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Red Internacional
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Efemérides. Diez años sin Monsiváis: lo marginal sigue en el centro

Para Monsiváis fue una preocupación, mejor dicho, una ocupación durante toda su carrera, tomarle el pulso a la vida cultural de México y poner lo marginal en el centro.

Miércoles 19 de junio de 2019

La alta y la baja cultura, seguro muchos de nosotros hemos oído esta aberración que pretende marginar la cultura popular para crear una élite intelectual, algo que Roger L. Taylor ya había señalado en El arte, enemigo del pueblo:

Una característica de la ideología de la gran cultura, especialmente en este siglo, es afirmar que el arte es una categoría universal de la humanidad. Un ejemplo muy significativo es el tipo de música popular que llega a todo el mundo. De acuerdo con los principios legítimos, esto sólo debería conseguirlo la voz del arte; que lo haga la música popular se desdeña aduciendo que lo consigue ilegítimamente. Se dice que lo consigue atrayendo a gente de poca inteligencia y poca experiencia, con efectos de sensacionalismo vulgar y estupidez. A tanto puede llegar el desdén y las ofensas de la ideología artística respecto al pueblo. [1]

Para Monsiváis esta fue una preocupación, mejor dicho, una ocupación, durante toda su carrera: tomarle el pulso a la vida cultural de México y poner lo marginal en el centro.

Es difícil hablar de Carlos Monsiváis sin sentirlo como algo personal y es que el autor de Apocalipstick (2009) intimó siempre con la gente y los lugares de a pie. Su matrimonio con la cultura popular era parte de una tradición que heredó y amplió de Salvador Novo, de quien fue alumno y sucesor como cronista oficial.

Aunque es algo imprescindible para el oficio de cronista “andar mucho y leer mucho”, Monsiváis se distinguió por su compromiso social y en esto se diferencia del autor de La estatua de sal, quien siempre aspiró a formar parte de la élite intelectual mientras criticaba a los artistas revolucionarios. Sus razones tuvo y muy buenas, pero no era el caso de Monsiváis.

Respecto a su obra resultaría fastidioso mencionarla toda sin que parezca que se lee una lista de supermercado. Basta decir que Monsi, como se le conocía coloquialmente, incursionó en la literatura, sobre todo en el ensayo, el cine, el periodismo y los telediarios. Trabajó para crear puentes entre las personas comunes y la “gran cultura”, y viceversa, aunque esto le ganó varios enemigos o al menos descalificaciones.

Octavio Paz, por ejemplo, llegó a decir de él que “no era un hombre de ideas, sino de ocurrencias”.

Este desprecio de una parte de los círculos académicos e intelectuales le ganó el favor del “populacho”, convirtiéndolo en un ícono popular.

En cuanto al imaginario colectivo hay varias cosas que platicar de él. Por un lado, la versión de comida familiar que se tiene de él; sus trece gatos, sus ingeniosas frases tipo “soy guadalupano, no católico”, la retórica de su ambigüedad; sus columnas en La Jornada y sus apariciones en Televisa. Por otro lado la leyenda urbana, sus visitas a los baños Rocío, donde se dice buscaba la caricia; sus encuentros y desencuentros con Vicente Leñero (y las muchas anécdotas hilarantes que esto implica); su trabajo como activista e ícono LGBT+, pero sobre todo la silenciosa colección que a lo largo de su vida se fue haciendo.

Pinturas, sellos postales, fotografías, libros únicos, películas, grabaciones, esculturas, juguetes, grabados, chismes y secretos que hoy son parte del acervo permanente del Museo del Estanquillo, gracias a que lo donó todo para el disfrute del populacho, y aquí tendríamos que decir “el gran populacho”, como resistencia y oposición a la “gran cultura”, siempre de muy poquitos.

Carlos Monsiváis ingresó al Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán, el primero de abril de 2010. En un principio se especuló que era debido a que vivía rodeado de gatos (13, ¿presagio?, para nada, pero es poético), sin embargo, los médicos descartaron esta posibilidad. Finalmente, el 19 de junio de ese año, el autor de Escenas de pudor y liviandad salió del hospital para ingresar al Mictlán, todavía sentimos su pérdida.

El cuerpo de Monsi fue velado en el Palacio de Bellas Artes, mismo que Novo inauguró con la puesta en escena de La verdad sospechosa; ahí donde Frida Kahlo fue cubierta con la bandera del partido comunista en su muerte y donde él mismo sería cubierto con la bandera LGBTTTIQ, como una declaración abierta de lo que, bien dijera Juan Gabriel, se ve y no se pregunta. Al respecto, es necesario decirlo: echamos mucho de menos a Monsi, es inevitable pensar en “qué habría dicho…” cuando por ejemplo Nicolás Alvarado arremetió contra el Divo de Juárez por considerarlo “naco” y de “mal gusto”.

El divorcio entre la “gran cultura” y el “populacho” es una invención de las élites que personas como Carlos Monsiváis denunciaron y combatieron, de tal forma que hoy, a nueve años de su muerte, se ha convertido en parte de nuestro orgullo gay. Su tinta es imprescindible para los estudiosos de la cultura LGBTTTIQ y de la vida cotidiana en México.

Son obras de iniciación Lo marginal en el centro, Escenas de pudor y liviandad, El 68 la tradición de la resistencia, Las esencias viajeras y Los rituales del caos, entre muchos otros.


[1L. Taylor, Roger, El arte, enemigo del pueblo, Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 1980, p. 55.