Lunes 23 de diciembre de 2024
¡Oh, Tribunal Constitucional, divinidad vestida de legalidad que se alza como el bastión último de los explotadores! Tus sentencias, supuestamente imparciales, son, en realidad, las piedras angulares de un templo erigido en honor al capital, a la propiedad y a la injusticia. Bajo la apariencia de un ente de justicia, te has convertido en el cómplice más leal de la burguesía en su cruzada por perpetuar un régimen carcomido hasta los huesos.
¿Es casualidad que tus fallos resplandezcan como escudos para figuras como Vladimir Cerrón y Nicolás Hermoza Ríos, quienes encarnan, cada uno a su manera, el espíritu del privilegio? ¡Por supuesto que no! En el caso de Cerrón, tu argumento de la dilación judicial no es más que un eufemismo elegante para blindar al aparato político que pacta en las sombras. En cuanto a Hermoza, la excusa de la demencia senil no es otra cosa que un velo decoroso para ocultar el verdadero dictamen: proteger al viejo guardián del orden burgués.
La justicia: sierva del capital y lacaya del poder
La maquinaria judicial, con el Tribunal Constitucional a la cabeza, no es un engranaje roto que necesita ajustes; es un reloj perfectamente calibrado al compás de los intereses de los dueños del país. No hay balanza ni ceguera en la justicia que proclamas. Tus ojos ven con claridad láser las órdenes de quienes mueven los hilos del capital, y tus manos no dudan en torcer la vara de la equidad para acomodarla al servicio de quienes te colocaron en el púlpito de la impunidad.
Y no, no eres una aberración aislada en el vasto panorama estatal; eres el modelo por excelencia de cómo funciona el régimen entero. En el Perú, como en todo país donde el capitalismo ha echado raíces, el poder judicial, el legislativo y el ejecutivo no son más que diferentes nombres para un mismo dictador: la burguesía.
Un Tribunal Constitucional para el pueblo trabajador: ¿Fantasía o Herejía?
Hablar de justicia bajo este régimen es como esperar que un lobo cuide el rebaño. El Tribunal Constitucional no tiene capacidad, ni voluntad, ni interés en defender al pueblo trabajador; su misión es, y siempre ha sido, proteger el orden establecido, ese que permite a unos pocos vivir en la opulencia mientras las masas languidecen en la miseria.
La solución, como bien sabemos, no es reformar lo irreformable ni mendigar migajas en la mesa de los opresores. El único camino es dinamitar, figurativamente hablando, estas estructuras podridas desde sus cimientos.
Asamblea Constituyente Libre y Soberana: la herejía necesaria
Una Asamblea Constituyente Libre y Soberana no es un capricho ni una utopía; es un imperativo histórico. Pero cuidado, que no se nos venda como un placebo más de los mismos mercaderes reformistas de la democracia burguesa. Una verdadera Asamblea Constituyente debe ser una fuerza arrolladora, nacida del seno mismo de la clase trabajadora y los sectores populares, que no solo reordene las piezas del juego, sino que tire el tablero por la ventana.
Y esto no se logrará con "diálogos" ni "consensos" con los verdugos de los explotados. Será el fruto de la organización, la lucha y la movilización. Que los delegados sean trabajadores, que ganen lo que gana un obrero, que vivan como vive el pueblo, y que respondan únicamente ante él. Solo así podremos aspirar a un orden social donde las riquezas que producimos con nuestro sudor no sigan siendo devoradas por la avaricia de unos pocos.
El camino de las clases explotadas es la lucha
El Tribunal Constitucional no es el problema; es el síntoma de un régimen que agoniza en su propia podredumbre. No hay salvación en esperar al 2026, ni en confiar en los mismos actores que han escrito esta tragedia. Es hora de tomar las riendas de nuestro destino, de construir un nuevo sistema desde abajo, con la fuerza inquebrantable de quienes no tienen nada que perder, salvo sus cadenas.
¡A las calles, al combate y a la Asamblea Constituyente Libre y Soberana! Solo entonces, y no antes, podremos enterrar este régimen infame y levantar una sociedad digna del nombre humanidad.