Macri endeudó al país por U$S 82.400 millones. Alberto pagó U$S 13.500 millones y hasta fin de año va a pagar U$S 4.000 millones más al FMI. Argentina debe 42 veces más que en el año 1976 a pesar de los pagos [1]. Por qué desde la izquierda proponemos el desconocimiento soberano de la deuda y una ruptura con el Fondo Monetario Internacional.
1. ¿Por qué vamos inevitablemente a una nueva crisis de deuda?
“No podemos aumentarle a los jubilados porque estamos endeudados hasta acá”. Las palabras corresponden a la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, el pasado 4 de marzo de 2021. Desde el día uno del gobierno de Alberto Fernández, la prioridad fue renegociar la deuda para cumplir con la agenda de pagos de los acreedores externos, a costa de un mayor ajuste fiscal y externo. El relato oficial pretende que con una reestructuración que permita un período de dos o tres años con “bajos” vencimientos de deuda, se podrán “generar las condiciones para crecer y pagar la deuda”. Pero esto implica prácticamente hipotecar a las próximas generaciones a que todos los recursos disponibles se destinarán a la sangría de la deuda, lo cual aparece como una contradicción con el paradigma que proponen de que se generarán las condiciones para crecer.
El pago a los acreedores privados con los que se ya acordó un canje en agosto de 2020 [2] va aumentando en los próximos años. A partir de 2025, los especuladores se llevarán más de U$S 7.500 millones al año (que superaría los U$S 10.000 millones al año entre 2030 y 2035) [3]. Y a eso hay que agregar el cronograma de pagos que surja de la renegociación con el FMI por U$S 46.000 millones, que podría tener algunos un par de años de gracia en los vencimientos de capital (probablemente no de intereses), pero pronto sería una carga insostenible. Suponiendo un acuerdo con el Fondo que implique vencimientos a razón de 5.000 millones anuales, los servicios totales de la deuda externa se llevarán al menos U$S 12.500 a 15.000 millones por año.
Tomando el saldo exportador [4] de un “buen año”, esto significa que prácticamente su totalidad será absorbida por los pagos de intereses y capital a acreedores externos y organismos internacionales. Tomando otra dimensión, los vencimientos de deuda superarán lo que el Gobierno espera recaudar por retenciones a las exportaciones del agro en este año récord de entrada de dólares ese concepto, que rondará unos U$S 9.000 millones. Debe tenerse en cuenta que bajo el capitalismo dependiente argentino también salen dólares del país por remisión de ganancias de las multinacionales y la fuga de capitales, por lo tanto inevitablemente el Gobierno de turno se encaminará a conseguir más dólares con nuevo endeudamiento, más extractivismo y un mayor ajuste. Ese camino conduce a una mayor contracción de la economía e inevitablemente a un endeudamiento cada vez más caro e insostenible, que expone al país a mayor vulnerabilidad frente a cambios en las condiciones internacionales, como puede ser un alza de la tasa de interés en EE.UU.. No es casual que inmediatamente después de sellar el acuerdo con los bonistas en agosto pasado los analistas burgueses comiencen a preguntarse cuándo deberá iniciarse una nueva reestructuración, anticipando la insustentabilidad de los vencimientos.
2. ¿Por qué la deuda es un círculo vicioso?
Lo antedicho expone los movimientos recurrentes y críticos que ha tenido economía en los últimos 40 años. “Desendeudamiento” [5] y reendeudamiento están íntimamente conectados. La deuda externa pegó un salto en la última dictadura militar en el marco de la creciente internacionalización y financierización del capitalismo global. Desde allí se atravesaron 3 crisis de deuda con sus reestructuraciones: el Plan Baker en 1985, el Plan Brady en 1989, el default de 2001 (y reestructuraciones 2005 y 2010), la actual crisis sería la cuarta.
A pesar de todo lo pagado (más de U$S 600.000 millones), Argentina debe en dólares 42 veces lo que debía en 1976. La crisis producida por la emisión serial de deuda pública realizada por Macri [6] es apenas un capítulo en esta larga saga. De hecho, toda la política de “pagos seriales” de la deuda durante el kirchnerismo (más de U$S 200.000 millones) estaba ya en función de “volver a los mercados financieros internacionales”, y sin embargo la deuda siguió subiendo de U$S 179 mil millones en 2003 a U$S 240 mil millones en 2015.
No obstante los canjes y los períodos de “desendeudamiento”, el capital de deuda nunca se termina de pagar, porque el negocio de los acreedores es que el país esté permanentemente pagando intereses. Con Macri la deuda creció U$S 82.400 millones, y se pagaron al menos U$S 76.000 millones netos, en solo cuatro años. Durante el año y medio de gobierno de Alberto Fernández, a pesar de los canjes de deuda con los fondos privados, la deuda pública subió de U$S 323.065 millones a U$S 335.556 millones, y se pagaron U$S 13.675 millones [7]. Hasta fin de año tiene previsto continuar pagando al menos unos U$S 4.000 millones al FMI.
La práctica de los Estados burgueses es pagar todo lo que se pueda apelando al ajuste, y cuando esto ya no resulta posible, reestructurar para seguir pagando, o encaminarse un default desordenado como en el 2001, una especie de “sálvese quien pueda” que garantizó la fuga de capitales y el resguardo de la propiedad de los grandes grupos económicos y dueños del país, mientras confiscó los ahorros de los pequeños ahorristas. Esa salida es avalada hasta el propio imperialismo, como método de ajuste para generar eventualmente las condiciones para volver a pagar, como convalidaron posteriormente los gobiernos kirchneristas.
Este ajuste permanente para pagar la deuda empalma con las necesidades de acumulación del capital en Argentina, en donde la falta de competitividad basada en la estructura atrasada y la falta de inversión los capitalistas es compensada con una mayor explotación laboral, ritmos de trabajo, extensión de la jornada, precarización laboral y reducción salarial. Producto de estos permanentes ajustes y crisis de deuda (a los que denominamos “saqueos”) se fue reconfigurando regresivamente la situación de la clase obrera.
3. ¿Déficit fiscal o “timba financiera”? ¿Qué dicen las visiones dominantes sobre el endeudamiento crónico?
Desde las visiones económicas que defienden los intereses de algún sector del empresariado local (tanto las liberales en todas sus versiones, como la “nacional y popular”), la deuda externa aparece naturalizada, como parte corriente del funcionamiento de la economía, como una ayuda y hasta como un salvavidas [8]. Todos los gobiernos que expresan alternativas patronales sostienen que Argentina no puede vivir sin deuda (“si dejamos de pagar nadie nos va a prestar”) y alimentan la ilusión de que se podría convivir de forma armoniosa con la misma. Prometen que la deuda podría usarse para impulsar inversiones que generen las condiciones para pagar los intereses, cosa que nunca sucede. Pero cuando la deuda crece a niveles insostenibles y se evidencia como un aspecto causante de la agudización de las crisis, terminan adjudicando los problemas a una “mala política” (“derroche” o favoritismos económicos), implementada por los gobiernos contrarios al signo político de cada espacio que viene alternándose en el poder.
Así, de una parte, las explicaciones liberales plantean que la deuda del Estado es ocasionada por el déficit fiscal. que a su vez es resultado de la “irresponsabilidad” de los argentinos por “vivir por encima de sus posibilidades”, es decir, de un gasto público “excesivo” ejecutado para responder a su base de votantes. Macri, a pesar de sostener ese mismo argumento, emitió una de las deudas más grandes de la historia, justificándose en el déficit heredado del kirchnerismo, al mismo tiempo que bajaba impuestos a las patronales, lo cual erosionó aún más el déficit. Por otra parte, la visión en la que suele apoyarse el relato del actual Gobierno peronista, es que la deuda es contraída por gobiernos autoritarios y neoliberales para alimentar la especulación financiera, de la cual “se hacen cargo” (pagando y refinanciando) los “gobiernos democráticos populares”.
Tanto el déficit fiscal como los períodos de especulación financiera son la forma concreta que toma el endeudamiento cíclico en nuestro país. Por ejemplo, tiene que haber un Estado deficitario para que se produzca el endeudamiento. Pero estos elementos no explican sus causas profundas.
4.¿Por qué la deuda se origina en el atraso y la dependencia del país?
El atraso relativo (menor productividad del trabajo en términos internacionales) y la dependencia (subordinación al capital imperialista) de los capitales que operan en Argentina está en la base del faltante de dólares y de los ciclos viciosos de la deuda. Bajo esta condición estructural, Argentina permanentemente se enfrenta a períodos de déficits de divisas. Eso explica que el Estado tome gran parte de su deuda externamente y no se financie solo con deuda en su propia moneda: es porque debe compensar esos desbalances externos crónicos (salen más dólares de los que entran) trayendo dólares al país con el crédito externo.
La plusvalía que los capitalistas se apropian localmente es girada hacia afuera por distintos mecanismos, erosionando el saldo del balance de pagos. Faltan dólares por distintos motivos: un comercio exterior deficitario, agravado a su vez porque por el propio atraso la industria local que requiere dólares para importar los bienes de capital, energía e insumos que acá no se producen (o a la estrategia global de negocios de las trasnacionalizadas, como las automotrices); o por la sangría de remesas al exterior de empresas extranjeras a sus casas matrices [9], o de la salida de dólares por parte de sectores de la burguesía local.
Como la inversión es lo que determina el desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo (que se amplíe la capacidad productiva, la infraestructura, el stock de capital), la sangría permanente de recursos que realizan los capitalistas y los propios pagos de deuda profundizan el atraso. Este atraso lo vemos en la brecha creciente de productividad del trabajo respecto a los países centrales. En los últimos 40 años la inversión Bruta Interna Fija se mantuvo en un promedio de 18,5 % PBI (niveles pre pandemia), un nivel bajo en términos internacionales. Incluso en la primera década del siglo, con el viento de cola del precio alto de las materias primas y la salida de la convertibilidad, las ganancias extraordinarias no se canalizaron a un salto significativo en la inversión. Este comportamiento del capital que opera en el país ( “reticencia inversora”) sucedió en forma independiente de políticas más o menos favorables para sus negocios.
Pero la deuda genera más problemas: si bien compensa la salida de divisas, genera un flujo de salida adicional de la riqueza nacional en intereses de deuda. A medida que se paga deuda con más deuda, los vencimientos se hacen cada vez más impagables. Este ciclo se cierra con crisis y procesos de ajuste sobre los trabajadores, a veces terminando en default o en reestructuraciones, en ambos casos con el fin de volver a insertar la economía al circuito de crédito internacional [10].
5. ¿Qué relación hay entre la deuda y la dependencia?
La deuda externa pública [11] es una forma privilegiada de dominación del imperialismo hacia países dependientes como la Argentina. De una parte, el capital financiero se asegura un flujo permanente de riqueza hacia los centros imperialistas [12] y es utilizada como engranaje para presionar por la agenda de reformas pro mercado y antiobreras que el capital busca extender a todo el globo (laboral, previsional, tributaria). De otra parte, la deuda es funcional a las necesidades de los grandes capitalistas del país porque les permite insertarse en los circuitos financieros internacionales [13], son beneficiados con las reformas que les permiten aumentar los grados de explotación sobre los trabajadores, y participan de las ganancias especulativas en los períodos de afluencia de dólares [14].
Por ello, la burguesía local no tiene ningún interés en proponer un tipo de acumulación “autónomo” o independiente del imperialismo porque su forma de apropiar parte del excedente y hacer sus ganancias es ubicándose en ramas de la producción (construcción servicios), o determinados eslabones de la producción (primario, industrial) que, lejos de competir con el capital concentrado y extranjero, actúan como socias menores de sus negocios. Pero tampoco tendrían la potencia para impulsar un proceso de acumulación a otra escala ya que se trata de capitales chicos en términos relativos, que permanentemente necesitan otras formas de compensar su atraso, sea mediante la búsqueda de obtener mayores grados de explotación de la clase trabajadora, el abaratamiento del salario con devaluaciones que reducen la posibilidad de capitalizarse por el encarecimiento de las importaciones, como de subsidios o beneficios del Estado. La deuda es funcional a esta forma de valorización de sus capitales, compensando los faltantes de divisas.
Si bien la deuda se origina en los problemas del atraso productivo y la dependencia de nuestro país, a la vez los perpetúa. Cada nuevo ciclo de endeudamiento genera mayores ataduras y condicionalidades al imperialismo [15], al mismo tiempo que limita las posibilidades de desarrollo en nuestro país por insumir crecientes recursos que no se destinan a la mejora de la infraestructura, a la ampliación de la capacidad productiva, ni a gasto social.
6. ¿Por qué la deuda es ilegal e ilegítima?
La deuda actual tuvo escencialmente un origen espurio en la última dictadura militar donde creció 5,5 veces, pasando de U$S 8.085 millones en 1976 a U$S 45.065 millones en 1983. Es el crecimiento más elevado en la historia que tuvo la deuda en un período tan breve de tiempo [16]. De acuerdo a Marcelo Bonelli, en ese período se pagaron U$S 30.000 millones y la fuga de divisas se multiplicó por tres hasta alcanzar los U$S 79.912 millones. Este esquema culminó con un episodio aún más escandaloso: la transformación de deuda externa privada a pública en 1982 de cerca de U$S 8.600 millones bajo la órbita del Banco Central presidido por Domingo Cavallo, es decir, una estatización del 55 % de la deuda privada.
De allí en adelante la cantidad de operaciones fraudulentas con la deuda pública es innumerable. El Plan Baker y el Plan Brady en los años 80 y 90 constituyeron renegociaciones de la deuda que facilitaron las políticas neoliberales y el despojo de los bienes públicos a través de las privatizaciones a “precios cuidados”. El “blindaje” en el 2000 y el “megacanje” de Domingo Cavallo de 2001 están sospechados de fraudes con la colaboración del FMI, el Banco Mundial y bancos privados. Con el “megacanje” la deuda pública se incrementó en U$S 53 mil millones. En 2001, el desembolso del FMI que siguió al “déficit cero” se evaporó casi todo en la fuga de capitales.
Las operaciones ilegales ya quedaron ocultadas por otras mediante los sucesivos canjes de papeles desde entonces. Cada renegociación de deuda actúa como un “borrón y cuenta nueva” para ir ocultando los fraudes previos. En el año 2000, el juez Ballesteros dictó sentencia en la llamada Causa Olmos detectando 477 ilícitos en la constitución de la deuda durante la dictadura. Alejandro Olmos Gaona, hijo de quien hizo la denuncia original, explicó que ese fallo fue enviado al Congreso. Allí duerme el sueño de los justos.
Luego sobrevinieron los canjes del kircherismo de 2005 y 2010 que fueron presentados como con supuestas “quitas” pero terminaron beneficiando a los especuladores con jugosas cláusulas atadas al crecimiento del PBI y la prórroga de jurisdicción en tribunales extranjeros. El acuerdo de Kicillof con el Club de París en 2014 aumentó la deuda con ese organismo más de un 50 % (de U$S 6.000 millones a U$S 9.700 millones) sin brindar ninguna documentación respaldatoria, los detalles son secretos. El endeudamiento de Macri incluyó negocios con bancos y empresarios amigos; como el más escandaloso bono a 100 años, el más largo de la historia argentina, para favorecer al mismo Secretario de Finanzas, Luis Caputo, que estaba de los dos lados del mostrador, hasta el acuerdo con el FMI que se renegoció al menos 2 veces, permitió el rescate de los acreedores privados y la fuga de capitales y quebró hasta los propios estatutos del organismo. Este ciclo de endeudamiento no hubiese sido posible sin el apoyo del peronismo en el Congreso, que votó una ley en 2016 para el pago a los fondos buitre y luego aportó votos para los sucesivos presupuestos nacionales.
El anteúltimo capítulo (el último sería la actual renegociación con el FMI [17]) es el canje de deuda con bonistas privados en pleno año pandémico 2020, llevado adelante por el ministro Guzmán. Allí se canjeó deuda proveniente de las reestructuraciones de 2005 y 2010, de la tomada en 2016 para el pago a buitres y de la deuda tomada por el macrismo. No obstante, de acuerdo a Olmos Gaona en su libro Deuda o soberanía, la falta de registros oficiales llega a tal punto que en el 2016 se acudió a informaciones del exterior para determinar quiénes eran los acreedores y el monto del capital. Esto no es casualidad ni desidia. La forma fraudulenta e ilegítima de los actos de endeudamiento, su falta de contabilidad y registro, el incumplimiento de los procesos administrativos y legales, son expresión de su contenido antipopular y contrario a los intereses de las mayorías sociales. La deuda no tiene licencia social. Por eso siempre se intenta ocultar, realizar a las apuradas o sin cumplir con los procedimientos para alejarla de las grandes mayorías.
7. ¿Por qué proponemos el desconocimiento soberano de la deuda y romper con el FMI?
Mantenerse en el negocio (capitalista) de la deuda, reestructurando para seguir pagando, solo beneficia a los mismos grupos económicos de siempre. Pero los costos de pagar la deuda no recaen sobre estos empresarios sino sobre los trabajadores, con devaluaciones, más impuestos regresivos, ajustes del gasto en partidas sociales, y deterioro económico resultante del mismo ajuste. A la salida de cada crisis, las condiciones de la clase obrera nunca se recuperan a los niveles previos: cada vez está peor.
Ningún Gobierno se dispuso a romper con el imperialismo y salir de este círculo vicioso de la deuda, porque representan los intereses de la burguesía local, que es un actor subordinado al capital imperialista. Pero para los trabajadores y sectores populares de un país dependiente con rasgos semicoloniales como la Argentina, romper los compromisos con el Fondo [18] y dejar de pagar la deuda externa es la única vía favorable.
A diferencia de un default [19], el desconocimiento soberano de la deuda está basado en una investigación de sus fraudes e impuesto por la movilización obrera y popular. Un default, como el de Argentina en 2001, es una medida a la que recurren los estados capitalistas cuando se quedan sin recursos. Es una aventura porque es una medida aislada y circunstancial, que les permite a los grupos empresarios y a los bancos fugar capitales o presionar para que suba el dólar y confiscar a los pequeños ahorristas. Con la devaluación vale menos nuestra moneda y también nuestros salarios.
Para evitar esa perspectiva que descarga la crisis sobre los trabajadores, el desconocimiento soberano apoyado en la movilización popular, debe ser acompañado de un programa integral en base a una serie de medidas de defensa nacional que impidan la fuga de capitales y el caos económico. Por ello planteamos otras medidas fundamentales de resguardo de los recursos como la nacionalización de la banca y el monopolio estatal del comercio exterior bajo control de los trabajadores, así como la expulsión del FMI del país. Estas constituyen un primer paso necesario para terminar con el atraso y la dependencia, en el camino de un gobierno de trabajadores para lograr la superación este orden social. Liberarse de la dependencia del capital financiero internacional es fundamental para reorganizar la economía, orientándola al desarrollo y la atención de las necesidades sociales más urgentes. Esta es la única perspectiva que permitirá cortar de raíz la larga decadencia del capitalismo argentino e imponer una salida a la crisis que no recaiga sobre las espaldas de las mayorías trabajadoras.
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