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Red Internacional
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OPINIÓN. Ecología, reforma y revolución

Modernas tecnologías aplicadas por el gran capital como transgénicos o la megaminería abren debates sobre cómo encarar los problemas ambientales y satisfacer las necesidades humanas.

Sábado 27 de agosto de 2016

Recurrentemente se abren debates en torno a la necesidad de proteger la naturaleza, de la cual surge y depende el género humano, así como de los límites del ecologismo o del ambientalismo abstraído de las necesidades humanas y de la división en clases de la sociedad.

Bienvenidos los debates ya que enriquecen a todas y todos los que nos reconocemos parte de la izquierda y peleamos por un cambio social de fondo, por “poner a la sociedad sobre sus pies” al decir de los fundadores del marxismo.

El estalinismo, negación del marxismo

El nefasto papel que jugó el estalinismo en la historia nos legó la visión obtusa, burocrática, reaccionaria, no solo en cuanto a la estrategia que debe asumir el proletariado en su lucha por su emancipación y la del resto de las clases explotadas y oprimidas (como negar el frente único obrero, por ejemplo), sino también en cuanto a qué relación debe establecer el ser humano con la naturaleza cuando la clase obrera y los oprimidos hayan conquistado el poder político.

Hay mucha literatura al respecto y varios compañerxs de nuestra corriente han escrito sobre el DIAMAT con el que el estalinismo deformó al marxismo y su lógica materialista dialéctica. El trágico caso del mar de Aral grafica perfectamente la ruptura de esta corriente con el marxismo.

Esta falta de una visión ideológica y de una política revolucionarias hacia el creciente proceso de degradación ambiental y ecológica producto de la perpetuación del capitalismo, permitió el desarrollo especialmente desde los años ’60 de la ideología y de las corrientes ecologistas.

La impostura del ecologismo

El ecologismo es una corriente no revolucionaria, muchas veces ni siquiera de izquierdas, ya que se propone resolver los problemas ambientales sin cambiar de base la sociedad. Es decir sin acabar con la gran propiedad privada y la explotación capitalista, causa primera y excluyente de la crisis ecológica que vivimos.

Estas corrientes son el reformismo aplicado a la ecología: sus honestos partidarios creen muy equivocadamente que pueden morigerar e incluso solucionar los desastres ambientales y la contaminación sin necesidad de una revolución social. Sus dirigentes están ligados directamente al sistema capitalista y son cómplices de los grandes empresarios y de los gobiernos patronales, como se ve claramente en los Partidos Verdes alrededor del mundo.

Una lectura anticapitalista de la cuestión

Volviendo al campo del marxismo, el movimiento trotskista no fue ni es ajeno a las influencias de estas dos grandes corrientes (estalinismo y ecologismo) igualmente impotentes frente al problema ambiental.

Para acercarnos a una visión más justa de la cuestión, creo que sirven algunos conceptos planteados o rescatados por el intelectual marxista John Bellamy Foster, director de la prestigiosa Monthly Review en su excelente libro La ecología de Marx. Aunque sin terminar de romper completamente con una lógica que trata de conciliar una estrategia revolucionaria con la reformista, su libro aborda la cuestión desde una visión claramente anticapitalista.

Foster aporta por ejemplo el concepto de que el capitalismo ha producido una "ruptura metabólica" en la relación "hombre - naturaleza". El ser humano, luego de librar del interés capitalista a la sociedad, tendrá como fin restablecer el "equilibrio metabólico", esto es, una relación racional y recíproca entre el ser humano y la naturaleza. Visiones similares aportan los teóricos del Ecosocialismo, como Michael Löwy, viejo referente de la corriente internacional Secretariado Unificado, corriente que hace varios años quitó de su programa la necesidad de la dictadura del proletariado para encarar la transformación revolucionaria de la sociedad, cediendo al sentido común que vincula tal concepto a las dictaduras estalinistas.

Al terminar esta nota, puede leer en la nueva revista Ideas de Izquierda un excelente artículo Puentes entre ecología y marxismo, de los compañeros S. Benítez-Vieyra y M. Ragessi, que analiza la obra de Foster y de paso destruye con mucha claridad el falso ecologismo de los gobiernos “progresistas” como los de Evo Morales o en su momento Hugo Chávez.

La ecología y la revolución social

El hombre es parte y depende de la naturaleza, a la vez que ésta es modificada constantemente por el hombre a través de los medios de producción, la técnica y las tecnologías. Esta relación es objetiva y cualquier estrategia que pretenda negarlo (tanto las que tienden a una visión stalinista como las que se inclinan hacia una ecologista) se vuelve automáticamente utópica e impotente para aportar una salida.

El nudo de la cuestión está en qué clase domina las tecnologías y al servicio de qué clase las aplica. Si lo hace el capital, será destructivo del medio ambiente porque el interés es la ganancia capitalista y no el "equilibrio metabólico" entre hombre y naturaleza. Si lo hace la clase obrera y el resto de los pobres y oprimidos, se reducirán al mínimo posible las afectaciones al medio ambiente ya que con ello se estará preservando el futuro mismo del planeta y de la propia raza humana.

No está demás decir que la clase obrera en el poder prevendrá del despilfarro capitalista de recursos así como dará prioridad a las tecnologías menos “agresivas” con la naturaleza e intentará revolucionarlas permanentemente en pos de perfeccionar la acción del hombre sobre la naturaleza haciéndola cada vez más “sustentable”. Pero sin caer en el error de entender esta capacidad del ser humano de modificar conscientemente su entorno, como reaccionaria en sí.

Las nuevas tecnologías e industrias que en manos de la burguesía son destructivas y contaminantes, podrán ser aprovechadas correctamente (evaluando sus costos y beneficios) por las futuras generaciones (si así lo consideran) una vez liberadas del interés capitalista, de la gran propiedad privada y de la opresión de clase.