Endeudamiento, política del ruego y un poco de greenwashing para tapar tanto extractivismo. El relato que faltó a la cita, las tensiones que vienen tras el 14N y el voto al Frente de Izquierda.
Viernes 5 de noviembre de 2021 17:30
“Todos decimos siempre lo mismo”, dijo Boris Johnson, en una suerte de autoelogio que, por elevación, también iba dirigido a Alberto Fernández.
Las palabras vacías y las frases hechas son la sustancia de la política capitalista. Su razón de ser; el despliegue de una impotencia que hunde sus raíces en el sagrado carácter de la gran propiedad burguesa. Aquel que no debe ser profanado, aunque eso cueste la destrucción del planeta que habitamos casi 8.000 millones de almas.
La respuesta a tanta hipocresía llegará este sábado. Las calles de Glasgow verán desfilar, según estimaciones, alrededor de 100 mil personas. La multitud, con la certeza que dan los hechos, volverá a denostar el “bla, bla, bla” del poder político y económico mundial. Ese que, reunido en el G20 y en la COP26, ratificó en palabras un inconducente “compromiso” con el medioambiente. Con la franqueza que la define, Greta Thunberg ya sentenció que esa cumbre "es un fracaso".
Soon #Ethiopians will change their slogan to 🥁 “Down Down blah, blah, blah!”✊🏾 pic.twitter.com/UCatNRZ1vu
— AbaKoran (@AbaKoran) November 3, 2021
El “bla, bla, bla” ocupa el centro de los relatos oficiales a escala de todos los hemisferios. El Gobierno argentino, acorde a su naturaleza de clase, no podía ser la excepción. El relato -y en exceso- está en su naturaleza.
La celebración por la inversión que hará la empresa Fortescue -un gigante australiano de la megaminería- deja de lado los eventuales costos ambientales, así como el destino del hidrógeno verde que se producirá. El greenwashing coyuntural elige obviar que esa producción posiblemente, se convierta en un nuevo insumo para obtener dólares por la vía de las exportaciones.
La matriz extractivista no está en debate. El poder de las grandes petroleras y mineras no se cuestiona. Lo saben y lo sufren, por ejemplo, los habitantes de Sauzal Bonito, en Neuquén, que ven como las paredes de sus casas de rajan frente a los movimientos sísmicos que crea el fracking.
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La política del ruego
Esa épica vacía se extiende, como no podía ser de otra manera, por los diversos rincones de la política oficial. Mirada en detalle, la retórica combativa ante las negociaciones con el FMI parece tener una sola finalidad: la electoral.
La realidad es más prosaica. Este viernes, confirmando una política de Estado, Gabriela Cerruti ratificó que “no es una alternativa no cerrar con el Fondo”. Las palabras se encadenan a otras, que constituyen decisiones: aquellas pronunciadas por Martín Guzmán menos de 48 horas antes, cuando indicó que se pagarán los USD 1.892 millones que vencen el mes próximo.
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Vistas las cosas bajo esa óptica, la exuberancia de palabras que Alberto Fernández desplegó en la Cumbre del G20 y en Glasgow carece de sentido. Expresa una suerte de ruego, un pedido de clemencia hacia los grandes poderes del mundo.
Pero el poder suele ser ciego a esos pedidos.
La épica que no fue...ni será
La noche del domingo 12 de septiembre fue un mazazo para el Frente de Todos. La desorientación quedó grabada en los festivas imágenes de Victoria Tolosa Paz, celebrando un triunfo que los resultados oficiales desmentirían poco después.
La derrota parió un discurso electoral: “Escuchamos lo que la sociedad nos dijo”. Parió, también, un cambio de gabinete que empoderó al, valga la redundancia, poder territorial del peronismo.
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Aquel fracaso electoral hizo nacer, además, un reclamo: de manera urgente y reiterada se exigió “una épica”, un relato capaz de crear mística y empujar la recuperación. Un discurso capaz de mover a los escépticos y a los desilusionados.
Pero al resultado le sobraron palabras y le faltaron hechos. Se excedió en epítetos, intentando compensar la carencia de medidas reales. Aquello que la oposición de derecha calificó despectivamente como “plan platita” terminó en abultado conjunto de frases hechas. Ni los salarios ni las jubilaciones se recuperaron realmente; ni la inflación descendió de las alturas olímpicas alcanzadas. El bolsillo, víscera sensible de las grandes mayorías, siguió vacío y juntando polvo.
Atado a las determinaciones que impone la agenda de negociación el FMI, el Gobierno nacional se evidencia incapaz de tomar medidas que pongan en cuestión la decadencia nacional. No hay épica posible en esas condiciones.
El 14N y sus resultados son, aún, una incógnita. Los números finos definirán los contornos más concretos del escenario político inmediato y del mediano plazo. Sin embargo, las tensiones y los choques sociales están confirmados de antemano. La virulenta respuesta empresario a los tibios controles de precios preanuncian nuevas crisis. La dureza negociadora del FMI adelanta días o semanas poco idílicas.
De cara a ese escenario, resulta esencial fortalecer una bancada de la izquierda obrera y socialista en el Congreso Nacional. Se trata de preparar las condiciones políticas para enfrentar los ataques que vendrán.
Eduardo Castilla
Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.