente y de parte de sus seguidores. Como lo grafica la principal editorialista de Le Monde, Françoise Fressoz: “A fuerza de oír al presidente de la Republica prometer una ‘transformación’ profunda del país en los próximos cinco años, habíamos llegado a creer que ya todo estaba atado. Sólo había que observar el incesante desarrollo de un plan bien estudiado. Las circunstancias políticas excepcionales creadas por Emmanuel Macron reforzaban esta idea. Disfrutar de una abrumadora mayoría en la Asamblea Nacional, mientras que la oposición está en un estado de estupefacción ofrece una oportunidad para la reforma que no se presenta dos veces. Sin embargo, ¡sorpresa! La mano del ejecutivo tiembla, desde el principio, un gran lío con los impuestos, un material altamente inflamable, apenas unos días después de la declaración de política del primer ministro, Edouard Philippe, concebida para poner en marcha reformas”.
Pero detrás de estas idas y vueltas de la Macronia, dos derechas cohabitan: “Una, juppéiste [por el ex primer ministro de Chirac, Alain Juppé], se muestra cauta: para contener el déficit fiscal dentro del límite del 3% del producto bruto interno, ella privilegia el alisamiento en el tiempo de las rebajas de impuestos para evitar un fuerte golpe en el gasto público. Es como si el recuerdo de las grandes huelgas de 1995 resurge mientras que los empleados públicos tienen la sensación de estar en la mira con el congelamiento del índice salarial, la reducción anunciada de sus efectivos o aun el aumento de la contribución social generalizado [un impuesto que los afecta especialmente]. La otra derecha, más liberal, favorece la reducción de impuestos que podrían desencadenar un shock de confianza, incluso aumentando la dosis requerida de ahorros presupuestarios”. Y acá estamos de nuevo, tanto criticar la gran burguesía al hollandismo, sus dudas y las llamadas dos izquierdas (una reformadora y moderna y otra, según su visión, anticuada y que impidió gobernar) que, sin siquiera pasar aún a la acción, dos derechas salen a la superficie en el primer gobierno de Macron. O dicho de otra manera, en el nuevo Ejecutivo que supuestamente iba a superar todos los obstáculos a la reforma de los antiguos bloques de derecha e izquierda que se sucedieron en el poder en las últimas décadas al romper todo compromiso con la base popular ni siquiera de forma demagógica con su nueva oferta política, nos encontramos de alguna forma el fantasma que recorre a los distintos gobiernos franceses desde la huelga general de estatales de 1995, que reactualizó la idea que las brasas de 1968 pueden siempre volver a prenderse.
Crisis histórica con las FFAA: ocultar la debilidad pues puede ser aprovechada por otros
Más grave aún es su difícil decisión en favor de una mayor austeridad, que abrió un frente impensable en el seno de la clase dominante y con uno de los pilares de derecha de su bonapartismo: las FFAA, alabadas y mimadas por miles de gestos desde su asunción. Después de una amarga disputa en torno a los recortes del gasto en defensa, el jefe de las Fuerzas Armadas francesas renunció, abriendo una crisis histórica en tiempos de paz con el Ejecutivo, expresión a la vez del reforzamiento en todos estos años del poder de facto de los militares en la escena pública. Su primera crisis importante ha llegado la última semana: un golpe para Macron, su primer enganche del traje de monarca republicano que trata de vestir de forma exagerada desde que asumió. Hasta esta crisis, Emmanuel Macron era intocable, alabado de forma obsecuente por todos los medios y la ausencia casi de oposición política. Después de esta crisis, el poder jupiteriano se volvió al alcance de tiro: todos sus oponentes políticos de la extrema derecha a la izquierda reformista de Mélenchon, pasando por los republicanos incluido el bloque constructivo que se desprendió en el parlamento para apoyar a Macron y lo que queda del Partido Socialista, fueron por una vez unánimes en denunciar su actitud hacia las FFAA. Las declaraciones brutales del vocero presidencial el viernes una vez que la crisis se creía cerrada con el nombramiento del nuevo jefe de las FFAA y la visita de Macron a la base aérea de Istres donde intento con un uniforme ridículo de Top Gun cerrar las heridas con los militares, responde no solo a las ínfulas de pequeño Bonaparte sino fundamentalmente a su conciencia de la fragilidad de su poder: en medio de que está en una prueba de fuerza con el mundo del trabajo, es muy peligroso que el poder muestre su vulnerabilidad. Pero el mensaje puede haber producido lo contrario: un recordatorio tan abusivo de su autoridad que de tan explícito lo deja más descubierto que lo buscado con sus gestos autoritarios. Es que como dice un analista de Le Figaro, la “crisis llega en un momento delicado para Emmanuel Macron. En las últimas semanas, su popularidad comenzó a desmoronarse. Se mantiene por encima del 50%, pero la rentrée [periodo después de las vacaciones] se ve complicada para el jefe de Estado con la adopción programada por decreto de la reforma del Código de Trabajo y la elaboración del presupuesto de 2018, donde figurarán muchas medidas de ahorro. En este contexto, la crisis abierta con los militares puede contribuir a socavar la autoridad de Emmanuel Macron”.
Terminar con la ilusión macronista: prepararse a grandes enfrentamientos de clase
La “ilusión comunicativa” como la llama un analista había sido fuerte. Posibilitada por actitud positiva de los sindicatos, el aura de los primeros meses del macronismo había creado una ilusión totalmente desmesurada en relación a la situación real de Francia. Como señala el especialista de la comunicación, Arnaud Benedetti, en un artículo reciente: “Mucho se ha celebrado en las últimas semanas los rodeos del camino iniciático viniendo a entonar el aprendizaje epifánico del recién elegido. La política de comunicación había aspirado como por milagro las preocupaciones, resentimientos, el mal humor... De la pirámide hasta el 14 de julio, la entrada al palacio se fue desplegando con escenificaciones de ballets, sainetes, relatos cuyo significado era producir el efecto de una puesta en orden de un mundo presidencial maltratado por dos quinquenatos, eruptiva el primero [se refiere a Sarkozy], caótica el segundo [la presidencia Hollande]. La era de la representación, de la sola práctica simbólica de la responsabilidad termina. Ahora son los momentos difíciles que asaltan al poder, la mecánica impredecible de la decisión y la acción que viene a perturbar la disposición narrativa hermosa que el macronismo intentó asignar a cada uno de nosotros, como espectadores asombrados por el flujo continuo de destreza teatral. El príncipe sólo puede estropearse con el reflejo desfavorecedor a que lo somete una opinión mucho más virtual que real”.
Es que efectivamente el giro en la coyuntura y el estado de gracia que comienza efectivamente a acabarse, que ha significado la elección de Macron en comparación con el periodo turbulento de las presidenciales no ha cerrado la crisis orgánica del capitalismo francés y de la que la elección de Macron como presidente es una expresión y a la vez un intento de resolverlo, aunque el bloque burgués que él representa esta lejos aún de haberse impuesto como bloque dominante. Decimos esto no solo en relación a los sectores populares sino frente a otras fracciones de clase burguesa que dependen mucho del estado como es el sector armamentístico, los sectores de la construcción que dependen de las inversiones de las colectividades locales también llamadas a contribución presupuestaria por más de lo anunciado previamente o sectores del capital productivo que residen en el territorio francés que serán afectados por los recortes en presupuesto de investigación universitaria. La polarización y la tensión que caracterizan a la sociedad francesa están lejos de haber desaparecido. Los ataques terroristas y su aprovechamiento reaccionario para provocar una ola aún más dura de islamofobia y racismo, el retorno del ciclo de la lucha de clases al fin del hollandismo después del paréntesis abierto por la derrota del movimiento contra las reformas jubilatorias en 2010 y posteriormente las expectativas decepcionadas de un gobierno de “izquierda”, la crisis política y el colapso de todos los partidos políticos establecidos desde la socialdemocracia y llegando incluso a la derecha tradicional y un largo etcétera, recuerdan que existen todos los ingredientes para una gran agitación política y social en el próximo período.
Contra toda ilusión de una reforma benevolente que el optimismo inicial generado por el triunfo de Macron en el Pentágono y en el extranjero que los factores de poder y los medios interesadamente inculcan, la realidad, como dice alarmado el sociólogo para nada radical y reaccionario Michel Wieviorka, es que “existe un enorme potencial de violencia. Vivimos desde hace años con el terrorismo, el islamismo radical que debemos, por supuesto, seguir combatiendo. Y otras formas de radicalismo violento emergen: las protestas se pervirtieron por alborotadores; locales sindicales son atacados, la extrema derecha está bajo tensión. Cuando uno escucha a los votantes de Jean-Luc Mélenchon, sentimos rabia, ira, frustración… Si no hay respuesta a estas expectativas, no hay un tratamiento político, la violencia está en el horizonte”. O desde el campo de los encuestadores, Jérôme Sainte-Marie presidente de la sociedad de análisis y de consejos PollingVox, cuando afirma: “El orden político coincide con aquel de los intereses sociales… Esto hace que la política sea potencialmente más conflictiva, y crea una situación que no deja de recordar la de los años setenta. Después de décadas de apaciguamiento gradual, nos encontramos con un clima de odio mutuo y de miedo recíproco. Es por esto que espero enfrentamientos políticos y sociales como Francia no ha visto desde hace cuarenta años”. Sin hablar de alguien más cercano al poder como Raymond Subie, especialista en temas laborales y antiguo consejero social de Sarkozy, que a pesar de no parar de cantar loas al método macronista en relación a la futura reforma laboral, en una entrevista de hace un mes afirmaba que: “‘Hoy Emmanuel Macron está en un camino triunfal pero el material sigue siendo siempre muy inflamable’ ‘¿Francia puede siempre explotar?’, pregunta la periodista Audrey Crespo-Mara. "No ahora, pero más tarde “concluye su invitado”.
Por una alianza de todos los explotados encabezada por el movimiento obrero
No dudamos que más temprano que tarde la ilusión macronista que ha hipnotizado a las direcciones sindicales se hundirá. Tampoco que los trabajadores que van a sufrir la reforma laboral van a estar al centro de la resistencia, como ya adelanta la lucha ejemplar con toma de fábrica, amenaza de hacerla volar con bombonas de gas, bloqueo de las fábricas de Peugeot y Renault de los trabajadores de la autopartista GM&S frente a la liquidación judicial y cierre de su empresa en el departamento alejado de Paris, de la Creuse. La verdadera cuestión es si las organizaciones del movimiento obrero se preparan no solo para la lucha sino a la vez como una alternativa preparando un plan contrahegemónico al bloque burgués, así como a todo soberanismo de derecha o de izquierda, un plan de salida obrera y popular a la crisis e internacionalista. Es decir, armando una perspectiva estratégica para la construcción de una amplia alianza social, alternativa a la que el nuevo gobierno está tratando de consolidar que logre unificar a todos los sectores de la clase obrera en especial a sus sectores más explotados y que permita a su vez ganar detrás de ese proyecto emancipador a todos los oprimidos, a los jóvenes de las banlieues y a todos los que sufren interna y externamente la opresión del imperialismo francés. Éste es nuestro gran desafío como revolucionarios.
Juan Chingo
Integrante del Comité de Redacción de Révolution Permanente (Francia) y de la Revista Estrategia Internacional. Autor de múltiples artículos y ensayos sobre problemas de economía internacional, geopolítica y luchas sociales desde la teoría marxista. Es coautor junto con Emmanuel Barot del ensayo La clase obrera en Francia: mitos y realidades. Por una cartografía objetiva y subjetiva de las fuerzas proletarias contemporáneas (2014) y autor del libro Gilets jaunes. Le soulèvement (Communard e.s, 2019).