La Asamblea General de la ONU sesionó vía Zoom en su 75 aniversario. La reunión reflejó la enorme crisis global en curso, con la batalla entre Trump y China como actor principal.
Miércoles 23 de septiembre de 2020 23:19
Por estos días está sesionando la Asamblea General de las Naciones Unidas. El evento coincide con la celebración del 75 aniversario del organismo, aunque decirle “celebración” a la diplomacia del Zoom parece demasiado. La burocracia de la ONU nunca se hubiera imaginado que el aniversario redondo iba a encontrar el mundo en una pandemia. Sin festejos, sin los miles de delegados, diplomáticos y jefes de estado que buscan sus 15 minutos de relevancia en la escena internacional, que obligan a blindar año tras año el distrito de Manhattan, la ONU no tuvo con qué disimular su crisis. Una metáfora del agotamiento del “orden liberal” surgido a la salida de la Segunda Guerra Mundial, bajo dirección del imperialismo norteamericano.
No es sólo la pandemia del coronavirus, que ya dio la primera vuelta al mundo y va por su segundo round en Europa sin haberse ido ni de Estados Unidos ni de América latina. Es todo lo que el Covid19 aceleró: la peor crisis económica inducida por los confinamientos desde la Gran Depresión de la década de 1930; la consiguiente crisis social y polarización política; el recrudecimiento de las tensiones entre Estados Unidos y China; la incertidumbre ante las elecciones presidenciales norteamericanas, y sobre todo el regreso a la escena de variadas formas de la lucha de clases, que potencialmente pueden cambiar en más de una dirección el sentido de la flecha.
Sin el picante de los encuentros bilaterales en los márgenes y sin la gestualidad que en la vida presencial acompaña los discursos; por ejemplo, quiénes se retiran con la delegación norteamericana cuando habla el mandatario de Irán o de otro integrante del “eje del mal”; o los que boicotean con la potencia del norte hasta la más tibia condena contra el Estado de Israel por sus crímenes -un clásico del vasallaje-, el evento podría haber terminado después de los primeros 90 minutos.
En ese tiempo “hablaron” cuatro de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad –Estados Unidos, Rusia, China y Francia- que tienen poder de veto. El quinto es Gran Bretaña que quedó relegada a uno de los últimos días, lo que habla de la pérdida de gravitación del viejo imperio pirata después del Brexit. Además de la apertura bizarra de Jair Bolsonaro, “trumpista” de la primera hora, que se dedicó a defender su desastrosa política sanitaria y a denunciar que los incendios en la Amazonia eran una campaña de los medios opositores.
La Asamblea virtual estuvo sobredeterminada por el conflicto creciente entre Estados Unidos y China y sus posibles derivaciones. Rodrigo Duterte, el derechista presidente filipino, lo dijo de manera gráfica con un proverbio: “Cuando los elefantes pelean es la hierba la que sufre”.
El presidente de la ONU, el portugués António Guterres, que fue de los pocos que habló en vivo, hizo afirmaciones polémicas. Dijo que el “populismo y el nacionalismo habían fracasado” y que sus estrategias sanitarias en lugar de contener el virus habían empeorado las cosas.
Pero sobre todo aportó una cuota de dramatismo. Sostuvo que el organismo estaba atravesando su “momento 1945” en un sentido si se quiere “fundacional” comparando los estragos de la pandemia con las ruinas de la Segunda Guerra Mundial. Y alertó que la rivalidad en ascenso entre Estados Unidos y China podría conducir a una nueva Guerra Fría. Guterres planteó que el mundo está yendo en “una dirección muy peligrosa”, porque las rivalidades económicas, comerciales y tecnológicas entre Estados Unidos y China, inevitablemente se transformará en “una división geoestratégica y militar. Vladimir Putin aprovechó su tiempo para vender la vacuna rusa contra el Covid19. Ofreció vacunar de manera gratuita al personal de las Naciones Unidas, lo que difícilmente haya servido para despejar las sospechas de que su gobierno o alguna de las agencias de seguridad estatal están detrás del envenenamiento con Novichok del líder opositor Alexei Navalni.
El presidente francés, Emmanuel Macron, se quejó en un extenso mensaje de 48 minutos (el tiempo asignado era de 15 minutos) de que la rivalidad entre Estados Unidos y China estaba dominando la escena internacional, condenando a potencias menores como Francia a una cierta irrelevancia. Les habló sobre todo a los líderes de la Unión Europea, a los que llamó a no ser espectadores impotentes, aunque sin ninguna idea clara de cómo enfrentarían la hostilidad norteamericana ante un eventual segundo mandato de Trump.
A diferencia de su colega francés, Trump utilizó la mitad de su tiempo. Envió un video que más que la intervención de un jefe de estado ante un foro de la diplomacia internacional, fue lo más parecido a un spot de campaña dirigido al núcleo de su electorado, con eje en la doctrina del “America First”.
En solo 7 minutos, el presidente norteamericano despotricó contra los acuerdos climáticos de París, volvió a la carga contra el acuerdo nuclear con Irán y mencionó a China más de 10 veces. No dijo nada muy nuevo. Habló del “virus chino”.
Responsabilizó a Beijing de la pandemia del coronavirus, acusó a la Organización Mundial de la Salud de ser poco más que una tapadera del Partido Comunista Chino. E instó a las Naciones Unidas a facturarle a China el costo económico y político del Covid19.
A pesar de que Estados Unidos ya alcanzó la marca fatal de 200.000 muertos y que Trump fue un promotor activo del negacionismo y la militancia “anti cuarentena”, el presidente afirmó que la Casa Blanca había puesto en marcha “la movilización más agresiva desde la Segunda Guerra Mundial” para combatir al coronavirus.
Pero el núcleo de su discurso fue hacer alarde del poderío militar imperialista, del abultadísimo presupuesto del Pentágono y de las armas de última generación -“solo rezo que no tengamos que usarlas” dijo-.
El presidente chino Xi Jinping aprovechó el flanco hegemónico. Habló contra el proteccionismo, a favor de las bondades de la globalización y la cooperación internacional. Y dijo que no iba a pelear ninguna guerra, ni caliente ni fría. Está claro que hoy China sale más perjudicada con la guerra comercial que le ha declarado Trump, que tiene como blanco privilegiado a Huawei y el sector tecnológico.
La administración Trump combina iniciativas imperialistas ofensivas y unilaterales con una cuota de aislacionismo para hacer frente a la decadencia hegemónica de Estados Unidos. La política agresiva para reforzar el control imperialista en América Latina, que va desde la hostilidad contra Cuba, Venezuela y Nicaragua hasta haber impuesto un halcón de su administración al frente del BID. Las renovadas sanciones contra Irán y el avance del “rediseño” del Medio Oriente con los acuerdos entre Israel, Emiratos Árabes Unidos y Bahréin, en función de alistar una alianza anti iraní. La creciente militarización del Mar de China Meridional, más allá de la motivación electoral, deben leerse dentro de esa lógica.
Quienes apuestan a que el triunfo de Biden reviva el “multilateralismo” y la ilusión de una suerte de “gobernanza mundial”, olvidan las guerras de Corea, de Vietnam o las guerras imperialistas en el Medio Oriente, muchas de las cuales tuvieron la participación directa o la cobertura “humanitaria” de la “comunidad internacional” a través de las Naciones Unidas.
El ascenso de China como competidor representa un problema estratégico para el imperialismo norteamericano aunque hoy está lejos de disputarle el liderazgo mundial. De eso se trata justamente el cambio en la estrategia de seguridad nacional que puso en primer plano el conflicto entre grandes potencias –China y más atrás Rusia- relegando a la “guerra contra el terrorismo”.
Más allá de las diferencias metodológicas –si es con guerras comerciales, unilateralismo, o ganando aliados, contener el avance de China es para Estados Unidos una cuestión de Estado, compartida por demócratas y republicanos. De ahí que la campaña electoral se haya vuelto una competencia entre Trump y Biden para ver quién es más anti chino. Eso no quiere decir que la guerra esté a la vuelta de la esquina. Pero el carácter estratégico de la disputa inherente al sistema capitalista imperialista actualiza esta perspectiva, salvo que antes golpee la revolución.

Claudia Cinatti
Staff de la revista Estrategia Internacional, escribe en la sección Internacional de La Izquierda Diario.