En esta nota contamos algunas claves sobre la trayectoria política del MAS de Evo Morales en la historia reciente de Bolivia.
Daniel Lencina @dani.lenci
Lunes 23 de diciembre de 2019 00:00
El Movimiento al Socialismo (MAS) de Bolivia fue fundado en 1987. A inicios de los años 90 una oleada de luchas campesinas recorrieron la región el Chapare, Cochabamba. Estas luchas fueron estigmatizadas por los Estados Unidos para justificar su injerencia con la excusa de la lucha contra el “narcotráfico”. Las masacres contra los campesinos cocaleros fueron dando origen a una vanguardia bien templada y politizada, que varias veces puso límites a las capitulaciones de los dirigentes. De allí surgió Evo Morales Ayma como dirigente político-sindical e integró el Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos (IPSP). Hacia las elecciones de 1997 el IPSP se unió al MAS, ya que éste tenía legalidad electoral y desde entonces Evo fue clave en la dirección.
De la “guerra del gas” al Palacio Quemado
El siglo XXI en América Latina se iniciaba con la irrupción volcánica de la lucha de clases que provocó la caída de varios presidentes de la región. Los presidentes de Ecuador, Argentina y Bolivia fueron barridos por la lava ardiente de las masas. El fin de los gobiernos neoliberales daría lugar a nuevos gobiernos -posneoliberales- que desde el poder del Estado se presentaban como parte de la “solución” que sufrían las masas.
En Bolivia la “guerra del agua” en el 2000, contra la privatización de ese recurso natural en Cochabamba, dió inicio a la apertura de una situación prerrevolucionaria.
En 2003 una gran oleada de movilizaciones recorrió el país derrotando el intento de privatizar los hidrocarburos por parte de Sánchez de Losada y Carlos Mesa (el actual golpista). La feroz represión del Ejército en El Alto, La Paz, dejó un saldo de más de 80 muertos. La huelga general convocada por la Central Obrera Boliviana (COB) y la combativa intervención de los mineros de Huanuni aceleró la caída del gobierno.
En cuanto al rol del MAS Eduardo Molina señalaba por aquellos años que “el MAS hizo cuanto le fue posible para frenar la movilización, sosteniendo que “había que defender la democracia” y luego apoyó con todas sus fuerzas la asunción de Mesa”. Recomendamos leer su artículo: “Bolivia: retrospectiva sobre un esayo revolucionario”.
Luego el MAS dió apoyo “crítico” al gobierno de Carlos Mesa para garantizar la “gobernabilidad”.
En 2004 el MAS estuvo en contra de la huelga general llamada por la COB porque ello le haría el juego a la “derecha”. Su política fue la de sostener al “mal menor” (Carlos Mesa), sacar a las masas de las calles y buscar una salida negociada a la crisis.
Pero un nuevo intento de Mesa de privatizar los recursos naturales reavivó las brasas ardientes de las barricadas del 2003 y el gobierno cayó, volteado nuevamente por la intervención de las masas en las jornadas de mayo y junio de 2005.
Se inició la transición donde el MAS ganó ampliamente las elecciones y asumió el gobierno en enero del 2006.
Entre el entusiasmo popular y los pactos con la derecha
En 2006 comenzaba el flamante gobierno de Evo Morales y ello generaba expectativas en que se pondría fin a 500 años de saqueo y el racismo. Y no era para menos ya que el odio racista sobrevivió más allá de la Revolución de 1952, como el “pongueaje” que eran condiciones de esclavitud que sufría la población indígena, que labraba las tierras de los grandes hacendados.
En Bolivia la “memoria larga”, desde la colonización de América hasta hoy, sigue generando polémica y el odio racista está a flor de piel en la “Media Luna”, formada por los departamentos de Tarija, Santa Cruz, Beni y Pando. Por esta razón las expectativas de un nuevo gobierno con la simbología campesina e indígena no podían sino alimentar las ilusiones de las masas en la defensa de sus derechos.
En ese plano, el 1° de mayo del 2006 el gobierno de Evo Morales y García Linera aumentó los impuestos a los hidrocarburos y presentó esta medida como una “nacionalización”. Ello le dió margen para hacer concesiones materiales a las masas, redistribuyendo la riqueza, sobre la base de una política de bonos, que para los niveles de miseria que azotaba el altiplano, eran percibidos como una gran respuesta.
A esta redistribución le sumaron una mayor participación estatal, y a la vez desarrollaron una política económica que tendía a fortalecer la economía comunitaria y garantizar la seguridad alimentaria. García Linera la bautizó a ésta política económica bajo el nombre de “capitalismo andino-amazónico”. Aunque en verdad es una variante de lo que hemos denominado “neo desarrollismo”, con el que hemos polemizado en “Capitalismo andino o revolución permanente”.
Sin embargo, por más limitada que haya sido tal redistribución, causaba el odio más profundo en la reaccionaria Media Luna.
En líneas generales desde que asumió el gobierno de Evo Morales hasta el momento del golpe de Estado, logró bajar los niveles de pobreza extrema de 38.2% al 15.2% entre 2005 y 2018 respectivamente. Contó con la bonanza de los precios de las commodities y pudo dar respuesta a las necesidades de infraestructura.
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Por otra parte el gobierno llevó adelante un proceso constituyente pactado con la derecha no solo en el 2006 con la ley de convocatoria sino fundamentalmente en el 2008 con la derecha oriental que reconoció los derechos formales a los pueblos originarios dando origen al “Estado Plurinacional”. Así, se reconocía como símbolo patrio a la wiphala y a las 36 nacionalidades indígenas, dándoles una entidad jurídica y reconociendo oficialmente sus idiomas. Mientras tanto Evo Morales bautizaría a su gobierno como una “revolución democrática y cultural”.
Por su parte la derecha organizada en los Comités Cívicos de la Media Luna, rechazaba aceptar la igualdad formal en la nueva Constitución Política del Estado (CPE).
El MAS y los pactos con la derecha
Entre finales de 2007 e inicios del 2008 la constituyente que sesionaba en Sucre lo tuvo que hacer bajo el asedio de la Media Luna. Santa Cruz tuvo el mayor protagonismo reaccionario. Por ejemplo, cuando había “paro cívico”, la llamada Unión Juvenil Cruceñista patrullaba las calles de la ciudad en sus 4x4 y lo hacían armados de palos y bates de béisbol. ¿Para qué? para romper huesos de los “collas de mierda” y demostrar la superioridad racista de la “nación camba” (blancos mestizos) sobre la población indígena. En esta situación, se rumoreaba en los medios televisivos de un posible “golpe de Estado” y la tensión iba en aumento.
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En septiembre del 2008 el Comité Cívico de Pando llevó adelante una emboscada a una marcha campesina que intentaba llegar a la capital para manifestarse en apoyo al gobierno del MAS. El saldo fue de 15 campesinos muertos y más de 50 heridos de bala. Una verdadera masacre, llevada adelante por los “cívicos” que muchos de sus referentes eran a la vez funcionarios públicos -de alto rango- del gobierno departamental.
El oriente boliviano, lleno de empresarios y terratenientes, veía con preocupación que si la nueva CPE amenazaba las autonomías departamentales perderían poder económico. Los gobiernos de Brasil, Argentina y hasta la ONU veían con preocupación la situación política y se ofrecían para mediar en la crisis.
La salida que encontró el MAS fue la de negociar con la derecha. La negociación tuvo dos pilares fundamentales, por un lado mantener la retórica descolonizadora en el papel de la nueva CPE y por otra parte reconocer la propiedad privada (la tierra) y las autonomías departamentales.
El MAS logró consensuar en el Parlamento que iba a garantizar los intereses fundamentales de los empresarios, terratenientes y transnacionales. Así, el 28 de octubre de aquel año, sumando votos de parlamentarios de PODEMOS, MNR y UN, habilitó el referéndum sobre la nueva CPE que sería aprobada finalmente en enero del 2009. Por otra parte repartió un millón de hectáreas a los campesinos sin tierra pero sin afectar la zona más fértil en manos del agro-power boliviano.
Los caminos del reformismo
Los años siguientes del gobierno del MAS fueron acompañados por una bonanza económica que dieron estabilidad al nuevo régimen político pero no sin contradicciones con su propia base social.
Lo acontecido entre el 20 de octubre y el domingo 10 de noviembre pasado no cayó del cielo. Como sostiene Javo Ferreira: “la represión a dirigentes, judicialización de cientos de trabajadores mineros y la cooptación y corrupción de altas capas de la burocracia sindical minera, fabril y petrolera, contribuyeron a distanciar a importantes sectores de trabajadores de base del MAS y a alimentar el odio y resentimiento a un gobierno que pese a hablar en nombre de los movimiento sociales, no dudaba en reprimir y perseguir toda forma crítica o de oposición política”.
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En Bolivia, la sucesión de pactos con la derecha, el no haber avanzado donde le duele a los terratenientes y la burguesía como es afectar su propiedad privada, hicieron que más tarde o más temprano la reacción levante su propio programa neoliberal para volver a poner al país bajo las botas del imperialismo escondida detrás de los crucifijos.
La estrategia del reformismo a la larga o a la corta conduce a la derrota, cuando la burguesía sale con la espada no se le puede responder con la palabra.
Toda crítica que hagamos por izquierda al gobierno de Evo Morales y el MAS jamás nos ubicará del bando de los golpistas. Pero hay que señalar que el acuerdo del MAS con el gobierno de Añez de llamar a nuevas elecciones cuando todavía permanecía caliente la sangre de los muertos en El Alto y Cochabamba es una consecuencia lógica de un partido que terminó siendo parte del régimen burgués. Y cuando el MAS tuvo que elegir entre la resistencia al golpe y la negociación, eligió el segundo camino.
Desde el 2008 el capitalismo ha demostrado una profundización de su crisis histórica y como ello relucieron a la política mundial fenómenos aberrantes como el gobierno de Trump en EEUU, y el ascenso de una derecha xenófoba en varios países de Europa.
Por así como dichos “cisnes negros” hicieron su aparición, también hay una vuelta de la lucha de clases y ello reactualiza la estrategia de poner en pie un partido mundial de la revolución socialista, la Cuarta Internacional.
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Daniel Lencina
Nacido en Buenos Aires en 1980, vive en la Zona Norte del GBA. Integrante del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 1997, es coeditor de Diez días que estremecieron el mundo de John Reed (Ed. IPS, 2017) y autor de diversos artículos de historia y cultura.