Sábado 22 de noviembre de 2014
Habíamos hablado sobre aquella piba . Ella me preguntó: -¿Quién puede tener tanto odio para disolver un cuerpo? Y nos quedamos pensando en eso.
No dormimos la siesta porque estábamos conociéndonos y teníamos demasiadas noticias para darnos.
A las cinco yo tenía que irme así q tomamos juntas el colectivo.
Le fui mostrando las calles y las plazas. Le fui mostrando el sol y las flores de los tilos q se iban despertando.
Caminamos hasta la terminal de micros.
Yo ya había tomado nota de cómo la miraban, nos miraban.
Ya había comprobado claramente cómo la gente clavaba agujas de curiosidad y puñales de desaprobación que eyectaban desde las pupilas a su cuerpo, a su claramente definida y militante presencia. Y pensé en la charla de una hora antes.
Ya llegando a la boletería ella le puso nombre: -En Zárate, no caminan chicas trans de día. Me dijo.
Y yo pensé: En La Plata tampoco. Pero ahí estábamos, ocupando el cielo de los normales, respirando el aire sabroso de los heterogentiles.
Y siguió diciéndome: -Y es raro que no me hayan dicho nada, siempre me gritan algo.
Y no terminó de decir eso cuando desde un camión un hombre nos vociferó algo que no quise comprender, mientras blandía una mueca grasosa y tocaba su bocina desenfrenadamente.
No se porqué creí que estando conmigo nadie iba a animarse a rechazarla, a hacerle disvaler su condición de distinta frente al mundo.
Nos despedimos con un abrazo, subió al Plaza mientras la última vieja de mierda la sacrificaba en la hoguera.
Y volví con aquella imagen del cuerpo disuelto por el ácido. De la patrulla de milicos que se llevó a esa adolescente y la ultrajó hasta dejarla nada.
Y los cuerpos disueltos (en un baldío o en la oscuridad de la noche), y el odio social que corroe como ácido la piel joven, desvalida, y la maldita cana mafiosa, y la iglesia inquisidora (serás lo que debas ser: nena o varón y si no no serás nada)
Caminé diez cuadras con Máxima, y compartí durante esas diez cuadras el precio que se paga todavía por ser única, apropiada de sí, inmodélica, transgénero.
Porque la igualdad de la ley todavía no es la igualdad en las calles, y menos lo será de la mano del gobierno que pacta con el Papa.
Y mi amiga, mi compañera, contorneada claramente. Poniendo el cuerpo en el mundo, accionando el dispositivo de lucha por su derecho a habitar, ser parte, ser como cualquiera.
Tan cualquiera con el derecho a ser explotada en una fábrica para desde adentro reventar toda opresión, toda explotación.
No disuelta sino consistente.
No disuelta sino sólida.
No disuelta sino marxista obrera, militando.
Diez cuadras con Máxima fueron suficientes para sumarle mi cuerpo y mis ideas a su larga caminata por el derecho al goce de la felicidad sin cadenas.
Por eso el 15 de noviembre estuvimos marchando todas. Ella, y yo como parte de una delegación de trabajadoras del Astillero Río Santiago. Juntas, llenas de orgullo.
Y el 25 y tantos otros días seguiremos caminando.
Nora Buich