Los debates abiertos en el feminismo han traído de vuelta muchos de los desarrollos que previamente abordaron la relación entre capitalismo y patriarcado. Referentes con distintas perspectivas como Judith Butler, Silvia Federici, Nancy Fraser o Rita Segato –por nombrar algunos ejemplos recientes en nuestro país– encontraron nuevos públicos. También se revalorizan las ideas de aquellas que, desde el marxismo, hicieron su aporte a estas discusiones, aunque en nuestro país sean menos conocidas [1].
Entre ellas se destaca la teorización realizada por Lise Vogel en Marxism and the oppression of women [El marxismo y la opresión de las mujeres], originalmente publicado en 1983 y reeditado recientemente [2], donde la autora, retomando el debate sobre el trabajo doméstico desarrollado en la década de 1970, amplió la discusión poniendo el eje en la reproducción social, es decir, en los mecanismos por los cuales el capitalismo lidia con la reproducción de la fuerza de trabajo en cuya explotación se basa. Es por eso que, más allá de que se han propuesto denominaciones distintas, se conoce a ese campo de debates como “teoría de la reproducción social” (TRS).
Tiene sentido retomar el libro de Vogel, en primer lugar, porque es reconocido por otras autoras de la TRS como fundador de esta perspectiva, con la cual dialogan en sus elaboraciones. En segundo lugar, porque incluye un recuento crítico de la tradición marxista que la precedió, trayendo debates que, con especificidades históricas y regionales a tener en cuenta, siguen vigentes hoy que el feminismo atraviesa una etapa de definiciones estratégicas tras ya varios años de persistencia del movimiento de mujeres a nivel internacional.
Abordaremos, en este primer artículo, cómo analiza Vogel la relación entre trabajo reproductivo y productivo en el capitalismo. En un segundo artículo pondremos eje en cómo ve Vogel la relación entre capitalismo y patriarcado. La extensión y complejidad del debate no puede más que hacer de estos artículos un primer acercamiento, que sin duda requerirá nuevos abordajes y contrastes con otras elaboraciones.
Productivo y no productivo
Decía Rosa Luxemburgo en un discurso de 1912 que, en el capitalismo, solo se considera “productivo” aquel trabajo que permite al capitalista apropiar plusvalía:
Desde este punto de vista, la bailarina de music hall, cuyas piernas llevan ganancias a los bolsillos de su empleador, es una trabajadora productiva, mientras que todas las mujeres trabajadoras y madres esforzadas entre las cuatro paredes de sus hogares son consideradas improductivas. Esto suena brutal, pero se corresponde exactamente con la brutalidad e irracionalidad de nuestra presente economía capitalista [3].
Luxemburgo apunta tempranamente a un eje del debate sobre el trabajo doméstico de la década de 1970, que intentó aproximarse al problema desde bases materialistas. Pero Vogel, reconociendo estas elaboraciones como punto de partida necesario, busca alternativas a algunas de las posiciones surgidas en ese debate como las de Selma James, Dalla Costa o Federici, quienes aun utilizando categorías tomadas del marxismo, lo habían sentenciado por “ignorar” la productividad social de ese trabajo. Para ellas, el trabajo doméstico, tanto como el trabajo realizado en las fábricas, producía también plusvalía; que el marxismo lo considerara “improductivo” era una forma de desvalorizarlo frente al trabajo productor de mercancías para el mercado, mostrando la estrechez de su perspectiva, cuando no un sesgo machista del autor de El capital.
Vogel, y después de ella distintas autoras de la TRS, van a plantear que la noción de trabajo productivo utilizada por Marx no tiene nada que ver con una falta de reconocimiento a su importancia; caracterizar al trabajo doméstico como “no productivo” es definirlo como un trabajo que no está controlado directamente por un capitalista y no es por tanto reductible a “tiempo de trabajo socialmente necesario”; es en ese sentido estricto, y no moral, que lo define de este modo Marx en El capital.
No es trabajo menos pesado, menos complejo o menos necesario; esta característica es, justamente, una consecuencia de la organización de la producción capitalista, que divide dos esferas, la “privada” (donde tradicionalmente se desarrolla el trabajo reproductivo) y la “pública” (la producción y circulación capitalistas) en que hacía hincapié Federici y que ya había señalado Marx. Por otro lado, Vogel señala una contradicción intrínseca en esta forma de organización de la reproducción: si por un lado el capital necesita incorporar más sectores a la relación asalariada para obtener una mayor masa de plusvalía, también se beneficia de mantener parte del trabajo reproductivo en la esfera privada, no pagándolo.
El trabajo doméstico no es el único que Marx considerará como “no productivo”. Pero el trabajo reproductivo de conjunto es el trabajo que reproduce nada menos que la “fuerza de trabajo” –el concepto que Marx mismo apuntó como su mayor aporte conceptual a la comprensión del funcionamiento del capitalismo– en cuya explotación se basa el sistema: explicar cómo funciona en el modo de producción capitalista no es, por tanto, un problema menor para entender cómo funciona el sistema. Vogel sostendrá que, efectivamente, esto está insuficientemente desarrollado en El capital, aunque su metodología y algunas de sus categorías respecto al trabajo asalariado son las puntas para desenredar ese ovillo, si bien Marx mismo no lo termine de hacer en su libro.
En la lectura de Vogel, El capital (así como otros trabajos previos de Marx y Engels) no está exento de ciertas simplificaciones y naturalizaciones propias de la época en que fueron escritos [4]. Sin embargo, Marx es el que desarrolla teóricamente las premisas para una comprensión de cómo funciona la reproducción en el sistema capitalista, que no puede separarse de cómo se estructura la producción social de conjunto.
Las preguntas debería ser, entonces, cómo maneja el capital las contradicciones que supone esta forma de organizar la reproducción social, y por qué ese trabajo reproductivo se “generiza”, es decir, queda “reservado” mayoritariamente a las mujeres, con todas las consecuencias que ello tiene de ocultamiento, menosprecio y subordinación con el que se lo evalúa socialmente.
Producción y reproducción
La premisa de la que parte Vogel es que el trabajo reproductivo no produce mercancías con valor de cambio sino, en todo caso, valores de uso para el consumo directo [23].
Lo que hay que tener en cuenta, en primer lugar, es que Marx pone en el centro las formas de reproducción de la fuerza de trabajo como algo esencial a la reproducción del capital en sí mismo en relación a las “leyes” de manejo de la población específicas del capitalismo: las formas de generar y mantener una población obrera sobrante, un “ejército de reserva” [71/2], como contratendencias a la tendencia a la caída de la tasa de ganancia que genera el mismo sistema introduciendo desarrollos que le permiten aumentar la plusvalía no ya vía la extensión de la jornada laboral (plusvalía absoluta), sino reduciendo las horas en que el trabajador produce el equivalente a lo necesario para reproducir su fuerza de trabajo (plusvalía relativa).
Por otro lado, señala Vogel siguiendo a Marx, el nivel de consumo no está determinado de una vez y para siempre, sino que en cada período encuentra sus límites “históricos y morales” en la lucha de clases [69]. Sin embargo, a pesar de esta definición, que va en contra de cualquier objetivismo economicista, habría en El capital ciertos pasajes referidos al desarrollo de las formas del trabajo asalariado una “naturalización” de la división del trabajo por género y edad que se modificaría cuando la maquinaria introducida por los capitalistas en la producción permite que mujeres y niños se incorporen al trabajo asalariado, eliminando una “división previa” que no se discute y que por tanto se toma como dada [65] [5].
Para analizar entonces el problema de la reproducción de la fuerza de trabajo va a concentrarse en la categoría de “consumo individual” que toma de El capital, aunque aparezca allí a veces tratado como el consumo de un solo trabajador, y otras como el consumo del trabajador junto con el de los que viven de su salario en su hogar sin estar asalariados como niños, ancianos, o el ama de casa [67/8].
Para Vogel hay que tener en cuenta dos cuestiones metodológicas de cómo Marx inserta esta definición, en la medida en que está tratando de dar cuenta de la forma en que se extrae plustrabajo en la producción.
• El consumo individual se define desde el punto de vista del capital, en la medida en que le importa al capitalista como consumo productivo [67/68], es decir, a cómo se reconvierte el salario pagado a la fuerza de trabajo en medios de supervivencia para que el trabajador vuelva al otro día a su puesto laboral.
• Marx asume un trabajador individual a cargo de un hogar para examinar las posibles variaciones del valor de la fuerza de trabajo cuando se incorpora otro miembro a la relación salarial, siempre en beneficio del capital (por ejemplo, cuando más miembros de esa familia entran a trabajar, si bien el volumen de salarios que recibe ese hogar aumenta, aumenta más la cantidad de plustrabajo que incorpora el capitalista; o que, para reemplazar las tareas que ese miembro del hogar ya no podrá realizar por salir a trabajar, una mayor parte del salario deberá gastarse en el mercado, beneficiando a otro capitalista) [70].
Citando a Marx, el consumo individual “consume productos como medios de subsistencia para la vida del individuo”; mientras el consumo productivo consume productos “como medios solamente a través de los cuales el trabajo, la fuerza de trabajo del individuo viviente, puede actuar” [145]. El problema, para Vogel, es que Marx “dice poco sobre el trabajo efectivo involucrado en el consumo individual. Aquí hubo un terreno de actividad económica esencial a la producción capitalista que sin embargo falta en la exposición” [181/2].
Vogel argumenta que, a diferencia de otros modos de producción –como la servidumbre, donde el siervo trabaja el suelo del señor con una división espacial y temporal entre el plustrabajo (lo que trabaja para el señor) y el “trabajo necesario” (lo que trabaja para sí)–, en el capitalismo aparece una división dentro del trabajo necesario [150], que tendría ahora dos componentes:
El primero, discutido por Marx, es el trabajo necesario que produce valor equivalente a salarios. Este componente, que he llamado el componente social del trabajo necesario, está indisolublemente ligado con el plustrabajo en el proceso de producción capitalista. El segundo componente de trabajo necesario, profundamente velado en el recuento de Marx, es el trabajo no asalariado que contribuye a la renovación diaria y a largo plazo de los portadores de la mercancía fuerza de trabajo y de la clase obrera como un todo. Llamo a este el componente doméstico del trabajo necesario, o trabajo doméstico. Definido de esta manera, el trabajo doméstico se convierte en un concepto específico del capitalismo y sin una asignación fija de género [192].
Si esta definición explica más adecuadamente el carácter del trabajo reproductivo, queda por explicar por qué, si en principio no hay asignación de género necesaria, termina atribuyéndose mayoritariamente a las mujeres esa parte doméstica del trabajo necesario.
El trabajo reproductivo generizado
Vogel sostiene que en el consumo individual, en el día a día de la fuerza de trabajo, también se utiliza trabajo para mantener a otros miembros del hogar que no están produciendo [149/150], el cual es entonces también un trabajo necesario para la reproducción del sistema. Dentro de las formas de “manejo de la población” para garantizarse fuerza de trabajo, la reproducción de futuros trabajadores no es la única de la que se sirve el capital: la migración es otro claro ejemplo. Por eso insiste Vogel en que no debe tomarse a la familia como único lugar de la reproducción de la fuerza de trabajo [147]. Pero la reproducción generacional es aquella en la que interviene la biología [146], la que requiere efectivamente una división sexual del trabajo.
Las mujeres que pertenecen a la clase subordinada tienen, entonces, un rol especial en lo que respecta al reemplazo generacional de la fuerza de trabajo. Mientras que puedan ser a la vez productoras directas, es en su rol diferencial en la reproducción de la fuerza de trabajo el que yace en las raíces de su opresión en la sociedad de clase [150].
No es entonces la división del trabajo en la familia en sí misma la que da base a la subordinación de las mujeres [153 y 177], sino esta forma específica de reproducción generacional. La causa es que durante el embarazo y la lactancia disminuye la capacidad de trabajar de las mujeres, que requieren “ser mantenidas” por ese lapso. En principio esto perjudica al empleador individual, que ve aumentar una parte del “trabajo necesario” del obrero en detrimento del plustrabajo que puede apropiarse. Pero a la vez, y esta parece es una contradicción intrínseca al sistema, esto beneficia a la clase capitalista de conjunto asegurándole fuerza de trabajo futura [151].
Aquí es necesario introducir otra consideración para abordar las caracterizaciones de Marx. A fines analíticos considera primero cómo funciona la producción al nivel del capital social global como si fuera uno solo, pero para avanzar a determinaciones más concretas es necesario contemplar a los múltiples capitales que lo integran –lo que hace en el Tomo III de El capital–, es decir, al conjunto de la clase capitalista. Del mismo modo podría decirse que analíticamente puede considerarse la reproducción desde el punto de vista de un trabajador y su hogar, pero para dar cuenta de la reproducción del sistema, es necesario tomar a la clase obrera de conjunto. A este nivel, agregará Vogel,
… la reproducción de la fuerza de trabajo se convierte en una cuestión de reproducción de la clase obrera como tal. El término clase trabajadora se interpreta a veces como refiriéndose solo a los trabajadores asalariados. En este uso, por ejemplo, solo las mujeres trabajadoras serían consideradas mujeres de la clase obrera. Esa categorización abandona a todos aquellos en la fuerza de trabajo –niños, mayores y discapacitados, así como esposas que no trabajan– a un limbo teórico fuera de la estructura de clase. Aquí, la clase obrera será considerada como una fuerza de trabajo asalariada pasada, presente y potencial, junto con todos aquellos cuya manutención depende del salario pero que no entraron o no pueden entrar al trabajo asalariado. En cualquier momento dado, comprende la fuerza de trabajo activa, el ejército industrial de reserva y esa porción de la sobrepoblación relativa no incorporada al ejército industrial de reserva [166].
Retomemos el argumento de Vogel. En el capitalismo el trabajo es social pero se organiza como negocio privado, y eso permite al capitalista la apropiación de plustrabajo pagando no lo que efectivamente se trabaja en una jornada, sino el valor de reproducción de esa fuerza de trabajo mediante un salario. La expropiación de los medios de producción que obliga al trabajador a vender su fuerza de trabajo, lo obliga también a reproducirse a través del mercado, comprando con su salario bienes que no son en sí consumibles, es decir, que requieren otro trabajo que también parece esfumarse bajo la forma de relación salarial.
En las sociedades capitalistas, entonces, la relación entre plustrabajo y trabajo necesario tiene dos aspectos. Por un lado, la demarcación entre el plustrabajo y el componente social del trabajo necesario es oscurecida por el pago de salarios en el proceso de trabajo capitalista. Por otro lado, el componente doméstico del trabajo necesario deviene disociado del trabajo asalariado, la arena en la cual se desempeña el plustrabajo [158/9].
Será necesario esclarecer, entonces, ese componente del trabajo necesario. Siguiendo a Ira Gerstein y Paul Smith, Vogel argumentará que no hay algún tipo de plusvalía en ese trabajo doméstico que venga a realizarse al vender la mercancía fuerza de trabajo sino, en todo caso, lo que hay es una transferencia de valor:
La norma del salario familiar –un salario pagado a un solo trabajador masculino suficiente para cubrir el consumo de la familia entera– representa, para Gerstein, una instancia específica de cómo el “elemento histórico y moral” afecta la determinación del valor de la fuerza de trabajo. Esto es, las normas salariales no solo incluyen una cierta cantidad y calidad de mercancías, también implican una cierta cantidad y calidad de trabajo doméstico [164].
Cabe preguntarse, de todas formas, si la generización del trabajo reproductivo, efecto que mantiene en un lugar subordinado a la mitad de la humanidad, puede explicarse solamente por la capacidad para la reproducción generacional de las mujeres. Giménez, que en líneas generales coincide con los planteos de Vogel y ha trabajado con ella, va a aportar otro elemento específico del capitalismo, que no contradice a Vogel pero que amplía sus determinaciones. La reproducción generacional es parte de un círculo vicioso: las condiciones precarias de las mujeres en el trabajo asalariado limitan sus posibilidades de autonomía, lo que las recluye entonces en el trabajo reproductivo doméstico, reforzando así el aislamiento en lo privado que refuerza su subordinación, lo cual influye en la precariedad del trabajo asalariado al que acceden, y así [6]. Pero, agrega, en el capitalismo también se oscurece la naturaleza económica del trabajo reproductivo generacional, mistificándolo “de tal manera que se perciben solo sus aspectos biológicos o ideológicos (por ejemplo, la necesidad de un heredero para perpetuar el apellido, o la necesidad de “inmortalidad”, “plenitud”, etc.)” [7].
Pero entonces, ¿por qué parece persistir la subordinación de las mujeres en el capitalismo, un sistema que modificó radicalmente las condiciones materiales de producción-reproducción, haciendo necesarias estas mistificaciones? A ello dedica Vogel buena parte de su libro, y dedicaremos nosotras el próximo artículo.
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