Se llama Gustavo Nardelli, es el dueño de la empresa Aceitera Vicentín. Lo encontraron navegando en un lujoso yate llamado “Champange” en el medio del Río Paraná, en las cercanías de la ciudad de Rosario en Santa Fe.
Martes 24 de marzo de 2020 11:57
Realismo, pero nada mágico
Partió del Rowing Club, el miércoles pasado, cerca de la una de la tarde, un día antes de que el presidente Alberto Fernández dictara la cuarentena total con un Decreto de Necesidad y Urgencia.
El tipo preparó su yate y se mandó a mudar, mientras ya ese día, los trabajadores, los de a pie, hacíamos listas para el supermercado o el chino cercano para proveernos de los artículos más necesarios, para cuando en un día no muy lejano, decretaran la cuarentena; mientras los trabajadores del gremio de la Alimentación nos preparábamos para salir a la calle igual.
¡El tipo se mandó a mudar, como si nada!
No tenemos idea de dónde están los dueños de las fábricas donde trabajamos, ni siquiera sabemos si están haciendo la cuarentena, o si, como es el caso de un empresario de Tandil, están queriendo entrar a sus countries con sus empleadas en los baúles de sus autos.
No es realismo mágico, no es una novela de Gabriel García Márquez, pero quien haya leído al “Gabo”, seguramente sabe de qué hablo, la bizarría convertida en maravillosos relatos sobre un pueblo desopilante llamado Macondo, donde todo pasaba al mismo tiempo, lo bueno, lo malo, la epidemia del insomnio, la de la pérdida de memoria, donde la gente del pueblo tenía que andar con papelitos escritos para no olvidarse como se nombraban las cosas.
Pero Márquez diría: “El tipo se fue, le importó un carajo la pandemia del diablo y salió a navegar en un río rodeado de gallaretas y manatíes”. Pero este no es un personaje de un libro, salió de la historia, le debe al estado unos 240 millones de dólares, que bien podrían destinarse a la salud pública, a comprar respiradores, o los tests que tanto necesitamos. Ahora acabo de escuchar que el Banco Nación le embargó el yate. Un juez, Marcelo Bailaque, lo mandó a su casa a cumplir prisión domiciliaria.
A su casa lo mandaron, le hicieron el favor, pero a nosotros los laburantes de la industria alimenticia nadie nos hace el favor de garantizarnos medidas de seguridad e higiene para las fábricas que producen alimentos esenciales, a los que hacemos golosinas, nadie nos hace el favor de decirnos que nos quedemos en casa, para que nuestras familias no sufran ningún posible contagio.
El tipo, Gustavo Nardelli, hay que decir el nombre de estas lacras, andaba haciendo la cuarentena en un yate, leyó “El amor en los tiempos del cólera” y se mandó la avivada.
Macondo era un lugar donde todo podía pasar, la corrupción, las epidemias, los barcos fantasmas, las lluvias interminables que duraban años, los personajes taciturnos, eternos enamorados como Florentino Ariza y Fermina Daza.
Pero el mundo no es Macondo, hay una pandemia que nos mata y otra que nos chupa la sangre, que creen que son dueños de este mundo en llamas y como dueños, pretenden esclavizarnos.
Marquez le daría otro final a estas inmundicias, mucho menos romántico y mucho menos mágico.