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A 115 años. El 1º de mayo de 1909: cuando la Buenos Aires obrera vivió la “Semana Roja”

Cuando se trata de recuperar el internacionalismo de los trabajadores, la solidaridad y conciencia de clase, la historia del movimiento obrero argentino tiene mucho para decir. Hoy te contamos que pasó en la “Semana roja” de 1909.

Daniel Lencina

Daniel Lencina @dani.lenci

Miércoles 1ro de mayo de 2024 00:00

Enfoque Rojo.

Enfoque Rojo.

“Lo único que me importa es que los trabajadores sepan quienes son sus amigos y quiénes sus enemigos. Todo lo demás merece mi desprecio”. Esas palabras pertenecen a George Engel, uno de los anarquistas condenados a la horca en Chicago, antes de pasar al cadalso que lo convertiría en mártir junto a sus compañeros en 1887.

En su homenaje cada 1º de mayo se celebra el “Dia del trabajador” en casi todas partes del mundo, salvo en la imperialista Estados Unidos. Bajo ese aura de lucha, en la Buenos Aires de 1909 tuvo lugar la “Semana roja”. El nombre del evento que empezó con una masacre y terminó en una huelga general, responde a varias cuestiones. En primer lugar, el color rojo es el que identifica la sangre derramada por los obreros en pie de lucha por cambiar sus condiciones de trabajo y terminar con la opresión y explotación en todo el mundo. Pero si la sangre fue derramada es porque alguien jaló del gatillo: el Estado capitalista y sus fuerzas de represión. Así fue el 1º de mayo de 1909 en Plaza Lorea (actualmente la Plaza de los dos Congresos, frente al Congreso Nacional). Por otra parte, el color rojo responde a las banderas de las corrientes de lucha dentro del movimiento obrero: anarquistas (que también usaban la bandera roja y negra), sindicalistas revolucionarios y socialistas. Finalmente, el rojo es un color asociado al caos, a la alteración del orden político y por tal motivo una semana completa de caos organizado como fue la huelga general que aquí describimos, no podía escapar al nombre con el que la conocemos: la “Semana roja”.

Claves de la semana que se tiñó de rojo la historia

Antes de mencionar los sucesos ocurridos entre el 1º y el 8 de mayo de 1909 repasemos algunas cuestiones claves para tener en cuenta. La clase trabajadora estaba compuesta mayoritariamente por inmigrantes que escapaban de la miseria en Europa. Muchas familias llegaron atraídas por la ilusión de que en el sur de América podrían acceder a tierras para dedicarse a la agricultura. Lo cierto es que cuando pisaron suelo porteño, tales ilusiones se estrellaron contra el cerco de la oligarquía criolla, que no solo había acaparado todas las tierras fértiles de la Pampa húmeda, sino que además lo había hecho en base al genocidio tras la “Conquista del desierto”. Pero esa clase obrera inmigrante, además de esperanzas; trajeron las ideas de izquierda –socialistas y anarquistas- que pronto echaron raíces en un joven proletariado.

Desde Chicago, pasando por la Habana, Montevideo, Rosario y Buenos Aires, las costas del Atlántico y el Caribe fueron inundadas por ideas que buscaban terminar con las injusticias y los atropellos a las clases trabajadoras y el pueblo pobre.

Tan importante fue la influencia del anarquismo y el socialismo en nuestro país que hasta el fútbol, el deporte más popular en nuestras tierras, lleva su marca y sus colores. Por ejemplo, en el barrio de la Paternal, nació un club de fútbol, inicialmente organizado, frecuentado y jugado por trabajadores bajo la influencia del movimiento anarquista y fue bautizado con el nombre “Mártires de Chicago”. En la zona había otro que se llamaba “Sol de la victoria” de características similares, animado por socialistas. Del abrazo de ambas instituciones nació lo que hoy conocemos como el “Semillero del mundo”, Argentinos Juniors que, por supuesto, al haber nacido en el medio de esa tradición combativa, lleva el color rojo en su bandera.

Video: ¿Qué fue la huelga de las escobas?

Pronto nacieron los conventillos, antiguas casonas del sur de la ciudad de Buenos Aires, se atestaban de familias obreras. Una misma habitación hacía de dormitorio, cocina y baño. En semejantes condiciones, de hacinamiento y falta de higiene hizo que el espectro lúgubre de la tuberculosis, se pasease por los pasillos de los conventillos de la Boca, Barracas y zonas aledañas. En 1907 estalló la famosa -y vigente- huelga de las escobas o huelga de los inquilinos. Para esa época, 150 mil personas vivían en alrededor de 2 mil conventillos.

Para ese entonces, la clase trabajadora ya había puesto en pie sus organizaciones sindicales y políticas. Desde fines del siglo XIX los trabajadores habían construido los gremios por oficio, federaciones, periódicos, bibliotecas, centros culturales y deportivos. Entre las más importantes se encontraban la FORA (Federación Obrera Regional Argentina), animada por anarquistas. La UGT (Unión General de Trabajadores) era animada por sindicalistas revolucionarios. Y el PS (Partido Socialista, de orientación reformista).

A esta situación hay que sumar otro elemento fundamental: el carácter fuertemente represivo del régimen oligárquico que tenía a Figueroa Alcorta como presidente. Al frente de la policía, estaba el coronel Falcón, uno de los protagonistas sangrientos de esta historia. Una de las características centrales del gobierno era la de resolver la conflictividad social con balas de plomo, lo cual enardecía aún más a la clase trabajadora, haciendo que el 1° de mayo sea, efectivamente, un día de lucha muy importante.

De la masacre a la huelga general

Los que de alguna manera inician la lucha son los trabajadores cocheros. Que resisten a usar libreta donde además de sus datos personales, foto y huella digital, para obtenerla había que cumplir incontables requisitos. Se suponía que esa ordenanza entraría en vigencia a partir del 1º de mayo. De modo que ese sector de trabajadores, acudió a Plaza Lorea a manifestar su repudio y hacer efectivo el paro de cocheros. Mientras tanto las fuerzas represivas hacían gala de su poder de fuego amedrentando a los manifestantes. Entre ellos, el propio Jefe de la Policìa de Buenos Aires, el Coronel Falcón, se paseaba entre medio de los grupos obreros ganándose su desprecio, manifestado con silbatinas e insultos.

Veamos la reconstrucción que hizo el escritor Osvaldo Bayer, autor entre otras grandes obras de “La Patagonia rebelde” sobre el 1º de mayo de 1909: “Ese día se llevaban a cabo dos actos por el Día del Trabajador. Los socialistas por un lado y los anarquistas por el otro. Estos se reunieron en Plaza Lorea, casi todos obreros de origen italiano, español, portugués y ruso. Llevaban banderas rojas y gritaban: “¡Mueran los burgueses!, ¡guerra a la burguesía!”. Al frente iban las banderas rojas, bordadas con letras doradas. Rompieron algunas vidrieras de los negocios que no habían cerrado sus puertas, lo mismo que atacaron a los conductores de tranvías que no se habían sumado al paro. En ese momento llegó un auto al cruce de la Avenida de Mayo con Salta, en el que viajaba nada menos que el jefe de la Policía, coronel Falcón. Frente a su presencia, los anarquistas reaccionaron al grito de “abajo el coronel Falcón”, “mueran los cosacos”, “guerra a los burgueses”. A Falcón, directamente le gritaban “perro”. Esa fue la señal para que el jefe de policía ordenara el ataque de los uniformados contra la masa obrera. Se desató una lluvia de balas y, con ellas, comenzó uno de los grandes dramas de las luchas obreras. Atacó, además, la caballería de la policía. Caían los obreros, la plaza se quedó vacía y el pavimento sembrado de gorras y charcos de sangre. Fueron recogidos tres cadáveres de militantes obreros: Miguel Beche, español, vendedor ambulante; José Silva, español de 23 años, tendero; y Juan Semino, argentino de 19 años, albañil. Luego morirían tres españoles. Los heridos eran rusos, italianos y españoles” (ver Osvaldo Bayer, “El crimen político”).

Además de obreros muertos, quedó un tendal de más de 80 heridos, presos políticos entre los que se encontraban dirigentes y militantes sindicales. También fueron clausurados los locales obreros (sindicales y de las organizaciones de izquierda). Pero no contento con esto, la policía también reprimió el cortejo fúnebre, de 300 mil asistentes para despedir los restos de los trabajadores que perdieron la vida en el acto del 1° de mayo.

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Como vemos, el régimen oligárquico puso a rodar la represión física y política a la clase obrera y sus organizaciones intentando dar un golpe mortal a la única clase productora de la sociedad.

La organización

Hacia el lunes 3 de mayo la huelga general ya era un hecho. Fue declarada por el CHG (Comité de Huelga General), un organismo tripartito y unitario compuesto por los anarquistas de la FORA y los sindicalistas de la UGT y los sindicatos autónomos. Por su parte el PS, si bien apoyó y alentó la huelga general, intentó hablar en nombre de los huelguistas e imponerse como interlocutor ante las autoridades estatales, aunque sin representación real en los organismos sindicales que efectivamente dirigieron el conflicto. Hasta el diario La Nación estaba sorprendido de la actitud del PS dado que su campo de intervención privilegiado era la política parlamentaria, intentando obtener mejoras a través de pequeñas reformas que regulen la relación entre obreros y patrones. Además, el PS se limitaba a pedir la renuncia del coronel Falcón mientras que los huelguistas tenían las siguientes demandas en su pliego de reivindicaciones: “1º Obtener la libertad de los presos por causas de la huelga; 2º La reapertura de los locales obreros” y además “no dar por terminado el movimiento hasta que no lo resuelva una asamblea que se convocará para ese objeto en los propios locales obreros una vez obtenida su reapertura”(La protesta, 4 de mayo de 1909. Citado por Alejandro Belkin de la revista Archivos).

Mientras la huelga general se desarrollaba y la tensión escalaba, provocando conflictos callejeros entre la policía y los huelguistas vale destacar que esta fue una de las primeras veces donde el Poder Ejecutivo del Estado tuvo que sentarse a negociar con los huelguistas. En una reunión entre el CHG y el presidente del senado, éste último prometió otorgar la libertad a los presos políticos y terminar con la persecución represiva a las organizaciones obreras. Un periodico obrero de la época lo recuerda así: “Aún resuena en nuestro espíritu el eco de la grande y hermosa batalla que acaba de librarse contra el poder organizado por la burguesía para la defensa de dominio y salvaguardia de sus intereses. Aún no se ha desvanecido de nuestra mente los cuadros trágicos de las matanzas. Aún no está apagada totalmente la magna rebelión proletaria, la grandiosa huelga general, que por su fuerza, su persistencia y particularidades de sublevación en plena calles y plazas, ha determinado el sometimiento del estado capitalista a las reclamaciones proletarias” (El Obrero en marcha, 1º de junio de 1909).

El Partido Socialista, por su parte, quedó desprestigiado porque en su prensa hablaba en nombre de los huelguistas e incluso llegaron a organizar una reunión con autoridades estatales donde volvieron a pedir la renuncia del Coronel Falcón, limitando su reclamo y denuncia al gobierno centrado solo en una persona. Con esta actitud, el PS profundizó su adaptación al régimen burgués y perdió terreno en el seno de las organizaciones obreras.

Hacia el sábado 8 de mayo, el CHG convocó a una asamblea para evaluar levantar la huelga. A partir del lunes 10 de mayo, los huelguistas volvieron al trabajo, con la reapertura de los locales a su favor y con la libertad que paulatinamente habían conquistado los presos obreros.

Simón Radowitsky, el vengador de la “Semana Roja”

Varios meses después de la huelga general de mayo, el 14 de noviembre de 1909 el Coronel Falcón, que continuaba en funciones de Jefe de la Policía de Buenos Aires, se retiraba en su coche, acompañado por su secretario Alberto Lartigau, luego de despedir los restos de su amigo Antonio Ballvé (ex director penitenciario) en el cementerio de la Recoleta. Cuando el coche se dirigió hacia el sur, un joven anarquista de 17 años llamado Simón Radowitzky, inmigrante ruso, corrió rumbo al coche y arrojó una bomba que le dió la muerte al verdugo de la Semana Roja, también a su secretario y al chofer del coche. Camino al hospital, el Coronel Ramón Falcón perdió la vida.
Mientras tanto, Simón Radowitsky, fue detenido y se salvó de la pena capital por ser menor de edad. Luego fue trasladado al penal de Ushuaia de máxima seguridad, también conocido como la Siberia del fin del mundo. El joven tuvo un intento de fuga y fue detenido en Chile, mientras las organizaciones de izquierda, sobre todo anarquistas y sindicalistas, no cesaron nunca de reclamar su inmediata e incondicional libertad, a través de campañas, manifestaciones y mitines. Es interesante el derrotero de este joven anarquista, dado que en 1930 fue indultado por Yrigoyen y luego expulsado a Uruguay. En 1936, se sumó a las filas de los republicanos, como muchos militantes del mundo, para luchar en la guerra civil española enfrentando al facismo de Franco.
Ecos del futuro

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Sin dudas, es bien interesante la historia de la Semana Roja de 1909. En parte para rastrear las raíces de la combatividad de un día como el 1° de Mayo, que como vimos no tiene nada de festivo y en sus orígenes tampoco era feriado. Años después, el peronismo le quitó su filo revolucionario, transformándolo en una “fiesta” e instalando un sentido común, entre ellos que se puede convivir pacíficamente con la clase explotadora. Por ello Perón decía que el movimiento obrero era la “columna vertebral” de su movimiento, pero no su cabeza dirigente. Un cambio cualitativo fué que, en sus orígenes, el movimiento obrero cantaba La Internacional (y en simultáneo lo hacía en distintos idiomas), mientras que bajo el peronismo se impuso cantar el Himno Nacional argentino, quitando su identidad de clase y su bandera internacionalista de lucha contra un sistema mundial como es el capitalismo.

A 115 años de la “Semana roja” es imprescindible conocer las mejores tradiciones de lucha de nuestra clase, para que en cada nueva lucha que los trabajadores encaren en el presente no partan desde cero. La historia del movimiento obrero argentino, ofrece un arsenal enorme de tradiciones, experiencias de organización y solidaridad que en estos tiempos es fundamental volver a recuperar.

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Daniel Lencina

Nacido en Buenos Aires en 1980, vive en la Zona Norte del GBA. Integrante del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 1997, es coeditor de Diez días que estremecieron el mundo de John Reed (Ed. IPS, 2017) y autor de diversos artículos de historia y cultura.

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