Este fin de semana se llevó a cabo la cumbre del G20 en Osaka, Japón. En la cita se escribió un nuevo episodio de la Guerra Comercial, una “banderita blanca” para seguir presionando. Lejos de todo armisticio se mantienen las bases del conflicto ¿Qué fue a hacer Piñera?
Domingo 30 de junio de 2019
El G20 para ganar tiempo, pero se mantienen las tendencias estructurales.
Este fin de semana en Osaka se celebró la cumbre del G20, al que acudieron las principales potencias imperialistas, además de diversos países invitados, donde tuvieron lugar tres acuerdos importantes dentro del convulsivo escenario internacional.
El primero es la ratificación del acuerdo de Paris, motivo “formal” por el cual se desarrolló la Cumbre. Un acuerdo medioambiental, sin mayores alcances, del que Trump, que comanda la principal economía mundial, decidió lisa y llanamente desentenderse, debido a que “compromete el interés de su industria nacional”.
El segundo es la concreción, después de dos décadas, de un nuevo TLC entre la UE y el Mercosur, donde las potencias imperialistas logran eliminar barreras arancelarias para sus productos de la industria automovilística (35%), de maquinaria (14%-20%), química (18%) y farmacéutica (14%), entre otras, a cambio de “seguir transformando a Latinoamérica en el granero de las potencias”, absorbiendo sus exportaciones agroalimentarias.
Si bien este nuevo pacto de vasallaje abre un mercado de 260 millones de consumidores y suprime 4.000 millones de dólares de aranceles para los países del primer mundo, éstos tendrán que lidiar con la oposición de los “hermanos pobres” de la UE, “Europa del Este”, su granero tradicional, los que ven con preocupación la crisis que puede provocar en el campo y en las economías, en una oleada política marcada por los soberanismos y ultranacionalismos. Por otro lado, Latinoamerica, es uno de los epicentros de disputa de la Guerra Comercial en curso, estando comprometido los intereses Chinos y norteamericanos.
Y el tercero, quizás el más relevante, una tregua en la guerra arancelaria que mantiene EE.UU. y China. Donde EE.UU. renuncia a aplicar nuevos impuestos a cambio de que China se comprometa a aumentar el consumo de la industria agroalimentaria norteamericana. Eso sí esto no implica eliminar los aranceles ya establecidos, aunque se abrió la posibilidad de volver a comerciar con Huawei, eliminando gran parte de la restricción dejando la negociación de este punto, el final.
Este último punto, sobre Huawei, hay que entenderlo en el marco de la disputa económica ya abierta, donde EE.UU. defiende su mercado de tecnologías, que venden a esa compañía cerca de 11.000 millones de dólares de productos varios.
Lejos de cualquier armisticio.
Ahora bien, aun no hay fechas claras para negociar, pero tampoco hay un cambio de política; estamos lejos de cualquier armisticio. Donald Trump sigue utilizando los métodos de negociación agresiva.
El origen de la disputa está en lo que Trump considera que es una balanza comercial excesivamente desequilibrada a favor de China, la cual exporta $419.000 millones de dólares más a EE.UU. de lo que compra; un trazado que fue diseñado bajo el propio esquema de globalización neoliberal que impuso el imperialismo norteamericano a fines de los años 80.
Una “nueva división mundial del trabajo” que conllevo un proceso generalizado de deslocalización de su propia industria, para transformar a China, en particular, y el Asia, en general, en talleres manufactureros para el mundo a base de mano de obra barata; con el objetivo abierto de semicolonizar la economía asiática al servicio de EE.UU., como sucede a paso acelerado con México; la potencia norteamericana terminó ocupando el lugar del “gran consumidor”.
Hoy las políticas soberanistas Norteamericanas de Donald Trump buscan renegociar los tratados económicos a favor de la economía yanqui, abriendo grietas en toda la estructura y compitiendo directamente con China, que se ha beneficiado de la adquisición de “tecnología” de los países del primer orden, a cambio de entregarle como carne de cañón a la clase obrera China, imponiéndole ritmos y jornadas de superexplotacion.
Piñera y el Chile dependiente. Una hoja en el viento entre medio de las grandes potencias.
Si bien, en esta pasada, Estados Unidos renuncia a gravar con nuevos aranceles 325.000 millones de dólares a importaciones Chinas y, como había amenazado antes, no levantará los otros 200.000 millones de dólares ya gravados. Tampoco lo hará China sobre 60.000 millones de dólares en productos estadounidenses.
En definitiva la Guerra Comercial continua, muy a pesar de las suplicas de Piñera, que, mientras políticamente actúa como vocero de EE.UU. en la región junto a los demás gobiernos de derecha poniéndose a la cabeza de las maniobras intervencionistas sobre Venezuela, la guerra comercial le explota en la cara siendo China su principal “socio” comercial. Hace unas semanas, la Dirección General de Relaciones Económicas (DIRECON), notifico que las exportaciones chilenas más afectadas son el litio, el cobre y la madera como celulosa, a un 25%.
Un dolor de cabeza para Piñera, donde el carácter profundamente dependiente de la neoliberalizada economía Chilena pone freno a cualquier posibilidad de sortear las tendencias más convulsivas de la economía internacional. Por el contrario, Piñera a los empresarios ofrece crecimiento sobre la base de “mega ataques al pueblo trabajador”. La receta del FMI en el mundo es preparar reformas estructurales a favor de los mercados instalando reformas previsionales que salvan el negocio financiero de las AFP; reformas laborales que cercenan los derechos de los trabajadores y más mano de obra barata para explotar; reformas económicas que disminuyen los impuestos a los ricos y aumentan los gravados a la población trabajadora.
¿Podrá Piñera, que roza el 30% de aprobación, imponer estas reformas?
Los Docentes se han puesto a la cabeza de la lucha contra la precarización de la educación pública. Pero para derrotar a Piñera se necesita poner en movimiento la fuerza de cientos de miles de trabajadores en un paro nacional activo. El gran limite son los centrales sindicales burocráticas y las direcciones conciliadoras de los movimientos, como el Frente Amplio y el PC dentro del Confech, que mantiene la tregua.
Para evitar la crisis nacional, es necesario superar las direcciones conciliadoras. Para romper la tregua los trabajadores, las mujeres y la juventud, necesitamos levantar nuestra propia alternativa. Un partido revolucionario que se proponga terminar con el régimen de la miseria de lo posible, el gran saqueo nacional de las 7 familias y el imperialismo en la región.