Fernando Rosso editorializa sobre la situación política argentina. Este domingo por la noche arrancó el primer programa de El Círculo Rojo, por Radio Con Vos.
Lunes 9 de abril de 2018 10:01
“Ganamos por goleada”, dicen que le dijo el presidente Mauricio Macri a su ministro Luis Caputo, luego de la escandalosa sesión parlamentaria en que lo interpeló por su vinculación a sociedades offshore no declaradas.
Cualquiera que haya seguido la interpelación y su abrupto final, puede dar cuenta de que, como mucho, fue un empate. Para seguir con la metáfora futbolera que el presidente utiliza recurrentemente en el marco de su… “universo cultural de ideas”.
La escena quizá concentre el momento por el que atraviesa el Gobierno: festejar algunos deslucidos empates…como si fueran goleadas monumentales.
Cuando culminaba el verano, uno de los editores generales de Clarín, Fernando González, aseguraba que “las encuestas que consulta el Gobierno están detectando un freno significativo en la caída de la imagen presidencial. “Algo es algo”, dicen los cultores del optimismo militante.
El origen del pronunciado descenso gubernamental estuvo en diciembre. Lo motivó una masiva acción callejera contra la mal llamada Reforma Previsional.
¿Cuál fue el resultado?
Un “triunfo pírrico” en el terreno legislativo y una evidente derrota política.
Haciendo un paréntesis, si recordamos el clima en aquellos días, el país pareció dividido por una grieta horizontal: gran parte de las superestructuras políticas, ideológicas y periodísticas se dedicaron a despotricar contra las movilizaciones.
Poniendo el foco en la “violencia” de las piedras supuestamente salvajes. En el precario “mortero” casero que de repente pareció transformarse en un arma norcoreana de destrucción masiva, de acuerdo a la narrativa de los medios.
Y por supuesto también a la izquierda, al Frente de Izquierda, acusándola de irracional y anárquica que cometió el pecado de haberle puesto el cuerpo a esas movilizaciones.
Todos los reflectores de los formadores de opinión apuntaron hacia allí. Mientras del lado de la sombra, lo que estaba sucediendo era un saqueo escandaloso a nuestros jubilados, garantizado por un Congreso blindado por fuerzas de seguridad. Hablame de violencia.
Por suerte, los cacerolazos de aquellas noches, el desencanto y desaprobación del Gobierno en general y de la Reforma en particular, mostraron que la sociedad apuntaba en otra dirección. Como muchas veces en la historia de este país, los grandes cambios en la dinámica política vienen de la calle y no de la rosca del palacio.
Diciembre obligó al Gobierno a clavar el freno en el llamado reformismo permanente. Si se compara el soberbio discurso de Macri en el Centro Cultural Kirchner, unos días después de ganar las elecciones del año pasado; con el mucho más defensivo y “consensualista” en la inauguración de sesiones del Congreso de este año, la diferencia es notable.
Cuando anunció los grandes trazos del plan de contrarreformas se dijo que se había convertido en un alumno modelo de Maquiavelo. Por aquello de que “el mal se hace todo junto y el bien se administra de a poco”. Después de diciembre, comenzó a administrar el mal en cómodas cuotas y el bien… por ahora, te lo debo.
La totalidad de los estudios de opinión confirmaron la tendencia descendente: en la imagen personal de Macri, en la gestión económica, en la gubernamental. Y en un factor muy preciado en el mundo PRO: la esperanza. Ya sea personal o de las perspectivas del país.
Uno trabajo reciente de la consultora Aresco, identificó que el 44,1% de los entrevistados está conforme con la gestión oficial, 56% está en contra. Esa tendencia se ve por primera vez.
Pero entre los que estaban a favor, dentro del universo favorable, el 34,3% se basa en un volátil "porque sacará el país adelante". Un 19% adhiere "porque lucha contra las mafias"; el 18%, porque "es mejor que los anteriores"; y apenas un 6,6% "porque es honesto y transparente".
La “esperanza” y la “transparencia” son dos banderas que también se opacan en la narrativa de Cambiemos.
Desde entonces, el Gobierno empezó a aplicar lo que algunos llamaron maliciosamente el “Plan Perdurar”. Y a festejar los empates: que se detenga la caída de la imagen presidencial, que no caiga Triaca por la “chica que ayudaba en casa pero también ayudaba en el SOMU”. Que no lo volteen a Gustavo Arribas por estar involucrado en el Lava Jato o que Caputo pueda salir corriendo revoleando papelitos.
Y más en general, que pueda zafar con el “gradualismo”, pese a que dieron pasos importantes en su plan de ajuste, que agravia a las mayorías y no termina de convencer al establisment y al mundo de los empresarios.
Identificar las verdaderas fortalezas y debilidades del Gobierno, sin magnificar sus capacidades es importante para no darle por ganadas batallas que todavía tiene debe encarar y en las que no tiene asegurado el triunfo.
Porque, a decir verdad, un equipo que festeja exultante los empates, puede ser calificado de cualquier manera, pero NO precisamente como… “el mejor de los últimos cincuenta años”.